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El eventual desencadenamiento de una conflagración bélica mundial generará, de inmediato, una ola migratoria sin precedentes en el mundo. Y América Latina, al ser un continente marginal, donde los arrestos militares no tocarán sus costas, se convertirá seguramente en un destino ineludible de cientos de miles de ciudadanos del mundo que buscarán acá la paz y la esperanza que sus países bombardeados a diario no tendrán.

¿Qué hacer frente a ello? Ya debería ser una parte de la agenda de la Cancillería. El riesgo de una tercera guerra mundial es enorme y que ésta escale a niveles nucleares factible. En ese escenario se repetirán las oleadas migratorias al continente que ocurrieron en las dos guerras mundiales anteriores o en conflictos de menor escala, como la Guerra Civil española.

Al respecto, surgirán, por supuesto, voces xenófobas que tratarán de cosechar políticamente el tema, pero felizmente creemos que la mayoría de peruanos no hace eco de esos discursos. No lo ha hecho con el millón y medio de venezolanos, difícilmente lo hará con cientos de miles provenientes de otros lugares de la tierra.

El Perú ha tenido una actitud ejemplar en el caso venezolano. La migración de ese país se ha adaptado perfectamente al status nacional, desperdigándose por todo el territorio, sin conformar guetos, como ocurre en Europa con los migrantes, y si bien hay un problema delincuencial asociado a los venezolanos, los hechos demuestran, empíricamente, que se trata de una porción menor de inmigrantes la involucrada en ello y que más allá de la bulla mediática irresponsable, la delincuencia ha crecido por la inacción policial, la pobreza producto de la recesión última y la alta corrupción de las autoridades. Es decir, dicho aumento implica también a enormes bandas peruanas, muchas de ellas asociadas a las mafias ilegales, las cuales son propiamente autóctonas.

El Perú debe prepararse para recibir oleadas migratorias importantes si estalla una conflagración mundial. Somos, a pesar de la crisis política recurrente, un país atractivo para quienes pueden buscar algo de esperanza vital. Nos asolan grandes problemas de calidad de vida, pero nuestros activos sociales pueden pesar más en la balanza. Ojalá predomine, si tal escenario se desencadenase, una actitud global, abierta y liberal, frente al tema, y no una actitud nacionalista, obtusa y populista

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migracion masiva, migración venezolana

Alan García se suicidó hace cinco años y aún seguirá en discusión el balance de su historia política. Si acaso, qué pesará más en la balanza, su desastroso primer gobierno o su eficiente segundo gobierno, con superlativo éxito económico.

Me inclino a pensar que más allá de las controversias sobre su moralidad personal, que es lo que finalmente lo convierte en un personaje que despierta tantos odios como afiliaciones, el término del balance se tendrá que inclinar favorablemente. Lo que logró en su segunda gestión en términos de reducción de la pobreza (y no fue solo por los altos precios de las materias primas, como mezquinamente se señala) fue extraordinario, pero al mismo tiempo sembró el terreno para su desgracia política posterior.

Porque un clasemediero emergente, como los millones que surgieron gracias a su buena gestión, elevaron sus exigencias exponencialmente, como suele suceder. El pobre puede resignarse a su desgracia, el ciudadano de ingresos crecientes exige buena educación, mejor salud, seguridad, calidad de vida.

Y es ese ciudadano el que, al parecer, no le perdonó a García que en su segunda gestión no emprendiese reforma alguna en materia institucional. Su maníaca disposición a alentar inversiones privadas no fue acompañada de una dinámica similar para lograr una mejora de la paupérrima salud pública, la abandonada educación estatal, etc.

Apristas cercanos a él con los que he conversado me señalan que nunca se pudo explicar por qué, a pesar de su buen segundo gobierno, el pueblo lo rechazó de la manera tan brutal como lo hizo en las elecciones del 2016, las últimas en las que participó, aliado torpemente al PPC y a una figura tan poco carismática como Lourdes Flores (apenas pasó la valla electoral con 5.83% de los votos válidos).

La razón de ello es mencionada líneas arriba y, por lo mismo, debiera servir de lección futura para quienes aspiren a ocupar el poder el 2026. La pandemia arrojó a la pobreza a millones de peruanos y eso explica el voto airado del 2021 por alguien como Castillo. Hoy que empieza la recuperación económica, lo más probable es que el 2026 la agenda de necesidades ciudadanas vuelva a ser la de mejor salud, educación, seguridad, transparencia gubernativa, etc. Quien quiera ganar, desde la centroderecha, tendrá que poner especial relieve en ello, si quiere enfrentar con éxito a las fuerzas centrífugas que el inmenso malestar ciudadano hará que muchos se inclinen por opciones radicales. Que el caso de un animal político inédito, como Alan García, sirva de espejo a los nuevos liderazgos.

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Alan García, Apra, apristas, clase media, Partido Aprista Peruano

El general retirado Roberto Chiabra ha anunciado que se lanza a la presidencia para el 2026. Lo acompañan buenos augurios.

Es congresista. Ingresó por las filas de Alianza para el Progreso, de la cual rápidamente se alejó. No carga, no obstante, con el desprestigio de los congresistas. No se le ve como parte de la claque parlamentaria, con bajísimos niveles de aprobación y enorme rechazo popular.

Está ubicado en unas coordenadas ideológicas propicias. Es alguien de centroderecha, sin resquemores de ninguno de ambos sectores, pudiendo ser capaz, por ende, de aglutinar esfuerzos multipartidarios y encabezar un frente político amplio y convocante, con mayor posibilidad de pasar a la segunda vuelta en medio de la atomización brutal de la oferta electoral.

Tiene activos políticos importantes, el principal, haber sido el líder de la lucha militar contra Ecuador en la guerra del Cenepa, goza de elocuencia y energía, suficientes como para enfrentar los arrestos de la izquierda radical y en particular de alguien como Antauro Humala, la bestia negra de los radicales disruptivos. Tiene biorritmo, a diferencia de muchos lanzados a las arenas electorales y cuya aguja vital no mueve ni conmueve a nadie.

Su condición de militar, además, le otorga créditos en materia de la inseguridad ciudadana y le roba así el protagonismo bukeliano que algunos quieren enarbolar (Antauro, Álvarez, etc.).

Ojalá entienda la urgencia de armar su propio partido y no depender de un vientre de alquiler, de la necesidad de conformar equipos técnicos suficientes y, sobre todo, del imperativo de armar coaliciones de diversas agrupaciones.

Su presencia puede romper la terrible pendiente que a muchos ya aterroriza, como es una segunda vuelta entre Keiko Fujimori y Antauro Humala.

Su presencia, asociada a la defensa de un modelo de mercado y la institucionalidad democrática, le puede dar nuevos bríos a un sector de centro que hasta hoy no hallaba un candidato con liderazgo suficiente para tomar las riendas del sector ciudadano más amplio del país. Y la derecha no lo ve mal, pudiendo también capitalizar de allí (no sería de extrañar que la guerra sucia que, sin duda, le caerá encima, provenga no de la izquierda, sino de sus pares del centro o la derecha).

Asoma un buen candidato y si actúa con inteligencia y modulación, seguramente será protagonista principal de la justa electoral venidera.

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Alianza Para el Progreso, Roberto Chiabra

Me parece bien que no se le haya inhabilitado al exPremier, Aníbal Torres. La moción consideraba tan solo sus expresiones beligerantes como razón para dicha inhabilitación, lo cual hubiera constituido un despropósito democrático tremendo.

Otra cosa sería si el Poder Judicial finalmente determina que tuvo efectiva participación -como todo lo hace pensar- en el fallido golpe de Estado perpetrado por Pedro Castillo. En tal caso, la inhabilitación caería por su propio peso, pero en tanto ello no suceda, solo estamos, claramente, ante un intento antidemocrático de excluir candidatos que se considera riesgosos (una última encuesta de Ipsos lo coloca en lugar expectante).

Lo mismo sucede con el manido afán de algunos congresistas de reformar la Constitución para impedir que Antauro Humala pueda postular el 2026. También es claramente antidemocrático. La razón -señalan- es que su mensaje no se condice con los valores democráticos y que la democracia se debe defender. Pregunto: ¿deben prohibirse entonces todos los partidos comunistas? Eso no ocurre en ningún país desarrollado del mundo, a pesar de que claramente dichos partidos trastocarían el orden político vigente.

O, para medir con la misma vara, entonces que el fujimorismo también sea excluido de cualquier contienda electoral ya que tiene probada solera antidemocrática y riesgo latente de reeditar el autoritarismo de los 90.

Lo peor de todo es que semejantes actos de exclusión no tendrían ningún efecto práctico, como el que desean sus promotores. ¿Creen realmente que si excluyesen a personajes como Aníbal Torres o Antauro Humala, la izquierda radical desaparecerá del escenario electoral venidero? Claramente eso no va a ocurrir. Surgirán otros en su reemplazo. Hay una pulsión antiestablishment radical en el país, asentada sobre todo en el sur andino, que se va a expresar por los mencionados o por cualquiera que asome el rostro el 2026, por más exclusiones que la derecha congresal perpetre.

A la izquierda radical se le debe desterrar del país. Es un peligro para la economía de mercado y la institucionalidad democrática, pero se la debe derrotar en las calles y las urnas, no mediante leguleyadas que, además, fácilmente podrían ser revertidas en instancias legales, nacionales o supranacionales.

Se asoma un horizonte electoral de alto riesgo, pero por culpa, sobre todo, de la irresponsabilidad política del centro y la derecha. Que no pretendan zafar responsabilidades excluyendo adversarios inconstitucionalmente y destruyendo los parámetros electorales democráticos.

Tomo conocimiento de una más reciente encuesta de Ipsos sobre identidades ideológicas de la población. Fue realizada a pedido de IDEA Internacional entre el 18 de enero y el 5 de febrero de este año.

Allí los resultados son los siguientes: 10% se define de izquierda, 37% de centro y 12% de derecha, corroborando de alguna manera el perfil ideológico que otras encuestas señalaban. Pero lo más relevante es el dato de que un enorme 42% no precisa ninguna identificación.

Razón adicional para confirmar el temor de que el 2026 aflore un candidato radical antiestablishment, sea de izquierda o de derecha, que rompa la inercia de los partidos ya tradicionales e, inclusive, de los nuevos que se asoman al horizonte, pero que no se caracterizan precisamente por ser disruptivos.

Es una incógnita el pensamiento de ese 42%. Pueden ser peruanos hartos de la política, pueden ser indiferentes anómicos, o simplemente desinformados o desinteresados. Del perfil precedente que tengan dependerá, en gran media, el pronóstico que pueda hacerse respecto de cuál será su inclinación final para las elecciones presidenciales venideras.

Lo que sí queda claro, sin embargo, es que hay mucho terreno por desbrozar de acá al 2026. La mayoría de la ciudadanía no tiene una idea precisa de qué va a hacer el día de la elección y ni siquiera tiene en claro cuál es su preferencia ideológica. Es un público por el momento amorfo, llano a ser conquistado por los candidatos, si se animan, claro está, a salir de su tour mediático formal, que a nada los conduce, y empiezan a recorrer las calles con mayor énfasis.

Hay nuevas tecnologías de campaña, que apuntan a la microsegmentación ciudadana, que trascienden la ya manida fórmula de las radios regionales y las redes sociales, estrategia en base a la que algunos candidatos pretenden basar su campaña, creyendo que lo que fue bueno antaño va a volver a funcionar.

Por allí va a ir el desenlace de una estrategia que debe partir de que un inmenso bolsón ciudadano no anda pendiente de las discusiones ideológicas y lo tiene sin cuidado. Definirse de centro radical, izquierda democrática o derecha liberal, importará poco a la hora de la conquista de las voluntades particulares. Habrá que hilar muy fino para capturar esas mentes hoy no clasificables.

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elecciones 2026, IPSOS

Según la última encuesta que sobre el tema ha hecho Ipsos (abril del 2023), el 14% del electorado se identifica con la izquierda, 48% con el centro y 21% con la derecha. Más recientemente, en enero de este año, IEP hizo la misma pregunta y la ciudadanía respondió así: 29% se autodefine de izquierda, 36% de centro y un porcentaje similar (36%) de derecha.

Como es obvio, hay una clara mayoría centroderechista en el país, que se explica por varias razones sociológicas e históricas: la huella mnémica de Sendero Luminoso, la migración del campo a la ciudad, la proliferación de iglesias y sectas conservadoras, el fracaso estrepitoso de la izquierda, tanto en su versión moderada (Susana Villarán) como en su versión radical (Pedro Castillo), la gran informalidad (individuación forzada) existente, etc.

Ello ocurre a pesar de que la mayor parte de los gobiernos de transición (del centro a la derecha) le fallaron al país en cuanto a la urgencia de emprender reformas de mercado e institucionales. Y a que el gobierno actual y su pacto con el Congreso es percibida como una coalición derechista con enorme grado de impopularidad.

Intuimos, sin embargo, que esta identidad ideológica señalada es muy frágil y que los ánimos antiestablishment crecientes terminarán por desbordarla, haciendo muy probable que a pesar de estos resultados que comentamos, un candidato de izquierda radical -si no, dos- pasen a la segunda vuelta el 2026.

Dos razones hay para ello: primero, el factor anti statu quo señalado, asentado sobre todo en el sur, pero que irradia el mundo andino en general y algunos bolsones de pobreza de la costa y la selva. Y el segundo factor es la irresponsable actuación política de las fuerzas de centro y derecha que se están presentando absolutamente fragmentadas. A la fecha, entre ya inscritos y en trámite de hacerlo, hay diez candidatos que se podría identificar de centro y dieciocho de la derecha. ¡Es de locos!

Si eso no cambia de acá al 2026, estaremos lamentando que una situación sociopolítica proclive a que se repita un escenario como el del 2016, con dos candidatos finalistas de centroderecha, como Keiko Fujimori y PPK, sea desperdiciada.

El caso Gorriti pone de manifiesto una vez más la ojeriza que desde el Congreso y un sector de la magistratura (que incluye a jueces y fiscales) se tiene contra la libertad de expresión.

No es admisible, bajo ningún punto de vista -aun si llegamos a considerar que eventualmente Gorriti por momentos se pudo haber excedido en su rol periodístico- que un fiscal, como Alcides Chinchay, pretenda exigirle la entrega de sus celulares, levantarle el secreto de las comunicaciones y, bajo ese pretexto, romper el secreto de las fuentes, que es sagrado profesionalmente y constitucionalmente consagrado en nuestra Carta Magna.

El periodismo de investigación en el Perú se vería seriamente mellado si prospera este atropello contra Gorriti. Ya ningún periodista de investigación, que trabaja con fuentes de toda índole (personas honorables y no tanto, sin distinción), podrá hacer su trabajo con garantías, si un fiscal tiene la potestad de, dado un caso, exigirle que revele sus fuentes con el subterfugio de la incautación de sus celulares.

Gorriti tuvo una gran virtud y eso le permitió sacar ventaja en el caso Lava Jato. Apenas estalló el caso en Brasil y dado que comprometía a empresas que operaban en el Perú, se abocó a tejer una red de informantes y fuentes en el lugar de origen, que luego le permitieron adelantarse a los hechos y marcar pautas de seguimiento que otros medios o periodistas no teníamos.

¿Puede estar sujeto a investigación un periodista? Sí, sin duda. Los periodistas no tenemos corona y nos allanamos a cualquier pesquisa judicial, pero lo que no es dable es que, por ese afán, se vulnere el derecho constitucional a la reserva de las fuentes. Eso violenta la esencia del quehacer periodístico.

El fiscal Alcides Chinchay, suponiendo que ha actuado de buena fe, debe retrotraer esa orden y continuar su investigación en términos normales. Debe respetar el derecho a la libertad profesional de los hombres de prensa. La solidaridad con Gustavo Gorriti excede, en esa medida, cualquier malquerencia periodística que, claro está, pueda haber cultivado a lo largo de su ejemplar carrera periodística. Hasta sus enemigos en el ramo periodístico no pueden avalar una vulneración tan brutal a la esencia del buen periodismo, como la que se pretende perpetrar.

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gorriti

El caso Rolex no ha concluido con las inverosímiles explicaciones dadas por la presidenta Boluarte ante el Ministerio Público. Lo único que van a lograr es calentar aún más los ánimos irritados de una ciudadanía empobrecida que ve con escándalo la lujosa vanidad presidencial.

¿Qué le puede decir el bamboleo de joyas de decenas de miles de dólares a los padres de niños con anemia y desnutrición? ¿A los centenares de miles de personas que no obtienen cita en EsSalud, no les dan los medicamentos prescritos porque no hay, o simplemente no los atienden? ¿A los millones de peruanos que han pasado de la clase media a la pobreza por culpa, entre otras causas, de la crisis que este gobierno ha creado? ¿A los millones a los que extorsionan o asaltan a diario y les roban su pequeño patrimonio por culpa de la inacción policial?

Es una ofensa. Y, como bien señala Rosa María Palacios, en América Latina se tolera al presidente asesino, pero no al corrupto. Y detrás del escándalo de los Rolex ha habido corrupción presidencial, sin ninguna duda, aun si fuera cierto que el tema fue solo un préstamo, porque éste devino en un desembolso millonario para al generoso oferente.

Keiko Fujimori, César Acuña y Rafael López Aliaga se están achicharrando al ordenar a sus bancadas un respaldo incondicional a la presidenta y al gabinete. Felizmente, la centroderecha fuera del Congreso ha empezado a tomar distancia del desastre gubernativo que nos ha tocado en suerte y que, insisto en ello, debería acabar lo más pronto posible (cada día que pasa Dina Boluarte en Palacio son cinco mil votos más para Antauro Humala o algún radical disruptivo).

La corrupción ya tiñe este gobierno y veremos en las próximas encuestas que sus niveles de aprobación se habrán desplomado aún más de lo que ya lo estaban. Con tan alta desaprobación es imposible culminar un mandato, a pesar del contubernio del Legislativo (tan o más desaprobado que el Ejecutivo). Falta solo una pequeña chispa para que se active la calle y quizás ese sea el empujón para que acabe esta pesadilla que el Perú no merece.

La del estribo: algunas lecturas de la semana que vale la pena recomendar son Baumgartner, de Paul Auster; la extraordinaria Yo maté a un perro en Rumania, de Claudia Ulloa Donoso; y En agosto nos vemos, de Gabriel García Márquez. En teatro, no se pierdan la buena comedia La tribu, dirigida por Bruno Ascenzo e Italo Cordano, con las notables actuaciones de Carlos Carlín y Alejandra Guerra, entre otros. Va en el teatro Nos; entradas en Joinnus.

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Acuña, bancada, Lopez Aliaga, presidenta Dina, Rolex

El Fenatep, sindicato sucedáneo del Movadef, asentado en el Congreso merced al Bloque Magisterial, y a quien increíblemente le han regalado la Comisión de Educación -una de las más importantes del Parlamento- ha aprobado una iniciativa legal que vuelve a la carga en el intento de intervenir la Derrama Magisterial modificando sus estatutos y disponiendo el retiro de fondos de sus afiliados.

Es un despropósito inconstitucional porque ni el Congreso ni el Ejecutivo pueden entrometerse en la organización interna de una empresa privada. Es equivalente a que mañana se pretenda reformar los estatutos del Banco de Crédito o de Alicorp. Es gravísimo que siquiera haya habido congresistas incautos que le hayan dado al Bloque de marras la mayoría necesaria para aprobar este dislate y se espera, en consecuencia, que cuando se vea en el Pleno, sea desaprobado por la mayoría del Congreso, como ya ha ocurrido en anteriores oportunidades (no es la primera vez que el sector ultraradical del magisterio pretende demoler o controlar a la Derrama Magisterial).

Resulta profundamente demagógico, además,comparar a la Derrama con una AFP e indicar, por ello, que así como lo han hecho con las AFP pueden hacer que los maestros retiren sus fondos. En primer lugar, no hablamos de pensiones sino de un fondo de jubilación que es entregado a los pocos días del retiro laboral del maestro. En segundo lugar, es un aporte voluntario, no obligatorio, y constituye, por ende, un acuerdo entre las partes, que le permite a la Derrama invertir esos fondos, rentabilizarlos y aportar un monto significativo a los maestros cuando se jubilan.

Desde que el Sutep asumió el control de la Derrama, hace cuarenta años, la ha logrado reflotar. Era una entidad quebrada. Hoy funciona a la perfección. Ha entregado más de mil millones de soles a los maestros y su manejo es estrictamente supervisado por la Superintendencia de Banca y Seguros y el propio Ministerio de Educación, que nombra un miembro en el directorio.

No se puede permitir un zarpazo ilegal como el mencionado. Las fuerzas filosenderistas del magisterio deben ser expectoradas del quehacer educativo y no se puede aceptar, por ello, que sus ansias destructivas de todo lo que signifique bienestar para el maestro -al que quieren empobrecido e irritado, como carne de cañón para sus propósitos levantiscos- tenga éxito en el Congreso. Hay que estar advertidos.

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