Lo único que lo diferencia de Toledo, García, Humala, Kuczynski, Vizcarra o Sagasti, es que el suyo es un régimen adornado por la más pasmosa mediocridad tecnocrática de las últimas décadas y porque en su seno se han enseñoreado niveles de corrupción precoz inimaginables en quien prometía trastocar el viejo orden y beneficiar, por fin, al pueblo postergado por la República.
Castillo no supone una ruptura con el establishment, pero sí marca la mayor hondura en la degradación política y económica al que ese modelo podía llegar. Su herencia política y social va a ser, por ello, terrible. Va a dejar al país presto a ser capturado por quienes propugnen una revuelta disruptiva del orden establecido, a lo cual va a contribuir, qué duda cabe, una oposición bruta y achorada, huérfana de ideas, inmadura en la división y manca en su efectividad opositora.