Fue el fujimorismo también quien se dedicó a sabotear a Martín Vizcarra, luego de haber apoyado su traición a PPK, simplemente porque el exgobernador de la región Moquegua no le aceptó los términos mandatarios con los que Keiko pretendió manejarlo a su antojo. Keiko Fujimori no entiende de pactos sino de sumisiones incondicionales. Como resultado de ello, sumó un nuevo eslabón a la crisis que ha llevado a que tengamos seis presidentes en cinco años.
Si a ello le sumamos su conducta en el último proceso electoral, primero con el terruqueo a la mitad de la población y luego con su reacción frente a la derrota de Castillo, inventando un fraude que pretendía resolver anulando la votación de las localidades que hoy se alzan contra el gobierno de Dina Boluarte (ese hecho, sin duda, sumó al ninguneo político que ha exacerbado los ánimos levantiscos actuales de un sector importante de la población).
Keiko era el mal menor frente al desastre que anunciaba Castillo, y que el candidato de Perú Libre terminó por corroborar con la peor gestión pública que ha tenido nuestra historia republicana (solo superado por el primer gobierno de Alan García), pero no es ni debe ser la opción central de la centroderecha en el Perú. Ya es hora de repensar nuevas alternativas.