Opinión

Si estos cambios los logra la actual gestión de Williams y la que lo suceda el 28 de julio, habrá logrado mejorar su propia mala percepción, sin lugar a dudas, pero lo importante es que habrá sentado las bases para que en el futuro, los Parlamentos se conviertan en elementos interactivos con la ciudadanía, mucho más eficaces (es interesante, por ejemplo, pensar en la idea de la conformación de circunscripciones amarradas a clústeres productivos, que el politólogo Carlos Meléndez ha propuesto).

La tarea de modernizar el Congreso y acercarlo a la gente es esencial y no pasa, claro está, por la tontería planteada en los últimos días por algunos parlamentarios de que se les permita manejar presupuesto o se les aumente el mismo. Es un trabajo de institucionalidad política que hay que construir soslayando paliativos absurdos que a nada bueno conducen.

Lamentablemente, las manifestaciones de las últimas dos semanas en contra del gobierno de Dina Boluarte y del impopular actual congreso pueden verse como parte de un antiguo malestar de raíces centenarias. De igual manera puede verse la respuesta violenta del Estado.

Solo que esta vez no se trata solamente de un Estado basado en el colonialismo interno, sino en la rapiña de sus recursos por una clase política a la que hace rato se le ve el fundillo bajo una máscara democrática.

Pobre Perú, condenado a repetir su historia. Obviamente, la propuesta de una división territorial no progresará. Pero tampoco es bueno que el Estado asentado en Lima y los grupos dominantes olviden que tienen una papa caliente entre las manos. Nuestro sufrido país nunca saldrá del hoyo mientras se sigan olvidando esos reclamos.

 

Así como el Congreso tiene pocas tareas por delante a las que debe abocarse con sentido de prioridad (reformas políticas y electorales, dos o tres a lo sumo), el Ejecutivo también tiene poco espacio en la cancha para pretender ejecutar un plan de gobierno íntegro. Boluarte haría bien en acotar su mandato a dos o tres tareas centrales, más allá, obviamente, de las políticas públicas que corresponden a cada ministerio, que deben seguir su lógica normal (por ejemplo, las que corresponden a la tríada de ministros que debe poner coto al golpe antiminero que afecta el corredor del sur).

Un año y medio en el poder –que es el tiempo que le tocará estar a Boluarte en el cargo- es suficiente para transformar la debacle heredada y la ingobernabilidad recibida como lastre, en un gobierno viable y relativamente normalizado. Es cuestión de priorizar, descartar lo imposible o excesivo y ser plenamente consciente de que la transitoriedad de su gobierno la obliga a ello.

Ya es hora de que la centroderecha peruana se libere del fujimorismo como referente político e ideológico, y empiece a encontrar fórmulas novedosas, disruptivas, modernas, liberales, como corresponden a un país como el Perú que ya ha logrado éxitos superlativos en materia de avances económicos en las últimas décadas y requiere dar un salto cualitativo pronto.

Otro anciano de apariencia descuidada pero con un carácter diferente al del anterior, siempre sonriente y con una vivacidad que contrastaba con su delgadez extrema, y que se sentía orgulloso de haber sobrevivido a la guerra gracias a una fuga aventurera en su adolescencia cuando, en los últimos días de la contienda, fue reclutado a la fuerza para luchar y entregar su vida por el Führer, también era muy rápido y avezado con las manos cuando algunas de las jóvenes enfermeras tenía que atenderlo debido a que era incapaz de asearse y hacer sus necesidades por sí mismo. A fin de calmarle la libido y mantenerlo tranquilo se le instaló un televisor en su cuarto para que viera videos pornográficos de corrido. El viejito estaba muy contento, pero andaba algo desatado.

Que más puedo contar sino del director de teatro al que le dio un ataque de apoplejía que terminó con su carrera en una silla de ruedas, desde la cual lanzaba gritos tratando de expresar el arte que ahora estaba prisionero de su alma. O de la señora con demencia y otros problemas mentales, que me dejó la huella de sus dientes en la espalda cuando yo traté de evitar que manoseara con sus manos mugrientas los pasteles de la tarde, que los viejitos debían saborear acompañados de una taza de café amargo. O la viejita octogenaria que siempre intentaba salir a la calle y escaparse a como diera lugar, pues tenía que cocinar para los hijos que iban a la escuela y alimentar a los animales en una casa que siempre iba a ser su hogar, aun cuando ya no le perteneciera y la última estación de su vida fuera a ser la residencia de ancianos, un lugar donde siempre se sentiría una extraña.

En esa labor de acompañar vidas que se acercan a su ocaso definitivo, he aprendido a no juzgar y a respetar la dignidad de quienes ya han vivido una vida entera, la cual debe ser tratada con dignidad y respeto hasta el último momento, sea lo que sea que hayan hecho. He aprendido que la vida hay que aceptarla como viene, no como quisiéramos que fuera.

Esto también vale para las vidas que se apagaron temprano, como las de nuestros compatriotas muertos durante las recientes protestas sociales. Son vidas truncas que no tenemos derecho a juzgar, que no merecen el terruqueo de que están siendo objeto por parte de fuerzas reaccionarias y antidemocráticas. Más bien deberíamos interesarnos en cómo vivieron esos hermanos nuestros, que situaciones experimentaron, cuáles son sus historias personales, para anudar lazos solidarios desde un corazón lleno de compasión que busca que haya justicia para todos.

Con ello ya haría bastante más de lo esperado, podría empezar a recuperar el crédito ciudadano perdido y terminar su mandato con mejores cifras de aprobación. Todo ello lo tiraría por la borda si quiete meter de contrabando temas de interés particular de una o dos organizaciones partidarias en el Legislativo.

Christmas around the world es un recital en el que la orquesta y coros de André Rieu combinan la interpretación musical con divertidas rutinas para beneplácito de los espectadores, haciendo gestos y usando llamativas vestimentas -pelucas blancas, vestidos de colores pastel, ternos y corbatines- basadas en la moda cortesana de siglos pasados. Cada canción es presentada con coreografías y movimientos milimétricamente preparados para darle una dinámica de vaudeville, alegre y familiar, una actitud relajada que promueve la participación del público con aplausos, emociones y cantos a coro. Cada año, el violinista de 73 años realiza este show navideño, como concierto y especial de televisión, en el sensacional Palacio de Invierno de su tierra natal, Maastricht.

Esta fórmula, que Rieu aplica a todos sus espectáculos temáticos, queda muy bien en contextos pascueros, por lo que tiene un lugar asegurado en el nuevo catálogo de clásicos modernos que acompañarán esta y las próximas Navidades a aquellas familias amantes de la buena música, tanto como los recitales que hace, desde hace ya más de una década, el cantante canadiense Michael Bublé, quien ofrece una versión actualizada de aquellos inolvidables especiales de temporada navideña del norteamericano Andy Williams, los Muppets o los Hermanos Osmond, tan populares en los años sesenta y setenta.

La música de Navidad, sinónimo de todas aquellas emociones y conductas que se ubican en las antípodas de lo que nos ofrece la actualidad política, social y del entretenimiento -inocencia infantil versus vulgaridades y perversiones del mundo adulto, armonía y solidaridad versus corrupción y egocentrismo, unión familiar versus enfrentamientos de toda clase-, puede ser todo lo repetitiva que quieran pero se alza como un bálsamo de escapismo -incluso si la despegamos de su sentido específico de celebración entre lo religioso, histórico y comercial- para aliviar un poco la asfixia de una realidad que se lleva por delante todo atisbo de buenas intenciones. Por eso, la existencia de artistas como André Rieu debe celebrarse y promoverse. Porque busca rescatar lo mejor que hicimos como humanidad, aunque sea una causa perdida.

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