Opinión

En el Perú, coexisten diversas maneras de entender, divulgar y enseñar su Historia. En las universidades, por ejemplo, prima una mirada crítica que estudia las tensas condiciones en las que se produjeron los acontecimientos que redefinieron nuestra sociedad, sus culturas, el devenir del país. En los colegios es distinta y diría casi opuesta la enseñanza de la Historia, porque uno de sus objetivos es sembrar en cada nueva generación cariño y admiración por un pasado común, así como el rechazo a ciertas malas decisiones (según los principios de su docente), lo cual nos habría de fusionar eficientemente en una comunidad nacional. Y en el mercado cultural, la apuesta es hacer de todo ello una atractiva producción de héroes y episodios históricos que entusiasme al público, que ofrezca patrióticas tendencias y que eluda, salvo que sea conveniente, el surgimiento de debates (cosa algo contradictoria con la democracia, que requiere de la convivencia de posturas opuestas para producir nuevas ideas, nuevos futuros). 

Hasta hoy en nuestro país sólo el 16% de peruanos ha tenido acceso a la educación superior; muchos de ellos en universidades que actualmente carecen de licencia para funcionar por no cumplir con los niveles mínimos de calidad en la formación que ofrecían. Con esta evidencia en mano, debemos tomar conciencia de que la manera como en Perú comprendemos la Historia queda en manos de nuestro sistema educativo escolar, que, como bien sabemos, envía a las zonas más empobrecidas a los docentes con menor calidad a enseñar en una lengua impuesta que sus estudiantes rara vez consiguen dominar. Espacios rurales donde la Historia ha persistido no como reflexión, sino como culto por las fiestas o como idealización de los (cada vez menos) personajes históricos, capaces de encender el patriotismo.

Si incluimos dentro de los temas de Historia, el nacimiento, la fragilidad y la protección de la Democracia y los derechos ciudadanos, nos encontraremos con que la mirada crítica universitaria es compartida por una pequeña élite de hablar cifrado y desafiante, una élite escindida del resto, de la enorme mayoría, que bajo la mirada escolar asume la democracia como el responsabilizar a un otro ante las necesidades patrias, un otro a quien espera elegir como heroico líder, un Milei que de sopetón acabe con todas las necesidades posibles. Hechos y no palabras. 

En todo el continente americano, la democracia demoró hasta avanzado el siglo XX en decidir quiénes debían participar o no, quiénes serían reconocidos como ciudadanos (como las mujeres), pues había población étnica sometida a trabajos forzados y mal remunerados. Uno de los recursos fue, y no casualmente, el ser analfabeto. Hasta avanzado el siglo XX, se utilizó el mantener fuera del sistema electoral a la población indígena o afrodescendiente restringiendo su acceso a la educación. En Estados Unidos hasta 1965, en Perú hasta 1979.

Actualmente, en los países donde el sistema democrático funciona a cabalidad, cerca de la mitad de la población tiene educación superior y en las comparaciones de rendimiento escolar, sus estudiantes sobresalen. En los países donde buscamos dirigentes extremistas, de recursos violentos que persiguen la reelección para imponer su patriótica ideología, como Bukele o Morales, menos de la cuarta parte ha tenido acceso a la educación superior y las pruebas de evaluación escolar dan resultados de estancamiento.

Hoy, cuando después de haber luchado por su reducción, veinte años después nuevamente el 22% de mujeres rurales son analfabetas en Perú, cuando la élite intelectual (esa que Wright Mills, en La élite del poder, creía heroicamente capaz de detener a los corruptos y salvar la democracia) ha constreñido a su lenguaje académico la enseñanza crítica de la democracia, ¿le importa a la población que tan sólo terminó primaria o con suerte hasta la secundaria, la lucha por sus derechos a una vida plena?, ¿se preocupará por la captura de los Poderes del Estado? ¿Cómo hará esa electora, la que se encuentra más lejos de cualquier aula universitaria del Perú, para saber por qué sus gobernantes la amenazan para que no proteste y tan sólo produzca? 

Tags:

Democracia, Educación, Historia, Historia del Perú

Ha hecho bien el gobierno en designar a Alfredo Ferrero como embajador en Washington. Es un profesional altamente preparado, que conoce los entresijos norteamericanos a cabalidad y que ha sido, además, agente operativo de la concreción de los tratados de libre comercio firmados con los Estados Unidos durante el gobierno de Toledo.

Su nombramiento es clave, además, en momentos en que los países de la región se hallan en medio de una guerra comercial entre los Estados Unidos y China, y al Perú le conviene mantener incólumes las buenas relaciones con la potencia norteamericana, que ya ha expresado su preocupación por la creciente presencia oriental en nuestro país.

Ni bien se hizo público su nombramiento saltó, para variar, la aplanadora de medios izquierdistas queriendo desmerecer su designación haciendo eco de una injusta investigación que sobrelleva por el caso Lava Jato, y que, analizada objetivamente, es un disparate mayúsculo.

A Ferrero se le investiga por haber sido parte del directorio de Proinversión, en su calidad de ministro de Industria y Comercio Exterior, cuando se produjo la concesión de la Interoceánica Norte, cuando el proceso administrativo es responsabilidad del comité de infraestructura, el mismo que, además, estuvo conformado por profesionales probos, como Alberto Pasco Font, también investigado.

El Consejo Directivo, como es usual en la administración pública, actúa bajo las consideraciones del principio de confianza, y en este caso, en particular, la corrupción ocurrida fue en la firma de las adendas, ya cuando Ferrero no era ni siquiera ministro.

Se ha destacado, con horror mediático, que el susodicho tiene propiedades embargadas por 27 millones de soles, cifra que, claro, llama la atención y genera inmediatas sospechas respecto de probable patrimonio mal habido. Es un horror contable el que le permite a la Fiscalía inflar hasta por ocho veces los montos de valores inmobiliarios de modo de “asegurar” el eventual monto de reparación que se le impondría de hallarlo culpable.

La realidad es que hablamos de 21 propiedades, pero de las cuales 10 son estacionamientos y depósitos, seis son terrenos y uno es un palco en el estadio Monumental. Pero eso no se tiene en cuenta, la prensa suelta, con escándalo, la cantidad de propiedades y alienta el ensuciamiento de la imagen pública del afectado.

Nos detenemos en el caso de Alfredo Ferrero, porque es de actualidad y ejemplifica el manejo torpe y abusivo con el que la Fiscalía maneja la mayoría de investigaciones del caso Lava Jato, disponiendo procesos de larguísima duración, ni siquiera en fase acusatoria, tiempo en el cual la honra y buena imagen de los imputados es afectada y que nadie les va a devolver una vez que salgan inocentes, como, estamos seguros, va a ocurrir en la mayoría de casos.

Tags:

alfredo ferrero, Lavajato

Chile se levantó como siempre para continuar con su vida rutinaria en una sociedad que ha tenido cambios rotundos en la vía política que rige actualmente. Un país cuya relación con su actual mandatario es inviable y agresiva, ya que su gestión se encuentra en declive por su falta de accionar en el incendio forestal en Valparaíso que ya viene cobrando 131 muertos; además, también se cuestiona su accionar en el manejo de la pandemia de la COVID-19. Además, cada error de Boric es recordar sus tantos tweets antes de aparecer en la palestra política.

Benjamín Zevallos - Sebastian Piñera

Uno de los tantos cuestionados tweets de Gabriel Boric

A pesar de los desafíos, Chile ha demostrado resiliencia y ha venido avanzando con determinación hacia un futuro de mayor estabilidad y prosperidad. Sin embargo, mientras la tarde del martes se deslizaba silenciosa sobre Santiago, un halo de tragedia envolvía los corazones de los seguidores de Sebastián Piñera Echenique, sumiendo a toda una nación en la consternación más profunda. El hombre que una vez ocupó el más alto cargo en la sociedad chilena, cuyas expectativas y esperanzas aún se aferraban a la posibilidad de un nuevo mandato presidencial, se extinguió en las aguas sombrías del lago Ranco, en la serena región de Los Ríos.

A medida que pasaban las horas, el país sureño se encontraba en la penumbra de una tarde inusualmente sombría, los noticieros nacionales se enfrentaban a un dilema ético. Desde el círculo cercano del ex mandatario se confirmaba lo evidente; sin embargo, una vez más la búsqueda de una narrativa equilibrada y veraz se contraponía al peso aplastante de la realidad, que emergía inexorablemente del círculo íntimo del exmandatario. Las noticias seguían sin confirmar lo que en redes era inevitable. 

La incertidumbre dio un giro trágico tras la confirmación de la muerte de Sebastián Piñera. Desde La Moneda, resonaba la confirmación de lo inevitable, marcando así el final de una era y el comienzo de un luto nacional. 

Benjamín Zevallos - Sebastian Piñera

 En este momento sombrío, quedan suspendidas en el aire las innumerables incógnitas que Piñera, ahora en un silencio eterno, ya no podrá responder. La memoria de un expresidente, sea bueno o malo, divide la opinión pública y se vuelve en el juego cotidiano de las fuerzas de poder por intentar tener la razón. En Perú, ocurre con el legado que nos dejó Alan García y las tantas preguntas que quedaron pendientes. Por su parte, las redes sociales han resonado entre críticas positivas y negativas de quien ocupó el sillón presidencial de Chile en dos periodos.

El conocido “Piñi” -como normalmente le decían al ex mandatario- impulsó   la Reforma Tributaria de 2014 que fue presentada como una respuesta crucial a la desigualdad económica persistente y la necesidad de financiar programas sociales vitales. Sin embargo, su impacto y eficacia siguen siendo objeto de intenso debate y análisis, ya que la reforma tenía como objetivo aumentar la recaudación fiscal, especialmente de las grandes empresas y personas con altos ingresos, para financiar programas sociales y reducir las disparidades económicas en el país. Sin embargo, las estimaciones iniciales que sugerían un aumento significativo en la recaudación, los resultados finales parecen haber quedado por debajo de las expectativas. Si bien la reforma pudo haber generado ingresos adicionales para el Estado, su capacidad para reducir efectivamente la desigualdad económica es cuestionable.

Aun así, las redes sociales no solo han recordado al expresidente por su intento de gestionar correctamente la estabilidad económica del país sureño. Se ha puesto en la palestra de la opinión pública el recuerdo del estallido social en Chile que puso en jaque al exmandatario. Por esta razón se culpó a Piñera por crímenes de lesa humanidad; además, según el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) las cifras de las victimas por estos acontecimientos sociales aumentaban con lesiones oculares, además de querellas por violencia sexual, torturas, lesiones y homicidio.

Intentaron culpar por estos actos al exmandatario. La oposición intentó acusar constitucionalmente al Presidente Sebastián Piñera por su presunta responsabilidad en las violaciones a los derechos humanos durante las protestas, la Cámara de Diputados rechazó la acusación por una cuestión técnica.

Finalmente, Piñera fue partidario de votar “a favor” del Plebiscito por una Nueva Constitución en Chile y no dudó en criticar duramente al gobierno de Gabriel Boric en llevar a Chile a una gran incertidumbre. No cabe duda que los años de experiencia convirtieron al ex mandatario en una pieza importante en la política del país.

Con la muerte de Sebastián Piñera, un hombre que dejó una marca indeleble en la política y sociedad chilena, fue tanto admirado como controvertido durante su vida. Su liderazgo marcado por la búsqueda del crecimiento económico, la innovación y el desarrollo, así como sus esfuerzos por enfrentar los desafíos sociales y políticos del país, serán recordados por sus aciertos y desaciertos. Sin embargo, su partida repentina deja un vacío inmenso y suscita una reflexión sobre el legado político que deja detrás.

El régimen de Dina Boluarte, incapaz de resolver los dos más graves problemas que afrontamos: inseguridad ciudadana y crisis económica, va a dejar como herencia un estado de ánimo ciudadano proclive a fórmulas que prometan patear el tablero.

La mayor pobreza que dejará el paupérrimocrecimiento que se estima para este año -y queseguramente será igual en los próximos- más la sensación de desesperación que produce la inseguridad y la consecuente búsqueda de caudillos autoritarios -a lo Bukele, harán que el peruano de a pie se acerque a las urnas el 2026 con el mismo ánimo disidente que lo condujo a votar por Castillo el 2021, producto de la terrible pandemia que nos asoló, en gran medida, por culpa del taimado Vizcarra.

Ya hay un espíritu antiestablishment presente en el ánimo popular. Lo revelan, a su manera, diversas encuestas. A la rabia producto de la pobreza imprevista o la victimización cotidiana, se le suman factores sociopolíticos como la ruptura irreductible del sur andino o el desprestigio profundo de la clase política identificada con el statu quo, básicamente asentada en el Congreso de la República. Tendría que ocurrir algo extraordinario para que el 2026 se produzca un voto normal, centrado.

Las encuestas de Ipsos y el IEP, que son las únicas que miden la identificación ideológica de la población, ratifican que, en ese sentido, la mayoría se sigue identificando con el centro, en segundo término, con la derecha y, rezagadamente, con la izquierda. Pero esa frágil identidad ideológica (no está arraigada en la ciudadanía y ello ya se vio el 2021 cuando un grueso número de votantes de López Aliaga en la primera vuelta lo hizo, en la segunda, por Castillo) será desbordada por el referido torrente antisistema que ya se detecta en los ánimos populares.

Si a ello le sumamos la infranqueable frivolidad política de la derecha y del centro, que van a presentar una veintena de candidatos, tugurizando el espectro y favoreciendo que con porcentajes bajos pasen a la segunda, eventualmente ya no solo uno sino dos candidatos disruptivos radicales, podríamos casi afirmar que la mesa se le está sirviendo en bandeja a los antisistema. Ojalá ocurra algo extraordinario de acá al 2026 para evitar que nos hundamos en un hoyo más profundo que el que cavó el inefable y corrupto régimen de Pedro Castillo.

Tags:

Bukele, Dina Boluarte, Pedro Castillo

“Santa Cruz propicio

Trae cadena aciaga

El bravo peruano

Humille la frente;

Que triunfe insolente

El gran Ciudadano.

Nuestro cuello oprima

Feroz el verdugo.

Cuzco besa el yugo

Humíllate Lima.

Así nos conviene.

Torrón, ton, ton, ton!

Que viene, que viene

El Cholo jetón!”

(Manuel A. Segura)

Corría el año 1836 y el dramaturgo Manuel Asencio Segura luchaba en el ejército del general limeño Felipe Salaverry quien finalmente fue derrotado en 1836 por las fuerzas del General boliviano Andrés de Santa Cruz. Tras la derrota, Segura siguió el combate con lo que tenía a mano: su pluma. Con ella escribió los versos del epígrafe de esta nota y muchos otros más en contra del fundador de la Confederación Perú-Boliviana. 

Los versos de Segura son explícitos en menciones clasistas y racistas que eran comunes en las élites blancas de entonces y parodian al líder confederado que se atrevía de manera insolente a invadir el Perú, cosa a la que un Cholo jetón no debía aspirar en una sociedad que todavía se miraba a sí misma conforme a castas raciales y títulos nobiliarios. A ese nivel, la sombra del régimen hispano se ceñía aún sobre el Perú. Sin embargo, lo que quiero resaltar es el desparpajo y la explícita mofa que el poema satírico de Segura lanza contra el caudillo boliviano que, por ese entonces , imponía con mano de hierro su autoridad en el Perú. 

No sólo las sátiras en prosa o verso, también las caricaturas que denuncian los vicios políticos de nuestra sociedad nos han acompañado desde que nos fundamos como república. La nula capacidad de autocrítica de nuestra clase política e instituciones para denunciar y menos aún corregir sus propios vicios, fue suplida por las armas del humor con las que avezados periodistas y creativos dibujantes dispararon sin piedad ráfagas de poemas y caricaturas contra quienes tenían en sus manos la administración del Estado y los destinos del país.   

 

Por ejemplo, a mediados del siglo XIX, el litógrafo francés León Williez representó la sangría del erario público durante el gobierno de José Rufino Echenique. En su imaginativa obra titulada ¡Qué mamada!  un soldado intenta infructuosamente evitar que este insaciable caudillo militar ordeñe las arcas del Estado, simbolizadas en una famélica vaca. 

En 1905, el periodista y dramaturgo Leonidas Yerovi fundó el pasquín satírico Monos y Monadas, que continuó su nieto Nicolás setenta años después. Como es obvio, los estilos de uno y otro varían harto por las décadas que los separan, pero la sátira política es un elemento común en ambas, destacándose las caricaturas que ridiculizan o denuncian malas prácticas de los políticos o malas costumbres de la sociedad. 

No quería dejar pasar un personaje que marcó mi pubertad. Me refiero a Luis Felipe Angell, Sofocleto, quien, a inicios de 1980 -cuando el general Francisco Morales Bermúdez aún regía los destinos del país- publicó un diario de sátira política titulado Don Sofo, hipercrítico de la desfalleciente dictadura militar. El número más esperado era el del lunes, pues en este aparecía “El huevón de la semana”, “condecoración” otorgada a algún político que había suscitado recientes controversias. Héctor Cornejo Chávez, Luis Bedoya Reyes, Armando Villanueva del Campo, Fernando Belaúnde Terry y hasta el propio dictador en ejercicio llegaron a ostentar esta bizarra distinción. 

Y bueno, todo esto para llegar al gran Carlos Tovar, “Carlín”. Con “Carlín” he visto pasar, con una sonrisa en la boca, periodos trágicos de la historia del Perú. Su historieta que más me hizo reír fue una dedicada al querido y recordado conductor televiso Pablo de Madalengoitia. 

La acción se desarrolla en apenas cinco imágenes. En la primera, Madalengoitia lee una noticia pero no se le alcanza a entender por encontrarse con algunas copas de más. En la segunda, observa atónito a la cámara pues se da cuenta de que ha dicho cualquier cosa. En la tercera lo intenta de nuevo pero fracasa estrepitosamente; en la cuarta, boquiabierto, constata su reiterado traspié. Finalmente, en la quinta, acierta con el texto y lee el titular con una sonrisa entre eufórica y triunfal. 

En su época de protesta, un verso de Piero, el cantautor argentino, retrata a un coronel decretando la prohibición de la esperanza. Sin negar la importante función que cumplen las fuerzas armadas y policiales en la sociedad, está claro que la esperanza no se puede prohibir*, así como tampoco se puede prohibir el humor, la sátira, la libertad de ser sarcástico con la realidad, con la de uno mismo,  con la de los demás.

En estos días no hay que pertenecer a una institución castrense para proferir exabruptos autoritarios, como la inopinada carta notarial que la PNP le ha enviado a “Carlín”. Estamos en tiempos de corrección política y de prohibición, de censura, de cancelación y de destrucción del contrario. Ya no se trata del color político, de la posición político-ideológica, ni se necesitan cartas notariales. Para apagar una voz bastan y sobran las redes sociales. Al final de cuentas, todos proceden igual en tiempos en que los valores democráticos y los derechos fundamentales no son más que una ilusión. Para recuperarlos requerimos a nuestros grandes caricaturistas. 

La defensa de la sátira política y de Carlos Tovar “Carlín” nos recuerdan el sagrado valor de la libertad humana, tan colmada de humor y de espontaneidad como lo estamos nosotros mismos. Si la seguimos limitando ¿qué nos quitarán mañana? ¿el derecho a reír? ¿a ser felices? ¿o el de morir en el intento? 

*En 1976, la dictadura militar argentina encabezada por el general Jorge Rafael Videla prohibió la canción titulada “Zamba de la Esperanza”, que popularizó el recordado cantante folklórico argentino Jorge Cafrune. La mención a la esperanza en el verso de Piero puede referir esta prohibición, pero se le suele interpretar tanto en su relación con el evento específico, como de manera más amplia, entendiéndose a la esperanza como un valor humano. 

Traumado, al parecer, por la desmedida reacción represiva de diciembre del 2022 y enero del 2023, que sigue sin convocar actos de justicia y reparación, el gobierno ha decidido ahora convertirse en un organismo sin esqueleto, un amasijo blandengue, flexible hasta la sumisión frente a cualquier acto que implique tomar decisiones fuertes.

En la interna, le queda claro al MEF que lo de Petroperú no tiene arreglo, pero el titular de Energía y Minas presiona, y como parece tener un poder prestado que ejerce dominio sobre la presidenta y el Premier, los lleva a contemporizar y decidir salvar a la empresa a como dé lugar, sin importar que ello le va a costar a todos los peruanos una fortuna. Y, por supuesto, el ministro Álex Contreras la deja pasar como si con él no fuera. Su amor por el fajín puede más que la dignidad de una renuncia.

Las mafias que medran del turismo a Machu Picchu organizaron una turbamulta oponiéndose a un sistema digital de venta de las entradas al santuario, lo que claramente suponía una mejor experiencia para el turista, pero le arruinaba el negocio ilícito a un grupete de delincuentes. De la mano con la izquierda trasnochada que tenemos en el país, que acusaba, idiotamente, la “privatización” de las centenarias ruinas (a ver si la prensa deja de lado la muletilla infundada de llamarlas “milenarias”, que tienen apenas cinco siglos y pico), el gobierno terminó por ceder, anulando el contrato firmado, aplicando un sistema estatal de ventas y dejándoles una cuota o, mejor dicho, un cupo de mil entradas a los mafiosos.

Como está impedida de hacer huelga, la mafia de los controladores aéreos, un sindicato de 16 personas, decidió sabotear los vuelos de todo el país durante un par de días reclamando que les vuelvan a conceder las horas extras que les permitían sueldos exorbitantes y que les fueran cortadas luego de que Sudaca revelara que se dedicaban a dormir en plena torre de control. Lejos de romper la mafia, contratando más controladores y abriendo la competencia laboral, qué hizo el gobierno. Pues cedió, vuelven las horas extras y problema aparentemente resuelto hasta que vuelva a haber otro accidente fatal, fruto de un statu quo perverso y antitécnico.

En resumen, ya no tenemos gobierno. A su parálisis reformista y su asombrosa incapacidad para atender los problemas de la crisis económica y la inseguridad ciudadana, ahora se suma la abdicación de las funciones mínimas de gobernar, como es sentar el principio de autoridad. No se entiende cómo, aparte de los congresistas que necesitan la permanencia de Boluarte para asegurar la suya propia, haya aún destacados miembros de la élite política y empresarial que crean que es mejor que el régimen dure hasta el 2026, sin exigencia alguna de por medio, en aras de una precaria estabilidad.

La del estribo: dos recomendaciones al desgaire. El libro De noche, bajo el puente de piedra, de Leo Perutz, una joya ambientada en la Praga del siglo XVI. Historia y literatura de la mano. Y la película Incendios, dirigida por Denis Villenueve, nominada al Oscar a mejor película extranjera el2010. La encuentran en Mubi y también, como La mujer que cantaba, en Amazon Prime. Si no tienen alguna de las plataformas mencionadas, pues a su proveedor favorito. Un drama terrible y sobrecogedor.

La noticia viene alborotando, desde hace semanas, el cotarro de los amantes del thrash metal -no “trash”, como erróneamente insisten en consignar algunos redactores de la gran prensa-: Megadeth regresa al Perú por tercera vez. Será todavía dentro de dos meses, el sábado 6 de abril, pero ya las entradas se están acabando para tan emocionante retorno. Dave Mustaine, de 62 años, llegará como único integrante original, acompañado por dos jóvenes, el guitarrista finés Teemu Mäntysaari (37), el baterista belga Dirk Verbeuren (49) y un viejo conocido, el bajista norteamericano James LoMenzo (65) quien estuvo en el grupo entre 2006 y 2010 para luego volver en el 2022 tras el despido del histórico lugarteniente de Mustaine, David Ellefson (59), implicado en serias acusaciones de índole sexual. 

El cuarteto promete hacer volar por los aires el Arena 1, pésimamente ubicado en el tramo sanmiguelino de la Costa Verde. A pesar de que ya más de un experto ha hecho notar su mala ubicación, dificultoso acceso e inseguros y peligrosos alrededores -por el tráfico, por los bolsiqueadores que se internan en las colas para arrebatar celulares, por la nula señalización e iluminación de su explanada- este continúa siendo el local de moda para conciertos masivos en Lima (ver aquí nota de El Comercio sobre el tema). 

Con casi cuarenta años de trayectoria y dieciséis álbumes en estudio publicados, Megadeth es una de las leyendas de esta subdivisión del heavy metal, que combina elementos de hardcore punk, speed metal y el sonido de la New Wave Of British Heavy Metal (NWOBHM). El término significa «paliza» o «azote», pero es muy común que se le confunda con «trash», palabra en inglés que quiere decir «basura», origen del error que mencionábamos al principio. Dave Mustaine es uno de los personajes más respetados de la escena del rock duro, por su firme convicción de seguir adelante, aferrado a sus guitarras puntiagudas, el clásico modelo Flying-V creado por la fábrica Gibson en 1958, desde las cuales lanza arácnidos solos y demoledores riffs, intercambiando funciones con su guitarrista de turno. Cuatro años después de su segunda visita a nuestro país, el grupo vuelve con una gira llamada Crush The World. La primera fue el 11 de junio de 2008.

En los ochenta, cuando escuchaba en mi habitación álbumes como Peace sells… But who’s buying? (1986) o So far so good… So what! (1988) en esas copias baratas grabadas en cassettes Maxell o Sony que uno encontraba en los mercados negros de piratería local, me preguntaba cómo sería verlos tocar en vivo. Veinte años después, el conciertazo que Megadeth ofreció en nuestra capital me dio la mejor de las respuestas. Los rostros felices y emocionados de los miles de fanáticos que asistieron también confirmaban eso. Era como si todos nse hubieran estado preguntando lo mismo que yo todo ese tiempo. Esa noche, los alrededores del Estadio Monumental se convirtieron en sucursal de las oscuras Galerías Brasil. Más allá de los análisis sociales que pudieran ensayarse sobre las características y procedencias de la gran mayoría de fanáticos de este género musical, resultaba llamativa y muy estimulante la sensación de estar rodeado de personas identificadas al 100% con el artista que iban a ver, emulando sus maneras de vestir, sus posturas, etc. 

Como es habitual en estos conciertos, personas de distintas edades con largas cabelleras (algunas más descuidadas que otras), pantalones raídos y polos con estampados alusivos a sus bandas favoritas -no solo Megadeth- iban apareciendo por aquí y por allá, reconociéndose unos a otros, como quien va a una reunión donde todos son amigos. Incluso quienes llegábamos solos cruzábamos miradas y silenciosos saludos con los camaradas -un puño en alto, la señal de cuernos popularizada por el cantante de Rainbow, Black Sabbath y Dio, Ronnie James Dio (1942-2010)-, con quienes sin duda hemos coincidido en otras jornadas de esta naturaleza. 

Por otro lado, también hubo personas listas para reencontrarse con actividades que, por la edad y las obligaciones propias de ser adulto, ya no realizan tan seguido. En medio de las hordas de metaleros intransigentes uno podía ver a padres de familia más formales llevando a sus hijos, seguramente fanáticos de bandas más modernas, dispuestos a convencerlos de que «en sus tiempos», la música era mejor. Asimismo, aunque el público fue mayoritariamente masculino, también hubo muchas mujeres con vestimentas metaleras, con uñas y labios pintados de negro, esperando el inicio. 

Aquella visita de Megadeth fue quizás el primer evento de alto perfil dentro de la subcultura thrash. Recordemos que la primera llegada de Metallica a Lima se produjo recién en el 2010 y la de Slayer, el 2011. Por su parte, los neoyorquinos Anthrax nos habían caído el 2005, en un concierto que mereció más prensa y mejor escenario -fue en un pequeño sitio en Barranco, en el que no entraban ni 2,000 personas-, mientras que bandas excelentes, pertenecientes a la segunda línea del estilo, como D.R.I., Destruction o Kreator lo habían hecho en los primeros dos miles, también en locales reducidos y ante magras pero fieles concurrencias. Podemos decir, entonces, que el grupo dirigido por Mustaine fue el primero de los llamados “Big Four” en bajar a la Ciudad de los Reyes que hizo una presentación en formato grande.

Luego de una previa con temas de Thin Lizzy, Rainbow, Iron Maiden y otros clásicos del hard-rock, una guitarra arpegiada anunció que la cita comenzaba con Sleepwalker y Washington is next!, temas centrales del décimo primer disco United abominations (2007), que venían promocionando en aquella gira llamada Tour of Duty. Siguieron un par de clásicos, Wake up dead (Peace sells… But who’s buying?, 1986), Skin o’ my teeth (Countdown to extinction, 1992) y de repente, la banda se esfumó. Al regresar, Mustaine apareció levantando los brazos para saludar al público peruano: «¡Bienvenidos a la casa de Megadeth!». 

Luego de bromear acerca de su poco entrenado español -y del poco entrenado inglés del multitudinario e incondicional coro que formábamos para cada tema-, la banda interpretó un milimétrico In my darkest hour (So far, so good… So what!, 1988), canción dedicada a la memoria de su gran amigo Cliff Burton, fallecido trágicamente el 27 de septiembre de 1986, a los 24 años. Burton fue el segundo bajista de Metallica -había reemplazado a Ron McGovney- y el más recordado por los fans del grupo debido a su tremenda presencia escénica y su extremado talento en las cuatro cuerdas.

Para quienes aun no lo creíamos del todo, uno de los héroes del thrash metal estaba delante de nosotros dispuesto a descargar toda la fuerza de su música. Su aspecto amenazante, la mirada fija en el público y la sorprendente seguridad con la que acometió cada solo o acompañamiento en sus composiciones cargadas de mensajes antibélicos, antipolíticos y anticorrupción, letras que va musitando con los dientes apretados, redondean ese carisma que tantos admiradores le ha granjeado alrededor del mundo. Siempre abierto a la polémica, Mustaine ha hecho titulares en EE.UU. por sus posturas reaccionarias, como el cristiano renacido que es desde hace ya veinte años, sobre asuntos como el matrimonio entre personas del mismo sexo y su apoyo al partido republicano, configurando uno de esos casos típicos en que nos vemos obligados a separar a la persona del artista. 

Para muchos conocedores de su carrera y discografía, haber colocado a Megadeth entre los cuatro grandes grupos de thrash metal norteamericano es un logro que el guitarrista labró a pulso, estimulado primero por la amargura que le provocó su despido de la banda liderada por James Hetfield y Lars Ulrich -como se aprecia en el documental Some kind of monster (Jor Berlinger/Bruce Sinofsky, 2004) y posteriormente por la inesperada aceptación que tuvo entre los headbangers del mundo, al frente de la banda que bautizó con una variación del término «megadeath», acuñado en 1953 por el estratega militar Herman Kahn -que Mustaine había escuchado en boca de un viejo congresista del Partido Democrático- como una unidad de medida, para referirse a “un millón de muertes”. 

El músico ha superado múltiples problemas debido a sus adicciones e incluso se recuperó de una herida muy seria al brazo izquierdo que por poco le impide seguir tocando. Tras su trabajo con la orquesta sinfónica de San Diego, el guitarrista y su esposa Pamela iniciaron una aventura como productores de vino. La página web www.houseofmustaine.com muestra todos los detalles de este emprendimiento enológico que Dave Mustaine lleva adelante en el valle de Temecula, al suroeste de la soleada California. 

Entre 2008 y 2024, Megadeth ha lanzado cinco álbumes en estudio, muy buenos, contundentes y explosivos, a pesar de esa costumbre de no contar nunca con una alineación estable. Desde su formación en 1983-1984, han pasado por la banda ocho guitarristas, cinco bajistas y ocho bateristas -entre ellos la superestrella de jazz Vinnie Colaiuta (67), que grabó con Megadeth el disco The system has failed (2004). Recientemente, en la edición 2023 del festival metalero de Wacken (Alemania), el público quedó boquiabierto tras la aparición sorpresiva, sobre el escenario, del guitarrista Marty Friedman, del periodo 1990-1997, para intercambiar solos con Mustaine y el brasileño Kiko Loureiro (periodo 2015-2023). La actual gira mundial llevará a Megadeth por México, El Salvador, Argentina, Paraguay, Brasil, Colombia y Perú, país donde comenzará el tramo latinoamericano de Crush The World.

Aquella primera vez, la banda no dio tregua durante casi dos horas y media. Una tras otra, las canciones fueron coreadas, gritadas y saltadas por el extasiado auditorio. El pogo en las primeras filas se mantuvo sin descanso, en especial en favoritas del público como Ashes in your mouth (Countdown to extinction, 1992) o Tornado of souls (Rust in peace, 1990). Los desplazamientos de los músicos sobre la tarima le daban una excelente dinámica al concierto. Mientras Mustaine cantaba y azotaba los aires con sus veloces fraseos, Chris Broderick (guitarra) y James LoMenzo (bajo) intercambiaban posiciones y se cruzaban por detrás de su líder, comunicándose con el público constantemente. Al fondo, Shawn Drover lanzaba sus bombazos dobles con una camiseta de la selección peruana. 

Uno de los momentos más celebrados del concierto fue el set de canciones integrado por Hangar 18 (Rust in peace, 1990) -, Return to hangar (The world needs a hero, 2001) y las mencionadas Tornado of souls y Ashes in your mouth. Pero lo mejor llegó en la última parte. Para cuando tocaron A tout le monde (Youthanasia, 1994), Mustaine dejó que la gente lo acompañara durante el coro. Esta canción, censurada por la MTV porque la consideraron como apóloga del suicidio, es uno de los temas más representativos de la segunda etapa del grupo, caracterizada por el uso de melodías más accesibles para el público en general. Desde las primeras filas, alguien le alcanzó al guitarrista una banderola que decía «Perú es Megadeth». Esto terminó por emocionar al músico, quien no cabía en su asombro, lo cual pudo apreciarse a través de las dos pantallas gigantes dispuestas a ambos lados del escenario. «You are a great fucking audience!!! we’ll come back!!!», repitió antes de entrar a Sweating bullets (Countdown to extinction, 1992), otro de los temas que la gente esperaba ansiosa.

«Mi cuerpo se destroza por los errores, traicionado por la lujuria, nos mentimos tanto los unos a los otros que en nada podemos confiar», recitó Mustaine en un mascado español. Era el coro de Trust (Cryptic writings, 1997), quizás el único tema «comercial» de Megadeth. Después, Symphony of destruction (Countdown to extinction, 1992), terminó de enloquecer al público. Los acordes de este clásico fueron acompañados todo el tiempo por el grito de guerra «¡Megadeth, Megadeth… Perú es Megadeth!». Incansables, los cuatro músicos tocaron Peace sells (Peace sells… But who’s buying?,1986) para luego retirarse, anunciando que se acercaba el final de esa velada de metal monumental. El encore no podía ser otro: Holy wars… The punishment due (Rust in peace, 1990), un latigazo épico, poderoso, agresivo y complejo, llegó como despedida.

Antes de que se apagaran las luces, Dave Mustaine, coautor de muchas de las primeras canciones de Metallica como Metal militia, Jump in the fire, The call of Ktulu o The four horsemen, que Megadeth incluyó como Mechanix en su primer álbum titulado Killing is my business… And business is good! (1983), prometió regresar. Y cumplió su promesa, el año 2020, cuando llegaron para celebrar el 30 aniversario de su cuarto álbum Rust in peace, para muchos la obra maestra de Mustaine y su alineación más recordada junto a Marty Friedman (guitarra), David Ellefson (bajo) y Nick Menza (batería). 

Estamos seguros de que este 6 de abril, Dave Mustaine y compañía volverán a repetir la faena, con toda la experiencia acumulada y destreza de esta icónica banda que ha vendido más de 40 millones de discos a nivel mundial y continúa al pie del cañón con su poderoso e incombustible sonido.

Tags:

#Rock, Conciertos en Lima, Dave Mustaine, heavy metal, Megadeth, Megadeth en Lima, Thrash Metal

El 2015, El Salvador se convirtió en el país con la mayor tasa de homicidios del mundo (106.3 homicidios por cada cien mil habitantes por año) y esa tasa se redujo hasta 7.8 el 2022. Pero la misma comienza a descender el 2016, ya el 2018 se había reducido a 53.1 y la tendencia declinante continuó hasta mediados del 2019. Bukele recién llega al poder en junio de ese año.

En cuanto a la tasa de homicidios, el 2022 hubo cuando menos cuatro países con mejores resultados: Surinam, Paraguay, Nicaragua y Chile, y probablemente Argentina, pero no fue medida. En cuanto a la victimización, El Salvador no tiene la tasa más baja, es más, ha subido durante el gobierno de Bukele, de 8.9% a 11.3% el 2022.

Los cultores de la pena de muerte la ensalzan como la panacea de la lucha contra la delincuencia, en la lógica de aplicar castigos más severos. No es verdad que funcione. En Canadá, el 2023, 27 años después de haberse abolido, la tasa de homicidios se había reducido en 44%. El 2004, en los Estados Unidos, la tasa de homicidios en los estados con pena de muerte era de 5.71 por cada cien mil habitantes, mientras que en los estados que no la tenían o la habían abolido, era de 4.02. El Salvador, por cierto, no la aplica. En 1945 solo ocho países habían abolido la pena de muerte. En el 2014 eran 140. Durante ese periodo, la tasa global de homicidios se redujo.

En El Salvador se aplicó una política de mano dura entre el 2003 y el 2004, a cargo del presidente Elías Antonio Saca. Como no fue suficiente, entre el 2004 y el 2009 aplicó una política de “super mano dura”. Se aplicaron sanciones más severas y se sacó a las fuerzas armadas a las calles. El 2015, El Salvador terminó con la mayor tasa de homicidios del mundo.

México también vio reducir su tasa de homicidios desde 1940, pero volvió a crecer cuando decidió emplear a las fuerzas armadas. El 2006, el presidente Felipe Calderón decidió emplearlas contra el narcotráfico. Entre el 2007 y el 2018 los homicidios crecieron de 8 a 30 por cada cien mil habitantes.

Lo mismo ocurrió en Ecuador. Guillermo Lasso declaró 17 estados de excepción que permiten el empleo de las FFAA. La tasa de homicidios creció de 7.7 el 2020 (el año previo a la llegada de Lasso al poder) a 14.02 el 2021, a 25.9 el 2022 y llegaría a 40 a fines del 2023.

Estas cifras y textos son todos tomados del reciente libro Contra la amenaza fantasma, de Farid Kahhat. Sería bueno que los candidatos de la “mano dura”, quienes proliferarán en la campaña venidera, lo lean con detenimiento.

Tags:

mano dura, pie derecho, tafur

El mexicano Juan Villoro es uno de los más reconocidos cultores de la crónica en el ámbito latinoamericano. Aunque es también un reconocido autor de ficciones, destaca igualmente en el terreno de la no ficción, al que pertenece la crónica por definición. Villoro planteó en algún momento una particular teoría sobre la estructura de la crónica como género y se refirió a ella como el “ornitorrinco” de la prosa, aludiendo a uno de sus rasgos centrales: la hibridez. La analogía tenía pleno sentido: el ornitorrinco, es mamífero, lleva una vida semiacuática, y pertenece al orden de los monotremas, es decir, no procrea criaturas vivas sino lo hace a través de huevos. Su aspecto físico es igualmente variopinto: tiene pico de palmípedo, su cola recuerda a la del castor y sus patas son, indudablemente, de nutria.  Un prodigio de combinaciones y alusiones, al igual que su pariente textual, la crónica: no es ficción, pero tiene forma literaria (particularmente cercana al cuento) y admite en su seno interpolaciones y componentes de variado origen: ensayo, diálogo, epístola o escritura autobiográfica, por mencionar cuatro ejemplos.

Estamos entonces ante un género flexible, que responde muchas veces a urgencias sociales, hechos noticiosos que pueden trascender los límites de una coyuntura determinada, relatos excepcionales de trayectorias vitales o cualquier hecho capaz de despertar asombro o curiosidad. Puede tratarse de un personaje de carne y hueso, de una comunidad que sufre una experiencia traumática o de un suceso conmovedor, no hay fronteras temáticas precisas, así como tampoco las hay respecto de su extensión: puede ser breve y cargada de ironía, como muchas de las que escribe Jaime Bedoya o puede enmascararse en un relato de largo aliento como el modélico Opus Gelber de Leila Guerriero.

Quizá no sea este el espacio propicio para discutir el origen de la crónica latinoamericana de hoy; solo diré que prefiero pensarla como descendiente directa del costumbrismo del XIX antes que de la llamada crónica de Indias. El costumbrismo define el perfil social de las nuevas repúblicas que se forman a consecuencia de los diversos procesos de Independencia en América Latina, su impronta es esencialmente urbana y, aunque puede tener orientaciones ideológicas diversas, sus autores no reciben mandato ninguno, actúan por lo general de manera autónoma en sus intervenciones a través de la escritura. Una de las formas que asume la crónica es una que me gusta llamar el catálogo citadino: su radiografía e incluso su dispersión en distintos relatos que a menara de un tejido van dando cuenta del espacio urbano. A ese diseño responden libros como Lima (1867), de Manuel Atanasio Fuentes, crónica diseminada y salpicada de cuando en cuando de informaciones, datos y cifras sobre la ciudad. 

Salvando distancias de estilo y mirada, el mexicano Juan Villoro entrega a sus lectores un libro caleidoscópico, de indudable espíritu de obra abierta (el lector queda invitado a decidir el orden de su lectura): El vértigo horizontal. Una ciudad llamada México. Su autor, a la manera del flanneur benjaminiano, recorre la ciudad y penetra en sus capas de sentido: la memoria, los hábitos sociales, las tragedias, el espacio urbano, en suma, elementos que, en conjunto, según indica García Canclini en un prólogo iluminador, constituyen un “palimpsesto” de la ciudad. Y añade: “El vértigo horizontal es un libro que se conecta con los trazados familiares, los ritos de los habitantes, sus procesiones sagradas y laicas, incluso las profanadoras (…) persigue sobre todo rearmar nuestros vínculos con la urbe a fuerza de apuntes sobre lo que nos entrelaza, lo que nos hace de aquí” (p.19).

En conjunto, El vértigo horizontal es una suma de crónicas que van mostrando el tejido urbano desde distintas perspectivas. Pueden ser las voces de sus habitantes más arquetípicos, personajes singulares o curiosos; las costumbres vistas siempre desde un prisma cotidiano, aunque no ajeno al asombro; lugares que son puntos de referencia en el mapa citadino y hasta la propia experiencia de vivir (en) la ciudad se somete a escrutinio, a observación aguda, a veces nostálgica y otras cargada de ironía.

Ciudad de México es, entre otras cosas, un atavismo poderoso. En la página 323, por ejemplo, se lee: “Los chilangos no estamos desinformados. Inventariamos calamidades como si un álgebra fabulosa anulara la suma de valores negativos. Somos expertos en los signos de deterioro, comparamos nuestras ronchas, hablamos de bebés con plomo en la sangre y embarazadas con placenta previa. No es la ignorancia lo que nos tiene aquí. La ciudad nos gusta, para qué más que la verdad”.

Las ferias de juegos son una presencia recurrente en espacios urbanos, lugares donde parece suspenderse la realidad. Villoro observa: “Las ferias y los parques temáticos son ofertas del vértigo y el estruendo imaginados por adultos. Su principal característica es la de brindar zonas de irrealidad, separadas de la lógica de la ciudad: un dominio alterno donde es posible ingresar en un castillo o tripular una ambulancia en miniatura” (p. 230).

No falta Tepito, célebre barrio picante de Ciudad de México y paraíso del universo informal: “Estamos ante un bastión del frenesí laboral, sólo que ahí se trabaja de otro modo. En rigor, su principal fuente de ingresos no es tan excéntrica (…) En la zona se distribuyen juguetes, útiles escolares, tijeras, cortaúñas, electrodomésticos, ropa, peines paraguas y otros productos dignos de una adaptación al siglo XXI de los bazares de Las mil y una noches. Ninguno de ellos tiene garantías porque todos son de contrabando” (p.183). 

Tags:

crónica Juan Villoro, Juan Villoro, literatura mexicana
x