Opinión

Suelo dar charlas de análisis político a empresarios o gremios empresariales desde hace décadas y sorprende ver, en el presente, la ceguera casi absoluta del sector respecto del abismo al que podemos caer el 2026 si toda la sociedad civil en su conjunto no reacciona y participa activamente, cada uno desde sus responsabilidades y posibilidades.

Se malcree que la relativa estabilidad alcanzada por el gobierno de Dina Boluarte antecede a una acción colectiva de acá a dos años en favor de las políticas de mercado y pro democracia que, mal que bien, este gobierno mantiene como líneas directrices. Se basan para ello en la casi inexistente protesta social respecto del régimen y asumen que esa paz sostenida con pinzas es el mejor anticipo de que el 2026 no ocurrirá ningún sobresalto.

Las encuestas, miradas en perspectiva y multidimensionalmente, muestran, sin embargo, otro panorama. Se viene al galope la insurgencia de candidatos radicales disruptivos y no uno sino varios. La inmensa desaprobación de un gobierno que es percibido de derechas, la refractaria postura del sur andino, la atomización de los partidos de centroderecha y otros factores psicosociales apuntan, claramente a que disputaremos una segunda vuelta con al menos un candidato radical, y si el panorama actual no cambia de repente hasta con dos (que no sorprenda una jornada definitoria entre Antauro, Bellido o Aníbal Torres).

Los empresarios tienen mucho por hacer al respecto. Primero, no financiando a candidatos aislados sin exigir como condición previa cierto afán de concierto. Segundo, apoyando con dinero bien habido a las varias ONGs que ya existen en el país y tratan, con enorme esfuerzo, por la carencia de financiamiento, de generar un cambio de actitudes ideológicas en los sectores populares (conozco por lo menos tres iniciativas al respecto y a pesar de haber pasado el sombrero a los principales grupos económicos no han recibido ni migajas).

En ese plan mezquino, vamos a perder el país que hasta hoy conocemos, que amerita correcciones urgentes, pero bajo la matriz de la economía de mercado y la democracia representativa. Si no se actúa, vamos a transitar en menos tiempo del esperado por los senderos del populismo estatista radical del chavismo o algo aún peor, y tardaremos décadas en poder librarnos de ello, porque nadie va a acudir en nuestro auxilio. Ojalá los empresarios recapaciten y asuman su cuota de responsabilidad en el asunto

Hace 55 años, en febrero de 1968, los Beatles —junto con sus esposas y asistentes— llegaron a la India para participar en un curso de meditación trascendental en el ashram del gurú Maharishi Mahesh Yogi, lo cual impulsaría en la banda una ola de composición creativa que nos ha dejado como legado unas 30 canciones, 18 de las cuales fueron incluidas en el álbum blanco “The Beatles”, obra maestra del rock.

Ringo Starr regresaría a Inglaterra sólo diez después, aburrido ante lo que le parecía un campamento familiar. Paul McCartney se iría después de un mes de estadía debido a que tenía otros compromisos comerciales. John Lennon y George Harrison permanecerían cerca de seis semanas, dejando repentinamente el ashram tras desacuerdos financieros con el Maharishi, a lo cual se sumaron rumores del comportamiento inadecuado que éste tenía con algunas de sus discípulas. Incluso se habló de un intento de abuso sexual de la actriz Mia Farrow, que también se encontraba allí.

 

Como consecuencia, Lennon escribiría una de las canciones más polémicas de los Beatles, originalmente intitulada “Maharishi”, pero que luego —a fin de evitar controversias y problemas en su difusión comercial— fue renombrada como “Sexy Sadie”, convirtiendo al personaje al que está dedicado en una mujer y quitándole algo de la mordiente que originalmente tenía.

Estos son algunos extractos de esta canción:

Sexy Sadie, what have you done?

You made a fool of everyone

You made a fool of everyone

Sexy Sadie, oh, what have you done?

Sexy Sadie, you broke the rules

(Sexy Sadie, ¿qué has hecho?

Le tomaste el pelo a todos

Le tomaste el pelo a todos

Sexy Sadie, oh, ¿qué has hecho?

Sexy Sadie, rompiste las reglas)

Sexy Sadie, how did you know?

The world was waiting just for you

The world was waiting just for you

Sexy Sadie, oh, how did you know?

Sexy Sadie, you’ll get yours yet

However big you think you are

However big you think you are

Sexy Sadie, oh, you’ll get yours yet

We gave her everything we owned just to sit at her table

(Sexy Sadie, ¿cómo lo supiste?

El mundo te esperaba sólo a ti

El mundo te esperaba sólo a ti

Sexy Sadie, oh, ¿cómo lo supiste?

Sexy Sadie, aún recibirás lo tuyo

Por muy grande que creas que eres

Por muy grande que creas que eres

Sexy Sadie, oh, aún recibirás lo tuyo

Le dimos todo lo que teníamos solo para sentarnos a su mesa)

Tras esta experiencia, Lennon se convertiría en un crítico mordaz de las religiones organizadas desde una postura humanista atea, mientras que McCartney optaría por una espiritualidad deísta en privado y sin publicidad, mientras que Starr y Harrison —sobre todo este último— mantendrían en público y en privado una admiración por las religiones védica e hinduista de la India.

Las prácticas abusivas de la organización de la Meditación Trascendental, fundada por el Maharishi Mahesh Yogi, serían develadas posteriormente en el documental “David Wants to Fly” (2010) del cineasta alemán David Sieveking, quien, llevado por su admiración hacia el renombrado director de cine David Lynch —uno de los promotores de la Meditación Trascendental— recibiría autorización para hacer un documental sobre el grupo para finalmente descubrir prácticas sectarias y —cómo no, por supuesto— un gran negocio de millones dólares a su sombra.

Harrison se reconciliaría posteriormente con el Maharishi, y McCartney y Starr participaron en 2009 en un concierto de la Fundación David Lynch para recaudar fondos para la Meditación Trascendental. Tanto Harrison como McCartney consideraron que lo que se dijo sobre el Maharishi fueron simplemente rumores no corroborados, y creyeron en su inocencia.

Sin embargo, lo que describe Lennon en su canción encaja perfectamente dentro de lo que se conoce como “abuso espiritual”, el humus donde se incuban los demás abusos en organizaciones que pretenden darle un sentido último a la vida de sus integrantes.

Curiosamente, no fue en un contexto arreligioso donde tal vez se haya usado por primera vez este término, sino en el ámbito cristiano en los Estados Unidos. En 1991 apareció publicado el libro “The Subtle Power of Spiritual Abuse” (“El sutil poder del abuso espiritual”). Sus autores son David Johnson, pastor evangélico de la Iglesia de la Puerta Abierta (The Church of the Open Door), y Jeff VanVonderen, conferencista y consultor especializados en temas de adicción, iglesia y bienestar familiar. Se trata de un libro escrito por cristianos para cristianos.

Queda claro desde un principio que la religión no es el problema, sino el uso abusivo que hacen de ella algunos líderes y consejeros espirituales con puestos de responsabilidad en las iglesias cristianas, si bien lo que dicen podría aplicarse también a organizaciones fuera del ámbito cristiano. Y dentro de esa lógica, sustentándose en citas bíblicas —sobre todo del Nuevo Testamento—, muestran cómo en una vivencia auténtica del mensaje cristiano original y su ética no hay lugar para los abusos espirituales que se constatan en las iglesias cristianas.

La definición que dan ambos autores es la siguiente:

«El abuso espiritual es el maltrato de una persona que necesita ayuda, apoyo o un mayor empoderamiento espiritual, con el resultado de debilitar, socavar o disminuir ese empoderamiento espiritual».

En otras palabras, el abuso espiritual daña profundamente a las personas que lo sufren, pues afecta su núcleo más íntimo, aquél que lo vincula con la trascendencia y le da sentido a su vida.

Los autores señalan siete características de los sistemas abusivos espirituales y detallan los efectos sobre las víctimas de estas relaciones basadas en la vergüenza (o humillación), cosa que ellos designan como “impotencia aprendida”.

1. Postura de poder (de los líderes), que tiene como consecuencia una imagen distorsionada de Dios; alto nivel de ansiedad basado en otras personas o circunstancias externas; un deseo exagerado de complacer a los demás; una alta necesidad de ser castigado o pagar por errores para sentirse bien; ignorar tu «radar» porque estás siendo «demasiado crítico»; alta necesidad de estructura; dificultad para decir «no»; permitir que otros se aprovechen de ti.

2. Preocupación por el rendimiento, que lleva al perfeccionismo, o rendirte sin intentarlo; hacer sólo aquellas cosas en las que eres bueno; falta de autodisciplina; no poder admitir errores ni cometerlos; visión de Dios como más preocupado por cómo actúas que por quién eres; no poder descansar cuando estás cansado; no poder divertirte sin sentirte culpable; alta necesidad de aprobación de los demás; sentido de vergüenza o autojustificación; ser exigente con los demás; eres duro con tus hijos, o no esperas lo suficiente de ellos; visión negativa de uno mismo, incluso odio hacia uno mismo; autocrítica negativa; avergonzar a los demás; habilidades defensivas (culpar, racionalizar, minimizar, mentir); dificultad para perdonarse a uno mismo; dificultad para aceptar la gracia y el perdón de Dios; sentirse egoísta por tener necesidades; preocupación excesiva por rescatar a otros de las consecuencias de sus comportamientos.

3. Reglas tácitas (no expresas), que lleva a tener un gran «radar», o la habilidad para coger la tensión en situaciones y relaciones; capacidad para descifrar los mensajes ambiguos de los demás; decir las cosas en código en lugar de decir las cosas directamente; hablar de las personas en lugar de hablar con ellas; esperar que los demás conozcan tu código; interpretar otros significados en lo que dicen las personas.

4. Falta de equilibrio, que deviene un una alta necesidad de controlar los pensamientos, sentimientos y comportamientos de los demás; estar desconectado de los propios sentimientos, necesidades y pensamientos; suponer qué es normal; enfermedades relacionadas con el estrés; permitir continuamente que personas no seguras se acerquen; formas extremas de negación, incluso delirio.

5. Paranoia, que lleva a la sensación de que si algo está mal o te molesta, tú debes haberlo causado; la sensación de que si hay un problema, tú debes resolverlo; sentir que nadie más te entiende; sentirse amenazado por opiniones que difieren de las tuyas; temer tomar riesgos saludables; desconfiar o tener miedo de los demás; establecer límites que mantienen alejadas a las personas seguras; sentimientos de culpa cuando no has hecho nada malo; dificultad para confiar en las personas.

6. Lealtad fuera de lugar, que conduce a la necesidad obsesiva de tener la razón; ser crítico con los demás; interrogar a los demás con intensidad; mente cerrada; miedo a ser abandonado; posesivo en las relaciones.

7. Código de silencio, que te convierte en puramente autoanalítico; rebelándose contra la estructura; sentirse solo; llevar una doble vida; ser intermediario de mensajes para las personas; incapacidad para pedir ayuda.

Quienes hemos pasado por el Sodalicio de Vida Cristiana hemos experimentado muchos de estos síntomas, lo cual demuestra que estábamos inmersos en un sistema espiritual abusivo, que en algunos ha llevado a echar por la borda todo tipo de creencia y práctica religiosa en bloque (incluso las manifestaciones auténticas), mientras que otros hemos tenido que reconstruir nuestro sistema espiritual y nuestra relación con la trascendencia dentro de otras coordenadas. Ambas han sido estrategias de supervivencia, que —según el caso— nos han permitido encontrar nuevamente el verdadero rostro de nuestra humanidad. Lo triste del asunto es que no todos lo logran, y los efectos deshumanizadores del sistema sodálite, producidos por el abuso espiritual, persisten en ellos.

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abuso espiritual, ateísmo, Beatles, iglesias cristianas, sectas

Todos saben que el mes de abril es conocido como el Mes de las Letras en el Perú. La coincidencia de nacimientos y fallecimientos de numerosos autores es lo que llama la atención, mucho más que en ningún otro mes. Por ejemplo, Flora Tristán nació en Francia el 7 de abril de 1803. Teresa González de Fanning falleció también un 7 de abril, pero de 1918. El Inca Garcilaso de la Vega nació en el Cuzco el 12 de abril de 1539. Hace poco festejamos el centenario del nacimiento de Jorge Eduardo Eielson el 13 de abril. El 15 de abril de 1938 fallecía en París nuestro vate bandera, César Vallejo. El 16 de abril de 1930 moría en Lima el gran ensayista y primer marxista de América Latina José Carlos Mariátegui. También un 16 de abril de 1899 nacía en Puno Alejandro Peralta, el poeta del grupo Orkopata, hermano de Arturo Peralta, más conocido como Gamaliel Churata. El 17 de abril de 1905, también en Puno, venía al mundo uno de nuestros mejores vates, Carlos Oquendo de Amat, autor de los 5 metros de poemas. Y, por si fuera poco, el 24 de abril de 1616 pasaba a la inmortalidad el Inca Garcilaso de la Vega, según su partida de defunción en los archivos de la Catedral de Córdoba, en España. Y no olvidemos a José Watanabe, que falleció de un cáncer el 25 de abril del 2007.

Mucho se ha dicho que el Inca Garcilaso murió un 23 de abril para hacer coincidir su muerte con las de Cervantes y Shakespeare, pero eso es solo para regocijo de los astrólogos, pues Cervantes falleció un 22 de abril y Shakespeare, que se regía por el calendario juliano todavía vigente en Inglaterra en 1616, se iría al otro mundo a principios de mayo en la equivalencia gregoriana. Además, tampoco hay una fecha absolutamente precisa. 

Lo cierto es que en ese afán populachero la Academia de la Lengua decidió festejar por muchos años el Día del Idioma (como si el español fuera el único idioma) cada 23 de abril, alucinando algún misterioso alineamiento de los astros. Ahora el sentido común prefiere hablar del Día del Libro, lo cual está más cerca de los alcances y limitaciones de la efeméride.

Todo esto nos lleva a pensar en la invisibilización de nuestras lenguas originarias, que son nada menos de 48 si nos atenemos a los registros del Ministerio de Cultura. Pero sabemos que seguramente hay más sin documentar y lamentablemente en peligro de desaparición. ¿Acaso esos no son también idiomas? ¿Por qué celebrar como «Día del Idioma» el 23 de abril, cuandose trata en realidad solo del «Día del Idioma Castellano», lengua de la colonización?

Pero volviendo a las letras propiamente dichas, la multitud de aniversarios que trae abril en relación con nuestros escritores es síntoma de algo más grande: la enorme cantidad y calidad de autores con los que cuenta nuestro país. A los hispanohablantes hay que añadir muchos que provienen de las canteras del quechua, el aimara, el awajún, el shipibo y otras lenguas originarias, lenguas que estuvieron en lo que hoy es territorio peruano siglos antes de la llegada de la lengua de los conquistadores, es decir, el castellano, y al margen de que sus autores hayan nacido o muerto en abril.

Considerando la abundancia de escritores hispanohablantes, fue Augusto Tamayo Vargas quien propuso abril como Mes de las Letras Peruanas en 1931. Sin duda sus razones se han visto reforzadas por otros aniversarios en abril que hoy conmemoramos y que él no logró prever.

Nuestro país no solo es rico en escritores, sino en tradiciones orales. Hace falta prestar más atención a ese valioso componente de nuestras identidades, sin el cual prolongamos nuestro colonialismo interno. Se dirá que ya existe un «Día de las Lenguas Originarias» en el Perú, celebrado el 27 de mayo. Pero en la práctica, así, el estado peruano (de estirpe criolla, no olvidemos) vuelve a poner en un ghetto la producción verbal indígena. Un solo día para celebrar 48 lenguas. ¡Qué bonito! ¡Y cómo huele a naftalina colonial!

Lo que hace rica nuestra tradición literaria en castellano es precisamente su convivencia con la abundancia de otras lenguas. ¿Qué sería del Inca Garcilaso sin la tradición oral incaica? ¿Y de Vallejo sin el castellano andino, los quechuismos y cullismos? ¿Y de Arguedas sin el quechua? ¿Y de Churata sin el aimara? Pensemos en ello y hagamos más productiva nuestra reflexión cuestionando la naturaleza de las celebraciones oficiales, sin negar, por supuesto, el tremendo sacrificio que significa ser escritor en el Perú, en cualquiera de sus lenguas. 

A todos los autores y narradores y poetas orales nuestro eterno agradecimiento. Nuestros artistas de la palabra valen tanto como el cebiche o Machu Picchu. No dejemos nunca de apoyarlos y promocionarlos.

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Día del idioma, día del libro, inclusión lingüística, mes de abril

El eventual desencadenamiento de una conflagración bélica mundial generará, de inmediato, una ola migratoria sin precedentes en el mundo. Y América Latina, al ser un continente marginal, donde los arrestos militares no tocarán sus costas, se convertirá seguramente en un destino ineludible de cientos de miles de ciudadanos del mundo que buscarán acá la paz y la esperanza que sus países bombardeados a diario no tendrán.

¿Qué hacer frente a ello? Ya debería ser una parte de la agenda de la Cancillería. El riesgo de una tercera guerra mundial es enorme y que ésta escale a niveles nucleares factible. En ese escenario se repetirán las oleadas migratorias al continente que ocurrieron en las dos guerras mundiales anteriores o en conflictos de menor escala, como la Guerra Civil española.

Al respecto, surgirán, por supuesto, voces xenófobas que tratarán de cosechar políticamente el tema, pero felizmente creemos que la mayoría de peruanos no hace eco de esos discursos. No lo ha hecho con el millón y medio de venezolanos, difícilmente lo hará con cientos de miles provenientes de otros lugares de la tierra.

El Perú ha tenido una actitud ejemplar en el caso venezolano. La migración de ese país se ha adaptado perfectamente al status nacional, desperdigándose por todo el territorio, sin conformar guetos, como ocurre en Europa con los migrantes, y si bien hay un problema delincuencial asociado a los venezolanos, los hechos demuestran, empíricamente, que se trata de una porción menor de inmigrantes la involucrada en ello y que más allá de la bulla mediática irresponsable, la delincuencia ha crecido por la inacción policial, la pobreza producto de la recesión última y la alta corrupción de las autoridades. Es decir, dicho aumento implica también a enormes bandas peruanas, muchas de ellas asociadas a las mafias ilegales, las cuales son propiamente autóctonas.

El Perú debe prepararse para recibir oleadas migratorias importantes si estalla una conflagración mundial. Somos, a pesar de la crisis política recurrente, un país atractivo para quienes pueden buscar algo de esperanza vital. Nos asolan grandes problemas de calidad de vida, pero nuestros activos sociales pueden pesar más en la balanza. Ojalá predomine, si tal escenario se desencadenase, una actitud global, abierta y liberal, frente al tema, y no una actitud nacionalista, obtusa y populista

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migracion masiva, migración venezolana

El sábado pasado, el coronel PNP Harvey Colchado recibió en las oficinas de la División de Investigación de Delitos de Alta Complejidad (Diviac) la notificación de que había sido separado del cargo de jefe de esta unidad de manera temporal por decisión de la Inspectoría General de la Policía y de que dos procedimientos disciplinarios por supuestas infracciones graves y muy graves habían sido interpuestos en su contra. La decisión tomada a 15 días del allanamiento con descerraje del domicilio de la presidenta Boluarte por el “caso Rolex” levanta, mínimamente, una leve suspicacia.

Las resoluciones emitidas por la Dirección de Investigaciones de la Inspectoría se refieren a un estado de WhatsApp que compartió el coronel por su onomástico. En la imagen se visualiza una torta de cumpleaños decorada con una estrella y el nombre del coronel, Harvey Julio; en la base del pastel, un muñeco con chaleco de la PNP sostiene un “torito” (nombre afectuoso para los arietes utilizados en este tipo de operativos) contra una puerta que seguramente está a punto de ser derrumbada. Para la Inspectoría, esta publicación es “reprochable y una absoluta irresponsabilidad, falta de respeto y consideración al alto cargo que ostenta la señora Dina Ercilia Boluarte Zegarra.”

Desde su aparición en el ojo público, el coronel Harvey Colchado, no ha dejado de ser una figura enigmática. Colchado, quién se hizo conocido por la captura del “Camarada Artemio” en el 2012, progresivamente, se ha convertido en un símbolo de la lucha contra corrupción y los poderes políticos y económicos más viciosos del país. El oficial de los allanamientos, su “torito” ha “derrumbado” las puertas de personajes como Keiko Fujimori, Alan García (el mismo día en que decidió pegarse un tiro en la sien y evadir la justicia para siempre), Pedro Castillo, Patricia Benavides y, ahora, Dina Boluarte. 

En un país donde la confianza en la Policía decae cada vez más: el promedio nacional en el 2020 de confianza en la institución policial fue de 28.2 %; de 24.6 % en 2021; de 21.2 % en 2022; y de 22 % en el 2023, Harvey Colchado quizás sea el único elemento visible de varios miles más imperceptibles, sin duda alguna que provoca todavía algún tipo de identidad positiva de la población hacía la Policía Nacional del Perú (PNP) y las labores que esta realiza. Un oasis en el desierto de impunidad que parece haberse convertido nuestro país. Y la PNP, en uso cuestionable de sus prerrogativas institucionales como sus órganos de control interno, jerarquías de grado y facultades discrecionales, ha decidido apartarlo de su cargo y de la institución en una movida que no hace más que hacernos dar cuenta que ese manantial era un espejismo. El pastel es una mentira.

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Allanamiento, harvey colchado, Inspectoría, MININTER, Policía Nacional del Perú

La mejor manera para la centroderecha no solo de afrontar con éxito las elecciones del 2026 sino de ejercer luego un gobierno afiatado y viable, es reeditar la experiencia del Frente Democrático que organizara Mario Vargas Llosa en 1990 con el concurso de Fernando Belaunde y Luis Bedoya Reyes.

En esa ocasión no solo se armó un frente electoral de diversas agrupaciones sino que se dispuso una comisión de plan de gobierno que hizo un trabajo formidable y, además, se armaron cuadros técnicos preparados para tomar las riendas del poder y administrar el Estado eficiente y honestamente.

Se perdieron las elecciones, es verdad, pero no por las acciones señaladas sino por groseros errores de campaña cometidos y un candidato poco dúctil para entender la realidad cambiante de la política y la sociedad. Ello permitió que un outsider, como era entonces Alberto Fujimori, se hiciera del gobierno.

¿Puede ocurrir lo mismo? Sí, sin duda. Ya hay varios candidatos disruptivos que asoman en el horizonte con posibilidades (Antauro, Álvarez, Bellido, etc.), pero lo cierto es que si se cae derrotado frente a ellos no va a ser por organizarse sino todo lo contrario, por no hacerlo. Se les enfrentará mejor con un gran frente, un buen plan de gobierno y un equipo de tecnócratas ya organizado de antemano, listo para actuar desde el 28 de julio del 2026.

En la izquierda clásica ya está habiendo esfuerzos para aglutinarse. Que no sorprenda que haya un frente de izquierdas, más allá de los radicales o de una prima donna como Verónika Mendoza que cree que, sola ella, puede evitar un nuevo fracaso, sin percatarse de que la sumatoria de errores cometidos, la convierten ya en la Lourdes Flores de la izquierda peruana (no tiene ninguna posibilidad).

Le corresponde a la centroderecha organizar un gran frente, o dos a lo sumo, que evite que la atomización de candidaturas (hasta ahora ya hay más de veinte de ese perfil ideológico), le sirva en bandeja el triunfo a los radicales, que aprovecharán que tienen un bolsón de partida en el sur andino (15% de votación asegurada), y que, dado el caso, podría llevarnos al indeseado y terrible escenario de una segunda vuelta entre dos candidatos de izquierda.

Que la recién fundada república peruana decidiera con justificaciones racistas, condenar a dos terceras partes de su población al abandono, la explotación laboral y la marginación territorial, produjo que la distribución del territorio y del gobierno del país se realizara entre hombres con acceso a las mejores escuelas, regentadas por docentes de buen nivel intelectual, usualmente extranjeros vinculados a congregaciones religiosas europeas o intelectuales peruanos con estudios y experiencia laboral internacional, varios luego ministros o embajadores. Eso no aseguraba que no hubiese corrupción y repartija en todos los gobiernos, pero sí traía consigo el imaginarse como un país algún día desarrollado. Existía un discurso de progreso y modernidad que en medio de tanta calaña consiguió que el analfabetismo se redujera año tras año, ampliando la cobertura escolar. 

Claro que costó trabajo. Durante los 200 años que ya tiene la República, el negar la educación se aprovechó con fines electorales; por ejemplo, durante casi un siglo (1896-1979) no se pudo votar siendo analfabeto, lo cual excluyó del gobierno no sólo a la población indígena sometida, sino también a la mujer peruana. No obstante, la población marginada, consciente del poder que estudiar implicaba migró, reclamó y luchó por su derecho, sin tomar conciencia de que el Estado peruano no se encontraba en condiciones de poder cumplirlo. 

Durante las últimas cuatro décadas de democracia y dictadura, las dos terceras partes de la población antes excluida por pobreza y condición étnica tuvo acceso a una mala educación escolar que devino en una mala educación universitaria. Universidades públicas y particulares formaron malos profesionales que refugiados en la corrupción, se adueñaron en ese lapso de la carrera pública magisterial, judicial y burocrática. Como resultado, se consiguió que sus allegados se enriquecieran permitiendo el fortalecimiento de la informalidad en el transporte y la minería, y la consagración del narcotráfico, del comercio de armas y la trata. Hoy, tras haber tomado también el Congreso, muchos de ellos se han enriquecido invirtiendo en mantener el sistema universitario lucrativamente exitoso, condicionado a perpetuar su conveniente sistema de mala formación. 

Pueda ser que exista algún antecedente escondido en algún libro de historia, pero estoy casi segura de que nunca antes en el devenir de este país, el Congreso de la República se había propuesto emitir una legislación que socavara la vital formación personal, ciudadana e intelectual de nuestra población. Esto implica que la mayoría de estos parlamentarios, con anuencia del Poder Ejecutivo y bajo la protección del Poder Judicial han acordado tirarse abajo los largos esfuerzos de mejora y los pocos logros conseguidos en las últimas tres décadas en el sector Educación: el cambio en la formación de los nuevos docentes y la carrera meritocrática, la ampliación de su cobertura a casi todo el país y el ingreso al sistema de evaluación internacional tanto de la formación escolar, como de supervisión de la calidad universitaria. Es cierto que todos estos procesos tienen bemoles que salieron a la luz durante la pandemia: al revés de lo necesario, los mejores profesores no se destinan a los lugares de mayor exigencia en la educación escolar, como las zonas bilingües, sino que se destierra a los malos docentes a las zonas más agrestes. Pero llegan. La infraestructura está colapsada, pero aún asegura la presencia del Estado. Aún no alcanzamos los promedios latinoamericanos de ciencias, matemáticas y lectura en las evaluaciones de organismos internacionales avales de nuestra economía, pero los docentes han conseguido que al menos una tercera parte de sus estudiantes realmente comprendan lo que leen. 

Y sin que fuera imaginable, este Congreso acaba de promulgar que 14,000 docentes que jamás aprobaron una prueba puedan regresar a enseñar. Contra toda expectativa, los acreedores de una de las peores universidades, la Universidad Inca Garcilaso de la Vega, han conseguido que retome su funcionamiento a pesar de que la Superintendencia Universitaria, la Sunedu, le negara definitivamente su licencia años atrás. Y peor aún, gracias al Poder Judicial, ha regresado a dirigirla su temido rector Luis Cervantes, quien repartió entre él y sus allegados, los ingresos de la universidad. Aquel señor que se pagaba a sí mismo 2 millones de soles mensuales, diez veces más que el sueldo del rector de Harvard, celebra su retorno.  

Y no hay alma escolar o universitaria que salga a las calles a protestar. Pareciera que ya no hay fuerza alguna o que la mala educación se comió al Perú. Lo cierto es que en los últimos siete años nuestro analfabetismo y abandono escolar están creciendo y con estas medidas pareciera que ya nadie los pueda parar.

Alan García se suicidó hace cinco años y aún seguirá en discusión el balance de su historia política. Si acaso, qué pesará más en la balanza, su desastroso primer gobierno o su eficiente segundo gobierno, con superlativo éxito económico.

Me inclino a pensar que más allá de las controversias sobre su moralidad personal, que es lo que finalmente lo convierte en un personaje que despierta tantos odios como afiliaciones, el término del balance se tendrá que inclinar favorablemente. Lo que logró en su segunda gestión en términos de reducción de la pobreza (y no fue solo por los altos precios de las materias primas, como mezquinamente se señala) fue extraordinario, pero al mismo tiempo sembró el terreno para su desgracia política posterior.

Porque un clasemediero emergente, como los millones que surgieron gracias a su buena gestión, elevaron sus exigencias exponencialmente, como suele suceder. El pobre puede resignarse a su desgracia, el ciudadano de ingresos crecientes exige buena educación, mejor salud, seguridad, calidad de vida.

Y es ese ciudadano el que, al parecer, no le perdonó a García que en su segunda gestión no emprendiese reforma alguna en materia institucional. Su maníaca disposición a alentar inversiones privadas no fue acompañada de una dinámica similar para lograr una mejora de la paupérrima salud pública, la abandonada educación estatal, etc.

Apristas cercanos a él con los que he conversado me señalan que nunca se pudo explicar por qué, a pesar de su buen segundo gobierno, el pueblo lo rechazó de la manera tan brutal como lo hizo en las elecciones del 2016, las últimas en las que participó, aliado torpemente al PPC y a una figura tan poco carismática como Lourdes Flores (apenas pasó la valla electoral con 5.83% de los votos válidos).

La razón de ello es mencionada líneas arriba y, por lo mismo, debiera servir de lección futura para quienes aspiren a ocupar el poder el 2026. La pandemia arrojó a la pobreza a millones de peruanos y eso explica el voto airado del 2021 por alguien como Castillo. Hoy que empieza la recuperación económica, lo más probable es que el 2026 la agenda de necesidades ciudadanas vuelva a ser la de mejor salud, educación, seguridad, transparencia gubernativa, etc. Quien quiera ganar, desde la centroderecha, tendrá que poner especial relieve en ello, si quiere enfrentar con éxito a las fuerzas centrífugas que el inmenso malestar ciudadano hará que muchos se inclinen por opciones radicales. Que el caso de un animal político inédito, como Alan García, sirva de espejo a los nuevos liderazgos.

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Alan García, Apra, apristas, clase media, Partido Aprista Peruano

La mentira en la política ha sido un tema recurrente a lo largo de la historia. Desde las pequeñas omisiones hasta las grandes falsedades, los políticos han utilizado el engaño para obtener o mantener el poder. Las razones para mentir son variadas. Algunos políticos mienten para ocultar sus errores o para evitar escándalos. Otros mienten para hacer promesas que saben que no pueden cumplir. Y otros mienten simplemente para manipular a la opinión pública y ganar votos.

Un flagrante ejemplo de la mentira en la política lo encontramos en el escándalo conocido como «Rolexgate». A pesar de las evidencias que señalan a la presidente Dina Boluarte como beneficiaria de la compra de los lujosos relojes por Wilfredo Oscorima, generoso y desprendido gobernador regional de Ayacucho, la presidenta ha negado cualquier responsabilidad, afirmando que no le fueron obsequiados, sino prestados. Cabe destacar que, al admitir este préstamo de manera pública, la mandataria habría incurrido en el delito de enriquecimiento ilícito.

La actitud arrogante, y despectiva de Dina Boluarte hacia la fiscalía que la investiga, ha generado indignación en la población. ¿Cómo es posible que la mandataria Dina Boluarte se permita ostentar este tipo de lujos mientras el país atraviesa una grave crisis económica y social?

Además, en el Congreso de la República, se han registrado casos de legisladores que se apropiaban parte del salario de sus trabajadores, los consabidos «mochasueldos». Estos congresistas, abusando de su poder y posición, explotaban a sus empleados y se enriquecían a costa de su trabajo. Una conspicua representante de los mismos, que haciendo eco del sentir de cada uno de ellos, sostuvo que la «mochada de sueldo» constituye «una práctica parlamentaria, (…) una costumbre, que no es correcta, pero costumbre al fin y al cabo». Esta “costumbre”, lejos de ser un hecho aislado, refleja la profunda crisis moral que atraviesa el poder legislativo. 

Estos casos no son hechos aislados, sino que forman parte de un patrón alarmante de falta de integridad en la política. La opacidad y la ausencia de rendición de cuentas por parte de autoridades como la mandataria, congresistas y gobernadores regionales socavan la confianza en las instituciones democráticas y propician un clima de impunidad.

Es fundamental que se lleven a cabo investigaciones exhaustivas, siempre dentro del marco del debido proceso, para que los responsables de los delitos cometidos sean llevados ante la justicia. Solo así se podrá restaurar la confianza en el sistema judicial y el Estado de derecho.

La lucha contra la impunidad política no es una tarea sencilla, pero es una batalla que no podemos eludir. Se trata de una lucha por la justicia, por la transparencia y por la construcción de una sociedad más justa y equitativa. Es hora de que los ciudadanos y los partidos políticos genuinamente democráticos asuman el liderazgo en esta crucial batalla.

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