Opinión

 

El debate sobre las izquierdas está lleno de malentendidos o de explicaciones sesgadas, supongo que naturales en sus adversarios. Sin embargo, cualquier dato de la realidad debe ser bien entendido para evitar desvaríos y politiquería.

Los primeros que debieran entender esto son las propias izquierdas, que desde hace décadas de décadas enterraron el mítico bolchevismo unas, y – al revés – ese es el único discurso posible de las otras.

La relación entre la socialdemocracia y el cerronismo, a cuyos integrantes el dirigente de Perú Libre llama caviares, de la misma manera que lo hace la ultraderecha, es totalmente contranatura. Comencemos por allí.

 

La socialdemocracia (los “caviares”)

Los cuadros de Nuevo Perú son en su gran mayoría profesionales y técnicos, muchos de ellos con carrera académica, publicaciones, etc. Han renunciado al marxismo hace tiempo, para asumir – como toda la socialdemocracia en el mundo – principios liberales que, al contrario de los que se denominan liberales, ellos asumen a pie juntillas: de la prioridad por las grandes preocupaciones colectivistas, han pasado a priorizar las luchas por reivindicaciones más bien individualistas, como son las que levanta el movimiento feminista, el movimiento LGTB, incluso las batallas por los derechos humanos que abarcan todo lo demás y es una de sus grandes banderas.

No es que hayan dejado de lado las reivindicaciones colectivistas, sino que deducen que su solución exige procesos graduales, que no pueden darse de golpe. Llegar al Estado, implica sentar las bases para que se den esos procesos reivindicativos sin prisa, pero sin pausa – como suelen decir – y tienen consciencia de que es necesario hacerlo habiendo ganado la confianza de la población. Es decir, en democracia.

A nivel del aparato del Estado, pueden plantear modificaciones para fortalecer su accionar. No son estatistas, pero sospechan – a mi entender con razón – ante la posibilidad de entregar el país a codiciosos poderes privados que, sin control, seguirán haciendo lo que les da la gana y, por ejemplo, nunca invertirán donde requiere la población: digamos, fuera de Lima.

En los últimos tiempos, la socialdemocracia ha adquirido una cierta afinidad con las reivindicaciones ecologistas – véase el caso de Gabriel Boric, en Chile, que hará de la lucha ambientalista una de sus prioridades.

 

La izquierda básica

Las otras izquierdas, como el cerronismo, son absolutamente diferentes. Cuando era gobernador de Junín, Cerrón trajo desde Arequipa a su región al ya fallecido José Lora Cam, hombre dogmáticamente maoísta, que inspiró unos manuales para el sistema educativo de Junín, los que fueron motivo de controversia y finalmente cancelados. A ese nivel Cerrón y su entorno pueden entender algo. Lora Cam era un profesor de filosofía, marxista puro y duro, pero un teórico. Sobre esto, algo comentamos anteriormente en Sudaca: https://sudaca.pe/noticia/opinion/las-paradojas-del-candidato-castillo/

Cuando Perú Libre presentó un ideario como plan de gobierno, no era tan solo porque no aspiraban a ganar, sino porque en su movimiento no son capaces de producir un programa y mucho menos un plan de gobierno. Y la pura ideología, cuando no pisa tierra, cuando no le queda más remedio que chocar con la realidad y sus demandas desarmado, cede. Cede a todo, en nombre de un reclamado pragmatismo que no es otra cosa que la incapacidad de cuestionar realmente, con políticas concretas, a su tan odiado sistema capitalista.

La distancia entre las izquierdas básicas provistas de ideologías elementales con los sofisticados socialdemócratas es abismal. Cerrón hubiera llamado caviar a Allende, y seguro sospecha que, hoy en Chile, Gabriel Boric y sus colaboradores también lo son.

Pero ni siquiera su admirado Evo Morales es como ellos. Morales, un tipo listo, era consciente de sus propias limitaciones. Por eso tuvo durante todos sus mandatos a un personaje, al que Cerrón llamaría caviar, como vicepresidente: Álvaro García Linera. García Linera es un distinguido académico e intelectual que promovió una política económica estrictamente ortodoxa en Bolivia, aunque con un sesgo distribucionista que ningún gobierno de derechas había dado jamás en su país: inversión en educación, en salud, en vivienda, en generación de empleo vía, sobre todo, apoyo a pymes. Nacionalizaciones igualmente, pero esas son medidas opinables, ni de izquierdas ni de derechas. Y también profundización del extractivismo, hasta la persecución de ecologistas y grupos indígenas, sobre todo amazónicos. El actual presidente boliviano, Arce, no hace otra cosa.

Al terminar el ciclo Evo Morales, a García Linera le preguntaron sobre el socialismo, que cuándo llegaría. Y este respondió que eso debía venir de la gente, de las movilizaciones ciudadanas, no del gobierno. A mi entender, respondió que nunca.

El verdadero conflicto en Bolivia – vale la pena traer esto a colación, porque nos concierne – es entre los que llaman q’aras, es decir personas de apariencia “blanca” e identificada con el sector que tradicionalmente ha gobernado Bolivia, y los t’aras, o indígenas y mestizos. que asumieron el mando con Morales. Lo que se expresa en las organizaciones políticas.

En suma, el marxismo cerronista y de otros grupos como Perú Libre es declarativo, dogmático, a veces capaz de priorizar alguna inversión social, pero sin orden. Y fundamentalmente centrado en la idealización del partido portador de alguna verdad, y que es el que define todo. Como en el caso de Perú Libre, el dueño del partido es Cerrón, la verdad solo viene de Cerrón.

Pero también, dato importante, se sienten portadores de un resentimiento provinciano, serrano específicamente.

La imagen de Cerrón llevando algo parecido a una maskaipacha, dirigiéndose a su militancia en un evento luego de la segunda vuelta, y repitiendo la frase “el partido” docenas de veces, es la síntesis mejor de todo lo que plantean el personaje y su organización. Pero las parrafadas en quechua de Bellido, y su afán de desconcertar con eso, nos hablan de la agenda de resentimiento, no tan oculta y comprensible, que también portan. Aunque, como vemos, deformada por la alienación de hacer lo mismo que los que han gobernado hasta ahora.

 

El fracasado apoyo a Castillo

Cuando la socialdemocracia se la jugó por Castillo, fue primero por antifujimorismo, y luego para sostener a un gobierno a todas luces frágil. Puede criticarse la decisión tomada, pero creo que se puede entender las motivaciones que no eran únicamente por asumir espacios de poder. Sin dudas, esto último juega su rol, pero la posibilidad de implementar políticas que se considera necesarias, de atender urgencias que del otro lado no hubieran visto nunca, es también una motivación importante.

Las limitaciones técnicas de Castillo eran obvias desde antes de la elección en segunda vuelta, y pudo parecer una buena idea apuntalar el proyecto con los cuadros que la socialdemocracia sí tiene. Y a eso fueron.

Asumir la carga de un proyecto ajeno, implicó entender desde el inicio que eran invitados, y que no todo iba a ser como esperaban. La cosa fue peor de lo que pensaron, aguantaron dos meses – luego con el refuerzo de Mirtha Vásquez llegaron a seis meses – hasta que no hubo más remedio que entender que no se podía más. Que Castillo no era “de izquierdas”, sino nada. Y que Cerrón es un saboteador persistente que tiene un único objetivo claro que es hacer que “el partido” predomine, es decir: infiltrar el aparato del Estado.

La izquierda socialdemócrata ha perdido mucho con la experiencia de colaboración, no dejarán de encararles el haber aceptado tragar tanto sapo conservador y socialmente reaccionario dentro del gobierno, a cambio de algunos logros – importantes: es su aporte el que dio estabilidad a la gestión hasta ahora. Pero solo podrán salir del enredo si entienden que su principal virtud, que es disponer de buenos cuadros técnicos, no es suficiente si no va acompañado de un eficiente y sacrificado trabajo de bases, pueblo por pueblo.

 

Cerrón suelto en plaza

No es la primera vez que en el Perú un grupo político infiltra el Estado de gente sin las capacidades necesarias para ser un funcionario. ¿Quién no recuerda al Apra llenando todo el aparato estatal de militantes y seguidores durante el primer y el segundo gobierno de García? ¿Esos nombramientos de docentes que hizo la señora Cabanillas, totalmente despreocupada de la calidad de la enseñanza?

Nadie nos cuenta historias. Yo recuerdo – sentado mientras esperaba para entrevistar a no recuerdo quién – haber visto filas de personas delante de la oficina de congresista de Alva Castro, cada una con su currículum, amablemente tratados como compañeros.

En menor medida, a eso mismo recurrieron Acción Popular, el humalismo, etc. A falta de ideales o utopías, el clientelismo es la única manera de saciar a la militancia que no apoya por otra cosa.

Y los problemas de corrupción en Junín con Cerrón, o los que se le atribuyen ahora a Castillo, tampoco son novedad: ¿o no tenemos una fila de presidentes de la república y de ex altos funcionarios encausados unos y otros presos?

La corrupción es una costumbre. Pregunté a joven amigo que mágicamente tenía brevete, sobre cómo lo hizo, Y la respuesta fue pagando. Cuando lo increpé, me respondió como siempre se responde: “Es que todos lo hacen.”

En este país nuestro, en pandemia, en el momento de atención por covid, había tarifas para ubicarse mejor en la cola de espera para la atención. Y los vigilantes en la morgue y en los hospitales cobraban a los familiares para traerles una foto del cuerpo de su ser querido fallecido, ya en una bolsa negra, a fin de que pudieran confirmar su deceso.

Y médicos vendedores de sebo de culebra, como el ministro de salud Condori, los hay con ojos verdes y en clínicas y consultorios muy caros de los barrios más exclusivos (y excluyentes).

¿Existe alguna gran fortuna que no haya transitado por senderos sinuosos en nuestro país? ¿Qué no haya recurrido al más vil mercantilismo, para forjarse? Pasemos revista, eso es todo lo que hay.

Ocurre que ahora, desde las provincias y con protagonistas que solo hacían lo mismo en los gobiernos regionales, han llegado otros, distintos, a la capital para hacer lo mismo que los criollos y blancos y sus aliados en el gobierno central. Otorgarse licitaciones sacando ventaja, llenar de amigos el aparato del Estado, no importa su calificación, y disponerse a ser ricos como lo hicieron los de siempre. De eso se trata.

Es un tema de color de la piel y de nivel socioeconómico, son ladrones de apariencia distinta, pero tan ladrones unos como otros.

La indignación de los opositores a Castillo es porque son esos otros, a los que no se les da la mano, aunque sea presidente de la república, los que han venido a usufructuar como ellos antes y siempre, del patrimonio de todos. La pelea es por quién se queda con el jamón.

¿Ideología? Apenas un barniz en cada lado. En realidad, como en el caso boliviano (aunque allá se resolvió mejor la diferencia, pues Morales tenía recursos humanos técnicos para hacerlo) en el Perú es también un conflicto inter étnico y de reivindicación descentralista, pero aquí no es para aportar mejor a todos los peruanos, sino para beneficiarse lucrando.

Pero ocurre que estos provincianos que han venido con Cerrón tienen menos capacidades hasta para robar, son los hijos del sistema educativo colapsado por Abimael Guzmán, Alan García y Alberto Fujimori. Y las in fraganti son frecuentes.

 

La hora de las provincias

Hay mucho potencial intelectual y técnico que ha surgido de universidades no capitalinas con mucho esfuerzo, pero no se recurre a ellos. Y cuando pudo ocurrir con Castillo, se apodera de esa oportunidad el ejército lumpenizado de las mayorías que no leen ni se informan, y se han comprado al cien por ciento el ideal de enriquecimiento individualista y egoísta. que les han inculcado para romper su tradicional tesitura comunitaria.

Ahora bien, si como dice Pedro Francke, el presidente Castillo tiene capacidades de comprensión limitadas, no podemos generalizar aquello a todos los profesores rurales, y menos como si fuera intrínseco. Cuando escucho maestro rural, de inmediato me viene a la mente la memoria del gran maestro José Antonio Encinas, o del maestro rural José María Arguedas. Y más cercanamente, el profesor Juan Cadillo, hombre de indudables méritos, primer ministro de educación del régimen de Castillo, que ejerció como docente en Huaraz, ciudad muy cercana al área rural.

Y me vienen a la memoria, los casos que he podido testimoniar de cientos de maestros rurales de zonas tan lejanas de la capital nacional o de la misma capital de su región, mal formados académicamente, pero haciendo enormes sacrificios y recurriendo a toda su inventiva por atender a los niños a su cargo. Hay una deuda con ellos.

 

¡Qué se vayan todos!

Sin dudas, la amenaza que representan tanto la derecha totalmente radicalizada como el cerronismo, nos cierran la posibilidad de continuidad, o de recambio por aquellos opositores a la mano.

La población quiere que se vayan todos, soy partícipe de la idea. Pero bajo las reglas electorales vigentes, el riesgo es que el resultado electoral sea parecido a lo que tenemos que padecer ahora.

Solo queda la presión de la calle, con una agenda clara: renuncia general, convocatoria a elecciones generales, pero con cambios sustanciales en el proceso como que se reactiven las primarias partidarias tal como las propuso – siguiendo el modelo argentino – la comisión Tuesta; romper el candado que impide la candidatura de invitados pues eso nos deja expuestos a las militancias que hoy tienen los grupos políticos y donde hay poco para escoger; y abrir la posibilidad de candidatos independientes como se patentó en el sistema mexicano. Basta un proyecto de ley y su aprobación para garantizar algo de aire fresco en los próximos comicios que deben convocarse, sí o sí.

Ojalá que pronto, ante la tozudez de ambas partes en conflicto, la democracia viva que reside en ese pueblo tan maltratado por unos y otros, imponga su criterio en su espacio natural, y diga ¡Basta ya! con la energía que hace falta.

 

 

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Pedro Castillo

 

Keiko Fujimori prometió en campaña, en el afán de subrayar distancia respecto de su entonces contendor, Pedro Castillo, que el fujimorismo respaldaría el trabajo de la Sunedu y avalaría la reforma universitaria emprendida con éxito desde hace varios años. Hace poco, su bancada votó en contra de dicha reforma, aupada a los intereses mercantilistas de las universidades no licenciadas, y de la mano con sus colegas del radical Perú Libre.

En los hechos, el fujimorismo se ha convertido en un pantano mercantilista, muy lejos de ser una amalgama presta a convertirse en el gran partido de la derecha peruana, mucho menos en una plataforma liberal en materia económica y política.

Los intereses crematísticos de su lideresa y sus allegados más cercanos, parecen pesar más que cualquier ideología o programa de gobierno. Así, vemos al fujimorismo congresal avalando universidades truchas, invasores de terrenos, mineros ilegales, mafias del transporte, etc., sin ningún rubor principista.

El problema principal de Fuerza Popular parece ser Keiko Fujimori. De ella son las lealtades subalternas que obliga a sus parlamentarios a acatar, además de ser una muy mala candidata, que solo parece insistir en postular en todas las elecciones posibles por un afán de capitalización patrimonial, antes que por una búsqueda del poder para transformar las estructuras del Perú.

Bajo esa perspectiva, haría bien el fujimorismo en decidir su propia extinción. Por lo pronto, renunciando a cualquier aspiración presidencial -acatando el sensato llamado de López Aliaga- y contribuyendo tan solo con sus bases populares -que aún mantiene- en favor de una candidatura derechista orgánica y con la alforja limpia de compromisos bajo la mesa.

El fujimorismo pudo haber recogido la herencia reformista de los 90: por supuesto, no le bastaba con desechar sus devaneos autoritarios y antidemocráticos, sino que debía reconstruirse desde orillas centroliberales y erigirse así en una ficha permanente del ajedrez político peruano. Ha decidido, sin embargo, convertirse en una coalición o sumatoria de intereses mercantilistas, dispuesta a tirarse abajo las pocas reformas que se han desarrollado en el Perú en las últimas décadas.

Con un liderazgo gris y perjudicial como el de Keiko Fujimori, el fujimorismo no tiene futuro. Era mejor opción, a pesar de ello, que el desastre de gobierno que hoy tenemos, pero tres ocasiones perdidas por los mismos errores y sin curva de aprendizaje de por medio, nos muestran con claridad que el problema político es de fondo, estructural, casi congénito, y, por ende, irremediable.

 

 

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Fujimorismo, Keiko Fujimori

 

Desde hace siete meses, el país se encuentra en una crisis política que -hasta la fecha- no ha encontrado solución alguna. Y es que el presidente Pedro Castillo en vez de mostrar apertura a esa inmensa mayoría que no votó por él mediante un gabinete de consenso, mostró -a todas luces- que lo que busca es un gabinete que le permita repartir cuotas de poder a los grupos que lo “respaldan” para poder sobrevivir políticamente. Eso hemos podido apreciar en todo este tiempo.

Dicha situación trae consigo que, poco a poco, la confianza depositada en su gobierno se vaya debilitando. La reciente encuesta de Ipsos-Apoyo, de este domingo que acaba de pasar, es revelador al respecto. Un 65% desaprueba la gestión de Pedro Castillo. Si esa cifra lo desagregamos a nivel de regiones podemos apreciar que solo el sur del país muestra un apoyo similar a su desaprobación (46%). El resto del Perú lo desaprueba de manera categórica: el norte (69%), el centro (74%) y el oriente (56%).

Y si vamos más allá de la crisis de confianza, y vemos su continuidad como mandatario, podemos apreciar que un 56% de peruanos piden la renuncia de Pedro Castillo. Un 36% estarían a favor de una vacancia presidencial (más un 17% que podrían respaldar dicho proceso). Estas cifras que presentamos no es más que consecuencia de sus pésimas decisiones para nombrar ministros, así como de su impericia para la solucionar los problemas que tiene el país en estos momentos críticos que atravesamos producto de la pandemia. Esa impericia se vio reflejada cuando no vimos respuestas claras ni contundentes en la entrevista que le hizo Fernando Del Rincón para el canal CNN.

Un dato adicional, que es necesario resaltar de la encuesta de Ipsos, es que 74% de peruanos, frente a esta situación, piden que se convoquen a nuevas elecciones presidenciales y congresales si es que Pedro Castillo renuncia o es vacado. Dato revelador que nos permite ver la coyuntura crítica en la que se encuentra el país. No son tiempos normales lo que actualmente vivimos; son tiempos turbulentos en que los populismos vacían los avances que la democracia peruana ha tenido en estos 21 años que hasta el momento tenemos. El más largo de nuestra historia.

Seamos claros, la academia peruana (vinculada a los grupos de izquierda) han generado el relato que durante el segundo gobierno de Alan García el crecimiento promedio de 7% se debió al alto precio de los metales. Nada más falso. En estos momentos que nos encontramos en otro superciclo del precio de los comodities (vinculados al cobre y al litio) podemos apreciar que la tendencia de crecimiento del país no superará el 2% ó 3%, según expertos nacionales e internacionales. Como afirma el exministro de economía, Ismael Benavides: no fue el contexto el que permitió el crecimiento económico, fue la gestión y decisión política.

Esta situación nos muestra que el país debe repensar las consecuencias de votar por políticos inexpertos. Y que las coyunturas críticas por la que atravesamos deben ser resueltas a través de reformas que atenúen los diversos problemas que tiene nuestro régimen, entre los que destacan el enfrentamiento constante entre ejecutivo y legislativo, así como la administración de la crisis (y no la transformación de ella) de los partidos políticos.

 

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CNN, Pedro Castillo

 

Desde hace ya un buen tiempo, se ha hecho costumbre entre los Gobiernos decretar estados de emergencia “para fortalecer la lucha contra la inseguridad”. Lo que debería ser un instrumento excepcional, como lo es la suspensión de ciertos derechos fundamentales para casos igual de excepcionales, se ha convertido en una medida demagógica, efectista y que a la larga no termina por solucionar los problemas de raíz, los cuales vuelven a reproducirse. Pero también es una medida peligrosa, que socava los principios de la democracia, se presta al abuso y la arbitrariedad de sus ejecutantes, y es un potencial peligro para una instrumentalización política no solo tribunera, sino más bien autoritaria.

Este no es un problema que se origina en el Gobierno de Pedro Castillo, ahora que declaró estado de emergencia en Lima y Callao, pero cuyo uso sí que debería tomarse con pinzas en tiempos de polarización política y vientos golpistas. ¿Cuál es el sustento real de una medida como el estado de emergencia? La inseguridad “que día a día se acrecienta en las calles” —vaya muletilla que escucho desde que tengo uso de razón— no lo es. El camino va por otro lado.

Mucho se habla y se ha hablado del crecimiento de la delincuencia en el país. Que cada día hay más robos, que los delincuentes son más avezados, que ya no se puede caminar por las calles. Y hasta cuando las estadísticas delictivas habían caído por la pandemia, se seguía hablando de lo mismo. Valgan verdades, razón no le falta a la ciudadanía. Vivimos en un país, como casi el resto de América Latina, donde los indicadores de inseguridad son muy altos. Pero decir que se encuentran desbordantes son palabras mayores. ¿Efectivamente es así?

No existe ningún sustento técnico que pueda respaldar esto, salvo que se hagan malabares estadísticos —lo cual es un deporte nacional últimamente— para demostrarlo. En materia de seguridad ciudadana, el 2021 fue el año en que las actividades económicas, los contactos sociales, los flujos de movilidad, entre otros, previsiblemente volvieron a sus niveles de normalidad. Y la delincuencia, como esperábamos, tampoco fue ajeno a ello. Sin embargo, no ha sido el peor año del último quinquenio en denuncias policiales, y de lejos no ha sido el peor en la última década en tasas de victimización por delito.

¿Esto quiere decir que no existe inseguridad en el Perú? ¿Que quien escribe vive ciego y alejado de la realidad de lo que le sucede en las calles al “peruano de a pie” (vivo en los Barrios Altos, por cierto)?

Pues no, vuelvo a afirmar que la delincuencia es un problema real, y que efectivamente debe ser resuelto con la urgencia y las medidas que correspondan. Pero de aquí a sobredimensionarla —y ciertamente los medios contribuyen mucho a ello—, crear un estado de alerta constante, canalizar los males sociales y venderla como la inminente llegada del Apocalipsis es contribuir a que el problema parezca más grande lo que realmente es. Y esto ya es un problema de por sí. Vivir en constante miedo y con las alarmas puestas, tener esa sensación de vulnerabilidad y desprotección ya es un gran problema. ¿O acaso no lo es que 9 de cada 10 peruanos teman ser víctimas del delito?

Una sociedad con miedo es una sociedad dispuesta a entregar su libertad a cambio de “protección”. Una sociedad con miedo es indiferente a lo que le suceda al vecino que rompe las reglas, aun a costa de su vida (“porque se lo merece”), y tolerará cualquier “exceso” a cambio de la complaciente tranquilidad individual. Y una sociedad con miedo será tolerante a la ruptura del orden —venga de donde venga— siempre y cuando le aseguren que nada peor puede pasar.

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IDL

 

La historia no es un cementerio. Está viva y admite revisitarla permanentemente para aprender de ella o para encontrarle sentidos nuevos que nos ayuden a comprender mejor los fundamentos de nuestro presente. En ese sentido, resulta de imprescindible lectura el capítulo “El techo de la modernidad: los subalternos se movilizan (1908-1919)”, de la colección Nueva Historia del Perú Republicano que acaba de publicar la Derrama Magisterial.

La colección mencionada está llena de inquietudes académicas provocadoras, que plantean una relectura de nuestra historia republicana, en base a la reflexión de diversos autores y bajo la dirección de Manuel Burga, Carlos Contreras, María Emma Mannarelli y Claudia Rosas. Es, dada la coyuntura, de atención obligada para entender ésta.

 

 

El capítulo en mención (bajo la autoría de Mannarelli y Margarita Zegarra), suscita una reflexión sobre el presente e inmediato porvenir. Nos trae a colación cómo “la modernidad civilista llegó a su límite ante el desinterés de la oligarquía por dar solución a la explotación de obreros e indígenas. Los sectores subalternos urbanos experimentaban angustiantes alzas de precios; su pobreza y la tugurización en que vivían les acarreaban graves enfermedades y los convertían en víctimas de mortales epidemias, de las que, a menudo, eran culpabilizados. El civilismo sufrió un duro revés cuando el movimiento obrero irrumpió en las elecciones y llevó al poder a un populista (…). Ese fue el techo de su proyecto modernizador”.

En efecto, el Perú parece haber repetido su historia. La primavera democrática del civilismo llegó a su fin por incompletud del proyecto modernizador que una economía relativamente liberal desplegó (en verdad, como en las últimas tres décadas, el Perú de entonces fue beneficiario de un modelo proempresarial, sin libre mercado pleno). El triunfo electoral de Billinghurst le puso fecha de cierre.

 

 

La transición post Fujimori, del mismo modo, se apoyó en un modelo económico abierto edificado en la década precedente, pero no supo hacerlo inclusivo, ya no con los obreros -como en los inicios del siglo pasado-, sino con las provincias, con los informales, con los marginados, que en esta última elección mandaron al traste el modelo vigente desde los 90 y apostaron por un candidato disruptivo que prometía el retorno al Estado y al populismo.

Cabe felicitar a la Derrama Magisterial por este importante esfuerzo editorial, que nos ayuda a volver la vista atrás y entender que aquello que somos se debe, en gran medida, a las líneas de continuidad históricas sobre las que hemos discurrido. De modo especial, es digno de relieve que esta colección esté dirigida especialmente al magisterio nacional -tan necesitado de actualización académica- y cabe esperar que continúen iniciativas similares.

 

 

-La del estribo: muy maduro el libro Animales luminosos, del escritor Jeremías Gamboa. Confirma su crecimiento literario, difícil de afianzar si se tiene en cuenta que sucede al éxito que supuso la publicación de la novela Contarlo todo, impresa ya hace buen tiempo, el 2013. Esperamos mayor frecuencia. Buen viento para una pluma ya consolidada.

 

 

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derrama magisterial, Historia

 

Quiero compartir con ustedes un poema de Rudyard Kipling que se llama “If” (“Si” en español) escrito alrededor de 1895, que resume las enseñanzas que le deja a su hijo John.

Rudyard Kipling fue un escritor y poeta británico que nació en India en 1865. Su obra de ficción más conocida es “El Libro de la Selva”, la cual ha sido llevada al cine en más de una ocasión. En 1907 se convirtió en el primer escritor de habla inglesa en ganar el Nobel de Literatura.

A pesar del tiempo transcurrido, a la fecha este poema sigue siendo uno de los preferidos entre los británicos. Mi padre me lo leyó por primera vez siendo niño y fue un poema que leíamos juntos en reuniones familiares. Fue escrito para un hijo, pero me parece que aplica también para una hija.

Siempre me ha impresionado como este poema resume tantas lecciones importantes en un texto tan breve y con tanta emoción y claridad. Es difícil estar a la altura de lo que pide Kipling, pero creo que lo importante es hacer el esfuerzo por acercarnos.

Quiero compartir con ustedes la versión en castellano:

Si

Si puedes mantener la cabeza en su lugar cuando todos a tu alrededor

La pierden y te culpan por ello,

Si puedes seguir creyendo en ti mismo cuando todos duden de ti,

Pero puedes aceptar que lo hagan;

Si puedes esperar y no cansarte por la espera,

O siendo engañado, no respondes con engaños,

O siendo odiado, no caes en el odio,

Y aun así no te ves demasiado bien ni demasiado sabio;

 

Si puedes soñar sin dejar que los sueños te dominen;

Si puedes pensar y no hacer de tus pensamientos tu único objetivo;

Si puedes encontrarte con el Triunfo y el Fracaso

Y tratar a ambos impostores de la misma manera;

Si puedes soportar oír la verdad que dijiste

Tergiversada por villanos para engañar a ingenuos,

O ver cómo se destruyen las cosas por las que has dado la vida,

Y agacharte para reconstruirlas con herramientas gastadas;

 

Si puedes juntar todas tus ganancias

Y arriesgarlas en una sola jugada,

Y perder, y empezar de nuevo desde el principio

Y nunca decir una palabra sobre tu pérdida;

Si puedes forzar tu corazón y nervios y tendones,

A cumplir contigo mucho después de que estén perdidos,

Y así resistir aun cuando ya no te quede nada

Salvo la Voluntad que les dice: ¡Resistan!;

 

Si puedes hablar a la muchedumbre y conservar tu virtud,

O caminar con Reyes, sin perder tu sencillez;

Si ni amigos ni enemigos pueden herirte,

Si todos los hombres pueden contar contigo, pero ninguno demasiado;

Si puedes llenar el implacable minuto

Con sesenta segundos corriendo la distancia;

Tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,

Y, lo que es más, ¡Serás un Hombre, hijo mío!

Espero les haya gustado. Gracias Papá.

 

Si desean leer la versión en inglés pueden encontrarla en https://www.poetrybyheart.org.uk/poems/if/

Si tienen comentarios siempre pueden escribirme a mi twitter @rafaelletts.

Gracias por leer.

 

 

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poemas, Rudyard Kipling

 

¿Cuanto dura una semana? ¿Pregunta estúpida? En fin de cuentas nos estamos refiriendo a una unidad de medida natural, ¿no? Una que marca de manera indeleble nuestras existencias. ¡Nada que ver! El día, un latido del corazón —vivimos 27540 del primero y alrededor de 4 mil millones del segundo—, son naturales. La semana no.

En la historia de la creación, previa a la naturaleza, se introduce la semana. Día 1, día 2 y así hasta que el CEO del universo termina el negocio y pone un nombre a aquello que es ocio, cuya raíz en hebreo es la misma que la palabra huelga, un paro para que no todo sea igual.

La semana, a pesar de aparecer en el génesis está íntimamente ligada al trabajo tal como lo hemos terminado concibiendo a partir de la revolución industrial y la urbanización: una actividad que se realiza en una secuencia cotidiana y luego se interrumpe. Los seres humanos tenemos una identidad multidimensional, que integra distintos aspectos, pero organizada alrededor del trabajo, que nos permite, no importa nuestro apellido, género, en función de nuestras capacidades y aprendizajes, situarnos en la sociedad, procrear, criar hijos, ser ciudadanos, practicar religiones, tener pasatiempos, perseguir sueños. La semana también define lo público frente a lo privado, desmarca lo interno de lo externo. Todo lo anterior, sometido a cambios, modas, cuestionamientos, era el marco dentro del que se desenvolvían nuestras vidas. Hasta que llegó la pandemia.

Ahora, repito la pregunta, ¿cuánto dura una semana?

Si hay algo que mi actividad profesional —la psicoterapia, el coaching, la intervención en crisis, los seminarios y conferencias— me permite es acercarme a las estrategias que emplean los seres humanos para torear las dificultades de la existencias, los hitos del ciclo vital, los retos de las estaciones que debemos recorrer, las tareas que encaramos en nuestras distintas condiciones y los papeles que protagonizamos en la obra que media entre nuestro nacimiento y el fin de juego que significa nuestra muerte.

Y si hay algo que viene resonando en mis oídos desde marzo de 2020 hasta este momento, es la perplejidad frente a la sucesión de los días que no parece tener pausa que no sea el colapso de las fuerzas y la pataleta que hace nuestra mente cuando ya no da más. Todas las unidades temporales se estiran y encogen, nos apachurran o muestran términos huidizos que nos dejan permanentemente en offside.

¿Cuándo el negocio se convierte en ocio y viceversa?, ¿el ocaso o el amanecer quieren decir algo al respecto?, ¿cuán distintos son jueves y sábado? La cosa ya venía poniéndose entreverada y borrosa antes del Covid: exceso de reuniones situadas en cualquier momento del día, revisión de correos cada 6 minutos, para no hablar de redes sociales activas sin parar. Todo eso ha aumentado con la pandemia. Si en 2004 podíamos mantener nuestra atención focalizada durante dos minutos y medio, hoy no nos da para más de 47 segundos.

Ahora que se habla de regreso a los lugares de trabajo, por lo menos a una manera de laborar que, nos dicen, será híbrida —término que también apunta a contrahechos ejemplares producto de especies distintas—, ¿volverá el tiempo a discurrir por sus cauces habituales?

La verdad, nadie lo sabe. Una cosa es el trabajo remoto en casa como parte de una estrategia sanitaria y otra alternar días de presencialidad con jornadas virtuales como parte de nuevos arreglos laborales. Es más, la hibridez podría terminar de matar la semana como metrónomo de las actividades que, para volver al Génesis, hacen sudar nuestra frente.

 

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Covid-19, Empresa

 

El 14 de febrero celebramos globalmente el día del amor y la amistad con el propósito de reivindicar este maravilloso sentimiento de afecto hacia los otros y de los otros hacia uno. Todo tipo de amor es celebrado a través del orbe, el fraternal y el romántico, el «sororal» y el amistoso, pero también celebramos el ser agradecidos con todas las personas que brindan cualquier tipo de cariño a nuestras vidas.

En muchos sitios el Día de San Valentín se limita solamente al amor romántico, como en Europa, y en otros, como en Japón, es interesante que las mujeres regalen distintos tipos de chocolates a los hombres dependiendo de sus intenciones. Por ejemplo, a un padre, hermano, amigo o jefe le regalan Giri-Choko, pero si las intenciones son más románticas, se le dará un Honmei-Choko. Esto simboliza un deseo o una relación ya establecida como novios, parejas o amantes entre el afortunado varón y la pretendiente. ¡Qué fácil la tienen los japoneses!

¿Pero cuáles son los verdaderos orígenes de San Valentín? En el tiempo de los romanos y durante la expansión del cristianismo, en el siglo III, el emperador Claudio II tomó una drástica decisión para poder mantener un ejército poderoso y contar con hombres disponibles: prohibir los casamientos.

Pero de esa decisión surgió una de las historias más tiernas sobre los orígenes de San Valentín. Se cuenta que, al santo, antes de convertirse en tal, le gustaba unir clandestinamente en sacramento a los soldados con sus amadas doncellas en bodegas, ya que los tórtolos no solían tener los medios para costear elegantes ceremonias ni los permisos correspondientes. Cuando San Valentín fue descubierto lo quisieron decapitar por sacrílego y quebrantador de la ley. El juez que había dictaminado la sentencia tenía una hija ciega que a San Valentín le había gustado y a la que había entregado un papelito. Antes de que rodara la cabeza del casamentero, y gracias a las oraciones que elevaba fervorosamente, la hija ciega pudo, por un súbito milagro, ver el papel y leer: “Tu Valentín”. Esa entrega que le costó la vida al futuro santo hizo surgir, sin embargo, la luz en los ojos de la amada.

Así como esa luz, llama o calor fue entendido por la muchacha, así nosotros tendríamos que aceptar el afecto que viene a veces de personas inesperadas. Se trata de ser más empáticos con las necesidades ajenas y menos egoístas e individualistas, como muchas veces nos ocurre. No es solamente dar afecto, sino también apreciar el que se recibe. El desear el bien a alguien muchas veces nos transforma en mejores personas, considerando, obviamente, que «obras son amores, y no buenas razones». O sea, amor sin acción es semilla estéril. El recibirlo, asimismo, nos ennoblece.

El gran mensaje es fácil de captar: el amor como motor y motivo de nuestra existencia. Ya es hora de que actuemos sin importar nuestros orígenes. Todos queremos el bienestar global (lo que antes los teólogos llamaban «el bien común») y eso incluye no solo a los otros humanos, sino a todos los seres no humanos del planeta, en concreto, animales, plantas, ríos, montañas, selvas. No contaminar, no depredar, limpiar, son actos de amor que a la larga nos mejoran. Pensemos, por eso, en el derrame de miles y miles de barriles de petróleo en nuestras costas no solamente como un desastre ecológico, sino como una transgresión del principio del amor a la naturaleza.

Así como San Valentín promueve el amor por las personas, también deberíamos de amarnos a nosotros mismos, lo cual significa contribuir a una mayor conciencia y responsabilidad social y ecológica, y condenar a quienes anteponen sus propios intereses al bienestar general. Pensemos en los depredadores como esos «tiranos» del poema de Martí: » una raza vil de hombres tenaces / de sí propios inflados, y hechos todos, / todos del pelo al pie, de garra y diente». Muchos están en el congreso, en el gobierno, en las élites económicas. No lo olvidemos.

Feliz domingo, y a celebrar mañana el día del amor y de la amistad.

 

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14 de febrero, Día del amor y la amistad

 

Entre las cosas que hicieron de Frank Zappa una amenaza para la escena artística de los Estados Unidos -y que, por ende, motivaron que el establishment de ese país hiciera de todo para borrarlo de la memoria colectiva tras su fallecimiento en 1993- fue su agudeza para exponer las hipocresías del status quo y sus aristas -política, religión, educación, medios de comunicación, sociedad- con la lucidez de quien, habiéndose dedicado al rock en su etapa más lisérgica, jamás consumió ni una sola droga que afectara la capacidad de raciocinio y estado de alerta necesarios para desenmascarar a los eternos falsificadores de una realidad dominada por las apariencias, el dinero, el poder y el control de masas.

Y lo hacía, además, con una fuerte dosis de humor negro y cinismo. A veces exagerando en ciertos temas o jugueteando con lo ridículo, Zappa incomodaba y defendía, con acciones concretas, su derecho a la libertad de expresión tanto en sus presentaciones musicales de extrema complejidad -que algunos reconocemos y admiramos- como en entrevistas en las que salían a relucir esos análisis que hoy, en tiempos de redes sociales, seguramente lo harían blanco de alguna conspiración gubernamental y empresarial para evitar que sean escuchados. Como George Carlin o Lenny Bruce, pero más articulado que ambos, el guitarrista, cantante y compositor no se guardaba nada (ver trailer del documental Eat that question: Frank Zappa in his own words, 2016).

Uno de sus temas favoritos era, por supuesto, el mundo del rock, su propio ambiente de trabajo. Desde la subcultura hippie de los sesenta o los hábitos de las bandas cuando salían de gira hasta su guerra contra grandes sellos discográficos o agentes promotores de la censura, no había asunto del music business que le fuera ajeno. Y entre ellos, el tema del amor en las letras de ciertos «artistas serios de rock», como él los llamaba, se convirtió en una de las principales vías para dar a conocer sus particulares puntos de vista, muchos de ellos tan contundentes y argumentados que, más allá de que puedan o no producir acuerdos o unanimidades, generaban respeto en el oyente/espectador de mente desprejuiciada y abierta a lo distinto.

Durante los ochenta, Frank Zappa no perdió oportunidad para criticar ácidamente las «canciones de amor» del pop-rock de esos años. Solía mofarse de los grandes himnos al amor de Air Supply, Journey, REO Speedwagon, Foreigner, etc. (que tanto nos gustan) pues los consideraba muy predecibles y cursis -solía usar, para describirlos, el término «cheesy» que podríamos traducir literalmente como «cursi»- y declaraba su absoluto desinterés por escribir esa clase de canciones, porque «crean un concepto ideal e irreal de un amor que nadie puede alcanzar. Son pretensiosas y doloridas. Además, hay más canciones sobre el amor que sobre cualquier otra cosa. Si sus letras verdaderamente tuvieran un efecto, todos deberíamos amarnos los unos a los otros».

En un concierto de Halloween de 1977, en el Teatro Palladium de New York, Zappa dirigió sus afilados dardos hacia el último single que, ese año, había lanzado Peter Frampton, excepcional guitarrista británico, ex integrante de Humble Pie que era ya toda una celebridad tras el éxito comercial de su álbum en vivo Frampton comes alive! lanzado un año antes. La canción de marras, titulada I’m in you (Estoy dentro de ti), es una melosa composición que pasó varias semanas en los primeros lugares. A su estilo sarcástico, Zappa armó un monólogo burlándose de las sospechosas intenciones del tema, ocultas tras aquel título, aparentemente inofensivo y sensible.

Durante la alocución, Frank pone al público a pensar en el mundo del rock para luego responder al engañoso I’m in you de Frampton con lo que, según él, era un acercamiento sin disfraces, una canción llamada I have been in you (He estado dentro de ti), incluida en su álbum Sheik yerbouti (1979), de evidente (¿doble?) sentido. El episodio aparece en la película Baby snakes, de ese mismo año, y el monólogo figura también en el volumen seis de la serie You can’t do that on stage anymore (1992), con el título Is that guy kidding or what? (¿Este tipo está bromeando o qué?)

Lo cierto es que Frank Zappa sí escribía canciones de amor. No son muchas, pero constituyen un lado interesante y poco explorado de su abultado catálogo, más asociado a la parodia, el humor negro, algunas obsesiones social y políticamente incorrectas y una forma de componer ampulosa y poco convencional, utilizando ritmos, velocidades y cambios bruscos de tonalidad no aptos para el oyente promedio. Eso sí, las canciones de amor del “genio de Baltimore” difícilmente te conmoverán como sí lo hacen las de Frankie Valli, los Bee Gees o Billy Joel. Desde aquellas que puedan pasar como convencionales hasta las que ironizan sobre las siempre frágiles y contradictorias relaciones humanas, todas tienen su sello inconfundible de sarcasmo y personajes bizarros: el nerd rechazado, el freak sin suerte, el obsesionado sin esperanza, aparecen en estas melodías no aptas para amores idealistas que, tras miles de borrascas y lágrimas son, finalmente, correspondidos.

Estos temas fueron más frecuentes durante la primera época de The Mothers Of Invention, la banda que lideró entre 1966 y 1976. La mayoría están compuestos en clave de doo-wop, subgénero de rock y soul muy popular en los cincuenta, de finas armonías vocales y sonido de rockola, como las que sonaban en Happy Days (Días Felices), la entrañable serie de Fonzie y Richie Cunningham. Por ejemplo, Go cry on somebody else’s shoulder, How could I be such a fool, You didn’t try to call me (del álbum debut Freak out!, 1966) o Love of my life (Cruising with Ruben & The Jets, 1968). De hecho en este álbum, Zappa crea una banda ficticia -Ruben & The Jets- para presentar una selección de diez canciones inspiradas en esos tiempos de inocentes bailes universitarios, vocalistas de pelo engominado y canciones de amor al estilo de Only you (The Platters, 1955) o Blue moon, clásico de Rodgers & Hart que fue parte, en versión de Sha Na Na, de la banda sonora de Grease, la legendaria película de 1978 con John Travolta y Olivia Newton-John que también homenajea esa época. Además de Love of my life -que más tarde incluiría en su doble en vivo Tinsel town rebellion (1981)– destacan en ese LP Anything (compuesta por Ray Collins, el primer cantante de The Mothers), Later that night y Fountain of love.

Otro buen ejemplo es Sharleena, que apareció por primera vez en Chunga’s revenge (1970) y fue regrabada para el álbum Them or us (1984). En concierto, este lamento de tonalidades rockeras se transformaba en un contundente jam guitarrero en ritmo de reggae, salvo que encuentres la acelerada versión de 1971 contenida en el disco doble Playground psychotics (1993) o la versión jazz-fusion de The lost episodes (1992), dos de los primeros lanzamientos póstumos del artista.

Valerie (LP Burnt weeny sandwich, 1970) es otra muestra de la fascinación que tenía Frank Zappa por el doo-wop -la canción es un cover de Jackie & The Starlites, conjunto vocal que la grabó en 1969. Aun cuando las voces que conforman sus armonías suenan a intencionada parodia -el falsete agudo del bajista Roy Estrada, el tono bajo del mismo Frank-, es muy fácil asociar esta melodía a oldies como Unchained melody (The Righteous Brothers, 1965) o All I have to do is dream (The Everly Brothers, 1958). Otro ejemplo de esto es The air, del doble Uncle Meat (1969).

Como vemos, Frank Zappa vendría a ser “El Grinch” del Día de San Valentín. Pero, viendo cómo una efeméride de origen religioso y sentimental que celebraba al amor verdadero -en la que muchos aun creemos- se ha convertido, por lo menos en nuestro país, en un grotesco carnaval de sordideces, crónicas rojas, avisos de hostales, memes sobre infidelidades diversas, reportajes sobre promiscuidades faranduleras y demás desviaciones relacionadas a qué esperar del publicitado “día del amor y la amistad”, la visión cínica de Zappa cobra más sentido y actualidad que nunca.

Alguna vez le preguntaron por qué era tan reacio a las canciones de amor. Y su respuesta fue bastante técnica: «Es un gran reto conmover emocionalmente a alguien sin usar palabras o expresiones literales. Tocando un instrumento, por ejemplo. Pero escribir una canción acerca de alguien que te abandonó es estúpido. Los compositores o intérpretes no creen necesariamente en todo lo que dicen o hacen, pero sí saben que tienen 3,000% de posibilidades de sonar en la radio escribiendo canciones de amor. Yo escribo música, si quiero escribir algo para hacerte llorar, puedo hacerlo. Existen fórmulas, técnicas. Hay ciertas notas de la escala que puedes tocar en climas armónicos determinados, no es solo algo sentimental. Y son muy predecibles».

Para cerrar este recuento de las extrañas canciones de amor de Frank Zappa, en la previa al 14 de febrero, les dejo un par más. Como se imaginarán, no son exactamente “canciones de amor”. Una es la historia de un furtivo “choque y fuga” que comienza muy bien, casi como una de esas comedias románticas noventeras: una pareja se conoce en un bar, se toman un par de tragos y, de repente, todo acaba mal. Se llama Honey, don’t you want a man like me? y fue estrenada en vivo en 1976. La otra, Bamboozled by love (Tinsel town rebellion, 1981) es un blues que, al estilo del clásico Hey Joe de Jimi Hendrix (The Jimi Hendrix Experience, 1967), narra cómo un hombre despechado planifica asesinar a su pareja, a quien acaba de descubrir con otro. Como declara el autor en Packard goose (Joe’s garage, 1980): “El amor no es música, la música es lo mejor”.

 

 

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