Opinión

 

Keiko Fujimori prometió en campaña, en el afán de subrayar distancia respecto de su entonces contendor, Pedro Castillo, que el fujimorismo respaldaría el trabajo de la Sunedu y avalaría la reforma universitaria emprendida con éxito desde hace varios años. Hace poco, su bancada votó en contra de dicha reforma, aupada a los intereses mercantilistas de las universidades no licenciadas, y de la mano con sus colegas del radical Perú Libre.

En los hechos, el fujimorismo se ha convertido en un pantano mercantilista, muy lejos de ser una amalgama presta a convertirse en el gran partido de la derecha peruana, mucho menos en una plataforma liberal en materia económica y política.

Los intereses crematísticos de su lideresa y sus allegados más cercanos, parecen pesar más que cualquier ideología o programa de gobierno. Así, vemos al fujimorismo congresal avalando universidades truchas, invasores de terrenos, mineros ilegales, mafias del transporte, etc., sin ningún rubor principista.

El problema principal de Fuerza Popular parece ser Keiko Fujimori. De ella son las lealtades subalternas que obliga a sus parlamentarios a acatar, además de ser una muy mala candidata, que solo parece insistir en postular en todas las elecciones posibles por un afán de capitalización patrimonial, antes que por una búsqueda del poder para transformar las estructuras del Perú.

Bajo esa perspectiva, haría bien el fujimorismo en decidir su propia extinción. Por lo pronto, renunciando a cualquier aspiración presidencial -acatando el sensato llamado de López Aliaga- y contribuyendo tan solo con sus bases populares -que aún mantiene- en favor de una candidatura derechista orgánica y con la alforja limpia de compromisos bajo la mesa.

El fujimorismo pudo haber recogido la herencia reformista de los 90: por supuesto, no le bastaba con desechar sus devaneos autoritarios y antidemocráticos, sino que debía reconstruirse desde orillas centroliberales y erigirse así en una ficha permanente del ajedrez político peruano. Ha decidido, sin embargo, convertirse en una coalición o sumatoria de intereses mercantilistas, dispuesta a tirarse abajo las pocas reformas que se han desarrollado en el Perú en las últimas décadas.

Con un liderazgo gris y perjudicial como el de Keiko Fujimori, el fujimorismo no tiene futuro. Era mejor opción, a pesar de ello, que el desastre de gobierno que hoy tenemos, pero tres ocasiones perdidas por los mismos errores y sin curva de aprendizaje de por medio, nos muestran con claridad que el problema político es de fondo, estructural, casi congénito, y, por ende, irremediable.

 

 

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Fujimorismo, Keiko Fujimori

 

Desde hace siete meses, el país se encuentra en una crisis política que -hasta la fecha- no ha encontrado solución alguna. Y es que el presidente Pedro Castillo en vez de mostrar apertura a esa inmensa mayoría que no votó por él mediante un gabinete de consenso, mostró -a todas luces- que lo que busca es un gabinete que le permita repartir cuotas de poder a los grupos que lo “respaldan” para poder sobrevivir políticamente. Eso hemos podido apreciar en todo este tiempo.

Dicha situación trae consigo que, poco a poco, la confianza depositada en su gobierno se vaya debilitando. La reciente encuesta de Ipsos-Apoyo, de este domingo que acaba de pasar, es revelador al respecto. Un 65% desaprueba la gestión de Pedro Castillo. Si esa cifra lo desagregamos a nivel de regiones podemos apreciar que solo el sur del país muestra un apoyo similar a su desaprobación (46%). El resto del Perú lo desaprueba de manera categórica: el norte (69%), el centro (74%) y el oriente (56%).

Y si vamos más allá de la crisis de confianza, y vemos su continuidad como mandatario, podemos apreciar que un 56% de peruanos piden la renuncia de Pedro Castillo. Un 36% estarían a favor de una vacancia presidencial (más un 17% que podrían respaldar dicho proceso). Estas cifras que presentamos no es más que consecuencia de sus pésimas decisiones para nombrar ministros, así como de su impericia para la solucionar los problemas que tiene el país en estos momentos críticos que atravesamos producto de la pandemia. Esa impericia se vio reflejada cuando no vimos respuestas claras ni contundentes en la entrevista que le hizo Fernando Del Rincón para el canal CNN.

Un dato adicional, que es necesario resaltar de la encuesta de Ipsos, es que 74% de peruanos, frente a esta situación, piden que se convoquen a nuevas elecciones presidenciales y congresales si es que Pedro Castillo renuncia o es vacado. Dato revelador que nos permite ver la coyuntura crítica en la que se encuentra el país. No son tiempos normales lo que actualmente vivimos; son tiempos turbulentos en que los populismos vacían los avances que la democracia peruana ha tenido en estos 21 años que hasta el momento tenemos. El más largo de nuestra historia.

Seamos claros, la academia peruana (vinculada a los grupos de izquierda) han generado el relato que durante el segundo gobierno de Alan García el crecimiento promedio de 7% se debió al alto precio de los metales. Nada más falso. En estos momentos que nos encontramos en otro superciclo del precio de los comodities (vinculados al cobre y al litio) podemos apreciar que la tendencia de crecimiento del país no superará el 2% ó 3%, según expertos nacionales e internacionales. Como afirma el exministro de economía, Ismael Benavides: no fue el contexto el que permitió el crecimiento económico, fue la gestión y decisión política.

Esta situación nos muestra que el país debe repensar las consecuencias de votar por políticos inexpertos. Y que las coyunturas críticas por la que atravesamos deben ser resueltas a través de reformas que atenúen los diversos problemas que tiene nuestro régimen, entre los que destacan el enfrentamiento constante entre ejecutivo y legislativo, así como la administración de la crisis (y no la transformación de ella) de los partidos políticos.

 

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CNN, Pedro Castillo

 

Desde hace ya un buen tiempo, se ha hecho costumbre entre los Gobiernos decretar estados de emergencia “para fortalecer la lucha contra la inseguridad”. Lo que debería ser un instrumento excepcional, como lo es la suspensión de ciertos derechos fundamentales para casos igual de excepcionales, se ha convertido en una medida demagógica, efectista y que a la larga no termina por solucionar los problemas de raíz, los cuales vuelven a reproducirse. Pero también es una medida peligrosa, que socava los principios de la democracia, se presta al abuso y la arbitrariedad de sus ejecutantes, y es un potencial peligro para una instrumentalización política no solo tribunera, sino más bien autoritaria.

Este no es un problema que se origina en el Gobierno de Pedro Castillo, ahora que declaró estado de emergencia en Lima y Callao, pero cuyo uso sí que debería tomarse con pinzas en tiempos de polarización política y vientos golpistas. ¿Cuál es el sustento real de una medida como el estado de emergencia? La inseguridad “que día a día se acrecienta en las calles” —vaya muletilla que escucho desde que tengo uso de razón— no lo es. El camino va por otro lado.

Mucho se habla y se ha hablado del crecimiento de la delincuencia en el país. Que cada día hay más robos, que los delincuentes son más avezados, que ya no se puede caminar por las calles. Y hasta cuando las estadísticas delictivas habían caído por la pandemia, se seguía hablando de lo mismo. Valgan verdades, razón no le falta a la ciudadanía. Vivimos en un país, como casi el resto de América Latina, donde los indicadores de inseguridad son muy altos. Pero decir que se encuentran desbordantes son palabras mayores. ¿Efectivamente es así?

No existe ningún sustento técnico que pueda respaldar esto, salvo que se hagan malabares estadísticos —lo cual es un deporte nacional últimamente— para demostrarlo. En materia de seguridad ciudadana, el 2021 fue el año en que las actividades económicas, los contactos sociales, los flujos de movilidad, entre otros, previsiblemente volvieron a sus niveles de normalidad. Y la delincuencia, como esperábamos, tampoco fue ajeno a ello. Sin embargo, no ha sido el peor año del último quinquenio en denuncias policiales, y de lejos no ha sido el peor en la última década en tasas de victimización por delito.

¿Esto quiere decir que no existe inseguridad en el Perú? ¿Que quien escribe vive ciego y alejado de la realidad de lo que le sucede en las calles al “peruano de a pie” (vivo en los Barrios Altos, por cierto)?

Pues no, vuelvo a afirmar que la delincuencia es un problema real, y que efectivamente debe ser resuelto con la urgencia y las medidas que correspondan. Pero de aquí a sobredimensionarla —y ciertamente los medios contribuyen mucho a ello—, crear un estado de alerta constante, canalizar los males sociales y venderla como la inminente llegada del Apocalipsis es contribuir a que el problema parezca más grande lo que realmente es. Y esto ya es un problema de por sí. Vivir en constante miedo y con las alarmas puestas, tener esa sensación de vulnerabilidad y desprotección ya es un gran problema. ¿O acaso no lo es que 9 de cada 10 peruanos teman ser víctimas del delito?

Una sociedad con miedo es una sociedad dispuesta a entregar su libertad a cambio de “protección”. Una sociedad con miedo es indiferente a lo que le suceda al vecino que rompe las reglas, aun a costa de su vida (“porque se lo merece”), y tolerará cualquier “exceso” a cambio de la complaciente tranquilidad individual. Y una sociedad con miedo será tolerante a la ruptura del orden —venga de donde venga— siempre y cuando le aseguren que nada peor puede pasar.

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IDL

 

La historia no es un cementerio. Está viva y admite revisitarla permanentemente para aprender de ella o para encontrarle sentidos nuevos que nos ayuden a comprender mejor los fundamentos de nuestro presente. En ese sentido, resulta de imprescindible lectura el capítulo “El techo de la modernidad: los subalternos se movilizan (1908-1919)”, de la colección Nueva Historia del Perú Republicano que acaba de publicar la Derrama Magisterial.

La colección mencionada está llena de inquietudes académicas provocadoras, que plantean una relectura de nuestra historia republicana, en base a la reflexión de diversos autores y bajo la dirección de Manuel Burga, Carlos Contreras, María Emma Mannarelli y Claudia Rosas. Es, dada la coyuntura, de atención obligada para entender ésta.

 

 

El capítulo en mención (bajo la autoría de Mannarelli y Margarita Zegarra), suscita una reflexión sobre el presente e inmediato porvenir. Nos trae a colación cómo “la modernidad civilista llegó a su límite ante el desinterés de la oligarquía por dar solución a la explotación de obreros e indígenas. Los sectores subalternos urbanos experimentaban angustiantes alzas de precios; su pobreza y la tugurización en que vivían les acarreaban graves enfermedades y los convertían en víctimas de mortales epidemias, de las que, a menudo, eran culpabilizados. El civilismo sufrió un duro revés cuando el movimiento obrero irrumpió en las elecciones y llevó al poder a un populista (…). Ese fue el techo de su proyecto modernizador”.

En efecto, el Perú parece haber repetido su historia. La primavera democrática del civilismo llegó a su fin por incompletud del proyecto modernizador que una economía relativamente liberal desplegó (en verdad, como en las últimas tres décadas, el Perú de entonces fue beneficiario de un modelo proempresarial, sin libre mercado pleno). El triunfo electoral de Billinghurst le puso fecha de cierre.

 

 

La transición post Fujimori, del mismo modo, se apoyó en un modelo económico abierto edificado en la década precedente, pero no supo hacerlo inclusivo, ya no con los obreros -como en los inicios del siglo pasado-, sino con las provincias, con los informales, con los marginados, que en esta última elección mandaron al traste el modelo vigente desde los 90 y apostaron por un candidato disruptivo que prometía el retorno al Estado y al populismo.

Cabe felicitar a la Derrama Magisterial por este importante esfuerzo editorial, que nos ayuda a volver la vista atrás y entender que aquello que somos se debe, en gran medida, a las líneas de continuidad históricas sobre las que hemos discurrido. De modo especial, es digno de relieve que esta colección esté dirigida especialmente al magisterio nacional -tan necesitado de actualización académica- y cabe esperar que continúen iniciativas similares.

 

 

-La del estribo: muy maduro el libro Animales luminosos, del escritor Jeremías Gamboa. Confirma su crecimiento literario, difícil de afianzar si se tiene en cuenta que sucede al éxito que supuso la publicación de la novela Contarlo todo, impresa ya hace buen tiempo, el 2013. Esperamos mayor frecuencia. Buen viento para una pluma ya consolidada.

 

 

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derrama magisterial, Historia

 

Quiero compartir con ustedes un poema de Rudyard Kipling que se llama “If” (“Si” en español) escrito alrededor de 1895, que resume las enseñanzas que le deja a su hijo John.

Rudyard Kipling fue un escritor y poeta británico que nació en India en 1865. Su obra de ficción más conocida es “El Libro de la Selva”, la cual ha sido llevada al cine en más de una ocasión. En 1907 se convirtió en el primer escritor de habla inglesa en ganar el Nobel de Literatura.

A pesar del tiempo transcurrido, a la fecha este poema sigue siendo uno de los preferidos entre los británicos. Mi padre me lo leyó por primera vez siendo niño y fue un poema que leíamos juntos en reuniones familiares. Fue escrito para un hijo, pero me parece que aplica también para una hija.

Siempre me ha impresionado como este poema resume tantas lecciones importantes en un texto tan breve y con tanta emoción y claridad. Es difícil estar a la altura de lo que pide Kipling, pero creo que lo importante es hacer el esfuerzo por acercarnos.

Quiero compartir con ustedes la versión en castellano:

Si

Si puedes mantener la cabeza en su lugar cuando todos a tu alrededor

La pierden y te culpan por ello,

Si puedes seguir creyendo en ti mismo cuando todos duden de ti,

Pero puedes aceptar que lo hagan;

Si puedes esperar y no cansarte por la espera,

O siendo engañado, no respondes con engaños,

O siendo odiado, no caes en el odio,

Y aun así no te ves demasiado bien ni demasiado sabio;

 

Si puedes soñar sin dejar que los sueños te dominen;

Si puedes pensar y no hacer de tus pensamientos tu único objetivo;

Si puedes encontrarte con el Triunfo y el Fracaso

Y tratar a ambos impostores de la misma manera;

Si puedes soportar oír la verdad que dijiste

Tergiversada por villanos para engañar a ingenuos,

O ver cómo se destruyen las cosas por las que has dado la vida,

Y agacharte para reconstruirlas con herramientas gastadas;

 

Si puedes juntar todas tus ganancias

Y arriesgarlas en una sola jugada,

Y perder, y empezar de nuevo desde el principio

Y nunca decir una palabra sobre tu pérdida;

Si puedes forzar tu corazón y nervios y tendones,

A cumplir contigo mucho después de que estén perdidos,

Y así resistir aun cuando ya no te quede nada

Salvo la Voluntad que les dice: ¡Resistan!;

 

Si puedes hablar a la muchedumbre y conservar tu virtud,

O caminar con Reyes, sin perder tu sencillez;

Si ni amigos ni enemigos pueden herirte,

Si todos los hombres pueden contar contigo, pero ninguno demasiado;

Si puedes llenar el implacable minuto

Con sesenta segundos corriendo la distancia;

Tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,

Y, lo que es más, ¡Serás un Hombre, hijo mío!

Espero les haya gustado. Gracias Papá.

 

Si desean leer la versión en inglés pueden encontrarla en https://www.poetrybyheart.org.uk/poems/if/

Si tienen comentarios siempre pueden escribirme a mi twitter @rafaelletts.

Gracias por leer.

 

 

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poemas, Rudyard Kipling

 

¿Cuanto dura una semana? ¿Pregunta estúpida? En fin de cuentas nos estamos refiriendo a una unidad de medida natural, ¿no? Una que marca de manera indeleble nuestras existencias. ¡Nada que ver! El día, un latido del corazón —vivimos 27540 del primero y alrededor de 4 mil millones del segundo—, son naturales. La semana no.

En la historia de la creación, previa a la naturaleza, se introduce la semana. Día 1, día 2 y así hasta que el CEO del universo termina el negocio y pone un nombre a aquello que es ocio, cuya raíz en hebreo es la misma que la palabra huelga, un paro para que no todo sea igual.

La semana, a pesar de aparecer en el génesis está íntimamente ligada al trabajo tal como lo hemos terminado concibiendo a partir de la revolución industrial y la urbanización: una actividad que se realiza en una secuencia cotidiana y luego se interrumpe. Los seres humanos tenemos una identidad multidimensional, que integra distintos aspectos, pero organizada alrededor del trabajo, que nos permite, no importa nuestro apellido, género, en función de nuestras capacidades y aprendizajes, situarnos en la sociedad, procrear, criar hijos, ser ciudadanos, practicar religiones, tener pasatiempos, perseguir sueños. La semana también define lo público frente a lo privado, desmarca lo interno de lo externo. Todo lo anterior, sometido a cambios, modas, cuestionamientos, era el marco dentro del que se desenvolvían nuestras vidas. Hasta que llegó la pandemia.

Ahora, repito la pregunta, ¿cuánto dura una semana?

Si hay algo que mi actividad profesional —la psicoterapia, el coaching, la intervención en crisis, los seminarios y conferencias— me permite es acercarme a las estrategias que emplean los seres humanos para torear las dificultades de la existencias, los hitos del ciclo vital, los retos de las estaciones que debemos recorrer, las tareas que encaramos en nuestras distintas condiciones y los papeles que protagonizamos en la obra que media entre nuestro nacimiento y el fin de juego que significa nuestra muerte.

Y si hay algo que viene resonando en mis oídos desde marzo de 2020 hasta este momento, es la perplejidad frente a la sucesión de los días que no parece tener pausa que no sea el colapso de las fuerzas y la pataleta que hace nuestra mente cuando ya no da más. Todas las unidades temporales se estiran y encogen, nos apachurran o muestran términos huidizos que nos dejan permanentemente en offside.

¿Cuándo el negocio se convierte en ocio y viceversa?, ¿el ocaso o el amanecer quieren decir algo al respecto?, ¿cuán distintos son jueves y sábado? La cosa ya venía poniéndose entreverada y borrosa antes del Covid: exceso de reuniones situadas en cualquier momento del día, revisión de correos cada 6 minutos, para no hablar de redes sociales activas sin parar. Todo eso ha aumentado con la pandemia. Si en 2004 podíamos mantener nuestra atención focalizada durante dos minutos y medio, hoy no nos da para más de 47 segundos.

Ahora que se habla de regreso a los lugares de trabajo, por lo menos a una manera de laborar que, nos dicen, será híbrida —término que también apunta a contrahechos ejemplares producto de especies distintas—, ¿volverá el tiempo a discurrir por sus cauces habituales?

La verdad, nadie lo sabe. Una cosa es el trabajo remoto en casa como parte de una estrategia sanitaria y otra alternar días de presencialidad con jornadas virtuales como parte de nuevos arreglos laborales. Es más, la hibridez podría terminar de matar la semana como metrónomo de las actividades que, para volver al Génesis, hacen sudar nuestra frente.

 

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Covid-19, Empresa

 

El 14 de febrero celebramos globalmente el día del amor y la amistad con el propósito de reivindicar este maravilloso sentimiento de afecto hacia los otros y de los otros hacia uno. Todo tipo de amor es celebrado a través del orbe, el fraternal y el romántico, el «sororal» y el amistoso, pero también celebramos el ser agradecidos con todas las personas que brindan cualquier tipo de cariño a nuestras vidas.

En muchos sitios el Día de San Valentín se limita solamente al amor romántico, como en Europa, y en otros, como en Japón, es interesante que las mujeres regalen distintos tipos de chocolates a los hombres dependiendo de sus intenciones. Por ejemplo, a un padre, hermano, amigo o jefe le regalan Giri-Choko, pero si las intenciones son más románticas, se le dará un Honmei-Choko. Esto simboliza un deseo o una relación ya establecida como novios, parejas o amantes entre el afortunado varón y la pretendiente. ¡Qué fácil la tienen los japoneses!

¿Pero cuáles son los verdaderos orígenes de San Valentín? En el tiempo de los romanos y durante la expansión del cristianismo, en el siglo III, el emperador Claudio II tomó una drástica decisión para poder mantener un ejército poderoso y contar con hombres disponibles: prohibir los casamientos.

Pero de esa decisión surgió una de las historias más tiernas sobre los orígenes de San Valentín. Se cuenta que, al santo, antes de convertirse en tal, le gustaba unir clandestinamente en sacramento a los soldados con sus amadas doncellas en bodegas, ya que los tórtolos no solían tener los medios para costear elegantes ceremonias ni los permisos correspondientes. Cuando San Valentín fue descubierto lo quisieron decapitar por sacrílego y quebrantador de la ley. El juez que había dictaminado la sentencia tenía una hija ciega que a San Valentín le había gustado y a la que había entregado un papelito. Antes de que rodara la cabeza del casamentero, y gracias a las oraciones que elevaba fervorosamente, la hija ciega pudo, por un súbito milagro, ver el papel y leer: “Tu Valentín”. Esa entrega que le costó la vida al futuro santo hizo surgir, sin embargo, la luz en los ojos de la amada.

Así como esa luz, llama o calor fue entendido por la muchacha, así nosotros tendríamos que aceptar el afecto que viene a veces de personas inesperadas. Se trata de ser más empáticos con las necesidades ajenas y menos egoístas e individualistas, como muchas veces nos ocurre. No es solamente dar afecto, sino también apreciar el que se recibe. El desear el bien a alguien muchas veces nos transforma en mejores personas, considerando, obviamente, que «obras son amores, y no buenas razones». O sea, amor sin acción es semilla estéril. El recibirlo, asimismo, nos ennoblece.

El gran mensaje es fácil de captar: el amor como motor y motivo de nuestra existencia. Ya es hora de que actuemos sin importar nuestros orígenes. Todos queremos el bienestar global (lo que antes los teólogos llamaban «el bien común») y eso incluye no solo a los otros humanos, sino a todos los seres no humanos del planeta, en concreto, animales, plantas, ríos, montañas, selvas. No contaminar, no depredar, limpiar, son actos de amor que a la larga nos mejoran. Pensemos, por eso, en el derrame de miles y miles de barriles de petróleo en nuestras costas no solamente como un desastre ecológico, sino como una transgresión del principio del amor a la naturaleza.

Así como San Valentín promueve el amor por las personas, también deberíamos de amarnos a nosotros mismos, lo cual significa contribuir a una mayor conciencia y responsabilidad social y ecológica, y condenar a quienes anteponen sus propios intereses al bienestar general. Pensemos en los depredadores como esos «tiranos» del poema de Martí: » una raza vil de hombres tenaces / de sí propios inflados, y hechos todos, / todos del pelo al pie, de garra y diente». Muchos están en el congreso, en el gobierno, en las élites económicas. No lo olvidemos.

Feliz domingo, y a celebrar mañana el día del amor y de la amistad.

 

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14 de febrero, Día del amor y la amistad

 

Entre las cosas que hicieron de Frank Zappa una amenaza para la escena artística de los Estados Unidos -y que, por ende, motivaron que el establishment de ese país hiciera de todo para borrarlo de la memoria colectiva tras su fallecimiento en 1993- fue su agudeza para exponer las hipocresías del status quo y sus aristas -política, religión, educación, medios de comunicación, sociedad- con la lucidez de quien, habiéndose dedicado al rock en su etapa más lisérgica, jamás consumió ni una sola droga que afectara la capacidad de raciocinio y estado de alerta necesarios para desenmascarar a los eternos falsificadores de una realidad dominada por las apariencias, el dinero, el poder y el control de masas.

Y lo hacía, además, con una fuerte dosis de humor negro y cinismo. A veces exagerando en ciertos temas o jugueteando con lo ridículo, Zappa incomodaba y defendía, con acciones concretas, su derecho a la libertad de expresión tanto en sus presentaciones musicales de extrema complejidad -que algunos reconocemos y admiramos- como en entrevistas en las que salían a relucir esos análisis que hoy, en tiempos de redes sociales, seguramente lo harían blanco de alguna conspiración gubernamental y empresarial para evitar que sean escuchados. Como George Carlin o Lenny Bruce, pero más articulado que ambos, el guitarrista, cantante y compositor no se guardaba nada (ver trailer del documental Eat that question: Frank Zappa in his own words, 2016).

Uno de sus temas favoritos era, por supuesto, el mundo del rock, su propio ambiente de trabajo. Desde la subcultura hippie de los sesenta o los hábitos de las bandas cuando salían de gira hasta su guerra contra grandes sellos discográficos o agentes promotores de la censura, no había asunto del music business que le fuera ajeno. Y entre ellos, el tema del amor en las letras de ciertos «artistas serios de rock», como él los llamaba, se convirtió en una de las principales vías para dar a conocer sus particulares puntos de vista, muchos de ellos tan contundentes y argumentados que, más allá de que puedan o no producir acuerdos o unanimidades, generaban respeto en el oyente/espectador de mente desprejuiciada y abierta a lo distinto.

Durante los ochenta, Frank Zappa no perdió oportunidad para criticar ácidamente las «canciones de amor» del pop-rock de esos años. Solía mofarse de los grandes himnos al amor de Air Supply, Journey, REO Speedwagon, Foreigner, etc. (que tanto nos gustan) pues los consideraba muy predecibles y cursis -solía usar, para describirlos, el término «cheesy» que podríamos traducir literalmente como «cursi»- y declaraba su absoluto desinterés por escribir esa clase de canciones, porque «crean un concepto ideal e irreal de un amor que nadie puede alcanzar. Son pretensiosas y doloridas. Además, hay más canciones sobre el amor que sobre cualquier otra cosa. Si sus letras verdaderamente tuvieran un efecto, todos deberíamos amarnos los unos a los otros».

En un concierto de Halloween de 1977, en el Teatro Palladium de New York, Zappa dirigió sus afilados dardos hacia el último single que, ese año, había lanzado Peter Frampton, excepcional guitarrista británico, ex integrante de Humble Pie que era ya toda una celebridad tras el éxito comercial de su álbum en vivo Frampton comes alive! lanzado un año antes. La canción de marras, titulada I’m in you (Estoy dentro de ti), es una melosa composición que pasó varias semanas en los primeros lugares. A su estilo sarcástico, Zappa armó un monólogo burlándose de las sospechosas intenciones del tema, ocultas tras aquel título, aparentemente inofensivo y sensible.

Durante la alocución, Frank pone al público a pensar en el mundo del rock para luego responder al engañoso I’m in you de Frampton con lo que, según él, era un acercamiento sin disfraces, una canción llamada I have been in you (He estado dentro de ti), incluida en su álbum Sheik yerbouti (1979), de evidente (¿doble?) sentido. El episodio aparece en la película Baby snakes, de ese mismo año, y el monólogo figura también en el volumen seis de la serie You can’t do that on stage anymore (1992), con el título Is that guy kidding or what? (¿Este tipo está bromeando o qué?)

Lo cierto es que Frank Zappa sí escribía canciones de amor. No son muchas, pero constituyen un lado interesante y poco explorado de su abultado catálogo, más asociado a la parodia, el humor negro, algunas obsesiones social y políticamente incorrectas y una forma de componer ampulosa y poco convencional, utilizando ritmos, velocidades y cambios bruscos de tonalidad no aptos para el oyente promedio. Eso sí, las canciones de amor del “genio de Baltimore” difícilmente te conmoverán como sí lo hacen las de Frankie Valli, los Bee Gees o Billy Joel. Desde aquellas que puedan pasar como convencionales hasta las que ironizan sobre las siempre frágiles y contradictorias relaciones humanas, todas tienen su sello inconfundible de sarcasmo y personajes bizarros: el nerd rechazado, el freak sin suerte, el obsesionado sin esperanza, aparecen en estas melodías no aptas para amores idealistas que, tras miles de borrascas y lágrimas son, finalmente, correspondidos.

Estos temas fueron más frecuentes durante la primera época de The Mothers Of Invention, la banda que lideró entre 1966 y 1976. La mayoría están compuestos en clave de doo-wop, subgénero de rock y soul muy popular en los cincuenta, de finas armonías vocales y sonido de rockola, como las que sonaban en Happy Days (Días Felices), la entrañable serie de Fonzie y Richie Cunningham. Por ejemplo, Go cry on somebody else’s shoulder, How could I be such a fool, You didn’t try to call me (del álbum debut Freak out!, 1966) o Love of my life (Cruising with Ruben & The Jets, 1968). De hecho en este álbum, Zappa crea una banda ficticia -Ruben & The Jets- para presentar una selección de diez canciones inspiradas en esos tiempos de inocentes bailes universitarios, vocalistas de pelo engominado y canciones de amor al estilo de Only you (The Platters, 1955) o Blue moon, clásico de Rodgers & Hart que fue parte, en versión de Sha Na Na, de la banda sonora de Grease, la legendaria película de 1978 con John Travolta y Olivia Newton-John que también homenajea esa época. Además de Love of my life -que más tarde incluiría en su doble en vivo Tinsel town rebellion (1981)– destacan en ese LP Anything (compuesta por Ray Collins, el primer cantante de The Mothers), Later that night y Fountain of love.

Otro buen ejemplo es Sharleena, que apareció por primera vez en Chunga’s revenge (1970) y fue regrabada para el álbum Them or us (1984). En concierto, este lamento de tonalidades rockeras se transformaba en un contundente jam guitarrero en ritmo de reggae, salvo que encuentres la acelerada versión de 1971 contenida en el disco doble Playground psychotics (1993) o la versión jazz-fusion de The lost episodes (1992), dos de los primeros lanzamientos póstumos del artista.

Valerie (LP Burnt weeny sandwich, 1970) es otra muestra de la fascinación que tenía Frank Zappa por el doo-wop -la canción es un cover de Jackie & The Starlites, conjunto vocal que la grabó en 1969. Aun cuando las voces que conforman sus armonías suenan a intencionada parodia -el falsete agudo del bajista Roy Estrada, el tono bajo del mismo Frank-, es muy fácil asociar esta melodía a oldies como Unchained melody (The Righteous Brothers, 1965) o All I have to do is dream (The Everly Brothers, 1958). Otro ejemplo de esto es The air, del doble Uncle Meat (1969).

Como vemos, Frank Zappa vendría a ser “El Grinch” del Día de San Valentín. Pero, viendo cómo una efeméride de origen religioso y sentimental que celebraba al amor verdadero -en la que muchos aun creemos- se ha convertido, por lo menos en nuestro país, en un grotesco carnaval de sordideces, crónicas rojas, avisos de hostales, memes sobre infidelidades diversas, reportajes sobre promiscuidades faranduleras y demás desviaciones relacionadas a qué esperar del publicitado “día del amor y la amistad”, la visión cínica de Zappa cobra más sentido y actualidad que nunca.

Alguna vez le preguntaron por qué era tan reacio a las canciones de amor. Y su respuesta fue bastante técnica: «Es un gran reto conmover emocionalmente a alguien sin usar palabras o expresiones literales. Tocando un instrumento, por ejemplo. Pero escribir una canción acerca de alguien que te abandonó es estúpido. Los compositores o intérpretes no creen necesariamente en todo lo que dicen o hacen, pero sí saben que tienen 3,000% de posibilidades de sonar en la radio escribiendo canciones de amor. Yo escribo música, si quiero escribir algo para hacerte llorar, puedo hacerlo. Existen fórmulas, técnicas. Hay ciertas notas de la escala que puedes tocar en climas armónicos determinados, no es solo algo sentimental. Y son muy predecibles».

Para cerrar este recuento de las extrañas canciones de amor de Frank Zappa, en la previa al 14 de febrero, les dejo un par más. Como se imaginarán, no son exactamente “canciones de amor”. Una es la historia de un furtivo “choque y fuga” que comienza muy bien, casi como una de esas comedias románticas noventeras: una pareja se conoce en un bar, se toman un par de tragos y, de repente, todo acaba mal. Se llama Honey, don’t you want a man like me? y fue estrenada en vivo en 1976. La otra, Bamboozled by love (Tinsel town rebellion, 1981) es un blues que, al estilo del clásico Hey Joe de Jimi Hendrix (The Jimi Hendrix Experience, 1967), narra cómo un hombre despechado planifica asesinar a su pareja, a quien acaba de descubrir con otro. Como declara el autor en Packard goose (Joe’s garage, 1980): “El amor no es música, la música es lo mejor”.

 

 

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Frank Zappa, Música

 

Es una pregunta con una opción de respuesta terrible, porque el país se desangraría en el reino de la mediocridad más pueril que se haya visto en los últimos gobiernos democráticos.

Pero cabe como posibilidad cierta. Castillo solo tendría que asegurar su pacto con Perú Libre, apostar a que Juntos por el Perú, a pesar de sus intentos de marcar distancia, no se sume al carromato vacador, que Perú Democrático siga en el oficialismo, que la facción provinciana de Acción Popular le continúe prestando apoyo, y que la presencia de un ministro de Somos Perú, asegure su cuota parlamentaria, para salir bien librado no solo de cualquier intento de vacancia sino también de la valla de las cuestiones de confianza.

Claramente, ese es el motivo de la conformación del gabinete Torres y seguramente de los que vendrán. Ya el régimen no tiene oxígeno para grandes reformas, mucho menos para impulsar una Asamblea Constituyente. Lo único a lo que aspira es a sobrevivir y con una o dos jugadas políticas, lo podría lograr.

El gran pagador de la manutención del statu quo, será, sin embargo, el país, ya que desperdiciaremos el boom de precios de los minerales (podríamos crecer por encima del 4% anual sin problemas), no se hará ninguna reforma importante, ni siquiera en Salud y Educación (los dos temas que hubieran parecido esenciales a un régimen de izquierda), seguirá en caída libre la inversión privada, y viviremos todo el tiempo que dure el gobierno en medio de escándalos políticos, con la consecuente inestabilidad que ello generaría.

Será el reino de la mediocridad más absoluta y de la parálisis del Estado en un grado mayúsculo. Se destruirá la tecnocracia y burocracia que habían alcanzado algunas dosis de excelencia, el Estado funcionará peor que nunca y poco a poco se irá deteriorando la efectividad del gobierno central para establecer políticas públicas (por ejemplo, en el tema de la seguridad ciudadana, no cabe duda alguna de que, al cabo del mandato de Castillo, la misma estará absolutamente fuera de control).

Ese es el panorama que se abre en el horizonte, si Castillo se mantiene en el poder. Lo que sobrevendrá ya no será el advenimiento del comunismo -como un sector afiebrado de la derecha insiste en advertir-, sino la consolidación de un Estado fallido, en espiral de deterioro, presa fácil de los grupos de interés y de los grupos delincuenciales que azotan nuestra sociedad.

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Pedro Castillo, Vacancia
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