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Opinión archivos | Página 39 de 342 | Sudaca - Periodismo libre y en profundidad

Opinión

[EN EL PUNTO DE MIRA] Según reportes internacionales sobre violación sexual, somos el tercer país a nivel mundial; y el segundo a nivel sudamericano. ¡Qué situación para más alarmante! Me preocupa por el tipo de sociedad que tenemos. Una sociedad enferma y propensa a estos delitos. Y no solo eso, en muchos casos estos delitos quedan impunes.

¿Qué hace el Estado para erradicar esta situación? Realmente, muy poco. Hay trabajos de sensibilización desde el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, pero es insuficiente. Muy insuficiente. Los teléfonos para las denuncias, la mayoría de veces, no están disponibles. Y sus acciones son muy poco visibles. Aparecen solo cuando sucedieron las violaciones y los asesinatos.

Hay que decir la verdad: el Estado ha perdido autoridad y el monopolio de la violencia. Ya no inspira respeto. Esto no solo pasa en el Perú, lo pude apreciar también en varios países occidentales que tuve la oportunidad de conocer, pero con el detalle de que en aquellos países se toman medidas severas para intentar remediar la autoridad estatal.

Debemos poner sobre el tapete las fórmulas para combatir la guerra psicológica y material en la que nos pone esta situación de enfermedad social. ¿Qué medidas tomar? Aparte de las medidas de prevención, hay que poner al debate público la castración o la pena de muerte para estos sujetos. Hay que combatirlos, generar en estos seres abominables sensación de zozobra y arrinconamiento. Dirán: ¿y los derechos humanos? Pues les respondo: derechos humanos para los que creen.

Aparte de ello, el Estado debe establecer políticas de salud mental y de género como políticas transversales a los ámbitos nacionales, regionales y locales. Es prioritario. Para el desarrollo económico de un país necesitamos capital humano con dignidad y en buenas condiciones de salud mental.

¡Es lo que corresponde!

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derechos humanos, Pena de muerte, Respuesta del Estado, violencia sexual

A propósito de la discusión sobre la ley del cine, a raíz de un proyecto presentado por los congresistas Adriana Tudela y Alejandro Cavero, manifiesto mi total discrepancia con las posturas libertarias que señalan que en este asunto, el Estado no debe tener injerencia y que los cineastas o las productoras de cine deben vérselas como puedan con el mercado.

Es más, sostengo que el apoyo estatal a la cultura no debe centrarse solo en el cine, debe extenderse al teatro, a la literatura, la danza moderna y clásica, las artes plásticas, la actividad museística, etc.

En un país tan desintegrado como el Perú -como bien ha recordado Gonzalo Banda, en su última columna, citando a Hugo Neira-, es menester crear espacios públicos ecualizadores e integradores. Y la cultura, como la salud y la educación públicas, el deporte, los espacios urbanos comunes o el sistema de justicia, son esos pocos ámbitos en los que los peruanos deberíamos sentirnos ciudadanos de una misma nación.

No solo debe haber financiamiento al cine. Debe ser mayor. Y extenderse a los otros terrenos mencionados. Como en todo, claro está, se trata de disponer correctamente de los dineros públicos, que son de todos los peruanos, y desterrar el sesgo ideológico que lamentablemente ha contaminado la provisión de financiamiento en los últimos años. Eso debe corregirse de inmediato y el Ministerio de Cultura conformar, mediante concurso público, un jurado técnico y neutral.

Pero un Estado liberal auténtico no puede desentenderse del apoyo a la cultura y a su promoción. Es propio de fanáticos libertarios, infantiles y dogmáticos, proponer que la cultura se rija por criterios de mercado, lo que supondría que vaya a la deriva, empobreciéndose cada vez más y privando a los ciudadanos de una atmósfera integradora y enriquecedora en términos de civilización y ciudadanía.

No solo eso. Debe diseñarse un esquema más estimulante para que la empresa privada apoye la cultura, en medio de un escenario como el presente en el cual dicho apoyo se reduce a actos muy aislados y encomiables de algunas empresas privadas conscientes de su responsabilidad social.

La cultura es vida, es alegría, es entretenimiento, es espacio público, es aprendizaje, es integración cívica. Creo en un Estado reducido que se meta lo menos posible en la economía, pero la vida cultural es un bien que escapa a los análisis costo-beneficio concomitantes y debe merecer por ello un sitial especial dentro de las responsabilidades gubernativas.

 

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Apoyo estatal a la cultura, Cultura y ciudadanía, Diversidad cultural, Integración ciudadana

La reciente gira presidencial es el mejor símbolo del gobierno: inútil e intrascendente. No se entiende sinceramente, dicho sea de paso, la pusilanimidad de la coalición derechista que gobierna el Congreso con un Ejecutivo tan mediocre y dañino para el país. Es suicida. La derecha parlamentaria está cavando su tumba electoral.

Porque el régimen no tiene excusa. Uno puede aceptar que no tenga capital político para emprender grandes reformas, aunque si tuviera las agallas y el empaque necesarios podría desplegar un par de ellas. Pero respecto de quehaceres de corto plazo, que son su obligación atender, también vemos absoluta inacción e indolencia.

Tres hechos coyunturales donde se aprecia la medianía de un régimen que no debería durar hasta el 2026 por el daño inmenso que le está produciendo al Perú, casi a la par que el que le ocasionó el nefasto régimen antecesor de Pedro Castillo: la crisis económica, la inseguridad ciudadana y la prevención del fenómeno del Niño.

Vamos a decrecer este año, según la última actualización del Instituto Peruano de Economía. Ya no hay conflictos sociales mayores, las condiciones globales se prestan para ser aprovechadas, hay estabilidad fiscal y monetaria, lo que no hay es confianza empresarial para invertir (viene en caída libre) y eso se logra con acciones políticas que otorguen la tranquilidad suficiente para que los capitales salgan a flote y entren al mercado, produciendo su inmenso efecto social de generación de empleo, reducción de la pobreza y de las desigualdades. Pero tenemos un MEF inoperante y una gobernante a la que el tema le interesa menos que buscar, ansiosa, una gira por el exterior que la legitime.

La inseguridad ya es un problema de urgencia nacional. Ha tomado las calles de todo el país y ya se acerca a penetrar los núcleos urbanos modernos, y cuando lo haga seguramente recién causará pánico reactivo. Pero el régimen no tiene ni la más remota idea de qué hacer para aliviar este problema y recurre a estériles estados de emergencia que no resuelven nada. Pide facultades legislativas para actuar y uno se imagina que tiene un plan estratégico que se activará gracias a la merced del Congreso, pero pronto apreciamos que solo hay improvisación.

Y sobre las labores de prevención del fenómeno del Niño, basta darse una vuelta por las regiones que serán afectadas y se apreciará que no hay ni un tractor moviendo tierras. Los niveles de ejecución de gasto son mínimos y la desgracia nos caerá encima sin excusas ni atenuantes. Y frente a ello, el gobierno central mira de soslayo, solo le interesa contentar a los gobiernos locales soltándoles chorros de dinero sin control ni supervisión.

La del estribo: tarde he descubierto la obra de Stefan Zweig, escritor y ensayista austríaco de principios y mediados del siglo pasado, un personaje de leyenda, de prolífica obra. He empezado por leer Américo Vespucio, la historia de un error histórico, Viajes y Momentos estelares de la humanidad. Pronto acometeré Fouché, el genio tenebroso, y María Estuardo, las que son consideradas sus obras cumbre.

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Crisis económica, Inacción, inseguridad ciudadana, Prevención del fenómeno del Niño

Todos los proyectos de reforma del sistema de pensiones que se vienen discutiendo -los del Ejecutivo y los de la Asociación de AFPs- son fallidos y a pesar de incluir algunos conceptos interesantes (como obtener la renta futura de los pagos de IGV), olvidan lo esencial: la inmensa inmoralidad que supone obligar a la gente a aportar, con un porcentaje de su sueldo, a un sistema pensionario.

En la práctica, como ya hemos sostenido infinidad de veces, lo que hace el sistema es trasladar recursos de las clases medias a favor de grandes grupos de poder que rentabilizan para sí el inmenso volumen de capital amasado (las AFP siguen arrojando enormes utilidades a pesar de la caída de rentabilidad de los fondos individuales o de las sangrías sufridas por la liberación de los retiros).

La ecuación es sencilla: si bien las AFP aseguran una buena rentabilidad a los aportes, los mismos generarían una muy superior rentabilidad social a los afiliados si éstos pudieran utilizar ese dinero que se les retiene en contratar un seguro médico particular, inscribir en un colegio privado a sus hijos o en pagar una cuota de un crédito Mivivienda, por ejemplo.

Está probado que la inversión en capital humano durante la niñez y adolescencia genera ingresos futuros muy superiores respecto de quienes no tienen esa posibilidad. Pues bien, ese horizonte les es arrebatado a las familias de clase media formal en el Perú para canjeárselo por una pensión de jubilación para los padres -o solo uno de ellos- al cabo de cuarenta o más años.

La gran reforma del sistema de pensiones pasa por eliminar simplemente la obligatoriedad de los aportes tanto al sistema privado como al sistema público, y que ese dinero, que las empresas trasladan a las AFP o a la ONP, vaya directo como aumento de sueldo de los trabajadores para que lo destinen a lo que mejor crean conveniente.

No se trata tan solo de un tema de libertades individuales -que de por sí ya sería suficiente argumento para justificar la propuesta- sino de comparación de rentabilidades. El “capital familiar” crecerá mucho más si una familia decide invertir en salud y educación de sus miembros, o en vivienda, que en un sistema de acumulación financiera para asegurarse una pensión de jubilación. Como está diseñado, el sistema es un sifón que quita capital a la clase media para regalársela a los tres o cuatro grupos financieros que son los dueños de las AFP o, lo que es peor, al Estado, vía la ONP.

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AFPs, Aportes obligatorios, Libertades individuales, ONP, sistema de pensiones

[MÚSICA MAESTRO] En un reciente podcast disponible en YouTube, el crítico de cine, comunicador y docente universitario Ricardo Bedoya, recordado por el programa El placer de los ojos que dirigió y condujo durante dos décadas en TV Perú (Canal 7), comenta en tono de reproche la eterna ausencia de una industria cinematográfica en el Perú, algo que ni fenómenos como el de ¡Asu Mare!, que son esencialmente ridículos, dudosamente trascendentes y comercialmente exitosos -todo a la vez- han logrado corregir. Los comentarios de Bedoya, vertidos en respuesta a una interrogante sobre la ausencia de registros formales de la producción cinematográfica nacional de los últimos ochenta años, describen una realidad innegable que también podemos aplicar a la música hecha en Perú, una situación de la cual me ocupé con amplitud en este artículo, publicado hace un año en este medio.

Ante ese abandono que es, por partes casi iguales, tanto responsabilidad del Estado como de los sectores privados y del público mismo, en lugar de una memoria artística oficial -musical, literaria, fílmica, pictórica, escultórica- lo que tenemos es un rico pero desorganizado anecdotario nutrido por los recuerdos de los mismos protagonistas de cada escena o las investigaciones de estudiosos interesados en cómo se entendían y vivían las manifestaciones artísticas en un país que, debido a las eternas pugnas políticas y la metástasis de la corrupción, siempre ha visto todo lo relacionado a la educación, la cultura y la identidad popular como algo secundario, inservible salvo cuando puede formar parte de alguna campaña necesitada de iconos que muevan la emoción de los votantes.

Así, el cine de Armando Robles Godoy, los estudios musicológicos de la familia Santa Cruz o las esculturas de Miguel Baca Rossi solo serán útiles si dan la oportunidad -las obras o los nombres de sus autores- para que un partido político, una empresa o un medio de comunicación, finjan tener/sentir apego por la cultura cuando es lo último que les importa frente a sus reales y únicas ambiciones (poder, ganancias o rating, respectivamente). Por eso vemos, de vez en cuando, que se mencionan a diversas personalidades en cualquiera de estas artes pero nunca hay atisbos de intención por corregir esta omisión histórica y movilizar equipos de trabajo, presupuestos y archivos periodísticos para, por fin, rescatar del indigno olvido a tantas expresiones del saber popular que hoy están condenadas a desaparecer.

De eso se trata la tercera publicación de un colectivo de autores que, bajo el paraguas de la siempre activa Editorial Contracultura, nos entrega esta vez un compendio de pequeños pero sustanciosos ensayos para narrar, desde diferentes ópticas, hechos relacionados a la vivencia musical en el Perú, dentro de un rango de seis décadas. El hilo conductor de la obra, titulada Diez historias caletas de la música juvenil peruana, mantiene una identidad basada en desmarcarse de la visión idealizada que suele tratar de vender “un pasado musical glorioso” para concentrarse en contar las cosas lo más objetivamente posible. Aun así, hay diferencias demasiado marcadas entre los tonos y redacciones de los textos que conforman el tomo. Si bien es cierto esto suele suceder en las obras multiautorales, en este caso se hace urgente reclamar un trabajo más fino de edición para evitar altibajos. No porque dificulten la lectura ni la hagan menos atractiva, sino porque un tema tan trascendente como este, merece un tratamiento más especializado para alcanzar productos finales prolijos y dignos del esfuerzo desplegado.

Por ejemplo, el interesante y denso análisis que realiza el historiador Raúl Álvarez Espinoza en su pieza titulada La chicha o cumbia andina entre la violencia senderista y el giro neoliberal, con hartas referencias al complejo contexto sociopolítico vivido durante los ochenta; colisiona bruscamente con la transcripción descuidada que Ignacio Ramos Rodillo hace de Una entrevista a Alberto “Chino” Chávez, guitarrista, productor y compositor que fue uno de los protagonistas de la movida escénica y musical del Perú desde las épocas del gobierno militar de Juan Velasco Alvarado, por lo que a uno le queda la sensación de haber sido extraídos de publicaciones diferentes y no preparados de manera especial para el compendio que, a decir de sus propios compiladores, entra a cerrar una trilogía iniciada por los igualmente buenos Días Felices (2012) y continuada por Cielo Rock (2021). Sería óptimo, en caso hubiera segunda edición, corregir esta clase de observaciones, por muy odiosas y formales que parezcan.

La investigadora Fabiola Bazo, reconocida por sus estudios sobre el rock subterráneo, abre el libro con ¿Y dónde están las mujeres? Una lectura a contrapelo de la historia del rock peruano, texto en el que realiza un repaso de la participación de artistas mujeres en la escena musical local, desde los tiempos de la nueva ola con la cantante Kela Gates o Rebeca Llave, manager de Los Saicos; hasta la insurgencia de figuras determinantes para romper el machismo en el pop-rock nativo, como la vocalista de Ni Voz Ni Voto, Claudia Maúrtua -banda activa desde los noventa-, o el grupo de heavy metal Área 7, liderado por las hermanas Fátima y Diana Foronda.

En sus pertinentes argumentos, Bazo lanza varios reproches a la historiografía musical reciente por no haber dedicado suficientes páginas a las representantes femeninas de la música juvenil nacional, desde las más ubicuas como Patricia Roncal Zúñiga (María T-Ta) hasta Rebeca Llave, manager de Los Saicos, aunque su posición pareciera algo sesgada pues estamos hablando, por un lado, de épocas en que esta marginación era aceptada como “normal” por gruesos sectores de la sociedad- Y, por otro lado, la poca mención de mujeres en retrospectivas no necesariamente responde a un pensamiento subconscientemente discriminador sino a la magra exposición que ha habido tradicionalmente de sus aportes a través de los años, una situación que ha venido corrigiéndose felizmente en tiempos modernos. En ese sentido, la contribución de María de la Luz Núñez, La presencia de músicas en los inicios del metal peruano (1985-1995), se percibe menos panfletaria pero igual de reivindicadora, ofreciendo un acercamiento inédito a aquellas jóvenes que, contra todo prejuicio, alternaron con mucho entusiasmo y determinación en un subgénero de música extrema mayoritariamente consumido y producido por hombres.

Todos los capítulos de Diez historias caletas de la música juvenil peruana tienen valor en sí mismos, por la información que ofrecen a una comunidad de lectores ávidos por profundizar más en los orígenes de los diversos géneros musicales que se han practicado en nuestro país desde la década de los sesenta. Por ejemplo, Una breve historia sobre los inicios del reggae en Lima, contada a cuatro manos por los sociólogos Ernesto Bernilla y Mauricio Flores, rescata los orígenes de la enorme afición que hubo en diversos barrios de Lima Metropolitana por la música jamaiquina, brindando detalles poco explorados de la trayectoria de Alejandro “Pochi” Marambio, su mayor promotor y cultor, sus coqueteos iniciales con la música latina junto al sonero José “Chaqueta” Piaggio -el legendario grupo Guarango- y cómo el reggae se posicionó, casi sin quererlo, entre juventudes mesocráticas de distritos como Barranco y Miraflores, alterando -aunque no dramáticamente- sus verdaderas vinculaciones a poblaciones más bien desfavorecidas y marginales.

La publicación de los testimonios de formación de bandas como Tierra Sur, Hojas Ckas, Mundo Raro, Jericó y Los Nuevos Predicadores, así como de sus inicios en el reducido circuito de conciertos que frecuentaron es, después de todo, un acto de justicia. Sin embargo, como ocurre en otras publicaciones similares, los editores no dedicaron espacio para dar información detallada de años de actividad, formaciones, discografías, etc., que sean a la vez catálogos y fuentes cronológicas, material de consulta para futuros estudios.

Del mismo modo, los capítulos firmados por Hugo Lévano –La música juvenil peruana (1960-1965)– y Fernando Pinzás –Breve historia del pop, rock y otras culturas juveniles en Trujillo (1963-2000)– consiguen generar vasos comunicantes entre dos localidades diferentes, Lima y Trujillo, durante los comienzos de la industria de música en vivo orientada a públicos adolescentes, un aspecto que es complementado por la historia de las matinales -tocadas que organizaban populares locutores de radio en las salas de cine más conocidas de Lima- que nos ofrece Sergio Pisfil. Su ensayo, titulado Las matinales en Lima: Apuntes para una historia cultural, cubre con datos concretos una de las épocas más activas de la escena musical peruana, tras el estallido de la fiebre por el rock and roll que tuvo su momento climático con las visitas de Bill Haley y Chubby Checker, dos estrellas internacionales de alto nivel en su momento, dando origen tanto a la generación nuevaolera, con tendencia la canción romántica, como a los sonidos más rebeldes inspirados en la Invasión Británica, los Beatles y la psicodelia hippie.

La prensa también es abordada en estas historias caletas, un término que, como tantos otros de nuestra jerga local, pasó del hampa al habla cotidiana de personas comunes y corrientes (*). Carlos Torres Rotondo, que viene publicando sobre estos temas desde hace ya buen tiempo, hace un recuento a pasos largos titulado 50 años de escritura en rock, trazando una línea común entre revistas, fanzines y blogs, en tanto son herramientas comunicacionales que poseen un común denominador, el uso de la palabra escrita y el diseño gráfico -especializado en revistas, rústico en fanzines y mixto en todo lo tocante a medios digitales- que podría servir como contexto o inicio de marco teórico para una futura historia de los medios de comunicación en el Perú que comience donde terminó la suya el catedrático y periodista arequipeño Juan Gargurevich Regal en su clásico libro de 1982, Introducción a la historia de los medios de comunicación en el Perú. Aunque interesante, el uso exagerado de citas hace que el texto de Torres se enfríe demasiado.

En ese sentido, Fidel Gutiérrez aporta mayor sensibilidad con Historias de Rock del Sur, al rescatar la figura señera de Estanislao Ruiz Floriano (19??-2015), diseñador gráfico -creador de portadas para varios grupos locales famosos de los sesenta y setenta-, periodista y editor de las primeras revistas dedicadas al ritmo anglosajón más popular del mundo, Rock -que solo tuvo un número, en 1972- y su derivada Rock del Sur -solo duró dos años, entre 1978 y 1980. Aunque fueron muy breves, las motivaciones y experiencias de Ruiz Floriano como promotor de vehículos que sirvan para difundir una escena que, después de todo, nunca logró despegar, son inspiración de todo lo que vino después en cuanto al periodismo musical en el Perú, lo cual las provee de un valor hondo y duradero, cuyos ecos son, precisamente, publicaciones como Diez historias caletas de la música juvenil peruana, que viene siendo presentada con éxito en diversos foros culturales del Perú.

(*) CALETA: Este peruanismo de uso extremadamente extendido en tiempos modernos, surgió en el narcotráfico. Los escondites que armaban los fabricantes de pasta básica en las montañas eran llamados “caletas”, camuflados con tupida vegetación para evitar ser detectados desde lo alto por helicópteros, haciendo referencia a las caletas de pesca, lugares resguardados donde vivían pobladores costeros dedicados a la pesca artesanal. Con el tiempo, “caleta” se volvió sinónimo genérico popular de todo lo “escondido”, lo “oculto” o “disimulado”. Por asociación, cuando se trata de manifestaciones artísticas, lo “caleta” ya no solo alude lo poco conocido, sino también a algo “único”, “exclusivo”. Formas verbales como “encaletar” -equivalente a “esconder”- o “caletear” -pasar de manera disimulada, “pasar “caleta”- son también usadas para realizar actividades de manera disimulada, sin que nadie se dé cuenta.

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Chicha, Libros peruanos, Música juvenil, Música peruana, Nueva Ola, Reggae peruano, Rock del Sur

[EN UN LUGAR DE LA MANCHA] Empezaré por una sencilla confesión: la adoración del libro es el único culto en el que mi natural laico se siente a gusto. Entre las páginas de una novela, un ensayo o un libro de poemas se revelan misterios, sentidos insospechados, verdades profundas y conmovedoras sobre el hecho –contradictorio a veces– de existir, sobre los vaivenes de la vida, en fin, sobre uno mismo.

El libro como objeto, en todos sus formatos posibles, desde el venerable folio hasta el práctico de bolsillo, tiene su lugar inscrito de manera indeleble en los lectores que han fatigado una sala de referencia, pasando esas antiguas páginas con guantes de látex o bien se han acomodado plácidamente en un sillón con un libro entre las manos. El libro, en suma, es un dispositivo de placer, pero también de la memoria.

La lectura, actividad que hace cobrar vida al lenguaje escrito, es otro espacio de fantasía y maravilla. Ningún escritor, que yo sepa, recuerda mal sus inicios como lector. Basta recordar a Vargas Llosa en ese fragmento de su discurso al Nobel diciendo que los más importante que le había pasado en la vida era haber aprendido a leer. Muchos autores como Alberto Manguel o Irene Vallejo han contribuido enormemente a enriquecer esta noble mitología que enlaza la vida de libros y lectores.

Umberto Eco, amén de novelista entre los notables, también escribió ensayos que, en medio de su exquisitez y erudición, sabían huir de la rimbombancia y de la muy practicada soberbia. La memoria vegetal, título que recuerda la materia prima del papel desde el siglo XIX (la fibra de celulosa, proveniente de tejidos vegetales y sucesora del antiguo papel de trapo), es de aparición reciente en vitrinas limeñas, aunque data de 2021.

El libro se organiza en cuatro ejes temáticos, íntimamente relacionados con el mundo de la lectura y la literatura. Por allí desfilan bibliófilos, historias fascinantes sobre algunas ediciones de libros raros (librescas, si me permiten redundar), locos literarios y científicos estrambóticos, autores de libros que honraban esa condición y más historias delirantes alrededor de libros y autores, como una sugerente polémica en relación con la identidad autoral de Shakespeare.

“Hace algunos miles de años que la especie se ha adaptado a la lectura. El ojo lee y todo el cuerpo entra en acción. Leer significa también encontrar una posición correcta, es un acto que atañe al cuello, a la columna vertebral, a los glúteos. Y la forma del libro, estudiada durante siglos y configurada en los formatos ergonómicamente más apropiados, es la forma que debe tener ese objeto para que la mano pueda asirlo y colocarlo a la correcta distancia del ojo. Leer tiene que ver con nuestra fisiología”, reflexiona Eco (pp.31-32).

La memoria vegetal es un acto de amor por el libro y la lectura. Es también un ejercicio de la memoria: la historia de este maravilloso objeto y los insólitos y desopilantes personajes que la rodean, así como venerados hábitos, la bibliofilia, por ejemplo, acompasan y matizan la historia de nuestra cultura. Visitar estos ensayos prístinos, iluminadores y por momentos ricos en resonancias lúdicas y humorísticas, es un deber que nadie debería dejar para mañana.

Umberto Eco. La memoria vegetal. Lumen: Colombia, 2023.

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Bibliofilia, Ensayos literarios, Fisiología humana, La memoria vegetal, Umberto Eco

En términos comparativos, América Latina es una región en la que casi no ha habido conflictos militares. Hoy mismo no hay ninguno vigente. Eso podría cambiar, sin embargo, radicalmente si el mundo sigue girando hacia la multipolaridad, con los Estados Unidos perdiendo el dominio geopolítico del planeta y, ya desde hace años, de la región sudamericana.

La creciente y expansiva influencia china en Latinoamérica, la estampida de los capitales norteamericanos, la pérdida de influencia del Brasil, y la aparición de populismos extremistas en varios países de la región, podrían generar, a futuro, condiciones predisponentes para que algo que hoy solo generaría un par de comunicados diplomáticos, pueda escalar impensadamente, contra todo lo previsto.

Solo imaginémonos que gane Antauro Humala las elecciones del 2026 e insista con su mirada de reconquista de los territorios perdidos en la Guerra del Pacífico. O pensemos que pueda ganar Evo Morales en Bolivia y vaya más allá de lo admisible en su pretensión de crear una nación aymara que incluiría territorio puneño. O supongamos que la falta de ecuanimidad de los gobernantes venezolano y colombiano, vaya, por encima de las simparías ideológicas que puedan tener, hacia operaciones de recuperación de la popularidad perdida a través de conflictos bélicos internacionales. O imaginemos al descentrado Petro alentando la penetración colombiana en la zona del Putumayo, del Perú. En fin, hipótesis de conflicto hay decenas.

Y todo ello, en medio de un escenario de disputa internacional entre megapotencias, como ya se ve en Ucrania, en Medio Oriente y, no nos sorprendamos, pronto en otras latitudes. Latinoamérica es una región rica, empobrecida por su pésima clase política y por haber seguido un rumbo económico fallido, pero con recursos naturales que la hacen apetecible para los intereses geopolíticos de las potencias mundiales.

Puede sonar a una perspectiva distópica pensar en una guerra en el continente, pero las dinámicas globales apuntan a hacer ello factible y la pregunta de rigor, que se cae de madura, es si el Perú está preparado para ello, no solo en términos de equipamiento militar sino de tejido de alianzas estratégicas mundiales. Por lo pronto, no nos cabe duda alguna que el gobierno mediocre y miope de Dina Boluarte no debe entender ni de qué se trata, pero las élites castrenses y diplomáticas ojalá ya estén pensando en qué hacer ante escenarios probables como los referidos.

 

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[AGENDA PAÍS] Hace pocos días, me sumergí en la lectura del libro de Mario Vargas Llosa, “La llamada de la tribu”, donde al autor hace una retrospectiva de los pensadores que influenciaron en su transformación política, la cual lo llevó del sueño socialista de juventud, a la madurez liberal con la que lo conocimos en su campaña presidencial de 1990 y que continúa expandiendo a través de disertaciones y fundaciones.

Uno de los pensadores que Vargas Llosa analiza y que fue, según sus propias palabras, uno de los que más influenciaron en su transformación política, es Friedrich August von Hayek (1899-1992), filósofo político que tuvo una contribución literaria extensa a través del siglo XX en ámbitos como el político, económico y sociológico principalmente.

Hayek era un individualista por naturaleza y por contraposición, un enemigo de cualquier forma de asociación que tenga como objetivo definir la forma de vida de las personas a través de la elaboración modelos económico-políticos, cuyas vertientes van desde el comunismo al fascismo.

Vargas Llosa puntualiza ciertos aspectos de Hayek que lo podrían caracterizar como un liberal extremo al exponer que algunos elementos que vemos como comunes en nuestra vida cotidiana como el lenguaje, la propiedad privada, la moneda, el comercio y el mercado, no son construcciones impuestas, sino que van naciendo espontáneamente, de manera natural.

Casi se siente que Hayek es un anarquista, que, desde la explosión de iniciativas individuales, se forma un cierto orden que regula naturalmente los posibles excesos. Sin embargo, de lo que hemos visto, vivido y leído, el ser humano tiende a no ser tan solidario y un individualismo excesivo puede llevar a sociedades con concentraciones de poder económico y político que dejarán al margen a aquellas personas que quizá, por su naturaleza o por su entorno, no hayan tenido la capacidad de generar, individualmente, suficiente valor para tener una vida digna.

El Perú, con 80% de informalidad, es entonces, un país esencialmente liberal por la naturaleza de su gente emprendedora, donde día tras día se crea oportunidades, valor, comercio y propiedad.

Sin embargo, no todas estas valiosas iniciativas llegan a generar suficiente valor para que, por sí mismas, puedan retribuir a todos con un mínimo de bienestar que permitan a las personas tener una vida digna.

Y es allí donde la figura del liberalismo a ultranza choca y se enfrenta al dilema de la necesidad de contar con algún tipo de contrato social que permita un sistema en el cual los ciudadanos tengan acceso a salud y educación gratuita de calidad, seguridad para vivir en paz y un sistema de justicIa que realmente la imparta sin presiones ni corrupción.

No es tema de construir sistemas totalitarios para ello. Todos han fracasado, desde los nacionalistas y fascistas, los comunistas, o los llamados socialistas, término suavizado, pero de puro cinismo, como Maduro o Petro, que lo único que buscan es concentrar poder y recursos, olvidándose de buscar, realmente, el bienestar de la población.

El liberalismo económico puede y debe unirse con el liberalismo social, aquel que respeta la iniciativa del individuo y su derecho a realizar sus sueños. Pero también se requiere de un Estado con las suficientes capacidades para brindar servicios públicos de alta calidad que liberen al individuo de necesidades básicas para así generar un entorno favorable que fomente las iniciativas ciudadanas.

Ver y constatar nuestra realidad política y social hace que, esa visión de un liberalismo económico y social acompañado de un Estado eficiente donde trabajen los mejores, parezca más una utopía que un sueño.

Pero ese sueño es también una visión política que habrá que compartir con nuestros conciudadanos, para atraerlos y convencerlos que se sumen a la transformación de nuestro país hacia una sociedad solidaria, emprendedora y feliz. No hay tiempo que perder.

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Iniciativa individual, Liberalismo económico, Liberalismo social, Mario Vargas Llosa

[CASITA DE CARTÓN] Esta casita de Cartón abre sus puertas ante los afiebrados días de calor que han invadido las calles de Buenos Aires, tan afiebrados y exaltados como el ‘disparo’ del dólar, que ha llegado a niveles estratosféricos, cerrando el día de hoy, Martes 10 de octubre, en la suma de 1010 pesos, ¡todo un récord! Y todo parece indicar que nada detendrá que el ‘outsider’, el líder de La Libertad Avanza, Javier Milei, llegará próximamente al sillón de Rivadavia. Y es que a menudo me gusta no solamente caminar por la ciudad porteña, sino también por aquellos recovecos donde no llegan comúnmente las cámaras de televisión, como en distintas partes de la inmensa provincia de Buenos Aires –donde ha tenido un caudal importante de votos-, donde los turistas a menudo no pisan, salvo aquellos youtubers para sus documentales pero acompañados. Y si escuchas la voz del pueblo, en su mayoría, dicen que votarán por el ‘León’. Resumiéndolo a la siguiente apreciación: ‘Si ya estuvo el Kichnerismo y el Macrismo, y no han hecho nada, hay que darle una oportunidad a él, que no ha sido gobierno’.

Nacido de esa estirpe de la nueva derecha, considerada como ‘derecha populista’. De la línea ‘antisistema’ curiosamente, de Trump o Bolsonaro, con ciertas diferencias, sobre todo del primero en relación a la función del estado en torna a la sociedad y la economía. Donde en el gobierno del ex presidente Republicano, hubo un claro papel intervencionista del estado. Pero por el contrario, a Milei le repele y aterroriza, ya que considera al estado como cuna de muchos males, entre ellos, el cáncer que invade a muchos gobiernos de la región, la corrupción. Con el último debate recién salido del horno, parecen que las cosas no van a cambiar mucho y que habrá un ballotage con el representante del gobierno actual, Sergio Massa. Del que le acusan estas últimas semanas, de haber hecho una siniestra ‘alianza’ debajo de la mesa, al haber entre sus filas a viejos partidarios de la cara visible del desastroso gobierno actual, Unión por la Patria (antes Frente de Todos). Pero también de su afinidad con representantes de la ‘casta’, del que antes vitoreaba a los 4 vientos aborrecer, como el ex presidente y responsable de la deuda impagable con el FMI, Mauricio Macri. Del que a su vez, cuando era gobierno, decía que ejercía un ‘gobierno socialista’, y del que ahora lo vende como un ‘gran representante y embajador de la Argentina al mundo’, y del que formaría hipotéticamente ‘parte en su gobierno’.

Como bien se sabe, la familia Macri no ha estado para nada exento de los pozos oscuros de la corrupción. Ya desde el padre, Franco Macri, como el ex presidente de Boca, del que es parte de esa cofradía del poder. Pero también otro de la ‘casta’ que se ha subido al bus, es el viejo sindicalista, José Barrionuevo, y del que sus opositores no han obviado recalcarlo, dado a la contradicción con la naturaleza de sus discursos.

Pero no solo por eso ha sido señalado, sino también por el cambio en mucho de sus propuestas, esa suavización de su discurso, a diferencia de lo que lo llevó a ganar sorpresivamente en primera vuelta. Esto al parecer le ha jugado una mala pasado en sus aspiraciones de ganar en una primera vuelta, según los últimos sondeos, pero lo cierto es que el boom no ha menguado, por lo menos en aquellas asfaltos donde resuena la voz popular, donde todavía ven en él, un alud de esperanza. Y donde temas como la dolarización, o la ventas de armas como la venta de órganos, o el alarmante negacionismo en relación a la dictadura militar con sus muertes (del que su candidata a vicepresidenta es abiertamente defensora de los autores de los crímenes de lesa humanidad), donde, señala el controvertido candidato, que no son 30 mil las muertes sino 8.753, no parecen tener la mayor relevancia, ya que lo que urge hoy en día es tener un pan en la mesa para poder sobrevivir.

Esta casita de cartón ve a diario que la pobreza y la desesperanza van en aumento, con un 40 % de argentinos en pobreza y la inflación por las nubes, como un futuro próximo nada alentador. Y con esto cierra sus puertas en esta ocasión, triste, indignado y harto de esta tragicomedia perversa con la que muchas veces se viste la política. Recalcando la siguiente frase popular: ‘no todo lo que brilla, es oro’. Sobre todo en este juego de tronos, donde todo es un círculo vicioso. Pero eso el tiempo lo dirá, el gran aleccionador que tenemos todos.

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