Opinión

[TIEMPO DE MILLENIALS]  Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) fueron establecidos en 2015 por la Asamblea General de las Naciones Unidas y se pretende alcanzarlos para 2030. Son 17 objetivos globales interconectados diseñados para poner fin a la pobreza, reducir las desigualdades y combatir el cambio climático. Es una agenda universal que busca que todos adoptemos medidas para garantizar que nadie se quede atrás.

Sin embargo, estos ODS solo pueden lograrse con alianzas y cooperación entre gobiernos, sector privado, sector público y la sociedad civil. Así, esta realidad tiene su propio ODS:  el ODS 17 que se llama “Alianzas para lograr los objetivos” y señala que los 16 ODS restantes solo se pueden lograr con asociaciones mundiales sólidas y cooperación.

Estas alianzas deben ser inclusivas y construidas sobre valores comunes con  una visión y metas compartidas en la que coloquen a las personas y al planeta en el centro de la estrategia.

¿Por qué es tan importante?

Porque según el Informe sobre los progresos en el cumplimiento de los ODS de 2023, los avances en el cumplimiento han sido desiguales. El informe señala que se ha avanzado en ámbitos como la ayuda para el desarrollo, el flujo de remesas y el acceso a la tecnología. Sin embargo, la ONU considera que la financiación para el desarrollo sigue siendo un gran desafío, en particular en los países de ingreso bajo.

El mismo informe indica que los niveles de deuda de muchos países alcanzaron máximos históricos durante la pandemia; de hecho la deuda externa total de los países de ingresos bajos y medios alcanzó los 9 billones de dólares en 2021, es decir, un aumento del 5,6 %. A finales de 2022, más de la mitad (37 de 69) de los países más pobres del mundo corrían un alto riesgo de endeudamiento excesivo o ya lo estaban sufriendo. Estos niveles de deuda representan una potencial amenaza para el crecimiento económico.

Revertir esta realidad se ha convertido en un objetivo primordial en el ámbito internacional. Entonces, es necesario proteger, generar y continuar con las alianzas para no dejar a nadie atrás.

¿Qué podemos hacer?

Todas las empresas, sociedades civiles, independientemente de su sector, pueden tomar medidas para contribuir al ODS17.

A nivel interno:

  • Alinear la estrategia de la empresa con los objetivos de desarrollo sostenible.
  • Identificar los ODS relacionados con el núcleo de negocio de la empresa, para trabajarlos prioritariamente.
  • Crear puestos de trabajo dignos y fomentando la transferencia de conocimientos, capacidad técnica y tecnología.

A nivel externo:

  • Crear alianzas público-privadas con la sociedad civil, sector público y privado, para realizar proyectos de co responsabilidad.
  • Realizar proyectos de cooperación internacional e impulsar el crecimiento de los países en desarrollo.

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Alianzas globales, cooperación internacional, Desarrollo Sostenible, ODS

“Hay cuatro tipo de países en el mundo: los países desarrollados, los países no desarrollados, Japón y Argentina”, decía con ironía Simon Kuznets, premio Nobel de Economía en 1971.

Aludía con ello a la particularidad de la nación del Plata y que traemos a colación luego del sorpresivo resultado electoral de este domingo, que le dio el triunfo en primera vuelta al peronista Sergio Massa, cuando muchos especulaban con el triunfo en ella, del ultralibertario Javier Milei.

Milei se equivocó luego de las PASO, las primarias, en las que obtuvo un triunfo contundente, y pensó que la tenía fácil para la elección real, no cejando, por ende, en su estilo disruptivo y beligerante, intransigente y agresivo. A la postre, causó miedo y ello fue aprovechado por Massa, quien dedicó su campaña a generar susto respecto de las propuestas de Milei (”el pasaje en bus, que cuesta 50 pesos va a costar 700 si gana Milei”, por ejemplo), y frente a ello, el candidato de La Libertad Avanza, en lugar de refutarlo, respondía con mayor virulencia.

Si uno quiere cambiar el modo de pensar de una nación, como Argentina, es correcto patear puertas y romper vidrios, porque no hay otra manera de remontar un río caudaloso como es el pensamiento peronista arraigado en la sociedad argentina, pero si se quiere ganar una elección hay que ser más centrado e inteligente con la administración de la mesura.

Si se quiere irrumpir en un escenario bipartidista y ser protagonista partiendo de la nada, está bueno ser radical y disruptivo (Milei en dos años ha logrado gran resonancia política, al extremo de aspirar aún a hacerse de la presidencia de la República), pero si se quiere ganar una elección se debe invocar al centro.

Ya Milei ganó la batalla cultural al imponer una narrativa liberal en un país inclinado al intervencionismo estatal. Así no gane en la segunda vuelta, ha logrado asentar un discurso que no se había escuchado nunca en Argentina y seguramente, de ganar Massa, lo obligará a aplicar algunas de las medidas propuestas por el candidato de La Libertad Avanza, más aún con la presión legislativa que va a aplicar. Pero si quiere ganar la batalla política pendiente, tiene que moderar su discurso, su estilo y apuntar al electorado tradicional argentino (el sindicalizado, el receptor de subsidios -casi la mitad de la población- el provinciano que lo votó masivamente en las PASO y luego regresó al peronismo).

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Argentina, Intervencionismo estatal, Milei., Resultado Electoral

[EN EL PUNTO DE MIRA] La campaña electoral que recién empieza ha visibilizado un asunto bastante complejo de la dinámica política peruana: tener en disputa dos tipos de práctica política. La primera está representada por la práctica política mercantilista. En este punto podemos encontrar que la compra de votos es la condición sine qua non para llegar al electorado y para tener relativo éxito electoral. Durante el Gobierno autoritario de Fujimori esta forma de hacer política tuvo su incentivo perverso. Hasta el día de hoy se puede apreciar cómo este ejercicio político ha logrado generar un sentido común difícil de romper.

Con esta práctica lo que se busca es no tener militantes, sino clientes y redes de patronazgos. Y también –de acuerdo con Henry Hale– se busca hacer política mediante sustitutos partidarios (léase oenegés, canales de televisión, consorcios universitarios, equipos de fútbol, etc.), en los que se tenga como prioridad el candidato con dinero (así no tenga ideas claras de gobierno).

Por el otro lado tenemos a la práctica política institucional, que tiene su base en la estructura partidaria para generar adhesión política y éxito electoral. En estos momentos, dicha práctica política se encuentra disminuida por la presencia casi hegemónica de la política mercantilista, y por errores propios también. Pero, de acuerdo a una investigación que realicé para mi tesis de maestría, en las elecciones del año 2010 y 2014 para las elecciones regionales en Cajamarca, la política mercantilista tiene sus límites. El MAS, con su lema “aquí manda el pueblo” y con el uso estratégico de la problemática minera, logró ganar de forma abrumadora a un candidato fujimorista que ofrecía y regalaba dinero y víveres a cambio de votos.

Para las elecciones generales del 2026, la antipolítica (disfrazada de mercantilismo) pretende hacerse nuevamente de la política como organización y como liderazgo. Pero en un escenario caótico como el que vive actualmente el Perú, ir del terreno de las propuestas vinculadas a la recuperación de la política como asunto público –mediante liderazgos distribuidos y un partido organizado– se puede revertir ese escenario. Es un reto muy grande, pero apelando siempre a la capacidad de agencia se puede cambiar el escenario fragmentado y mercantilizado que tenemos actualmente en el Perú.

 

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Antipolítica, Campaña electoral, Institucionalidad política, Mercantilismo político

[MENTE ABIERTA] La percepción sobre los beneficios de acudir a terapia psicológica ha cambiado mucho en los últimos años. Ha pasado por un rebranding (modificación de marca), según la cual ya no es un recurso para “locos” o personas “que han tocado fondo” sino un medio necesario para mejorar la vida de cualquier persona.

Estos son, por supuesto, extremos y exageraciones alejadas de la realidad sobre los beneficios de “ir al psicólogo”, pero subsisten algunas preguntas fundamentales para la gente común: ¿Qué tan necesario puede ser algo a lo que tan pocas personas realmente recurren? ¿De verdad “están mejor” que yo aquellos que van a terapia? ¿Cómo ha podido funcionar “igual” el mundo antes de que existieran los psicólogos?

Este tipo de dudas son completamente válidas porque la psicología no es una disciplina todopoderosa e infalible para enderezar nuestras vidas y a todo el mundo. Evidentemente tampoco pretende serlo (aunque a veces sea retratada así). Y si una persona está dándole vueltas a la idea de acudir a terapia psicológica, entonces es importante tener una visión realista de lo que puede esperar (y lo que no) para tomar una decisión consciente e informada. Esto incluye evaluar las siguientes posibilidades:

La psicoterapia puede hacerme sentir temporalmente peor

El proceso terapéutico, al abrir una caja de Pandora, es bastante complejo y nunca se da de la misma forma en personas diferentes. Pero si hay algo que me atrevería a decir es que en todos los procesos de psicoterapia que tienen resultados positivos, se desafían las creencias y esquemas de los individuos.

Este quiebre es uno de los objetivos de la psicoterapia ya que nos permite crear nuevas costumbres y creencias que se adapten mejor al contexto en el que estamos; sin embargo, esto es difícil, incómodo y muchas veces doloroso. Ahora, el terapeuta siempre debe ser respetuoso y sensible ante el ritmo de cada uno, ya que parte de su rol es hacernos transitar a través de estos cambios de la manera más fluida posible, pero esto no quita que el camino sea largo y difícil. Por ello a veces “nos sentimos peor”, luego de acudir a terapia, pero casi siempre este es un estado temporal que da paso al crecimiento y la sanación.

Veamos un ejemplo: P. es un adulto de 35 años que acude a psicoterapia porque le cuesta mucho relacionarse con otras personas. Ha tenido relaciones de pareja efímeras y se ha alejado de su familia. A pesar de ello, en el día a día P. no se siente “demasiado mal”. Quizás P. se percibe un poco solo y algo insatisfecho con su vida, pero lejos de sufrir “una crisis”. Luego de un tiempo en terapia empieza a re-elaborar episodios de su infancia que forjaron en él la situación en la que se encuentra. Comienza a entender su niñez y cómo esta le ha afectado a lo largo de la vida, pero, lejos de sentirse mejor, se siente desilusionado. Durante su vida, no recordaba estos hechos conscientemente por lo que sentía que no le afectaban al estar desconectado de los mismos.

En este punto, es trabajo del terapeuta el brindarle las herramientas para transitar por este recién aparecido dolor y ayudarle a manejar estas emociones. El punto de esta exploración es que, al aprender de dónde vienen los comportamientos y emociones que lo afectan actualmente (los ya señalados), empiezan a ocurrir cambios, sobreponiéndose a la incomodidad y el dolor que implica este proceso.

De ninguna manera esto no significa que antes de iniciar el proceso terapéutico hayamos estado “mejor”, aunque al paciente ello le parezca por un tiempo. El quid del asunto es que algunos pacientes, ante este sinsabor pueden tender a abandonar la terapia, por lo que el psicólogo debe lograr que interiorice que es fundamental perseverar para que estas emociones tristes o dolorosas, que se manifiestan en múltiples áreas de su vida en un inútil intento de huir de ellas y protegernos, deben ser sacadas a la superficie para liberarse de ellas y sanar.

La psicoterapia puede no ser para mí.

Es complicado hablar sobre este tema en medio de una ola de concientización sobre la importancia del cuidado de la salud mental, pero yo argumentaría que toda terapia debe basarse en la realidad de las personas, caso contrario podría no ser de ayuda. Los factores que impiden que nuestros problemas sean resueltos por medio de una terapia pueden ser miles. Repasemos algunos:

  • El paciente no confía en el terapeuta: La primera etapa de la psicoterapia debe dedicarse a desarrollar el vínculo terapéutico entre el paciente y el psicólogo, pero esto no siempre ocurre de la mejor manera. A veces simplemente no congeniamos, de ida y vuelta.
  • Resistencia a los cambios: Muchas de nuestras creencias, valores y costumbres están tan arraigadas a nosotros que se dificulta cambiarlos. Este problema es aún más complejo si el tipo de terapia que recibimos está muy centrado en resultados tangibles sobre nuestra conducta sin profundizar en el porqué de nuestras acciones.
  • “Esperaba algo distinto”: Es común que nuestras expectativas sobre lo que iba a suceder en terapia nos jueguen en contra. Quizás queríamos ver resultados más rápido
  • Necesito algo más: Este punto se refiere a aquellos casos en los que la terapia oral no es suficiente. Para muchas personas, la psicoterapia requiere de complementos la exploración corporal. También existe la posibilidad de que, debido a la naturaleza y severidad de un trastorno mental, necesitemos de tratamiento psiquiátrico acompañado de medicamentos de acuerdo con cada caso.

Como psicólogo, ver el lado menos idealista de la psicoterapia ayuda a quitarnos las expectativas irreales y ponernos metas más aproximadas a las posibilidades de lo que puede suceder al momento de tratar a un paciente. Nuestro objetivo no es convertir a cada cliente en una versión perfecta de sí mismo, sino ayudarlos a entenderse mejor, afrontar sus desafíos de manera más saludable y encontrar las herramientas para vivir una vida más plena, feliz y significativa. La terapia no elimina por completo el dolor, la tristeza o el estrés, pero puede proporcionar estrategias y recursos para manejar nuestra la vida de manera más eficaz.

Por otro lado, desde la perspectiva del paciente, entender estas limitaciones inherentes a la terapia puede ser liberador. A menudo, cuando las personas buscan ayuda, cargan consigo la esperanza de que un terapeuta resolverá todos sus problemas con un chasquido de dedos. Cuando esto no sucede es natural sentirse frustrado y desilusionado. Es común creer que si la terapia no nos ha funcionado es porque nosotros no podemos ser ayudados o no podemos cambiar, cuando este no es el caso. Por ello, al reconocer que la terapia tiene sus propias limitaciones, los pacientes pueden abrazar el proceso con una mentalidad más realista. Iniciar un proceso terapéutico debe verse como un proceso de autoconocimiento y crecimiento personal, en lugar de una solución mágica a todos nuestros problemas.

La psicoterapia, en su esencia, es una herramienta poderosa que puede brindar apoyo, orientación y facilitar el cambio, pero no es una fórmula infalible ni un atajo hacia la felicidad instantánea. Tanto terapeutas como pacientes se beneficiarían de abrazar una visión más realista para así alinear sus expectativas y tomar en cuenta que es un proceso que requiere de esfuerzo, compromiso y mucha paciencia, para llegar al éxito.

Ig: @ps.fausto

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Autoconocimiento, psicoterapia, Salud Mental, Terapia psicológica

Contra los pronósticos de todos los analistas políticos argentinos y las expectativas de la propia población, el peronista Sergio Massa encabezó la primera vuelta con alrededor del 36% de la votación, dejando en segundo lugar a Javier Milei, con cerca del 31%, con quien disputará la segunda vuelta el próximo 19 de noviembre.

¿Cómo han podido votar millones de argentinos por quien fuera ministro de Economía y responsable directo del desastre inflacionario que hoy azota el país?, es lo que muchos desde la derecha se preguntan. Pero es Argentina, y el peronismo sigue siendo un instinto nacional, que actúa más allá de la racionalidad. Como dijo Pepe Mujica, ese animal existe y se llama peronismo.

Muchos dan por sentado el triunfo final de Milei porque consideran que los votantes de quien quedó tercera, la macrista Patricia Bullrich, se irán por el candidato de La Libertad Avanza, pero el panorama es más complejo. La decisión final va a estar entre los radicales, que esta vez fueron de la mano con la candidata de Juntos por el Cambio, pero algunos de sus líderes históricos ya salieron a indicar, después de conocerse los resultados, que no votarán por Milei de ninguna manera.

Otros piensan, entre ellos el propio Milei, según declaró a Radio Mitre después de saberse que irán a balotaje, que los radicales ya votaron por Massa en la primera vuelta y esta “traición” es la que explicaría el ascenso en el último tramo del peronista y el descenso de Bullrich. Si así fuera y el íntegro de los votantes antikirchneristas de Juntos por el Cambio deriva a Milei éste tendría asegurado el triunfo.

De acuerdo a los discursos de Massa y de Milei antes sus seguidores anoche, el primero optará por el perfil del gobierno de unidad nacional, invocando abiertamente la adhesión radical, y el segundo lo hará por la exacerbación del antikirchnerismo, que es claramente un factor aglutinante en Argentina.

Elecciones complejas en medio de una situación económica cada vez más insoportable, signan la definición electoral argentina, donde si no fuera por los miedos que se encargó de auspiciar el propio Milei, el tema ya estaría definido. Las segundas vueltas hacen madurar a los candidatos y centrarse. Si Milei lo logra hacer, puede remontar. En un mes lo sabremos.

 

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Elecciones Argentina, Javier Milei, Resultado Electoral, Segunda vuelta, Sergio Massa

Me toca estar presente en Buenos Aires en medio de uno de los procesos electorales más inciertos de Argentina. Como es habitual, uno de los mejores métodos de acercarse a la realidad de la conciencia popular es a través de los taxistas, y no tanto por los medios de comunicación tradicionales o de periodistas o bonaerenses amigos.

Y la incertidumbre electoral reina, a la par del pesimismo respecto de lo que se viene con cualquiera de los tres candidatos principales (el ultralibertario Javier Milei, de La Libertad Avanza; la macrista Patricia Bullrich, de Juntos por el Cambio; y el peronista Sergio Massa, de Unión por la Patria).

“Vamos a tener que elegir entre un desquiciado, una opacada limitada y más de lo mismo que hoy sufrimos”, me dice un taxista jubilado, que cree que el ganador va a ser Milei, así no sea en primera vuelta. “Si pasa a la segunda vuelta contra Massa, los macristas van a votar por él; y si pasa contra Bullrich, los peronistas jamás van a votar por alguien vinculado al expresidente Mauricio Macri. O sea, Milei va a ser el próximo presidente de Argentina, en primera o en segunda vuelta”, me señala el analítico y avispado taxista porteño.

El gran generador de incertidumbre es el ausentismo. En Argentina el voto es obligatorio, pero la multa por no votar es tan ridícula, que muchos argentinos prefieren quedarse en su casa y no acudir a los centros de votación, menos aún cuando todos los pronósticos climáticos anunciaban lluvia para hoy.

Al final de la tarde se conocerán los primeros sondeos y sólo queda cruzar los dedos para que, más allá de quien sea el ganador, retorne la racionalidad fiscal y monetaria a una nación que estuvo entre las primeras cinco economías del planeta desde principios hasta mediados del siglo pasado, hasta que advino la epidemia populista del peronismo, que se ha encargado de destruir su economía.

Un país que tiene 180 obras de teatro puestas en simultáneo y que alcanzan llenos contínuos, cuya capital tiene la mayor cantidad de librerías que cualquier otra del mundo, donde uno puede tomar un taxi y apreciar al conductor escuchando ópera, en el que su gente sigue comprando y leyendo diarios y repletando los cafés que abundan en la ciudad, no merece la tragedia hiperinflacionaria que hoy destroza la estabilidad económica de los hogares y que ha generado más pobres de los que nunca antes en su historia Argentina había tenido.

La del estribo: como siempre, saturé mis noches del excelente teatro argentino. Lo mejor, si tuviera que seleccionar una obra, La última sesión de Freud, dirigida por Daniel Veronese, que simula un diálogo imaginario de Freud (Luis Machín) y C.S. Lewis (autor de Las crónicas de Narnia, interpretado por Javier Lorenzo). Ha dado pie, también, a una película protagonizada por Anthony Hopkins, en el papel del fundador del psicoanálisis.

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Bullrich, Elecciones Argentina, Javier Milei, Massa, tragedia hiperinflacionaria

[MÚSICA MAESTRO] Cada vez que las ondas radiales me recuerdan lo podrido que está el concepto «música latina» en la posmodernidad, me aferro a aquellos artistas que me convencieron, cuando yo era tan solo un niño, de que la picardía, «el ritmo, el sabor y la sandunga» (Luis Delgado Aparicio, dixit) no tienen por qué perder elegancia para ser populares.

Y de esa galería de notables compositores, instrumentistas e intérpretes de las diversas vertientes de la música para bailar -uno de los aspectos que siempre ha llamado más la atención hacia lo latino entre públicos ajenos a nuestras idiosincrasias-, El Gran Combo de Puerto Rico se yergue como una de las columnas vertebrales de esa añoranza que es atacada a diario por los reggaetoneros de intensa pezuña blanqueada por los dólares y la fama fácil que ahora ve «elegancia» en el español mal hablado/mal pronunciado, el bling bling clonado (¿robado?) del hip hop y su asociación directa con temas de baja estofa como el narcotráfico y sus negocios anexos (prostitución de alto vuelo, tráfico de armas, sicariato, extorsión y cupos).

El Gran Combo de Puerto Rico es, sin exagerar, una de las orquestas creadoras/constructoras del concepto «salsa». De hecho, comenzaron a tocarla desde antes de que el término fuera acuñado oficialmente por el DJ venezolano Fidias Escalona en 1968, un asunto que hasta hoy genera intensos y, hoy más que nunca, infértiles debates habida cuenta de todas las aguas que han pasado bajo los puentes de la música afrolatina-caribeña-americana.

Pocas personas lo tienen presente pero El Gran Combo de Puerto Rico -ese es el nombre completo de la agrupación, aunque para todos nosotros será siempre El Gran Combo, a secas- surgió de la escisión de una de las orquestas de guaracha, bomba y plena -tres de los géneros caribeños ingredientes básicos de la salsa-, más importantes de la segunda mitad de los años cincuenta, Cortijo y su Combo. Rafael Cortijo, un arreglista y experto timbalero, tenía una efervescente orquesta de niches boricuas con ganas de comerse el mundo no sin antes hacerlo bailar hasta cansarse. Entre 1956 y 1961, Cortijo y su Combo remeció salones de baile y rudimentarios estudios de televisión con grabaciones como El negro bembón (1958), Perfume de rosas (1961) y, especialmente, Quítate de la vía Perico (1959), su más grande contribución al canon presalsero.

El prestigio y la estabilidad de Cortijo y su Combo se vieron mellados por un incidente que terminó con el encarcelamiento de su cantante principal, Ismael Rivera -por posesión de drogas- quien, posteriormente y por derecho propio escribió uno de los capítulos más importantes de la salsa clásica, convertido en el reverenciado «Maelo», con temas inolvidables como El Nazareno (LP Traigo de todo, 1974), No soy para ti (LP Soy feliz, 1975) y Las caras lindas (LP Esto sí es lo mío, 1978), del gran Tite Curet Alonso (1926-2003). Estos discos los grabó Miranda, también conocido posteriormente como “El Sonero Mayor”, con su orquesta Los Cachimbos, que tuvo en los coros a Héctor Lavoe y Rubén Blades.

Al año siguiente, siete miembros del combo de Rafael Cortijo -Roberto Roena (bongos), Rogelio Vélez (trompeta), Héctor Santos, Eddie Pérez (saxos), Martín Quiñones (congas), Miguel Cruz (bajo) y Rafael Ithier (piano)- decidieron abrirse y, en casa de Roena, escogieron como director a Ithier y adoptaron como nombre El Gran Combo ya que su primera opción -Rafael y su Combo- aludía demasiado a la banda anterior. De hecho, cuando apareció su álbum debut, Menéame los mangos (1962), con el merenguero dominicano Joseíto Mateo como único vocalista, muchos los tildaron de traidores ya que Cortijo, aunque golpeado por la obligada deserción de Miranda, decidió seguir adelante. Pero el rechazo duró poco y los éxitos comenzaron a llover para la nueva orquesta.

La década siguiente -entre 1962 y 1972- El Gran Combo lanzó un total de 22 álbumes con el sello Producciones Gema, con muy ligeros cambios de alineación y un dúo de vocalistas nuevos, Pedro «Pellín» Rodríguez y Andy Montañez, que establecieron un estilo quimboso y divertido, apoyados por los serios arreglos de Ithier y la voz chillona del saxofonista Eddie «La Bala» Pérez (un rasgo también característico del sonido de Cortijo y su Combo). A esa época pertenecen las primeras versiones de La muerte (El Gran Combo de siempre, 1963), Acángana (Acángana, 1963), Ojos chinos (Ojos chinos jala jala, 1964), Achilipú (De punta a punta, 1971), -que serían regrabadas en los ochenta- y otras descargas como El caballo pelotero (El caballo pelotero, 1965), Esos ojitos negros, Falsaria (Esos ojitos negros, 1968) o Ponme el alcoholado Juana (Este sí que es El Gran Combo, 1969).

En ese tiempo, El Gran Combo no se limitaba a sus ritmos habituales -guaguancó, merengue, bomba, plena, salsa- sino que le puso arreglos latinos a temas de origen anglosajón, sumándose a la fusión de moda, el boogaloo, con álbumes como ¿Tú querías boogaloo? ¡Toma boogaloo! (1967) o Latin power (1968) que incluye covers de canciones muy conocidas como Build me up buttercup, original de The Foundations o Aquarius/Let the sunshine in, otro clásico psicodélico de The Fifth Dimension. Hasta un éxito de la música «fácil de escuchar», Love is blue, popularizado mundialmente por la orquesta del francés Paul Mauriat (1925-2006), fue grabada por los portorriqueños para su LP Pata pata jala jala y boogaloo (1967).

Para inicios de los setenta, la base de la orquesta seguía siendo la misma, pero hubo dos modificaciones importantes. Roberto Roena, uno de los fundadores, salió para buscar su propio camino con The Apollo Sound y la Fania All Stars; y Pellín Rodríguez, hasta entonces cantante principal, comenzó su carrera como solista, dejando el micrófono a cargo de Andy Montañez. En 1973, con el ingreso de Charlie Aponte, se inicia lo que muchos ubican, erróneamente, como la primera época de El Gran Combo, ignorando que ya venían haciendo música desde hacía diez años. Esta segunda etapa de El Gran Combo se inauguró con un hecho poco comentado, su aparición como teloneros de las estrellas de la Fania en el legendario concierto en el Yankee Stadium de New York.

El siguiente lustro produjo exitazos como Julia (Por el libro, 1972), El barbero loco (En acción, 1973), Un verano en Nueva York, Vagabundo (7, 1975), Brujería (Aquí no se sienta nadie, 1979), La salsa de hoy (Disfrútelo hasta el cabo, 1974) y el «aguinaldo» -término con el que se conoce en Puerto Rico a las canciones de Navidad- Si no me dan de beber, lloro (5, 1973), estas tres últimas cantadas por Aponte, consolidando a El Gran Combo como una orquesta fundamental para entender la salsa. Los poderosos arreglos para la sección de vientos integrada por Luis Alfredo “Taty” Maldonado, Nelson Feliciano (trompetas), Eddie Pérez, Víctor “El Cano” Rodríguez (saxos), Freddie Miranda (flauta) y Epifanio “Fanni” Ceballos (trombón), con fuertes influencias del jazz, el piano orbital de Ithier y el contraste vocal entre Montañez y Aponte -de lejos, mejor cantante que Rodríguez- definieron un sonido que mantuvo su personalidad durante los próximos veinticinco años.

El Gran Combo siempre se distinguió por su divertido sentido del humor, reflejado en las letras de sus canciones y las coreografías de su línea de cantantes, siempre impecablemente uniformados. Al principio fue Roberto Roena, reconocido bailarín, quien organizaba los pasos de baile. Luego fue Mike Ramos, su reemplazo y, posteriormente, Charlie Aponte asumió esa tarea cuando quedó al frente como cantante principal, tras la salida, en 1978, de Andy Montañez quien inició una exitosa carrera en solitario luego de un breve paso por la orquesta venezolana La Dimensión Latina, para reemplazar a Óscar D’León.

Los dirigidos por Rafael Ithier -quien, para ese entonces, ya se diferenciaba del resto vistiendo otro color de uniforme, en señal de su jerarquía- también mantuvieron su independencia frente al conglomerado de la Fania que, en su momento, llegó a absorber a Ismael «Maelo» Rivera, Roberto Roena y hasta a Papo Lucca, director de La Sonora Ponceña. Aunque no era exactamente una rivalidad, Ithier y sus muchachos comprendieron desde el principio que lo suyo era un trabajo que no podía depender de decisiones ajenas, al punto de crear su propio sello discográfico, EGC Records (luego Combo Records) bajo el cual publicaron todos sus álbumes desde 1970 hasta la actualidad.

En 1978, el mismo año de la salida de Montañez, Ithier reclutó a Jerry Rivas, poseedor de un registro vocal similar, fuerte y acajonado, que encajó a la perfección con la alta y potente voz de Aponte. Como complemento, Luis «Papo» Rosario entró en 1980 para suplir a Mike Ramos, estableciéndose así la delantera del tercer y más conocido periodo del grupo. La química entre los tres, tanto para las armonías vocales como para los pasos de baile, hizo olvidar rápidamente los temores de que, sin Andy Montañez, El Gran Combo no podría durar mucho tiempo.

La primera mitad de los ochenta encontró a El Gran Combo convertido en «La Universidad de la Salsa», mote tomado del título de su disco oficial #34, en cuya carátula aparecen todos en togas y birretes, en el pórtico de una casa de estudios superiores. Una sucesión de éxitos radiales y giras multitudinarias por toda Latinoamérica y Estados Unidos hacían justicia a tantos años de esforzado trabajo musical. Canciones como Compañera mía (Unity, 1980), El menú, Timbalero (Happy days, 1981), El teléfono, Se me fue, Trampolín (Nuestro aniversario, 1982), Mujer celosa, Y no hago más na’ (La universidad de la salsa, 1983), Carbonerito, Azuquita pa’l café (In Alaska: Breaking the ice, 1984), La fiesta de Pilito, No hay cama pa’ tanta gente (Nuestra música, 1985, una prolongación del tema Eliminación de feos, de 1973, en que mencionan a varios colegas de la salsa) -solo por mencionar unas cuantas- fueron fijas en fiestas de Año Nuevo junto con el repertorio clásico, formando un cuerpo de trabajo de marcas sonoras registradas y un prestigio a prueba de balas. Mientras que la Fania se iba desarticulando por problemas de egos, El Gran Combo lideraba la salsa boricua ganando respeto del público, la prensa especializada y sus pares.

Para la segunda mitad de esa década, El Gran Combo supo adaptarse al sonido «romántico» de la salsa, sin perder identidad. Con el apoyo del arreglista Ernesto Sánchez, que había trabajado con Lalo Rodríguez, Ithier y su combo lanzaron dos discos que ratificaron su liderazgo en la evolución salsera, Romántico y sabroso (1988) y Ámame (1989), con canciones como Cupido, Ámame y Aguacero. En esa década, El Gran Combo tocó muchas veces en Lima, como parte del cartel internacional del Gran Estelar de la recordada Feria del Hogar. Su relación musical con el Perú quedó plasmada en la versión salsa del vals Bandida, compuesto por el marino chalaco Francisco “Panchito” Quirós Tafur, que incluyeran en el LP Unity de 1981.

Si La Sonora Ponceña hacía sus «jubileos» -celebraciones de sus aniversarios con conciertos y lanzamientos especiales- El Gran Combo hizo lo mismo desde 1972, sacando un disco recopilatorio para conmemorar sus 10, 15, 20 años y así, sucesivamente, hasta el más reciente, aparecido en el 2022, por sus bodas de oro. En 1992 apareció Los Mulatos del Sabor: 30 años bailando con el mundo, que fue lanzado como LP triple y CD doble por Combo Records. El clásico disco de la carátula naranja y una conga en el centro es una selección comprimida y precisa de las mejores canciones de El Gran Combo de Puerto Rico, para escucharla con deleite y bailarla hasta el cansancio. Las versiones nuevas de La muerte, Ojos chinos, Ponme el alcoholado Juana, Achilipú y Acángana -que hasta ahora escuchamos en radios salseras, grabadas con las voces de Rivas, Aponte y Rosario entre 1982 y 1985- forman parte de este compendio.

Pero si en los noventa la orquesta siguió presente en el gusto del público, la cercanía del Siglo XXI y los cambios radicales y degradantes de la música latina les pasaron factura, por lo menos en lo relacionado a nuevos lanzamientos. Si bien es cierto su jerarquía entre los salseros está intacta y canciones como Que me lo den en vida (Pasaporte musical, 1998) o Me liberé (Nuevo milenio, el mismo sabor, 2001) han gozado de mucho éxito y popularidad, ya no son tiempos para que canciones elegantes, graciosas y bien tocadas sean las preferidas de unas masas encanalladas por Shakira y Bad Bunny.

Varios personajes de la saga de El Gran Combo ya han fallecido, como Pedro «Pellín» Rodríguez (1984), Rafael Cortijo (1982) o Roberto Roena (2021). El trombonista Epifanio «Fanni» Ceballos, quien desde el fondo lanzaba aquel característico «¡Ahíiiiii…!» al final de cada tema en concierto, falleció en 1991. Y Eddie “La Bala” Pérez, el saxofonista de la voz chillona, otro de los fundadores, partió en 2013, el mismo año en que lanzó su autobiografía titulada Una bala, dos combos y una vida (2015), en la que recorre cincuenta años junto a El Gran Combo. Por su parte, Andy Montañez sigue cantando, a los 80, y subió al escenario con sus excompañeros en el disco en vivo 40 aniversario (2002).

Actualmente, Rafael Ithier, el almirante de este imbatible buque salsero, tiene 97 años y se mantiene en la dirección aunque ya no remece sutilmente las teclas de su piano, aquejado por algunos males físicos. Willie Sotelo, que fuera director de la orquesta de Frankie Ruiz, asumió esa tarea hasta su reciente fallecimiento, en el 2022. Con Charlie Aponte (72) y Luis «Papo» Rosario (76) retirados, desde 2014 y 2019 respectivamente, Jerry Rivas (68) está acompañado de otros tres cantantes, mucho más jóvenes. Aquí se les puede ver en la actualidad, en un show especial para el programa de YouTube Sesiones desde La Loma.

De los integrantes originales, salvo Ithier, ya no queda nadie, pero entre los integrantes actuales hay todavía sobrevivientes de los años setenta y ochenta como el trompetista “Taty” Maldonado, el saxofonista Freddie Miranda y el percusionista Miguel Torres, acompañados por una nueva generación de músicos que mantienen vivo el legado del grupo. Con esa formación editaron dos discos durante la pandemia, En cuarentena y De Trulla con El Combo, dejando en claro que la universidad de la salsa sigue dando clases maestras de música latina. Hasta que el cuerpo aguante.

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[EL DEDO EN LA LLAGA] Fuera de de que esto constituía un juicio de las conciencias ajenas y una intromisión en el derecho a la autodeterminación de que goza todo ser humano, lo que se proponía como alternativa no era mejor. Era incluso peor. Pues la propuesta cristalizaba en el perfil de un cristiano que, de ser posible, asistía a misa a diario —incluso los miércoles— y que renunciaba a su autonomía personal a fin de asumir ideas y actitudes ajenas dentro del marco de una obediencia servil y una renuncia al pensamiento crítico. Estos católicos de práctica diaria —a quienes llamaremos “católicos de miércoles”, escogiendo un día de la semana al azar— no son monopolio exclusivo del Sodalicio. Los hay a todo lo largo y ancho de la Iglesia católica. No son mayoría, pero hacen bastante ruido y han logrado que en el imaginario colectivo se les identifique como los católicos de verdad, los que son practicantes —o militantes—, los que representan a la religión católica en su prístina pureza.

Sin embargo, se trata de una ilusión, pues esta forma de vivir el catolicismo está muy lejos de lo que, según los Evangelios, predicaba Jesús.

Estos católicos de miércoles pretenden imponer en la sociedad sus ideas retrógradas y conservadoras, y plasmarlo en leyes obligatorias para todos. A estos fines no escatiman en obscenas alianzas con políticos corruptos, criminales de cuello y corbata, y empresarios de dudosas prácticas económicas, políticas y sociales.

En el fondo no creen en la democracia y consideran que se deben conformar élites que tengan el poder y que dirijan y adoctrinen al pueblo, al cual desprecian en el fondo de las sentinas que son sus almas. Al pueblo, tachado de ignorante e incapaz de tomar decisiones racionales, se le gobierna sin preguntarle nada. Estos católicos suelen tener vínculos con partidos y grupos situados a la derecha de las derechas, en el extremo del espectro derechista, sosteniendo posiciones que muchos fascistas no tendrían ningún problema en hacer suyas.

Estos católicos de miércoles no conocen la empatía con las personas en situaciones vulnerables y difíciles, y prefieren aplicar su ideología religiosa a rajatabla antes que buscar caminos para evitar el sufrimiento de esas personas. De esta manera, exigen que las niñas embarazadas sean madres, aunque ello ponga en riesgo su salud física y mental, e incluso su vida. No poseen en realidad ninguna certeza científica ni teológica ni bíblica de que el feto sea ya una persona humana y no un ente vivo en proceso de llegar a serlo, pero creen estar en posesión de esa certeza y condenan todo aborto como si fuera un asesinato. Defienden apasionadamente al no nacido, pero desprecian y marginan a los ya nacidos que no se ajusten a su concepto de género: homosexuales, lesbianas, bisexuales, transexuales, etc.

Estos católicos de miércoles callan en todos los colores del arco iris cuando se trata de denunciar abusos cometidos por clérigos y religiosos en la Iglesia católica. Nunca apoyan ni defienden a las víctimas de estos abusos. Por definición, creen que la Iglesia es santa, y están dispuestos a defender la santidad de obispos y curas, sobre todo si se sienten representados por la ortodoxia doctrinal y el conservadurismo de los susodichos. Por eso mismo, hablarán maravillas de Juan Pablo II y Benedicto XVI, sumos pontífices que —aunque se diga lo contrario— encubrieron comprobadamente a clérigos abusadores y pusieron el prestigio de la institución eclesial por delante de la ayuda y socorro a las víctimas de abusos. Y no dudarán en tachar al Papa Francisco de comunista o caviar que ha tomado medidas para combatir la pederastia eclesial, medidas que —hay que confesarlo— siguen siendo tímidas e insuficientes. Aún así, siempre habrá católicos de miércoles que buscarán tener una foto con el Papa, como si ello significara una aprobación de sus conductas contrarias a toda ética humana.

Estos católicos de miércoles creen que es su deber moral defender la reputación de la Iglesia católica a como dé lugar, y no dudarán en desprestigiar y difamar a las víctimas de abusos, tachándolas de enemigos de la Iglesia a los que hay que desprestigiar y aplastar moralmente como insectos inmundos.

Estos católicos de miércoles creen que existe una conspiración en contra de la Iglesia, orquestada sobrenaturalmente por el Diablo, y terrenalmente, por el comunismo y el progresismo, términos con que califican todo lo que les huela a derechos humanos y desarrollo social. O prefieren usar el término “caviar”, que no significa nada en realidad pero que gustan de lanzar al aire como epíteto para descalificar a los que no comulguen con sus ideas cavernarias.

Estos católicos de miércoles se suelen autodenominar defensores de la vida (o simplemente “pro-vida”), pero justifican las muertos y heridos durante protestas contra regímenes dictatoriales que se zurran en los derechos humanos, siempre y cuando esos regímenes protejan sus privilegios y les den pie a sus fantasías de lograr gobiernos confesionales que protejan y apoyen a la Iglesia católica. No les importan en absoluto que hayan muertos que ni siquiera participaron de las protestas, pues también son defensores de las fuerzas armadas y policiales, y se muestran dispuestos a pasar por alto cualquier uso desproporcionado y excesivo de la fuerza para reprimir las protestas.

Estos católicos de miércoles viven en su burbuja burguesa, ajenos a los sufrimientos del pueblo, refractarios a la vida en condiciones de pobreza y necesidad del común de la población, desconocedores de las problemáticas de la gente y corriente, y pretenden saber mejor lo que ésta  necesita. Se creen poseedores de la verdad, una verdad absoluta que no admite crítica ni análisis. Incluso se arrogan la potestad de decidir quién es católico y quién no lo es. Entre ellos hay quienes han puesto en duda mi ser católico sólo porque no comparto su interpretación particular de la doctrina católica.

Afortunadamente, la mayoría de los católicos no son así. Les basta con identificarse como católicos, y la manera en que viven y ponen en práctica su fe en un asunto de conciencia que sólo les compete a ellos. Ni siquiera admiten esa distinción que los católicos de miércoles hacen entre católicos practicantes y no practicantes, y que sólo sirve para crear divisiones y discriminación dentro de las comunidades católicas. Los católicos sencillos y sinceros que aún se reconocen como tales buscan seguir las enseñanzas del Jesús de los Evangelios de acuerdo a su conciencia —aunque ello implique desoír algunos preceptos obsoletos del Magisterio de la Iglesia— y eso basta y es suficiente.

En el Perú hay algunos católicos de miércoles en puestos públicos (congresistas, fiscales, jueces, alcaldes, etc.) y hasta ahora su gestión es mediocre o nefasta. No hay nada de malo en ser católico y reconocerlo. El problema está cuando se es un católico de miércoles, un católico ajeno a toda la riqueza de la condición humana, y ajeno al servicio de hombres y mujeres sin distinción de raza, género, pensamiento y religión.

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Católicos de Miércoles, Conservadurismo, Influencia Religiosa, política peruana

[EN UN LUGAR DE LA MANCHA] Yo recuerdo con gratitud mis primeras lecturas de Vargas Llosa porque al igual que otros autores –como Arguedas o Ribeyro– me enseñó, en imborrables lecciones, a acercarme al Perú con ojo crítico, señalar un derrotero para encauzar el cuestionamiento de un orden social muchas veces asimétrico, violento, injusto y, lo peor de todo, sin mucha posibilidad de cambio o mejora.

Leer novelas como La ciudad y los perros (1963) o La casa verde (1965) al borde de terminar el colegio, fueron una experiencia deslumbrante que luego, en la universidad, se repetiría solo para confirmar el extraordinario tejido narrativo y la rigurosa técnica empleada en su construcción: un nuevo realismo se abría paso, sin maniqueísmos, mostrando la crudeza y la ambigüedad del mundo social.

Conversación en La Catedral (1969) completaba esta primera parte de su novelística, dejando una estela de escepticismo y amargura, concentrada en la célebre pregunta de su personaje, Zavalita: ¿cuándo se había jodido el Perú? Pregunta que parece acompañarnos muchos años antes de que Zavalita apareciera sobre la faz de una página.

Luego vendrían Pantaleón y las visitadoras (1973) y La tía julia y el escribidor (1977). En la primera, hay un deslizamiento de la idea de la escritura como deber inclaudicable, rayano en el fanatismo, y, en clave cómica, el propio Vargas Llosa parecía burlarse traviesamente de algunas de las ideas que expuso en “La literatura es fuego” el famoso discurso que pronunció en 1967, con ocasión de recibir el premio Rómulo Gallegos.

En la segunda, el novelista trabaja con materiales de “poco prestigio” literario, como las radionovelas, un importante género de ficción masiva, pero que se aprovechaba muy bien para explorar todo un universo de relaciones entre lo ficticio y lo real, además de plantear cuestiones autobiográficas que volverían a resonar muchos años después en El pez en el agua (1993) su libro de memorias.

De todo el período posterior a La guerra del fin del mundo (1981) uno de los puntos más altos de su obra novelística, destacaría en lo personal La fiesta del chivo (2000) y El sueño del celta (2010). No se me malentienda. No descarto novelas como Historia de Mayta (1984), Lituma en los Andes (1993) –ambas despertaron ardorosas disputas políticas– u obras de decidido tono menor como ¿Quién mató a Palomino Molero? (1986) o Elogio de la madrastra (1988), pero siendo francos no me despertaron tanto interés.

Vargas Llosa, único peruano que ostenta el Premio Nobel, ha escrito cientos de artículos periodísticos dedicados a la política y a la literatura, dos de sus temas principales. Incursionó también en el teatro, logrando obras sugerentes como La señorita de Tacna (1981) o Kathie y el hipopótamo (1983). Una nouvelle, paradigmática, Los cachorros (1967), el cuentario Los jefes (1959) y ensayos de gran calado como Historia de un deicidio (1971), La orgía perpetua (1975), La verdad de las mentiras (1990) o La utopía arcaica (1996) conforman una obra de ribetes magníficos. Discutible, sí, en muchos aspectos, pero de inocultable valor.

No sé si le será grata la idea del retiro, tampoco su motivo central. Justo es el descanso para quien ha hecho tanto. Ahora miro hacia mi estante y veo, en perfecto orden, los libros de Mario Vargas Llosa. Sé que al paso del tiempo, ese nombre seguirá brillando y seguirá siendo, como desde el primer día en que me cruce con sus libros, una invitación a la pasión de leer y pensar.

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Crítica Literaria, legado literario., Literatura, Mario Vargas Llosa
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