Opinión

Si bien el Liverpool no pasa por su mejor momento, sumar frente al equipo que se ha convertido en uno de sus rivales clásicos no deja de ser importante. Aunque en la Premier League el Arsenal sigue firme en la cima, este triunfo —que representa un nuevo récord para Pep Guardiola— les permite seguir a los ‘Citizens’ a la expectativa de alguna caída de los londinenses. Aunque está bastante difícil; de todas formas, un excelente ‘apronte’ de cara al duelo frente al Bayern Munich por los cuartos de final Champions League.

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Por todo lo anterior, es importante que los ciudadanos estén alertas y exijan la estabilidad política y la fortaleza institucional como un requisito fundamental para la construcción de una democracia duradera y efectiva. La democracia no se construye con discursos populistas y promesas vacías (véase la reacción frente a la emergencia climática, que no pasa de anuncios y ofertas), sino con instituciones sólidas, liderazgos comprometidos y ciudadanos conscientes de su papel en el mantenimiento del estado de derecho y la protección de los derechos humanos.

El de Dina Boluarte es un régimen precario, sujeto con pinzas, pero lo será más si se tiende sobre ella un manto de relativa condescendencia por parte de la oposición de centroderecha, que hoy la sostiene. Requiere vigilancia, ojo crítico, oposición razonable, pero oposición, condicionamiento político respecto de su quehacer reformista, etc. No puede ser un Vizcarra II, que gozó de la complacencia de sectores importantes del país y ya vimos las consecuencias.

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Dina Boluarte, política peruana

En esas condiciones es que ha habido —según Martuccelli— una revolución de la sociabilidad que cuestiona las jerarquías sociales y culturales. Vale decir, desde hace cinco décadas, entre las clases sociales, culturales, de edad, de género, entre otros, existe una expectativa de tratamiento más horizontal. Dicho tratamiento (que es una cuestión más de expectativa que de realización) se da en un contexto fuerte de desigualdad económica, aún no superada en nuestro país, que —en ocasiones— genera cierto tipo de fricciones, sin lograrse —a través de las instituciones— un trato más equitativo.

Son estas nuevas formas aspiracionales y las pragmáticas también que han venido formando parte de la ética del limeño actual. Ética que —en un horizonte de mediano o largo plazo (quién sabe)— encontrará un rumbo más o menos definido.

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ética, Lima

Todo parece indicar que lo mejor que le puede pasar al país es que Dina Boluarte dure hasta el 2026, pero debe haber oposición recia y vigilante, no solo de un sector del espectro ideológico, que, por ende, será el único que cosechará eventualmente de ello. Sin caer en la irresponsabilidad demagógica de la izquierda, el centro y la derecha deben marcar la correcta distancia de un gobierno que muestra severas falencias y ausencia de perspectiva.

La del estribo: muy recomendable la obra El diablo, en base a un cuento de León Tolstói. Bajo la dirección de Mateo Chiarella y Lucho Tuesta, va en el teatro Blume, hasta el 26 de junio, de viernes a lunes. Entradas en Teleticket.

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derecha peruana, Elecciones

“The Passion of the Christ” (“La Pasión de Cristo”, 2004) de Mel Gibson nos retrotrae a las concepciones medievales de las representaciones de la Pasión, y si bien cuenta con una fotografía y edición de calidad y una recreación de pinturas clásicas sobre los últimos días de la vida de Jesús, su exaltación del sufrimiento y su regocijo sádico en mostrar gráficamente las peores torturas sólo apela a mentes conservadoras, pues quienes aprecian la libertad de conciencia suelen ser refractarias a una obra que más parece una prédica a latigazos.

Quizás la versión más bizarra y delirante de Jesús la encontramos en “Jesus Christ Vampire Hunter” (“Jesucristo, cazador de vampiros”, 2001) de Lee Demarbre, película canadiense independiente y relativamente desconocida, que es una parodia con tintes de comedia, terror, acción, artes marciales e incluso una parte musical. Todo a la vez. Sin pretensiones de ser tomada en serio, la película fue rodada con escasos recursos a lo largo de dos años durante los fines de semana. De ahí que la figura de Jesús vaya cambiando, pasando de ser un hombre barbudo de pelo largo y túnica larga, a cortarse el pelo y afeitarse y ponerse un piercing en la oreja, para finalmente en una siguiente etapa vestirse como una persona común y corriente.

La trama es como sigue. Ante la aparición de vampiros de ambos sexos que están asesinando lesbianas, un cura católico le pide a otros dos curas, uno de ellos con un peinado punk, que vayan a buscar a Jesús que ha regresado a la tierra en su segunda venida a fin de proteger a las lesbianas, que también son hijas de Dios y un tesoro para la Iglesia. A partir de ahí Jesús luchará contra una horda de vampiros —e incluso una pandilla de ateos— a golpes de kung fu y utilizando estacas de madera como armas letales. En ocasiones Jesús se movilizará en motocicleta o skateboard. Cuando es vencido tras una pelea y yace tendido en la calle, un agente de policía y un cura católico pasarán de largo, ignorándolo, mientras que será un transexual quien lo socorrerá y curará sus heridas, en clara alusión a la parábola bíblica del buen samaritano. Jesús pedirá entonces ayuda al luchador mexicano El Santo —conocido como el Enmascarado de Plata y a quien se llama Santos en el film— para luchar contra los vampiros. En esta tarea lo ayudará también Mary Magnum —en alusión a María Magdalena—, una hermosa mujer que de viste cuero rojo, con la cual ha compartido un sauna.

En medio de toda esta orgía de imágenes delirantes encontramos ideas interesantes: la inclusión de las personas marginadas de la sociedad, la aceptación de la diversidad y la libertad de conciencia, evidente en el mensaje final que Jesús da en un parque a sus seguidores, en una escena cargada de jolgorio y alegría.

En fin, es una película que sólo disfrutarán quienes posean un desarrollado e irreverente sentido del humor y sean capaces de admitir que existen diversas interpretaciones de Jesús. Y que de esas interpretaciones, las más rígidas y serias son quizás las más peligrosas y perjudiciales, las que más nos alejan de lo humano.

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Si nos ponemos a revisar el clásico enfrentamiento pop versus rock, la lista de casos es interminable. En 1976, el mismo año que el trío canadiense Rush enloquecía a la comunidad fanática del rock progresivo con su álbum conceptual 2112 -con temas como este-, cargado de electrizantes solos y cambios de ritmo en suites de más de veinte minutos; el cuarteto vocal sueco Abba sacudía las pistas de baile con la rítmica contagiosa e inmediata de Dancing queen, de su cuarto álbum Arrival. Esta convivencia de estilos de intenciones antagónicas y comprobada calidad existió hasta entrados los años noventa, década en la que ya podemos encontrar los primeros atisbos del encanallamiento del pop con vocación estafadora, caracterizado por la ligereza, homogeneidad y simplonería de sus contenidos.

En un primer nivel de apreciación, parecería comprensible que el torso desnudo de Plant y los fantasmagóricos movimientos de Jimmy Page fueran incompatibles con las corbatas michi de Richard Carpenter y las blusas con bobos de su hermana Karen. Pero, en un segundo nivel, la calidad de ambos grupos era tan alta que podía llegar -como de hecho lo hizo- a agradar a ambos segmentos por igual, debido a que exhibían un talento superlativo e innegable. Prueba de ello es que miles de coleccionistas de vinilos alrededor del mundo tienen en sus anaqueles las discografías de ambos. ¿Ustedes se imaginan a algún audiófilo del futuro colocando, junto a los tres sólidos álbumes que lanzó el colectivo psicodélico australiano King Gizzard and The Lizard Wizard durante el año pasado, el inconexo y masivamente aclamado tercer álbum de Rosalía, Motomami (Columbia Records, 2022), -cuyo primer año de lanzamiento fue “celebrado” con multitudinarios conciertos en las versiones argentina y chilena del Lollapalooza- que conspira contra sí mismo al sepultar en pantanoso reggaetón, las dos o tres ideas ligeramente interesantes que, haciendo un esfuerzo, uno podría llegar a rescatar de sus más de sesenta minutos?

Los nuevos productos extra musicales del pop moderno, particularmente los de la vertiente «latina», tienen, entre otros elementos, bases rítmicas muy elementales que extraen de una disciplina llamada «música» que personajes como Rosalía usufructúan para alcanzar los gustos populares, hecho que se concreta con su presencia permanente en premiaciones, festivales, primeros lugares de ventas y fanatismos rabiosos de una masa farandulizada e ideologizada, en modo intolerancia absoluta a la crítica.

Otros elementos constitutivos de esos productos son la vulgaridad, el sexismo, la idiotez en el uso del lenguaje, la superficialidad absoluta de los mensajes que ofrecen a sus públicos, conformados generalmente por personas muy jóvenes, de educación muy escasa y, en muchos casos, nula. Aunque, en realidad, también es verdad que han logrado ingresar al consumo de poblaciones que sí han atravesado por ciertos momentos de educación, algunos hasta son profesionales exitosos, cultileídos y no necesariamente jóvenes. Esto se debe a que, frente a los dictados de la posmodernidad y el exhibicionismo materialista de las redes sociales, este segmento masivo encuentra, en las tendencias asociadas a la ilusión de que la vida es -o debe ser- una fiesta interminable y desenfrenada, su única manera de ser feliz.

Pero quizás lo que más sirva para ejemplificar la gran estafa del pop moderno es lo poco que ha tardado Rosalía en pervertir su sonido, de ser una supuesta promesa del flamenco moderno con un deficiente pero auténtico primer álbum, titulado Los Ángeles (Universal España, 2017), grabado a guitarra y voz, pasando por el collage desordenado de El mal querer (Columbia Records, 2018), que se enreda en exploraciones electrónicas y ciertos intentos de fusión, hasta llegar a las fórmulas repetitivas y baratas del reggaetón/bachata de su última producción -el mentado Motomami- y sus recientes colaboraciones con personajes como J Balvin, Bad Bunny, Ozuna o su actual pareja, el portorriqueño Rauw Alejandro, que, coincidentemente, la han puesto en todos los titulares. A Shakira le tomó doce años esa degradación, de sensible cantautora juvenil a ofensora del buen gusto con sus reggaetones y demás. A Rosalía, solo la mitad.

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Música de moda, Pop del siglo XXI, Rosalía

No tiene buen lejos la izquierda peruana. Sus perspectivas solo se alimentan del optimismo que pueda generar la subsistencia de un ánimo antiestablishmet de un sector importante de la sociedad peruana, en particular, en el sur altoandino, capaz por sí solo de otorgar los votos suficientes para que un candidato de ese perfil pase a la segunda vuelta.

Fuera de ello, parece condenada a la marginalidad electoral, salvo que la derecha o el centro cometan la inmensa torpeza de presentar sinfín de candidaturas (¡van 21 hasta el momento!), hecho que pudiera hacer que se repita el fenómeno Castillo. Si no ocurre ello, tendremos, merecidamente, a la izquierda peruana recluida por el justo castigo cívico dada su prolífica inconducta política.

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En segundo término, hay autores que desconozco por completo o no he leído. Eso, naturalmente, no me convierte en miembro de una cofradía que quiere beneficiar a alguien ni en parte de una novela nostra que se parece mucho más a una fantasía conspirativa que a una realidad patente. Es cierto que entre las muchas novelas que se mencionan pocas o ninguna vienen del interior del país, aunque esto es relativo: si vemos el origen de los autores, muchos no son limeños; si nos guiamos por los datos editoriales, claro, la mayoría son libros impresos en Lima. Me queda en claro que se deben mejorar, en todo caso, los mecanismos de distribución y circulación de textos. Y también procurar que los espacios de crítica, mayormente digitales hoy, se ocupen de ellos en la medida de lo posible.

Que si la encuesta fue cerrada, que miren la lista de los invitados a responder, que si la metodología es la correcta, etc. Todo eso se puede discutir y no hay por qué escaldarse. Pero de ahí a lanzar acusaciones de favorecimiento hay un salto un poco temerario. Que nueve de los diez libros que encabezan la lista sean de una misma casa editorial es una circunstancia fuera de mi control: recuerdo haber leído País de Jauja en la edición de La Voz; conservo aún mi vieja edición de Crónica de San Gabriel en Tawantinsuyu; Redoble por Rancas de Scorza en Monte Ávila; Ximena de dos caminos en Peisa, en fin. No se me hubiera ocurrido votar pensando en quién es el editor o el sello. Solo en cada novela y en su importancia, según yo, mis lentes de paciente astigmático y mi almohada. Nada más por ahora, lectores.

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Literatura peruana, Novelas, Perú

En la batalla por la narrativa internacional del golpe de Castillo hay mucho por hacer, dicho sea de paso. Haría bien el gobierno de Dina Boluarte, más aún si, como parece, gobernará hasta el 2026, en organizar misiones internacionales de personajes independientes que le aclaren las cosas a los medios y a los políticos locales. Ya bastante se ha logrado con el espaldarazo de un peruano universal de gran predicamento, como Mario Vargas Llosa, pero hace falta un trabajo de filigrana más sostenido y permanente.

La democracia peruana está incólume gracias a que se evitó el golpe de Castillo. El Perú se salvó de seguir el camino de Venezuela y Nicaragua, que era el que el inefable Castillo quería seguir, controlando instituciones,  cerrando el Congreso y destruyendo la democracia a la que retornamos a principios del milenio. Eso hay que decirlo a los cuatro vientos, que los hechos amparan esta narrativa de manera contundente.

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