La tiene cuesta arriba Castillo porque las denuncias de corrupción que tocan a su entorno y lo rozan a él no son inventos psicosociales de la prensa concentrada sino hechos delictivos probados y fundados. Y la ineficacia absoluta de su gestión también es irrefutable y no se le puede atribuir a ninguna “mano negra”, como pretendió pergeñar respecto del nuevo fracaso en la compra de la úrea, sino simple y llanamente a la mediocridad o corrupción de los burócratas infiltrados por Palacio en el Estado peruano.
Hay un núcleo duro castillista, conformado por la izquierda radical y la fariseicamente considerada moderna, que haga lo que haga el gobierno, va a rendirle pleitesía, pero ese sector congresal y poblacional poco a poco se irá desengañando de las promesas incumplidas de Castillo y, sobre todo, del precoz grado de corrupción, muy tradicional ella, que ha exhibido en apenas su primer año de gestión.