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Ya quedaron atrás los tiempos en que se miraba a la cumbia peruana, en todas sus formas, por encima del hombro. Gesto clasista y vertical que desconocía una tradición emergente y hoy plenamente consolidada, que traía consigo no solo su(s) lenguaje(s) musical(es) sino también el peso de sus relatos sociales, que iban desde la experiencia del migrante hasta la necesidad de construir elementos identitarios (el origen, la tierra, las costumbres).

Dentro del amplio universo que conforma la cumbia peruana, la producida en la región amazónica ocupa un lugar especial. Un primer elemento que puede uno advertir es su sonoridad inconfundible, con ese singular rumor de sicodelia contagiado de trópico. Algunos recordarán a bandas como Los Mirlos, de Moyobamba; o a Juaneco y su Combo, ídolos indiscutibles en Pucallpa. 

La música, que sigue siendo la gran marginada de muchos relatos históricos, tiene felizmente quién le escriba. Y en el caso de la cumbia amazónica, el tesón y la nostalgia de dos periodistas de San Martín, Luis Alberto Vásquez y Alberto Ríos Ramírez (🕆) hizo posible la aparición de Lluvia con sol. Cumbia amazónica, una serie de crónicas que abordan historias y anécdotas de un nutrido grupo de exponentes regionales del género. 

Combinando datos históricos precisos y anécdotas que dan color, Vásquez y Ríos Ramírez tejen, capítulo a capítulo, la biografía de las bandas más destacadas de la región: Siglo XX y Los Triónix, de Rioja; Los Mirlos y Sonido Verde, de Moyobamba; Sonido 2000 y la arrolladora Fresa Juvenil, de Tarapoto; Los Dexters, de Uchiza; Los Yennis, de Sión; Los Invasores, de Progreso, los músicos pioneros de Juaneco y su Combo, de Pucallpa y, finalmente, dos hitos: Los Wemblers y Pax, de Iquitos. 

Un libro gestado en la amistad y en la música; nostalgia y memoria, afirmación de la identidad, tributo a un grupo de artistas que acabaron por forjar una tradición que hoy se ha extendido prácticamente por todo el continente y también un poco más allá. La contratapa del libro tiene código QR, que le permitirá acceder a una lista de canciones mencionadas en los textos a través de Youtube. Mejor imposible. 

Lluvia con sol. Cumbia amazónica. San Martín: Trazos Consultores-Editores, 2021.

 

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Jaime Vásquez, pugnaz editor de Iquitos ha dado vida, en el seno de su editorial Tierra Nueva, a la Serie Río Marañón, colección que tiene como objeto poner en la mesa la obra narrativa de diversos escritores de la región amazónica. La colección, recientemente presentada en la Feria del Libro Ricardo Palma, es una oportunidad para romper el cerco capitalino y mostrar parte de la producción literaria de la región.

La colección lleva ya más de diez títulos, entre ellos algunos muy destacables, como El eterno, volumen de cuentos del poeta pucallpino Jorge Nájar, narraciones exuberantes que dan cuenta de experiencias disímiles: la cotidianidad, la condición migrante, la violencia, la intimidad. Está también Obituario de Melissa Mendieta, una inteligente combinación de elementos provenientes de la crónica y el relato de ficción para abordar el horizonte de la muerte, la pérdida y el proceso del duelo, desde múltiples perspectivas.

Obsesión por Ofelia, del poeta Percy Vílchez, es también parte de esta colección. Se trata de una novela hiperbólica y satírica, llena de personajes desbordados por sus pasiones y marcados por la exageración y ciento tinte melodramático. El fondo de la trama no es menos desopilante: una huelga de espectadores cinematográficos en Iquitos, que terminó con varias salas en llamas. A eso se suma el enamoramiento hasta el delirio de Orestes Bardales, quien convierte a la actriz Ofelia Montesco (nombre artístico de Ofelia Grabowski Edery, loretana radicada en México, donde hizo carrera en el cine) en la primera y última de sus obsesiones.

Hay muchos títulos más, entre ellos Especies secretas, de Gerald Rodríguez Noriega; El escritor infame, de Werner Bartra Padilla¸ Tierra de orates, de Patrick Pareja Flores o Relatos de caucho y oscuridad, del conocido escritor y gestor cultural Paco Bardales. Ojalá otras propuestas editoriales se sumen al esfuerzo de Tierra Nueva y su Serie Río Marañón. Vale la pena. 

 

Vilchez - Melissa

 

Lluvia con el sol

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En 1647, Baltasar Gracián anotó en su Oráculo manual y arte de prudencia: La brevedad es lisongera, y mal negociante; gana por lo cortés lo que pierde por lo corto. Lo bueno, si breve, dos vezes bueno”. La escritura breve supone un ejercicio arduo. “Navajas mentales” llamaba el cubano Regino Boti a esos textos económicos y de rigurosa concisión que llevaban impresa la virtud de proyectarse mucho más allá, suscitando amplias reflexiones. 

La brevedad está presente tanto en el terreno de la creación de ficciones cuanto en escrituras más referenciales. En la tradición latinoamericana probablemente sean el guatemalteco Augusto Monterroso o el argentino Marco Denevi dos de los campeones del micro cuento (además el primero ostenta el honor de ser el autor del cuento más breve del mundo, esas siete palabras que dan vida plena al dinosaurio). En el orden de la no ficción, en una escritura que emula al carnet y coquetea con el ensayo, es quizá Eduardo Galeano y su enorme proyecto narrativo titulado Memorias del fuego el que se lleve los laureles.

Brevetes de historia universal del Perú es el más reciente libro de Fernando Iwasaki (1961), escritor peruano afincado hace ya buenas décadas en España. Estos “brevetes”, alusión algo burlesca a la brevedad y a la vez pedido de licencia, son en realidad, un conjunto de lacónicos pasajes históricos, citas de textos olvidados y semblanzas a vuela pluma escritas con extrema economía. Vistos en su totalidad, todos estos fragmentos forman un mosaico narrativo en cuya trama se dan cita la historia y la melancolía no por un pasado épico, sino por una historia de episodios modestos y en muchos casos desconocidos, aunque no por ello menos significativos.  

Dos elementos destacan aquí, aunque se trate de presencias transversales en buena parte de la obra de Iwasaki: uno es el humor, otro logro solo posible con prolijidad de artesano; otro, la erudición, el gusto por el dato asombroso, el regusto por solazarse en fuentes que al mortal de a pie podrían resultarle incluso esotéricas. El inicio del libro es un ejercicio imaginario, pero no imposible: un encuentro entre Cervantes, recaudador de impuestos de paso por Montilla, donde vive nuestro Garcilaso. 

Se sabe que Cervantes había leído Diálogos de amor, de León Hebreo, en la sutil traducción del italiano acometida por el Inca. Era 1591. Y ya que ambos coinciden en la misma ciudad, uno tiene la impresión de que existen las mismas posibilidades de que dicho encuentro se realizara o no. En todo caso, Iwasaki sella el momento de manera brillante. Cervantes ha tocado la puerta de Garcilaso y entonces ocurre este diálogo: “–¿Quién busca al Inca?” “—Miguel, señor” “–¿Qué Miguel?” “—Miguel de Cervantes, señor” (p. 13).

No faltan los héroes populares y su aura de tragedia. En el texto que dedica a Luis Pardo, “el famoso bandolero”, Iwasaki apunta: “…tenía 35 años cuando el ejército y los gamonales lo cazaron en enero de 1909, pero seis meses más tarde un poeta anónimo le dedicó una décima que luego se transformó en el vals “La Andarita”, en memoria de su esposa. La letra dice que tenía el alma de armiño” (p.77).

Cabe ahora dilucidar un aspecto del título de este libro: los términos “universal” y “del Perú” en clarísima contigüidad. Y es que hay personajes como el inglés Peter Dennis Daly, avecindado en Lima desde 1887 y que logró sobrevivir al naufragio del Titanic en 1912, quizá por prodigio de la estampita de la Virgen del Perpetuo Socorro del Rímac que llevaba consigo. “El señor Daly regresó a Lima, donde pasó los últimos años de su vida cuidando el jardín de casa, jugando al solitario, sosteniendo partidas de ajedrez por correo y comiendo rábanos de su huerto, como cualquier súbdito inglés” (p.85). La historia local, bien vista, tiene fronteras muy porosas.

Otros textos se asemejan más al estilo de Prosas apátridas, de Julio Ramón Ribeyro. Un buen ejemplo de esa filiación es “Paraíso: I, 25” donde Iwasaki aboga por un inventario “de los árboles de la poesía peruana” (p.95). Allí rememora, entre otras especies, los castaños que admiró Vallejo en París, los mangos que deleitaban a Antonio Cisneros o el granado de la casa muerta de Javier Heraud, para no mencionar el enigmático rosedal que intenta desentrañar Silvio en ese enorme cuento de Ribeyro. 

Más allá de las solemnidades propias del Bicentenario, leer estos brevetes (¿reencarnación en breve de las tradiciones de Palma?) nos da la posibilidad de enfrentar los hechos históricos con espíritu lúdico. Naturalmente, eso no es poco decir.

Brevetes de historia universal del Perú. Fernando Iwasaki. Lima: Alfaguara, 2021.  

¹El vals fue compuesto por Abelardo Gamarra, escritor y periodista de reconocidos quilates que se hacía llamar “El Tunante”.

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Alonso Rabí Do Carmo es profesor ordinario de la Universidad de Lima, donde imparte cursos de Lengua, Literatura y Periodismo. Estudió Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y obtuvo el Doctorado en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Colorado. Ejerce el periodismo desde 1989.

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I

La antropóloga Ana María Gálvez Barrera ha publicado un importante estudio dedicado a Chuqui Chinchay, divinidad del agua. En su lectura, hay un cambio de paradigma: el animal de poder en ciertos sectores del mundo precolombino no sería el puma o el jaguar, como se estableció canónicamente, sino más bien el gato montés andino, uno de cuyos rasgos es miccionar agua, elemento vital entre los elementos vitales. Adicionalmente, Gálvez Barrera ofrece una interpretación que añade a la tríada de la cosmovisión andina (Hanaq Pacha –mundo de arriba–, Ukhu Pacha –mundo de los muertos– y Kay Pacha –mundo terrenal–) un cuarto universo: el Wáh Pacha, que corresponde al mundo de las constelaciones. De la exhaustiva revisión de evidencias arqueológicas, de la reinterpretación rigurosa y creativa de fuentes míticas y cronísticas, así como de la atenta mirada sobre estudios más contemporáneos, Gálvez Barrera propone una renovada mirada al mundo prehispánico, partiendo de la reivindicación del gato montés andino como pilar de esta revelación. El Perú y su cultura no se agotan nunca. 

Chuqui Chinchay, deidad del agua. Animal de poder en la cosmovisión andina. Ana María Gálvez Barrera. Lima: Sinco Editores, 2021.

 

 

II

Está en circulación la revista Amarukan, apuesta de dos estudiosos del universo simbólico y cultural del Perú: su editor, Francisco León, y Diego Velasco. No abundan las publicaciones de este tipo, que arriesguen conceptualmente y pongan sobre la mesa de los lectores temas de evidente perfil polémico, pero eso sí, tratados con seriedad. El número se abre con una reflexión de su co-director sobre el sentido del proyecto, afiliado a una concepción “unidiversa” del mundo andino. Le siguen textos de mucho interés, como el de Castells y Destéfanis sobre el discurso de la opresión, la respuesta de Atawallpa Oviedo a varios teóricos culturales (Grosfoguel y Dussel entre otros), una revisión de las ideas de Aníbal Quijano, a partir de la descolonización, por Fernando Cassamar; dos acercamientos a Gonzalez Prada desde la multiculturalidad y el posmodernismo (Jaime Gamarra y José Vásquez, respectivamente) y dos ensayos de particular interés: “Hoja de coca y Wachuma, plantas maestras”, de Agustín Guzmán y “¿Por qué debe erradicarse el término provincia?, del ya mencionado Francisco León. Este es el primer número; entiendo que ha salido un segundo. Se espera que sean muchos más. 

Amarukan. Revista Andina de Ideas, Política y Cultura. Año 1, número 1. Lima: Francisco León Editor, 2020. 

 

 

III

Desde hace un tiempo la Biblioteca Nacional del Perú viene publicando varios volúmenes dedicados a analizar la problemática de la promoción y mediación de la lectura, así como el papel fundamental que cumplen las bibliotecas en el espacio público. Temas nada menores, teniendo a la vista los beneficios que podría reportar una ciudadanía lectora y unas bibliotecas, equipadas y dotadas de manera idónea, que sirvan de lugar de encuentro y cumplan la función de mediar entre las personas y la garantía del acceso libre a la información y el conocimiento. Uno de los volúmenes de la colección “Lectura, Biblioteca y Comunidad” es La biblioteca imaginada. Jardín para sembrar comunidades, del bibliotecólogo chileno Gonzalo Oyarzún, que analiza el rol de las bibliotecas públicas desde diversas perspectivas: la libertad y la resistencia cultural, su rol en el espacio público, su papel formador de comunidad, su impacto en el desarrollo humano y económico y un horizonte en el que Oyarzún traza los rasgos de una biblioteca imaginada: “un espacio democrático y, al mismo tiempo, un espacio de creación de democracia, de debate, de encuentro en la diversidad y la tolerancia. La biblioteca será siempre el jardín de los derechos humanos, donde se cultivan y florecen ideas y pensamientos libremente” (p.116). Nunca más de acuerdo.

La biblioteca imaginada. Jardín para sembrar comunidades. Gionzalo Oyarzún. Lima: Biblioteca Nacional del Perú, 2021.

 

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Mañana sábado 3 y el domingo 4 de setiembre se realiza la Segunda Feria del Libro Virtual de Cajamarca, un evento que en solo dos años ha adquirido un perfil muy interesante. Una feria del libro, sea virtual o física, es siempre una buena noticia: un espacio de diálogo y encuentro, una nueva oportunidad para rendirle culto a ese objeto maravillosamente placentero que es el libro y a su materialización, la lectura, solitaria en apariencia, pero a la vez una indudable forma de comunión. 

La feria ha adoptado el lema “Perú, contigo leo” y la parte central de su programa estará dedicada a abordar diversos aspectos de la obra de escritores peruanos clásicos: José María Eguren, Blanca Varela, Julio Ramón Ribeyro o Sebastián Salazar Bondy, por citar algunos casos, serán materia de charlas a cargo de destacados académicos y creadores peruanos como Alejando Susti, Christian Zegarra Vivian Lofiego, Marco Martos, José Antonio Mazzotti o Sara Beatriz Guardia, por mencionar algunos nombres.

Igualmente, el nutrido programa de actividades incluye a Mario Vargas Llosa como invitado de honor. Por otro lado, esta segunda feria tiene más sorpresas, como encuentros con Jorge Díaz Herrera, un destacado narrador y un autor ya canónico de nuestra literatura infantil y también con Rafael Dumett, autor de El espía del inca, una novela cuya importancia va encontrando asiento cada vez más sólido entre lectores y críticos de nuestro país. Estará también Miguel Pachas Almeyda, acucioso biógrafo de César Vallejo.

El programa completo, ambicioso y diverso, incluye también sesiones de crítica y la siempre refrescante presencia de muchos escritores peruanos de reconocida trayectoria. Se suman el historietista Juan Acevedo y el caricaturista Carlos Tovar “Carlín”. Sin humor no se puede vivir. 

Una oportunidad para escuchar la voz de José Luis Ayala, Gloria Mendoza Borda, Julio Carmona, Jorge Cuba Luque, Feliciano Padilla, Marita Troiano, Carmen María Pinilla, Juan Manuel Chávez, José Vadillo, Elton Honores, entre muchos más. 

Nota aparte para un hecho que realza el esfuerzo de los organizadores: esta feria carece de todo apoyo empresarial; tampoco recibe ningún dinero del Estado. Esta feria es posible gracias al tesón de un grupo de personas y dos editoriales independientes cajamarquinas que han tomado el toro por las astas. Muy meritorio y digno de aplauso.

El programa de más treinta páginas, así como las rutas de acceso a las charlas, presentaciones y lecturas, están disponibles en la página de Facebook del evento, donde puede acudir sin demora y de manera absolutamente libre: https://www.facebook.com/FeriaVirtualLibroCajamarca.

Todas las actividades, naturalmente, se transmitirán desde esa misma página. Me parece necesario saludar la realización de esta segunda feria. Lo que toca ahora es disfrutarla y difundirla. Viva la lectura, viva Cajamarca.

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Cajamarca, Feria de libro, Lectura, Perú

En un excelente ensayo escrito en 1955, titulado “En torno a los diarios íntimos”, Julio Ramón Ribeyro reclamaba para el diario un lugar en la literatura, aunque sin dejar de problematizar ciertos aspectos de esta especie textual. Se preguntaba, por ejemplo, cuáles serían las reglas intrínsecas del género: ¿la periodicidad? ¿el principio de veracidad? Del mismo modo, intentaba esbozar las diferencias entre los diarios ficticios y los no ficticios. Todo esto resulta más interesante aun cuando caemos en la cuenta de que Ribeyro es, precisamente, uno de los mayores diaristas del ámbito hispano.

Las preguntas de Ribeyro sobre el diario no eran gratuitas y, en todo caso, adelantaron varias discusiones y cuestionamientos al discurso autobiográfico. A pesar de todo, la fascinación de algunos lectores por las memorias, las autobiografías, los epistolarios y los diarios, sigue allí, intacta, ajena a discusiones teóricas que son seguramente muy sugerentes para el cenáculo de especialistas pero que, eventualmente, podrían privar de ciertos placeres al lector menos entrenado en esas elevadísimas argucias.

Paso al placer, entonces. Tengo en mis manos la reciente edición de Diarios, de Stefan Zweig (1881-1942), que cuentan con participación peruana, pues la traducción ha estado a cargo de la destacada escritora Teresa Ruiz Rosas. Los Diarios de Zweig abarcan casi treinta años de su vida, que transcurren entre 1912, dos años antes del estallido de la Primera Guerra y llegan hasta 1940, ya cuando la invasión nazi en Europa deja de ser pesadilla para convertirse en horror presente.

El arco temporal de estos Diarios revela una urgencia. Una sensibilidad atenta como la de Zweig no podría permitirse superficialmente el bárbaro período que amenazaba a Europa y que, finalmente, arrasó con ella. El 31 de julio de 1914, Zweig comenta con profundo pesar el llamamiento de la milicia en Austria: “La gente pasaba horas enteras de pie frente a la orden de alistamiento, redactada en un alemán miserable y totalmente incomprensible. Cuando oscureció, algunos miembros de asociaciones de veteranos intentaban animar a la población, pero sus arengas sonaban huecas: se había arrastrado a demasiada gente y la guerra se había colado en todos los hogares” (pp.98-99).

Una de las anotaciones finales corresponde al lunes 17 de junio de 1940. Zweig, ya obtenida la ciudadanía británica ese mismo año, está en Londres, preparando su viaje a Brasil. Es comprensible que Zweig quiera huir del horror de la guerra. Ese día escribe: “Se ha perdido Francia, reducida a escombros por siglos, el país más cautivador de Europa, ¿para quién escribiré, para qué viviré? En Inglaterra la situación es cada vez más tensa, me siento completamente marginado pese a la nacionalidad, incluso indeseable, porque nos han convertido en personas sospechosas a las que no conviene acercarse” (p.512). Los extremos de esta aventura autobiográfica tienen, pues, un hilo común: el horror provocado por dos guerras.

La escritura, protagonista también de estos cuadernos, a menudo se presenta como un atado de contradicciones. El jueves 10 de junio de 1915 anota lo siguiente: “Mi diario muere a causa del peso que me oprime. Estoy exhausto el día entero, cansado de todo” (p.206). Unos días más adelante, el 20 de junio, escribe: “Estoy metido de lleno en mi obra de teatro y desde entonces el mundo exterior me duele menos, siento que rindo cuentas ante mí mismo. Es la única forma de huir, puesto que los países están cerrados, como las ciudades” (p.208).

Por otra parte, la entrada del 13 de noviembre de 1918 no deja de ser profética, ya firmado el armisticio: “(…) Al menos yo consumo la mitad de mis fuerzas pensando en los espantosos escenarios que se avecinan, en que el odio entre clases y estamentos inundará el mundo” (p.382). Son muchas las puertas que abre este diario, y varias invitaciones, una de ellas a recorrer las páginas de El mundo de ayer, la autobiografía que acometió Zweig. Por ahora queda recordar a este gran maestro del ensayo, la biografía y el relato, enfrentando en las páginas de su diario sus dilemas y obsesiones, sus miedos y sus soledades. Vale la pena cada página de este testimonio magnífico, contradictorio y brillante.

 

Stefan Zweig. Diarios. Edición de Knut Beck. Prefacio de Mauricio Wiesenthal. Traducción de Teresa Ruiz Rosas. Barcelona: Acantilado, 2021.

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Alemania Nazi, Guerra Mundial, Stefan Zweig

Confieso que los epistolarios ejercen sobre mí una intensa fascinación: son puertas que se abren a una intimidad desconocida, pero cuyos entresijos anhelo con curiosidad de entomólogo y fervor afiebrado.

El género epistolar, que forma parte de los diversos discursos en que se puede dividir lo autobiográfico, tiene características únicas, sobre todo en el marco de su propia escritura, que coincide plenamente con el mundo representado a través de ella. Es decir, en la carta, como en el diario, el tiempo de la escritura y el tiempo de la representación suelen fundirse.

En la carta hay cierta prisa, acaso no haya mucho tiempo para meditar, su naturaleza puede llegar a ser más impulsiva o espontánea y las posibilidades de editarlas antes del envío no tan frecuentes. Por eso tendemos a pensar que en las cartas primaría un principio de veracidad, aunque sus garantías sean igualmente discutibles que las de un libro de memorias o una autobiografía.

Anoto todo esto porque el Fondo de Cultura Económica y Casa de la Literatura Peruana han editado un precioso volumen titulado Eternidad de la noche y que contiene las cartas que enviara César Moro a Emilio Adolfo Westphalen a lo largo de dieciséis años que transcurren entre 1936 y 1955.

Moro y Westphalen tuvieron una intensa amistad, mediada seguramente por el surrealismo, estética en la que Moro militó y de la que Westphalen fue sin duda un atento seguidor, al punto de evidenciar, en su poesía, más de una huella del ideario surreal. Moro y Westphalen representan dos figuras fundacionales de la lírica moderna en el Perú, dos cumbres expresivas y artísticas.

Moro, militante surrealista, aceptado sin reservas en el círculo de André Breton, organizador de exposiciones y activista; Westphalen, poeta de expresión siempre límpida y de imágenes que navegan entre lo onírico y lo irónico, lúcido y visionario ensayista literario (fue el primero en hablar de El zorro de arriba, el zorro de abajo, de Arguedas). Las epístolas de Moro revelan no solo un universo afectivo, sino también una suerte de hermandad que seguramente las respuestas ausentes de Westphalen podrían confirmar sin dejar resquicio de duda.

Estas cartas sin duda se enmarcan en dos motivos centrales: la urgencia y la confesión. No se trata de ámbitos separados, sino de motivos profundamente imbricados. A la urgencia de Moro por sobrevivir, se suma la sensación terrible de una existencia sin sentido, mal aderezada por la depresión y acosada por fantasmas como la soledad, la melancolía, el desamparo y la desesperación.

El 29 de enero de 1941 Moro escribe: “Mañana tengo que mudarme, de modo que te pido que dirijas toda la correspondencia, de ahora en adelante, al liceo. De seguro no me quedaré mucho tiempo adonde voy a vivir, puesto que el ambiente allí es repugnante. Todo me cae encima en estos momentos; todas las penas, todos los problemas. Si estuvieras al tanto de la mitad de lo que me ocurre, de la horrible angustia en que me encuentro, no entenderías cómo hago para seguir viviendo. Igual no creo que a esto se le pueda llamar vivir” (p.179). Líneas más adelante añade: “Si no te escribiera, ya habría muerto” (p.180).

Temas diversos aparecen en una secuencia siempre sorpresiva: el amor entre Moro y Antonio; las profundas decepciones que a veces suscita esta relación; proyectos creativos, publicaciones, traducciones, algunas que llegan a buen puerto y otras que quedan en el umbral del olvido; las carencias, sobre todo económicas que ensombrecen a Moro y lo que permite adivinar más de una epístola: la incondicionalidad tácita de Westphalen. Nada define una amistad verdadera como una lealtad a prueba de cualquier sombra. Impecable edición para un libro fecundo en emociones y desgarramientos.

 

Eternidad de la noche. Cartas de César Moro a Emilio Adolfo Westphalen (1939-1955). Traducción, compilación y notas de Inés Westphalen. Colección Tierra Firme. Lima: Fondo de Cultura Económica, Ministerio de Educación y Casa de La Literatura Peruana, 2020.

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César Moro, Emilio Adolfo Westphalen, Eternidad de la noche

La Biblioteca Nacional del Perú ha entregado recientemente dos libros de sumo interés para quienes, valga la redundancia, consideramos el libro como un artículo de primerísima necesidad. Sus autores, coincidentemente, fueron coetáneos. El primero de ellos es una compilación de artículos de Sebastián Salazar Bondy y en sus páginas todos los problemas que giran alrededor de este precioso objeto ocupan el lugar central. El segundo, es una compilación de ensayos literarios de un notable poeta de la generación del 50 (o del 45 como prefería llamarla el mismo Salazar Bondy): Javier Sologuren.

Sebastián Salazar Bondy fue un hombre multifacético y lleno de talento. Fue narrador, dramaturgo, poeta, ensayista, gestor cultural, crítico de arte y cultura, periodista, en fin, una figura que, lamentablemente, aun no hemos terminado de aquilatar. Entre los muchos libros que escribió destaca Lima la horrible (1964), acaso uno de los ensayos más penetrantes, lúcidos y apasionados de nuestra historia literaria. La odisea del libro en el Perú es una compilación de 40 textos que giran alrededor de la problemática del libro en el Perú.

Desde diversas perspectivas, Salazar Bondy se ocupa del libro, la lectura y los actores de este escenario: editores, lectores, bibliotecas, en suma, buena parte de lo que podríamos llamar el ecosistema de la lectura en el país. Los textos abarcan un arco temporal de once años (van de 1953 a 1964) y muestran la mano ágil de Salazar Bondy y cómo logró, a partir de la crítica periodística, una forma precisa y rigurosa: cada pieza es un ensayo breve y articulado, de coherencia indiscutible.

El carácter visionario es indudable. Un artículo de 1956, titulado “Un país que no lee” pone el acento en varios asuntos que siguen siendo álgidos en el 2021: “Somos un país que no lee (…) Que la lectura no sea un hábito general y que el libro no sea considerado como uno de los más decisivos factores del adelanto nacional, significa sencillamente que estamos muy lejos de ser una nación culta. A pesar, es verdad, de los edificios monumentales, de la introducción de la moderna técnica industrial, del crecimiento de las cifras en los cuadros económicos, del evidente avance que mostramos en algunas ramas de la vida material” (p.39). ¿Le parece familiar este cuadro?

Al andar del camino nos devuelve a la condición de lector literario que ostentó Javier Sologuren, poeta de lenguaje exquisito e inspiración neovanguardista, amante también del libro, como demostró su impecable trabajo como editor de esa colección maravillosa que fue La Rama Florida, un tesoro como pocos. Muchas veces los poetas suelen ser admirables lectores literarios, llenos de agudeza, capaces de iluminar aspectos de un texto o un autor que otros difícilmente podríamos notar.

En esta selección de textos Sologuren recorre diversos territorios, desde la tipografía (“Lo que la letra nos dice”) hasta Javier Heraud, pasando por Arguedas, Westphalen, Eielson, Oquendo de Amat, Carlos Germán Belli, la modernidad, la poesía misma, la traducción, actividad esta última en la que el poeta destacó nítidamente. Hay pasajes reveladores, como aquel en que postula la poesía como un espacio de diálogo ecuménico: “a nadie le extraña sentirse conmovido por la lectura o audición de un poema chino, francés, o quechua. La poesía es un lugar de encuentro de todos los hombres, es un medio de descubrimiento y recuperación de lo humano del hombre” (p.42).

Son igualmente sugerentes sus notas sobre Eguren o Arguedas. En torno al primero, anota: “En la pequeña opera omnia de Eguren (Simbólicas, La canción de las figuras, Sombra y Rondinelas), se ha conseguido representar el misterio del lenguaje: usarlo, ingenuamente, en su fuerza y debilidad, en su pura alusión y en su irremediable silencio” (p.64).

En relación con Arguedas, el hecho de que publicara poemas “no constituía algo inesperado o sorpresivo; era la confirmación, en cambio, de su germinal fuerza poética, una doble vuelta de tuerca en el cabal ajuste de su expresión medularmente nutrida por una rica y densa emotividad” (p.138).

En conclusión, amable lector, te esperan las páginas de dos joyas que pueden ser o bien rescate o bien renovado encuentro, depende de quién se acerque.

 

La odisea del libro en el Perú. Antología de artículos periodísticos de Sebastián Salazar Bondy. Selección y nota preliminar de Alejandro Susti. Lima: Biblioteca Nacional del Perú, 2021.

Al andar del camino. Selección de ensayos, artículos y notas de Javier Sologuren. Selección e introducción de Renato Guizado Yampi. Lima: Biblioteca Nacional del Perú, 2021.

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Al andar del camino, Javier Sologuren, La odisea del libro en el Perú

La pandemia del Covid 19 será, después de los años del terror demencial de Sendero y el MRTA, el evento más traumático que recordaremos peruanos de muchas edades y condiciones. Casualidad o no, recordemos que estos sucesos fueron (y muy probablemente seguirán siendo) disparaderos creativos y artísticos. Las líneas que siguen quiero dedicarlas a Durará este encierro. Escritoras peruanas en cuarentena, una antología realizada por Anahí Barrionuevo, Ana María Vidal y Victoria Guerrero.

Más allá de la evidente (y legítima) marca de género que supone un libro de esta naturaleza, es preciso indicar que los relatos contenidos en el volumen se ubican en el inicio de la pandemia, en los primeros días del encierro obligatorio y todo el abanico de sentimientos provocados por esta situación, un amplio y sensible arco en el que caben el miedo, el desconcierto, la angustia, la soledad y otros ingredientes que juntos le dieron a esa coyuntura un perfil verdaderamente trágico.

Intimidad y cotidianidad limitadas espacialmente, libertades recortadas, el mundo social reducido a unas pocas paredes y a unos umbrales esquivos, la sensación de días que duran lo eterno y el cansancio que invoca esa repetición casi invariable de los días. Todos estos elementos están presentes, en mayor o menor medida en este libro, que más que una antología debía en realidad considerarse un coro: su ambición no es la de constituir un conjunto de relatos autónomos y marcados a fuego por el estilo individual, sino la de mostrar una estructura polifónica: cada voz constituye un plano de conciencia autónomo, es verdad, pero todas las voces se articulan, finalmente, alrededor del patetismo provocado por la peste.

Son 53 escritoras reunidas alrededor de una exploración común: el mundo que ocurre a puerta cerrada. Pero el volumen presenta una estructura que impide el encierro absoluto: ese mundo cerrado e invisible dialoga con textos que provienen del mundo fáctico, especialmente de fuentes periodísticas, que sirven de marco contextual, si se quiere. Hay entonces un tránsito, un ritmo que impulsa a las palabras a trenzarse, metafóricamente hablando, entre lo privado y lo público.

En el prólogo del libro, escrito a tres manos por las antologadoras, se lee: “…era importante ponernos a escribir la urgencia, documentar la incertidumbre de lo que nos estaba sucediendo, captar esos primeros días de encierro, de catástrofe. Anotar y aprender ese nuevo vocabulario que asfixiaba al mundo (…) La escritura nos daba la oportunidad de mostrar una sensibilidad, el pulso de autoras peruanas desde diversos puntos del país y del planeta. Esa condición de miradas perpetuas les daba también tal ventaja: la de ver todo desde distintos frentes” (p.14).

Esto explica con suficiencia el hecho de que se trate de un libro nacido de la urgencia, de la ansiedad por aprehender una realidad nueva y desafiante que era y es capaz de vulnerar la vida de cualquier mortal sobre la tierra. “Sensación de estar en una película apocalíptica cuyo guion está comenzando a escribirse” (p.44), dice Claudia Salazar desde un Manhattan reencarnado en la desolación; “las utopías que nacen en tiempos de crisis no duran” (p.66) anota Christiane Félip Vidal con notorio desencanto; “Recluida, pienso en Sor Juana, en Ana Frank, en mi abuela Inés, en mi gata, en cómo vivir entre cuatro paredes y una ventana abre territorios insospechados en el alma y la imaginación” (p.82) sentencia Grecia Cáceres trazando un puente en el que la literatura y la memoria familiar podrían ofrecer la calma de un conjuro; “conocimiento de mis límites: un gran ventanal,/ una habitación propia, dos manos y un balde. // Lo que sigue no tiene límite” (p.110) anota en un poema Valeria Marroquín con irónica esperanza; “Sueño con Galicia mientras estamos todos encerrados, esperando que el virus nos toque la puerta, mientras afuera los pájaros toan la playa, el mar y el cielo vuelven a ser puros, pero también mientras la gente muere en el mundo” (p.195), escribe la cineasta Rossana Díaz Costa.

Esta ha sido una pequeña muestra de lo que el lector encontrará en lo que dure la lectura de estas páginas: un coro que navega entre una enfermedad que doblega al mundo y la única palabra –presentada además en sus múltiples posibilidades semánticas– que puede hacerle frente: la esperanza. Desde ya, debo contar Durará este encierro en mi lista de mejores libros de 2021.

Durará este encierro. Escritoras peruanas en cuarentena. Anahí Barrionuevo. Ana María Vidal y Victoria Guerrero. Lima: Cocodrilo Ediciones, 2021.

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Durará este encierro, Libro, Pandemia

Hay ocasiones en las que la fotografía tiene un valor social y documental incalculable. Sus imágenes tienen la virtud de narrar sin palabras, de explicar sin teorías, de revelar sin exagerar el artificio. El Perú cuenta con una gran tradición de fotografía que va en esta dirección. Baste mencionar, por ahora, antecedentes cruciales como los de los artistas cusqueño Martín Chambi (1891-1973), Eulogio Nishiyama (1920-1996) o el arequipeño Guillermo Montesinos (1877-1925), que registraron a través del lente parte del vasto universo sociocultural del sur andino del Perú.

Acercándonos un poco más a la experiencia contemporánea, no se puede soslayar el aporte valioso de Tafos (Taller de Fotografía Social), surgido en 1986 a partir de talleres de fotografía impartidos en Ocongate (Cusco) y El Agustino, en Lima. Tafos, fundado por los alemanes Thomas y Helga Müller, se convertiría muy pronto en un referente de la fotografía de carácter social y sus alcances metodológicos y conceptuales, que iban desde ser una herramienta de la antropología urbana hasta configurar una escuela etnofotográfica. Un enorme archivo de 150 mil negativos es el testimonio de un proyecto que logró crear núcleos de fotógrafos por muchas partes del país.

Podría seguir mencionando otros hitos, pero eso me distraería de la razón por la que escribo estas líneas, que es poner de relieve la aparición de un reciente libro que enlaza crónicas e imágenes en torno a uno de los episodios más interesantes de nuestra historia última: la conversión de la Plaza de Acho, epicentro de la actividad taurina nacional, en la sede de un albergue para quienes se cuentan, seguramente, entre los pobladores más vulnerables de la ciudad. Me refiero a Casa de todos. Rostros de la calle en Plaza de Acho, con textos de Luis Cáceres y Carlos Fuller, y fotografías de Franz Krajnik y José Vidal.

Como se recuerda, al inicio de la pandemia y el confinamiento obligatorio, la Beneficencia Pública de Lima y la Municipalidad de Lima deciden convertir Acho en un albergue temporal para que quienes carecían de un hogar al menos tuvieran temporalmente cobijo, alimento y salud. El resultado no se hizo esperar. Este lugar es sin duda una metáfora de la empatía y una muestra de que el humanitarismo nunca puede ser una tarea inútil.

Las crónicas de Cáceres y Fuller tienen una potencia conmovedora. Navegan entre el tono testimonial, el registro biográfico y la plasmación del habla de sus personajes. Indigentes, abandonados, olvidados, estos seres humanos han vuelto a la vida y en sus palabras, cálidas y sencillas, hay varias cosas en común: la tortura interior, la gratitud, la reflexión, el amor por la vida. Se trata de personas que creían haber perdido la esperanza y han asistido, poco a poco, al milagro de su recuperación, al prodigio de saber que la palabra dignidad podía tener un sentido más pleno.

Las fotografías de Krajnik y Vidal no complementan, son discurso en sí mismo. La imagen también nos comunica y nos instala en este universo de personas desoladas, cuya reconciliación con la vida parecía algo imposible de lograr. Imágenes que se mueven en clave realista, pero no descuidan la expresión. Krajnik y Vidal construyen un fresco en el que arte y miseria, arte y soledad, arte y pobreza se reconcilian y nos devuelven este esperanzado abrazo en el que los sin hogar, los sin voz y los sin rostro nos recuerdan que por algo hay que combatir la desigualdad y la pobreza, porque se trata de dos cosas que ofenden profundamente a la vida. Mención aparte para una bella y muy cuidada edición.

Casa de todos. Rostros de la calle en la Plaza de Acho. Lima: Fondo Editorial de la Universidad de Ciencias Aplicadas (UPC), 2021.

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