También hay un buen baño de reflexiones morales. La violencia doméstica corregida, la religión como medio de censura, la inefiencia de las autoridades, el mundo libre de los adolescentes. Incluso la apariencia satánica del secuestrador esquematiza todo esto entre los límites de la censura ideológica pseudopolítica y generadora de radicalismos sociales, que hoy se explora mediáticamente en todo el mundo, más aún en Estados Unidos. Le dicen, en simple, locura.

Esta no es una película gore ni tampoco una representación clásica de una cinta de terror. No aparece un energúmeno cortando en pedazos a las personas, y en su intento de ser más bien un suspenso con algo más de sangre, no muestra de forma explícita casi nada. Es más una estructura espiritual, un viaje sensorial a través de lo que sucede a uno cuando está sometido a la situación de estrés mas fulgurante de entre las torturas de esta deshumanización actual. 

Finney bien podría morir o en su intento de superviviencia bien podría triunfar frente al enmascarado mitológico. Ya sea el plan de Dios o el desarrollo de sus habilidades y derrumbe de sus miedos para vencer al villano, el conflicto central de la película se mantiene de inicio a fin. Y eso, en el cine de hoy, significa mucho. No importa si todo este show parece una recolección de sueños o un policial contra un asesino serial, porque en el fondo es solo la lucha interna para superar los miedos de un adolescente como cualquier otro, y eso lo hemos sentido todos.

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Cine, crítica de cine, Películas

Ante mi sorpresa, todo ello no se extraña demasiado. Aunque falten mayores agallas y controversias, el director pinta un retrato simple entre un bueno y un villano. Ese malo es, quién otro, Parker. Y lo caracteriza bien un Tom Hanks impecable cubierto de elementos prostéticos para ser el panzón, caricaturesco, mofletudo productor de una estirpe disque Hollywoodense cada vez más extinta.

Elvis retrata en esencia esa relación parasitaria entre artista y su administrador. Un cuento de hadas donde hay dinero y prosperidad para todos mientras el titiritero así lo decide; y donde una víctima inocente, sin educación y poder personal, se deja conducir en una espiral fabricando a cada paso su propia muerte. Es la crónica anunciada de uno avispado versus otro demasiado torpe. 

Y aunque Presley le hizo mucho bien al mundo y a la música, razón por la cual su talento persiste en la retina y estremece frente a la pantalla grande aún a cuatro década de su desaparición, parece ser que el bueno nunca es lo suficiente para salirse con la suya. Hasta sus últimos días vivió atrapado en un espiral de excesos, aunque haya sido una tumba de pie sobre el escenario de Las Vegas.

Hay muchas maneras de elaborar un retrato sobre una leyenda de la música como Elvis, pero pocas o casi ninguna que logre el consenso entre las habilidades más fines de la cinematografía y la aprobación de su legado. Porque Luhrmman ha logrado un exhuberante y enérgico biopic, aprobado por la crítica universal, bien apoyado por las audiencias y firmado por la aún existente familia Presley. Check.

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Elvis Presley, Rey del Rock

De hecho, la serie apuesta a que Moses, también conocida como la Inquisidora, o la Tercera Hermana, sea el núcleo de la atención de la audiencia. Se trata de una fanática del Imperio, obsesionada con capturar a Kenobi para llamar la atención de Vader y lograr un ascenso en su carrera imperial. Por cuatro capítulos, su ambición es su único hilo conductor, no se sabe de dónde ha salido esta histérica.

Un villano solo malo porque tiene ambición parece demasiado elemental para una saga tan grande como Star Wars. Más aún si la razón de todo este lío recae en ella. Leia y Ben estaban encaminados a vivir en paz hasta que empiece la de 1977 y es el hambre de Moses lo que origina todo. Hacia el final de la saga hay un giro demasiado tardío y poco explicado, confuso y no relevante de mencionar.

Tampoco es claro por qué secuestran a Leia si el objetivo es Kenobi. Si Moses sabe que Leia es importante para Kenobi, también debería saber que Leia es la hija de Anakin (algo que nadie sabe) y por lo tanto Vader lo sabría. La saga cambiaría por completo. Luego, si recuperar a Leia es tan valioso, por qué Obi-Wan no se entrega rápido, y se enfrenta a Vader y a Moses cara a cara con todo su poder Jedi.

La saga original pierde mística al saberse ahora del encuentro entre Obi-Wan y una niña Leia años antes de ser su única esperanza. Yo hubiera apostado por dos diferentes líneas narrativas. La primera es la infancia y adolescencia de Obi-Wan, luego empieza a ser entrenado por Qui-Gon Jinn. Ahí se podría haber explorado los tatuados valores de hermandad y serenidad de Kenobi.

 

La segunda es la infancia de Luke acompañado por Ben Kenobi de lejos, metiéndose en otro tipo de problemas sin entrometerse con Vader pero sí con el Imperio en Tatooine. Porque traer la sinopsis de Star Wars 1977 a una serie de seis capítulos con el formato de The Mandalorian parece un esfuerzo hecho solo para atraer más gente a la plataforma de streaming a cambio de migajas. 

Al final del día Disney estrella un Ferrari. La historia original creada alrededor de Obi-Wan Kenobi, con la participación de Darth Vader, Leia e incluso Luke, se merecía un resultado diferente. Hay una forma de hacer series exitosas, y luego encuentras en las antípodas de ello este pequeño e insufrible pedazo de nada. Cuánto se extraña a George Lucas.



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Cine, Disney, sociedad

Tras varias obstinencias incontrolables, Buzz retrocede como sesenta años. Su tripulación ya no existe, ahora viven algo así como los nietos. Y hay una amenaza de unos robots bastante torpes. Y los sobrevivientes son también torpes. Y la amenaza es salvar a una colonia invisible a la audiencia. Desafortunadamente, Lightyear está enfocado en sus secuencias de acción y los giros del villano. 

El gato robot y la tripulación de las payasadas pueden entretener a los más jóvenes, de cuatro años para abajo. Pero la película carece del corazón y el alma de todas las películas de firmadas por Pixar. La nostalgia por el paso del tiempo se siente de una galaxia lejana, y el hombre terco luchando contra sí mismo es demasiado indirecto y metafórico. Al final, parece un guion sin historia. 

Lightyear debería ser una película sobre trabajar en equipo y vivir el momento. Pero los personajes son tan ligeros y están apenas elaborados que la dinámica de grupo nunca se forma. Y los problemas que aparecen son resueltos casi al instante de ser concebidos. Incluso el villano es particularmente decepcionante, considerando se trata del Darth Vader de la franquicia Toy Story. No puedo ni entender como a Andy le gustó este bodrio sin emociones. 

Pixar ha mirado hacia las estrellas muchas veces con Wall-E, Up, la mismas Toy Story e incluso Intensamente o Soul. Nos ha acostumbrado a profundas historias de familia, tenacidad humana y la búsqueda de una vida más allá de nuestras narices. Pixar ha sido capaz de todo, como el cine clásico. Y por eso, quizás, ante su propio espejo, Lightyear cae estrepitosamente al finito y al más acá. 

Tan bajo como Cineplanet. 

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Cineplanet, Lightyear, Toy Story

Dominion, esta nueva y ojalá última entrega, tiene que introducir una serie de líneas narrativas adicionales para explicar la crisis de su premisa. Ya no solo es un problema de dinosaurios creados en laboratorios. Ahora también es un tema de usarlos para curar enfermedades humanas, clonar humanos, crisis alimentarias, dinosaurios entrenados para matar (¡con lo fácil que es!) y caos político global. 

Y entonces, este es un café cargado improbable. Inverosimil. Y por si no fuera poco ya con los tres personajes antes nombrados y una niña inquieta, los creadores han decidido traer de vuelta al casting noventero para salvar el caos. El narrativo, quiero decir. Pero los personajes de Jeff Goldblum, Laura Dern y Sam O’Neill (¡vaya leyendas!) se han convertido en seres más unidimensionales que nunca. Resulta tonto pensar que aquellos que huían a duras penas de una isla plagada de dinousarios, hoy sean más bien los encargados de salvar al mundo. Simplemente, no fueron escritos para eso. 

Y el guion está pegoteado como sea. No es una narrativa, es una serie de secuencias independientes pegadas con baba entre ellas donde todo corre a la misma velocidad: las personas, los carros, los raptors, los aviones y lo que usted se imagine. No hay casi diálogos y más bien hay demasiada pantalla verde que es dificil imaginarse cómo los actores supieron, grabando las escenas, de qué se trataba todo este espectáculo. 

Pero lo más absurdo es que, después de seis películas con más de diez horas en pantalla grande, estos guionistas resuelven toda la historia a partir de un personaje que solo vemos en esta última película, a través de unos video-cassettes del pasado, y la cuál no nos importa en lo absoluto. Parece que Jurassic Park no era realmente sobre dinosaurios, sino sobre científicos queriendo lidiar con la genética, y el desbalance que originaron.

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Cine, Jurassic Park, Jurassic World

Y por si fuera poco, Kosinski pone la cámara donde tiene que ser: dentro del avión. Este no es un espectáculo de ver aviones volar por los aires y explotar a alta velocidad. El espectador se encuentra metido en una nave aérea, sintiendo la aceleración a través de planos cerrados del rostro de los protagonistas, como se ve todo desde adentro de la cabina y que tan cerca estamos de estrellarnos. 

Sin saber y solo con sentir, uno no se da cuenta que llevas dos horas pegado a la butaca con las manos sudorosas. Como ha dicho Cruise en todas las promociones, esta es una película para verla en el cine. Y vaya que lo es. Es sensiblemente ruidosa, hermosamente coloreada y lleva la adrenalina a flor de piel. Garantizado el estrés, la frustración, el consuelo y el llanto. Y al final, el cine es eso, una pila explosiva de emociones desbordantes. 

Un logro paralelo a todo ello es el de Denise Chamian. ¿Quién? Una directora de arte con cuatro décadas en el negocio que ha logrado colocar aquí cada rostro actoral a la perfección. Aunque siempre me resulte irrelevante, porque el cine es mucho más que un grupo de actuaciones, hay un reparto en estado de gracia.  Teller, Connelly, Hamm, Harris y Powell traen a la función sus mejores maniobras y una inmensa calidad en su juego. 

Top Gun Maverick hace mejor lo que cualquiera pensaría que es antagónico para Tom Cruise: no se toma tan en serio. Fluye entre un discurso político ligero, una comedia bien puesta, y una acción enfocada en el paseo emocional. 

La película no te tira en la cara sus capacidades técnicas. Muy por el contrario, parece una demostración de cómo Cruise también ha madurado en la vida real, consciente del paso del tiempo y las arrugas. Ya cercano a las seis décadas, se ha asegurado que todos los hinchas del cine -e incluso a los que no lo quieran tanto a él- sepan con claridad cuánto lo vamos a extrañar. Más de una tonelada y por encima de la velocidad del sonido.

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Tom Cruise, Top Gun

Pasar un rato viendo a Tatum en completa forma es un placer suficiente. Pero Dog tiene otra delicia en el paquete: el mismo perro. Lulu no es perro dulce y tierno capaz de derretirte. Todo por el contrario: es un perro. Uno lleno de errores, impulsividad, ansiedad y necesidades. No es el sabelotodo autónoma, ni tampoco el caos personificado. Es un perro con vínculos humanos inherentes, y aún así, para los que sabemos de perros, es más perro que nada. 

También es un perro que no se adapta al mundo convencional. Y este Estados Unidos tiene dos caras. El mundo donde todo sale bien, usualmente, y uno más grande, el universo donde nada funciona. Con tiroteos en los colegios, violencia en las calles y mucha soledad. Ahí habita Lulu, en ese segundo espacio, y en ese sentido en donde se cruza con Briggs por sus pasados, no se sabe quién va a salvar a quién como conclusión de la historia. 

Si esta fuera una película como tantas de hace veinte o treinta años, hubiera sido un éxito comercial superlativo. Así se hacían las películas antes, con un guión sólido, profundo y, aunque suene imposible de conjugar, ligero. Quizás hubiera sido hasta una película admirable llevada a los premios. Perdida hoy entre la bulla y el impacto visual de otros producto, es función del espectador y de los distribuidores de cine revalorarla de otra manera. Porque comercializada como una película de comedia y amistad como una más del montón, le hace desmerecimiento a su valor real y termina alejando más al público masivo.

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Tatum

En esencia, es una película que ha sido artesanalmente hilvanada y no producida. La calidad del detalle estético es estremecedora. Pero la violencia está acompañada de momentos de dulzura, y en algunos tramos hacen recordar a historias de amor sutiles a pesar de la crudeza de su relato. Me viene a la mente Corazón Valiente de los 90 y ese cine épico y apasionado que producía un espectáculo visual y narrativo perfecto para las salas de cine. Lo que promueve al héroe en su cruzadas es ese desenfreno agresivo producto del amor. 

Roger Eggers logra solidez en una propuesta cercana a lo teatral. No hay otra forma de rodar esta historia. Es como una larga tarima de actuaciones memorables y diálogos sentidos. Logra el espectáculo en esta pregunta clásica de la narrativa de qué tanto están dispuestos a sacrificar por amor o revancha. También atrapa al público con múltiples giros narrativos y el jugar con el elemento de los límites del destino. 

Parece muy fácil hablar mal del estado actual del cine en el mundo y en Estados Unidos en particular. La carencia de una personalidad en su estilo o guión es indiscutible en líneas generales, para muestra cualquier producción regular de Netflix o Amazon. Y entonces uno se cruza con estas películas y merecen tener un valor a partir de sus agallas de propuesta original, ruidosa y compleja. Entonces, existe un halo de esperanza hacia el futuro.

Eggers nos recuerda que aún podemos tener películas audaces y hermosas con altos presupuestos y actores de taquilla. También el cine puede transportarnos a mundos inexplorados, y hay cineastas corajudos capaces de poner todo ello en salas comerciales, aún cuando abiertamente se quejan del exceso de supervisión editorial sobre los guiones y las propuestas artísticas. Al final del día, como todo, el cine es en principio un negocio.

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Cine, Cultura, Películas

Tengo una idea para Rowling. Quizás sea el momento de conectar todo esto con Tom Riddle. Al mismo estilo de Star Wars con Darth Vader. El fascismo de Grindelwald puede ser de alguna forma piedra angular de la creación del villano Voldemort. Y todo este enredo de líneas narrativas sin sentido puede caer directo en las guerras de los Mortífagos contra la Órden del Fénix, los papás de Harry, Snape, Sirius y personajes más interesantes.

Pero realmente no parece haber salvación para esta saga secundaria. Ni siquiera la historia de amor entre Dumbledore y Grindelwald pudo atrapar mi atención. La salida del closet es demasiado tímida y tiene tan poca previa que resulta inverosimil. Es demasiado sutil. Incluso no sirve de nada para normalizar la homosexualidad, pues haría falta algo más evidente. 

Aún con todo lo dicho, lo que más me molesta es tener un villano tan pasivo. Grindelwald es un gentleman. No hay nada sanguinario o violento en él. No parece ser realmente una amenaza para nadie. Ha matado a personajes representativos, pero ya nadie se acuerda de ellos. Es un político, desea ser un dictador del mundo mágico, pero la narración no permite que sea temeroso.

Al final, Dumbledore no parece tener ningún secreto poderoso. Antes de ello, Grindelwald no cometió grandes crímenes sobrecogedores. Y aún previo a ello, los animales no son tan fantásticos, más bien son tiernos y caricaturescos. Todo en esta saga es y sigue y seguro seguirá siendo plano, predecible y olvidable. Haría muy bien apostar por otro director y cambiar la fórmula. Por favor.

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