Para nadie es una sorpresa que Chile no atraviesa, en la actualidad, por su mejor momento futbolístico. Así lo demuestra no solo su última presentación en la Copa América, sino también su problemático inicio en estas Eliminatorias. Pero, aún así, logró sumar en el ‘Rodrigo Paz Delgado’, una plaza en la que Ecuador había ganado todos sus partidos, con la excepción de la derrota ante Perú en la jornada ocho. 

Así, con un planteamiento que, en principio, se erigió sobre una intención conservadora, pero que, a medida del desarrollo —y la oposición del rival, su reorganización tras una expulsión—, mostró versatilidad y algunos momentos más propositivos, el resultado obtenido fue un empate a cero. Por  el aspecto simbólico, este empate puede significar —tomando en cuenta la dinámica y el carácter cambiante de este torneo— una reacción por parte del seleccionado que dirige Martín Lasarte que, vale decir, se estructura a partir de la presencia de sus ya reconocidos y experimentados jugadores, vigentes desde los procesos más exitosos en años previos. 

El primero de ellos, Claudio Bravo, cada vez que fue requerido, respondió con solvencia. Con cuatro decisivas intervenciones, el experimentado golero del Real Betis demostró no solo encontrarse en alto nivel, sino también el liderazgo que cumple en la escuadra chilena. De precisos servicios para conectar rápidos contraataques, mantiene una cualidad que es de las más valoradas en los guardametas para el fútbol contemporáneo. 

Gary Medel, por su parte, junto a Enzo Roco en la zaga central, cumplió, como la mayoría de las ocasiones, una sólida labor en la última línea chilena. Actuando como central por izquierda, el defensor del Bolonia estuvo acertado para los cruces y cubrir su espacio ante las incursiones por el sector derecho del veloz ataque del ‘Tri’. A pesar de la altura que ganaban de sus laterales —José Hurtado y Pervis Estupiñan— y las modificaciones ofensivas que realizó Gustavo Alfaro, el ataque ecuatoriano careció de profundidad, lo cual indica hasta qué punto hubo un buen desempeño de la última línea chilena, que tuvo aplicados a sus laterales Paulo Díaz y Sebastián Vegas. 

En la primera línea de mediocampistas, Charles Aránguiz, correctamente complementado por Claudio Baeza, no solo recuperó una considerable cantidad de balones —más de treinta—, sino que, además, preciso en los servicios, se incorporó al juego ofensivo. Y, jugando más adelantado, prácticamente libre, estuvo Arturo Vidal, quizá el jugador que, por su personalidad, transmita más —futbolísticamente— en su equipo. A pesar del notorio cansancio que mostró desde gran parte de la segunda mitad, el ‘King’ no dejó, nunca, de disputar cada balón, presionar, luchar en cada zona del campo e intentar todo lo posible en ataque, aunque sin la creación de alguna totalmente nítida.

De importantes participaciones en el Atlético Mineiro que acaba de llegar a las semifinales de la Copa Libertadores, pero ubicado como extremo por izquierda, Eduardo Vargas, ahora de nuevo en su rol como centrodelantero, comenzó con mucha movilidad y se le vio más productivo cuando se recogía para aguantar balones y sumarse al juego interior, pero terminó bien cercado por los centrales ecuatorianos. Lo mismo que Jean Meneses: inició más activo recostado por el sector izquierdo, pero fue diluyéndose en el segundo. No de casualidad, la ausencia de gol —hace cuatro partidos que no marca uno— se presenta como uno de los problemas más marcados de Chile, que, además, no cuenta con Alexis Sánchez y, en cuanto a sus ingresantes para suplir dicho déficit, esta vez no estuvieron finos. 

Evidentemente, el fútbol de selecciones y sus partidos tan juntos, ya no es un espacio en el cual se disponga de muchas sesiones de entrenamiento para ensayar y proponer variantes al modo del de clubes, aunque esto sea cada vez menos absoluto. No obstante, y, por ello mismo, más allá de cualquier otra consideración, resultados como este pueden representar un impulso importante, en términos emocionales y de convencimiento, para afrontar los siguientes cotejos. Apoyado en gran medida sobre el aporte que brinda cada uno de sus referentes, si Chile consigue establecer relaciones más dinámicas y ejecuta comportamientos más sorpresivos en su juego ofensivo en su próximo cotejo ante Colombia, podrá refrendar lo valedero de su empate en Quito. 

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Perú clasificó a los cuartos de final de la Copa América. Luego de recibir una goleada frente a Brasil en el debut, Perú reaccionó, mejoró y le ganó a Colombia, le empató a Ecuador tras ir perdiendo por dos goles y, finalmente, venció a Venezuela. Este último partido deja una prudente sensación positiva, pues confirma que los dirigidos por Ricardo Gareca atraviesan por una dinámica de crecimiento que, en un torneo de esta naturaleza, puede ser determinante. Las relaciones al interior del colectivo cada vez adquieren un superior grado de compenetración, lo cual permite que la aplicación de la propuesta de juego peruana se muestre con mayor solidez y convencimiento.

Si bien el planteamiento conservador de José Peseiro, articulado sobre un 5-4-1 con las líneas bastante juntas, dificultó la creación de ocasiones de peligro para la selección peruana en la primera mitad, careció de sorpresa ofensiva y, más allá de algunas incursiones individuales de Jefferson Savarino y Sergio Córdova, no encontró la profundidad necesaria para dañar sostenidamente a la estructura defensiva ‘bicolor’. De hecho, la rápida salida de Alexander Callens —reemplazado por Luis Abram— no mermó el funcionamiento su última línea, ya que esta se mostró bastante aplicada y segura, aplicando de forma correcta las conductas requeridas para neutralizar el juego ofensivo venezolano. Más allá de consideraciones sobre los nombres y las ausencias del ataque ‘vinotinto’, puede ser vista como una señal positiva que, luego de doce partidos, el conjunto peruano  haya mantenido su valla invicta.

Sin haber desesperado en la búsqueda del objetivo, el complemento se presentó idóneo para los intereses de la ‘blanquirroja’. Encontrar rápidamente el gol vía un inspirado André Carrillo le permitió al equipo dirigido por Ricardo Gareca ganar confianza, sostener el orden y terminar el cotejo imponiendo condiciones a partir del manejo fluido de balón. En ese marco, Renato Tapia, Yoshimar Yotún, apoyados por un participativo Sergio Peña, los encargados de dotar de equilibrio a la escuadra peruana, cumplieron con su rol y estuvieron certeros no solo para la recuperación y el despliegue, sino también, en la mayoría de ocasiones, los pases para relacionar a las demás líneas y permitir que el equipo ‘viaje junto’ en los diversos sectores del campo.

Con sus respectivas cualidades individuales, lo de Christian Cueva y André Carrillo —que acertadamente se ubicó con mayor libertad en el frente ofensivo en el segundo tiempo— por su movilidad, conducción y capacidad para tejer situaciones favorables en ataque, fue de lo más destacado del conjunto peruano. Ejerciendo un liderazgo futbolístico, siempre ofrecieron apoyos para superar líneas y ser opción para ir al frente. Vale resaltar también el ingreso de Raziel García que, en los minutos que estuvo en el campo, mostró atrevimiento para encarar y asociarse, lo cual da la impresión de ser una aparición interesante en materia ofensiva para el cuadro ‘rojiblanco’. Y, marcado al milímetro por los tres zagueros venezolanos, Gianluca Lapadula, si bien luchó y generó lo que estaba a su alcance, no encontró los espacios necesarios para disponer de mayores chances de gol. El que sí tuvo una clara fue Alex Valera que, aunque no logró marcar, demuestra que su ‘olfato de gol’ es un activo valioso en esta selección.

Entonces, tras ir de ‘menos a más’, a Perú le tocará esperar, con unos días de descanso, a su próximo rival para la siguiente ronda del torneo. Tomando como referencia lo visto en los últimos cotejos y, como siempre, el carácter dinámico del fútbol, al parecer Perú está reencontrándose con su versión más fructífera a partir de una serie de ajustes tácticos, en los cuales destaca la conformación de una especie de rombo en el mediocampo con Tapia como eje junto a Yotún y Peña; la ubicación de Cueva como ‘enganche’ y André Carrillo más cerca de la portería rival como segundo delantero acompañando a Gianluca Lapadula. Así pues, superada esta primera prueba competitiva, solo queda adaptarse y responder ante un escenario que se presenta desde un creciente, y cómo no, desafiante rigor.

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Gianluca Lapadula, Perú, Ricardo Gareca

La asociación de Italia con una propuesta futbolística conservadora ha quedado atrás. Desde hace un buen tiempo, en realidad, aunque nunca falten algunos altavoces desde los que se hable de la posible presencia del histórico ‘catenaccio’. Y es que, tras haber quedado eliminada de forma sorpresiva en su intento de llegar a Rusia 2018, Roberto Mancini —entrenador de perfil propositivo, que intenta imponer condiciones a partir del buen trato de balón— asumió la dirección técnica de la ‘Squadra Azzurra’,  iniciando un proceso constructivo que se inscribe en un contexto de renovación e incorporación de nuevas tendencias (ej. Atalanta, Sassuolo, etc) en el fútbol italiano. No solo por mantener un invicto de veintiocho jornadas podemos afirmar que marcha bien, sino también por ‘la manera’, es decir, el ‘cómo’ ha jugado su equipo para conseguirlo. En ese sentido, la victoria por tres a cero frente a Turquía en el partido inaugural de la Eurocopa significó la respuesta exitosa en la primera prueba de rigor, además de un buen indicador sobre la evolución del juego colectivo de los dirigidos por el exestratega del Inter de Milán.

Así, en el Stadio Olímpico, de principio a fin, el dominio fue del seleccionado italiano. Jugando prácticamente todo el encuentro en campo contrario, el 4-3-3 que se planteó como esquema base, en realidad, experimentó varias modificaciones -sin perder el orden- por la tendencia natural a intercambiar roles, combinar y la movilidad de sus hombres de avanzada. Con laterales que otorgaban amplitud y fijación de adversarios por los carriles exteriores como Spinazzola y Di Lorenzo (mejor que Florenzi), en la zaga, Giorgio Chiellini junto a Leonardo Bonucci no hicieron sino evidenciar amplia compenetración, además de capacidad para sumarse a la elaboración de juego mediante pases filtrados a compañeros ubicados a distintas alturas del campo. Jorginho, Manuel Locatelli y Nicolò Barella —de mayor libertad para desprenderse y, por lo general, recostándose sobre el sector derecho, generar situaciones ofensivas—, los tres mediocampistas, fueron determinantes a partir de su manejo de balón y ocupación de los espacios, vinculando positivamente con los tres movedizos e incisivos atacantes, a saber, Lorenzo Insigne, Ciro Immobile y Domenico Berardi.

Turquía, ante la dinámica del equipo italiano, no hizo sino replegarse con un bloque bajo e intentar salir de contragolpe buscando especialmente a su estrella Burak Yilmaz para construir sus ataques, pero eso fue impedido en gran medida por la agresiva presión tras pérdida que aplicaron los de Roberto Mancini. Ni bien perdían el balón, los más cercanos, sostenidos por la estructura táctica, iban hacia adelante forzando al error o incomodando el intento por enlazar alguna jugada rápida por parte del cuadro dirigido por Şenol Güneş. Esto no es sino signo del interesante trabajo coordinativo de un equipo en el que las relaciones de sus futbolistas respondieron correctamente ante las distintas situaciones que implica el juego.

Por su parte, los goles se hicieron esperar durante la primera mitad, pero cayeron de forma sucesiva en el complemento. Goles que, me parece, tienen un carácter simbólico en tanto involucraron conductas distintivas de la idea de juego de esta ‘Squadra Azzurra’. En el primero, Manuel Locatelli identifica a Nicolò Barella ubicado entre líneas con tiempo y espacio y le entrega el balón; así, el mediocampista del Inter espera el momento justo y se lo cede con ventaja a Domenico Berardi, que se interna en el área y saca un centro que terminó con un autogol por parte de Merih Demiral. En el segundo, tras haber arrastrado marcas y ‘limpiado’ la jugada con un pase a Locatelli desde su propio campo, Barella siguió avanzando, volvió a recibir entre líneas por parte de Insigne y replicó el pase a Berardi, que decidió sacar un centro a Spinazzola y, frente al bloqueo de su remate, apareció Ciro Immobile para pescar el rebote y marcar. Finalmente, en el tercero, fruto de la insistencia en la presión alta, obligaron al error al portero rival, que le entregó el balón a Berardi y, tras combinación entre Barella e Immobile, Insigne apareció solo ante una línea defensiva descoordinada para definir con clase ante Uğurcan Çakır.

De este modo, exponiendo un fútbol alegre y dinámico, como lo ha caracterizado el periodista Ramón Besa, el panorama para el equipo de Roberto Mancini da la sensación de ser particularmente alentador. Aunque desde la óptica histórica las mejores performances de los italianos se corresponden con su inscripción fuera del campo del favoritismo, sus posibilidades de progresión en esta ocasión parecen ser manifiestas. En una Eurocopa donde selecciones como las de Bélgica, Francia e Inglaterra, por citar algunos nombres, llegan en gran momento y que, además, como todos los certámenes internacionales, se caracterizan por su dinámica caótica e imprevisible, Italia -sin confundir el camino- tendrá que ratificar progresivamente que puede ser un protagonista de consideración.

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Eurocopa, Italia, Roberto Mancini

Este nublado y frío sábado tuvo interesantes exhibiciones en el Hipódromo de Monterrico. La gélida atmósfera, pues, no fue impedimento para que las carreras se desarrollen con atractivo y emociones. Especialmente los cuatro clásicos que se disputaron a lo largo de la tarde, donde el papel estelar lo asumieron los juveniles del Coloso de Surco. No decepcionaron los nacidos en el 2018 en las pruebas jerárquicas, pues mostraron participaciones destacadas y nombres que perfilan con un formidable futuro. Tomando en cuenta la trayectoria de caballos que fueron protagonistas en estos cotejos en pasadas ediciones, no sería exagerado sugerir que nos encontramos frente al surgimiento de importantes representantes de la hípica peruana. 

No fue una sorpresa la victoria de Rosamunde en el Libertador José de San Martín (L), la primera prueba clásica de la tarde. Y es que, como señaló el periodista Camilo Henríquez, el césped y la distancia -1500 metros-, por los antecedentes triunfales de su madre, le presagiaban un favorable desenlace a la potranca del stud Paracas. En los estribos, Erick Arévalo supo regular los tiempos con criterio y, tras llevarla colocada durante el desarrollo, en el momento preciso, la exigió para que imponga condiciones con una sólida atropellada. Con este desempeño, la pupila de Juan Suárez, , por las palabras de su jinete tras la carrera -“al final se empezó a ir, y eso es lo bueno”– parece haber encontrado un margen de crecimiento en el césped y las distancias largas. 

Al igual que en el fútbol, un doblete no es sino manifestación de una jornada que, por decir lo menos, puede ser calificada como notable. Más aún, cuando hablamos del rigor que implica una disputa clásica. Primero en el Augusto Mostajo y Barrera (L) y, posteriormente, en el Luis Olaechea Du Bois (L), el stud y haras Myrna, en ambas bajo la conducción de Carlos Trujillo, lo logró sin mayores problemas. Con la potranca Maia, indicó el experimentado jockey, “era visto que tenía que seguir viniendo a la favorita”, por lo que se mantuvo durante la mayor parte del lance a una prudente proximidad de Admirable, que tenía planeado llevárselo de un solo viaje. La ejecución del plan le resultó, pues restando trescientos metros, el remate fue lo bastante potente como para hacerse de la vanguardia y establecer su victoria con cuatro cuerpos de ventaja.

Asimismo, en buen estado presentó Jorge Salas a Milan Boy (Breeders) para que, con comodidad, logrará la replicación triunfal para los suyos. A pesar de que hasta el cierre de la curva Súper Nao y Alta Gama asomaban y entretenían el lance, en la recta final el pupilo del Myrna no hizo sino mostrar su superioridad y, sin grandes exigencias, escapar de forma definitiva para adjudicarse la corona del Luis Olaechea Du Bois (L). Marcando un tiempo similar al de Maia, se evidenció jerarquía en el accionar de este castaño que había fracasado en su última presentación en el Mario Manzur Chamy (L). No de casualidad, el propio Trujillo en una entrevista al portal Todos Dentro del Partidor, indicó que cada carrera lo nota mejor y eso lo hace ilusionarse con la sólida proyección que le visualiza. 

Y, en la última de las pruebas clásicas, Grand Prix respondió a la confianza de los catedráticos y mantuvo el invicto con la conducción del jinete líder en las estadísticas, Martín Chuan. En la pista de césped, el hijo de Cyrus Alexander y Sweet Siena corrió de escolta hasta que, en tierra derecha, exponiendo resto y remate, se encaminó decididamente al disco triunfal y neutralizó la arremetida final de The Best Rimouth. El defensor del stud Black Label ya destaca entre su generación. 

Así pues, en balance, el césped fue para los pupilos de Juan Suárez. Por su parte, en la arena, todo fue satisfacción para el Stud & Haras Myrna, que cosechó un contundente doblete. No representa un dato menor que, en el 2018, se llevarán los mismos clásicos con Keaton y Cometa, respectivamente. Signo más que claro de la continuidad del buen trabajo que, desde sus inicios allá por fines de la década de 1980, ha caracterizado a esta caballeriza de la hípica peruana. 

Por último, me gustaría cerrar esta columna saludando, en su día -23 de mayo-, a todos los trabajadores del turf. Su dedicada y singular labor cotidiana, que pocas veces ha sido objeto de los reflectores mediáticos y ha quedado por lo general invisibilizada, mantiene con vida a este tradicional deporte que, a pesar del crítico contexto, permanece vigente y  en búsqueda de recuperar el interés de la afición. 

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Deporte, Hípica, Turf

Con veintidós años en el Arsenal, la trayectoria de Arsène Wenger está fuertemente asociada a los Gunners. Tan intensa identificación con el cuadro londinense, al parecer, impone la idea según la cual la vida futbolística del Profesorse agota en tan largo periplo. Sin embargo, con la reciente publicación de su  autobiografía, traducida al español comoArsène Wenger. La filosofía de un líder(Córner), queda claro que su amplia carrera se conforma de variadas y sustanciosas experienciascomo futbolista y entrenadorque, además, se inscriben de manera protagónica en el marco de las grandes transformaciones del fútbol contemporáneo.

Aunque pueda parecer poco común, en estas memorias, Wenger no tiene la intención de abundar en los detalles, en las descripciones detenidas de los sucesos que configuraron su carrera futbolística y, menos aún, en las «polémicas». Quizá se pueda argüir que la mayor evidencia de ello es que le dedica sólo un capítulo a sus veintidós años en la dirección técnica del Arsenal. Pero, lo cierto es que, a partir de un relato de carácter sintético, el técnico francés incluye no solo reflexiones interesantes surgidas desde la comprensión de su trabajo futbolístico, sino también aporta consejos sobre la gestión en los grupos humanos que pueden ser de utilidad para otros campos profesionales.

Desde su infancia en Duttlenheim, una pequeña comuna de agricultores ubicada en Alsacia, donde predominaban los valores religiosos y el respeto por el «esfuerzo físico», el fútbol se convirtió en la actividad que le daría sentido a su vida. En el bar de sus padres, por las noches, el humilde equipo de comunidad se solía reunía para organizarse; de ese modo, Arsène fue adquiriendo interés en el juego. Así, ante el limitado horizonte de expectativas que otorgaba la cotidianidad del pueblo, el fútbol se constituyó como un espacio de libertad y de imaginación. Este es el recuerdo de aquellos días:

Jugábamos en la calle. Jugábamos sin camiseta, sin entrenador y sin árbitro. Jugar sin camiseta era estupendo porque nos obligaba a levantar la cabeza, a desarrollar visión periférica y a adquirir una visión profunda. No tener entrenador cuando éramos jóvenes también era muy bueno, porque nos hacía tomar la iniciativa ¿No habremos caído en todo lo contrario hoy día?

A lo largo del texto, aparecen una serie de cuestionamientos similares. No es una visión idealizada del pasado ni mucho menos pesimista, pero sí una que intenta reconocer y recuperar la tradición para, desde ahí, ejercer una crítica sobre cuestiones problemáticas que han surgido en la actualidad. Por ejemplo, la del uso predominante de los datos en los equipos. Las estadísticas y la tecnología deben formar parte del análisis futbolístico de cada jugador, pero hay que usarlas a partir de un conocimiento profundo del juego. Los últimos estudios muestran que demasiados datos pueden desmoralizar al futbolista, al que parece que se despersonaliza, señala.

Wenger fue introductor, en todos los equipos que dirigió, de innovaciones en los entrenamientos, un creyente de la importancia de cuestiones tildadas en su momento de secundarias como la alimentación saludable para sacar el mejor rendimiento de sus jugadores. De hecho, en su etapa en el Mónaco entre 1987 y 1994, cuenta qué tan útil, para su trabajo, fue la introducción de la tecnología Top Score, pero siempre de forma suplementaria, entendida como un apoyo que permite tanto seguir el progreso de los futbolistas como impedir que las emociones –por lo general negativas- dominen sus valoraciones como entrenador. El fragmento, que no de casualidad menciona la «despersonalización», se puede entender en el marco de la crítica al «dataísmo» de Byung Chul Han, pues ese conocimiento profundo del juego que señala Wenger no es sino capacidad de interpretación, de otorgar sentido en el  análisis del juego: El dataísmo es nihilismo. Renuncia total al sentido. Los datos y los números no son narrativos, sino aditivos. El sentido, por el contrario, radica en su narración. Los datos colman el vacío de sentido.

Así, en el capítulo sobre sus años por el Mónaco, años de de su madurez en banquillos, con títulos, grandes fichajes de jóvenes promesas como George Weah, Liliam Thuram y ascenso al primer equipo de jugadores de la talla de Thierry Henry, se encuentra una definición de la acción del pase que capta la sensibilidad de la visión futbolística de Wenger: Hacer un pase es comunicarse con el otro, estar al servicio del compañero. Resulta esencial. Para que el pase sea bueno, el jugador tiene que ponerse en el lugar de quien va a recibirlo. Es un acto de inteligencia y generosidad. Yo lo llamo «empatía técnica». De esta forma, la empatía en el plano colectivo, el de la interacción entre los futbolistas, se genera con mayor naturalidad.

Tras su exitosa campaña en la institución monegasca, el técnico francés aceptó una propuesta proveniente Japón y se convirtió en entrenador del Nagoya Grampus. Luego de un inicio complicado con ocho semanas sin victorias, donde incluso se intentó sacar a su intérprete, el Profesorrealizó no solo determinadas modificaciones tácticas, sino también en su propia disposición hacia los jugadores. La diferencia cultural requería una postura abierta a la comprensión, a la adaptación y, en ciertos casos, a otorgar concesiones. Esto no implicó una pérdida de autoridad, pero sí una conducción distinta que trajo buenos resultados, pues el equipo mejoró de manera notable, consiguiendo  títulos como  la Copa del Emperador en 1995 y la Supercopa de Japón en 1996. Para Wenger este periodo fue el de un reencuentro con los orígenes viví por el juego y para el juego [] volví a la esencia de nuestro trabajo-, una desintoxicación de todo lo que rodeaba al balompié europeo y, en especial, la adquisición de una serie de aprendizajes culturales que enriquecieron su aproximación hacia el fútbol.

Cada lector sacará sus propias conclusiones del capítulo más cuestionado del libro, a saber, el que aborda los años en el Arsenal. Esperaba algo más de los pasajes en los que se relata la conformación y las vivencias de esos equipos campeones en los años dorados previo a la final perdida de la Champions League del 2006 frente al Barcelona, el gran momento de quiebre. Aun así, los comentarios sobre la llegada al club londinense de jugadores como Patrick Vieira, Nicolas Anelka, o Kolo Touré, el traslado al Estadio Emirates y su impacto en las medidas austeras de gasto que supo equilibrar Wenger con su liderazgo futbolístico, ganan su interés. Además, vemos algunos apuntes que son centrales para comprender la conflictiva actual coyuntura:

Progresivamente, hemos pasado de que los propietarios fueran los propios aficionados a que lo fueran los inversores. Con todo lo que ello implica, los clubes -y el Arsenal no es una excepción- se han convertido en empresas. La dimensión humana se ha perdido, o al menos se ha reducido. La organización se ha vuelto más pesada, y la parte técnica -el equipo, los jugadores, la cantera- se han empequeñecido en el seno de una empresa cuyos departamentos comerciales, de marketing y de prensa ocupan cada vez más espacio.

A medida que va llegando el cierre de su etapa en el Arsenal, ya mostrando desgaste fuerte, la partida cada vez más rápida de futbolistas, la intromisión de falsos especialistas con opiniones sesgadasy la burocratización del club, se evidencia que la tensión por preservar la «identidad», el «espíritu deportivo» de la institución era mayor. A pesar de todos los logros y el legado construido, la desazón con respecto al último trato de tanto de ciertos grupos de hinchas como de los directivos no deja de remarcarse. Se entiende, además, por la dedicación absoluta, monacal, con el club en cada temporada, que no siempre fue reconocida, incluso con episodios de marcada hostilidad de la prensa. Por ello, la figura de Arsène Wenger tiene algo de nostalgia. Pero, no es una nostalgia que detiene ni anhela un pasado que nunca existió, sino que apunta a seguir contribuyendo al progreso del fútbol desde el compromiso y la pasión por el juego. Así, qué mejor lugar para cumplir con ello que como director de Desarrollo Mundial de Fútbol de la FIFA, su nuevo espacio en el mundo del fútbol.

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Arsenal, Arsène Wenger, Fútbol

No tuvo que pasar mucho tiempo para que la Superliga se desmoronase. Ni bien pasaron algunos minutos desde su anuncio el domingo pasado, en las redes sociales se evidenció claramente un sentir mayoritario de rechazo frontal y contundente. Con un apoyo que rebasó ampliamente el campo de personalidades del ámbito futbolístico, con entrenadores y jugadores haciendo explícito su desacuerdo y, sobre todo, con la protestas articuladas afuera de los estadios de aficionados tanto del Chelsea como del Liverpool en Inglaterra, el proyecto de la Superliga desistió en cuarenta y ocho horas. De los doce poderosos equipos que formaban parte del torneo elitista de manera fundacional y vitalicia, la salida de los seis ingleses fue decisiva.

Sí, se sabe desde hace un buen tiempo que el fútbol en su conjunto atraviesa por una grave crisis estructural. Ampliamente documentados son los escándalos de corrupción en la FIFA y sus organismos. Nada más hace unas semanas se llamó la atención sobre las protestas por el Mundial de Qatar 2022. Con una serie de clubes comprometidos económicamente por el insostenible modelo de gestión  implementado por quienes ahora se presentan como sus “salvadores”,  se requieren modificaciones sustanciales. Pero lo que representa un torneo excluyente ideado bajo la codicia extrema de un grupo reducido y arbitrario de propietarios, que implica la profundización radical de las desigualdades y la concentración de la riqueza ya existentes en el fútbol europeo, y, especialmente, fundada sobre el no-reconocimiento de cuestiones elementales de este deporte, a saber, el valor del mérito y el esfuerzo en la competencia, está lejos de ser la solución.

Aún así, en sintonía con las  posturas dominantes en el espectáculo político actual, donde la prepotencia, la arrogancia y la militante incomprensión son características de los proclamados líderes, Florentino Pérez —gran abanderado de la Superliga— sostuvo que el rechazo generalizado era algo “orquestado” desde la UEFA y los directivos de las respectivas ligas nacionales. Revelando una profunda desconexión con respecto a la reacción del público, apeló a una “explicación” bastante conocida, típica de políticos que intentan desacreditar a los que se manifiestan críticamente y pretenden desconocer o simplemente negar que existen voces que se establecen en el campo del disenso.

Aunque brindó una cantidad inusual de entrevistas en escenarios favorables durante la semana, Pérez, no logró convencer ni mucho menos obtuvo la adhesión masiva del entorno futbolístico. Interpretando sus intervenciones, el periodista Ezequiel Fernández Moore apunta que “la derrota más dura lleva la cara de Florentino Pérez, presidente eternizado de Real Madrid, sin necesidad de elecciones, porque no hay rivales para su billetera, y que ofició de vocero y padre del proyecto […] Decían que la pandemia nos haría mejores. Pero, manejando un Rolls Royce por Wall Street, nunca será fácil saber cómo anda realmente el mundo. Y mucho menos esa jungla primitiva llamada fútbol.”

Y justamente, en este particular ambiente, lo irónico, encajando a la perfección, también apareció súbitamente. El mismo día que se anunciaba el lanzamiento de la SuperLiga, Real Madrid empató sin goles frente al Getafe. Un Getafe que nunca podría ser participe del torneo elitista, pero que, ilusionando a sus aficionados, dio batalla en la presente edición Europa League clasificando hasta los Octavos de Final. Asimismo, Manchester United, otro de los “clubes vitalicios” de la competición, en la misma jornada, no pudo doblegar al Leeds United y, en Italia, Atalanta derrotó por la mínima diferencia a Juventus —el otro gran impulsador— que, dicho sea de paso, esta última jornada no pasó del empate frente a la Fiorentina. De esto no pretendo extraer alguna “verdad trascendental” ni mucho menos, tan solo resaltar lo simbólico de que los mismos juegos pongan en cuestión los débiles cimientos sobre los que se establece la Superliga.

Una Superliga que, además, al atentar de manera tan profunda con las ligas locales, desconoce que “la razón por la que el fútbol resulta tan importante para tantos de nosotros apunta precisamente a la experiencia asociativa que constituye su núcleo, y al vívido sentido de comunidad que proporciona«, como afirmó el filósofo e hincha del Liverpool Simon Critchley.

Además, desconoce que otro atractivo central de este deporte reside en la posibilidad del acontecimiento. La aparición, en el juego, en el curso de la temporada, de lo radicalmente inesperado, del evento novedoso. Si se pretende despertar mayor interés por el fútbol, ¿en qué medida la repetición rutinaria de partidos por los mismos, sin riesgo alguno, como plantea este torneo, donde los “partidos excepcionales” perderán su sentido de acontecimientos por la repetición a la que se verán sometidos, puede constituir un avance? ¿en qué medida los partidos de los distintos conjuntos en ligas locales, que ya no tendrán ese interés particular debido a la clausura de posibilidades de acceso a instancias superiores, pueden representar algo atractivo?

En realidad, este intento, que por ahora ha fallado, de “salvación del fútbol” mediante un proyecto “secesionista”, se adecua a la postura que han adoptado las “élites oscurantistas” con respecto al cambio climático identificadas por Bruno Latour: “Las élites han estado tan persuadidas de que no habría vida futura para todo el mundo que decidieron desembarazarse, lo más rápido posible, de todos los lastres de la solidaridad: he ahí la desregulación. Que había que construir una especie de fortaleza dorada para el pequeño porcentaje que lograría estar a salvo: he ahí la explosión de las desigualdades. Y que, para disimular el egoísmo craso de esa fuga del mundo común, había que rechazar de plano su motivación original: he ahí la negación del cambio climático”.

Como hemos señalado, lo que sí ha logrado este fallida aventura es llamar la atención sobre la imperiosa necesidad de cambios en la organización del fútbol. Pero no hay un único camino. No existe, como han insistido los voceros de la Superliga, una sola alternativa. En principio, como señala el periodista David Jiménez en The New York Times, “clubes y organismos internacionales deberán ahora sentarse a negociar la futura competición europea y un nuevo modelo de reparto de beneficios. Esas conversaciones deberían ir encaminadas hacia una revolución ordenada del fútbol. La imposición de topes salariales en los clubes, una mayor regulación del mercado de fichajes y un regreso a parámetros económicos razonables son asuntos urgentes.” Reconocer la existencia de otras opciones que se abren  para otro futuro, sin perder de vista lo que constituye la esencia de este deporte y su dimensión social.  Sin cancelar la posibilidad de la emergencia de lo impredecible y, en definitiva, lo que mantiene vivo el vínculo emotivo de los aficionados con sus equipos.

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A pesar de la pérdida de terreno mediático en los últimos años, la hípica tiene un lugar ganado y está plenamente inscrita en la tradición deportiva nacional. Los triunfos de Santorín y Flor de Loto, por ejemplo, en la década de los setenta del siglo pasado, han pasado al plano de la memoria nacional como acontecimientos que produjeron un júbilo colectivo y popular genuino. Mi abuelo, un “hípico de toda la vida”, aún me cuenta, con emoción, lo que significaron estas victorias, el ánimo con que iba a presenciar sus grandes carreras, así como la relación que se trazaba con respecto de los éxitos deportivos de la selección peruana, que practicaba un fútbol exquisito, creativo y clasificó a dos mundiales.

 

A pesar de ello, pocos son los libros que permiten adentrarse, con amenidad, documentación histórica y estilo, al mundo del turf. En ese sentido, el último libro publicado por el periodista Juan José Esquerre, titulado “De Don Jota sus anécdotas hípicas” y publicado el año pasado, constituye un aporte fundamental y sumamente necesario en la literatura no solo hípica, sino deportiva peruana.

 

De amplia trayectoria periodística, desarrollada especialmente en El Comercio, Esquerre, expone una presentación articulada de relatos tanto vividos en primera persona como investigados e incluidos por su relevancia, siempre bajo el hilo conductor de lo que podría considerarse una real pasión hípica. No de casualidad, en las primeras páginas, tras contar su acercamiento personal a este deporte, señala que “He tenido la suerte de ver correr a verdaderos campeones, especialmente a partir del año 1962 en el Hipódromo de Monterrico. Es maravilloso el espectáculo que brindan caballos y jinetes en las pistas. El colorido de las casaquillas de los studs es admirable, uno goza con los cracks o con un reñido final. Las carreras para el auténtico aficionado son un manjar”.

 

Entre las historias que provienen de su experiencia, la del Derby de 1972 fue una de las más interesantes. De hecho, para él, esta fue la edición de dicho clásico más emocionante que vivió, con la victoria de Rascal —montado por Arturo Morales—, caballo del cual fue copropietario junto a Federico Roggero, quien también fue periodista de El Comercio y su compañero de muchas jornadas hípicas. El grado de implicación y las sensaciones eran fortísimas.

 

Capturando el carácter emotivo de la carrera, se lee en el relato: “El final fue realmente no apto para cardíacos. Más de 500 metros ambos ejemplares —Rascal y Tenaz, que ya tenían una rivalidad previa— pelearon palmo a palmo el triunfo. Rascal se defendía por los palos. […] Rascal, Tenaz. Tenaz, Rascal, se escucha su voz clara —de Federico Roggero, que transmitía la carrera—, pero él casi ni miraba la carrera. Qué carrera, qué emoción. Una llegada escalofriante y la espera de la fotografía me pareció un siglo. Finalmente, el juez de llegada dio ganador a Rascal por mínima de mínima.”

 

Conocer, a su vez, el lado humano de personajes que aportaron decisivamente a la formación de la hípica nacional, como el preparador Ambrosio Malnatti, uno de los pocos que se desempeñó tanto en Santa Beatriz, San Felipe y Monterrico —los tres hipodrómos—, y que tuvo bajo su dirección a cracks como Altanero, Misterio, Perinox, Pertinaz, cada uno con sus historias particulares, también resulta valioso. En realidad, lo mismo podríamos decir de cada uno de los protagonistas que incluye en su libro el autor, como por ejemplo el divertido fotógrafo Miguel Nava, el jockey y luego preparador Arturo Morales; vale resaltar que esto, a su vez, no se restringe únicamente al ámbito nacional, sino también amplía su visión hacia lo global.

 

En ese sentido, también me pareció muy acertada la inclusión de historias como las del preparador estadounidense Allen Jerkens, el más joven en ser incluido en el Salón de la Fama de la Hípica Norteamericana. Con una capacidad singular, una comprensión especial hacia los caballos, este sacó el máximo rendimiento de muchos de ellos —considerados no como los más “tops”— y logró que compitiesen al más alto nivel y obtengan victorias impensadas, estableciendo uno de los récords más respetables en su campo.

 

De igual manera con la historia sobre Eddie Sweat, quien trabajó con el reconocido campeón Secretariat y está contada desde la perspectiva de un compañero suyo. En ella, justamente, encontramos esta indicación fundamental acerca del cuidado y sensibilidad que debería prevalecer en la cotidianidad del trabajo hípico: “La única forma en que un caballo gane es que pases tiempo con él. Que lo ames. Que le hables. Que le demuestres que estás tratando de ayudarlo. Que lo conozcas. Eso es lo que tienes que hacer. Ámalo y el caballo te amará. Eso era el catecismo de Eddie, y funcionaba, nunca les dijo caballos, ni matungos, como tantos otros, él le decía amigos. Les hablaba y parecía que lo entendían. Nunca un grito. Nunca un golpe.”

 

Curiosidades como la de Disney, el único caballo en el mundo que perdió una carrera corriendo sin contrincantes, las fascinantes trayectorias de caballos legendarios como el venezolano Cañonero, la de los estadounidenses Hyperion —con la particularidad de sobreponerse al mito de que un caballo de cuatro patas blancas no tiene futuro— y John Henry, entre una diversidad mayor de historias, nos permiten detenernos, conocer y ampliar la perspectiva sobre el singularmente tradicional y emocionante ámbito del turf. En definitiva, combinando el rigor documental con la mirada particular , expresando amplia experiencia en el campo y un conocimiento sólido de lo que representa y rodea a la hípica, la publicación de este libro es sumamente grata y positiva.

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Deporte, Hípica

En esta semana, de partidos de eliminatorias para la Copa Mundial de Qatar 2022, el fútbol como tal quedó en un plano secundario frente a unas intervenciones simbólicas, en su mismo espacio, que han generado no solo atención mediática, sino también discusión y formación de posiciones críticas. Y es que, previo a su partido frente a Gibraltar el pasado miércoles, el representativo futbolístico noruego salió al terreno de juego con unas camisetas que contenían —aludiendo a la explotación y abusos que sufren los trabajadores migrantes dedicados a la construcción de la infraestructura deportiva en territorio catarí— la siguiente inscripción: “Derechos Humanos. Dentro y fuera de la cancha”. Antes de ser una reivindicación puntual escandinava, días después, la selección alemana se identificó con el mensaje y salió, para su encuentro ante Islandia, con sus jugadores portando, de forma individual, una letra para formar la palabra  “HUMAN RIGHTS”.

 

No creo conveniente discutir aquí el grado de radicalidad de estas acciones ni lo estrictamente legal. Solo, en principio señalar que, en el ámbito del —por lo general —conservador fútbol espectacularizado, donde los márgenes para expresiones críticas o expresión de mensajes sobre causas sociales son bastante reducidos por la posibilidad de sanciones oficiales, estas acciones se han revestido de particular importancia al sentar posición, visibilizar, llamar la atención, poner “sobre la mesa global”, un asunto generalmente ignorado por la gran prensa deportiva.

 

Ahora bien, como indicó Slavoj Zizek en su libro El Coraje de la desesperanza, en el marco de la situación económica actual , diversas formas —aunque, obviamente, no bajo un manto legal— de «esclavitud» han emergido y vuelto a manifestarde en diversas partes del globo. Así, uno de los ejemplos que expone, adquiere sentido en este contexto; es decir, la de los “millones de trabajadores inmigrantes en la península saudí (EAU, Qatar, etc.) que se ven privados de sus derechos civiles y libertades elementales y sometidos a una movilidad restringida”.  Bajo la perspectiva del filósofo esloveno, esto, lejos de ser “un accidente deplorable”, es, en realidad, una “necesidad estructural” para el funcionamiento del sistema.

 

De hecho, un informe reciente publicado el diario “The Guardian”, demuestra que, desde que Qatar obtuvo —en el 2010— el derecho a ser sede del campeonato mundial y se embarcó en un acelerado proceso de construcción de infraestructura deportiva, 6500 trabajadores —provenientes de la India, Pakistán, Nepal, Bangladesh y Sri Lanka— han fallecido en su territorio. Y, aunque según los portavoces del régimen catarí, sólo 37 de los que fenecieron están directamente vinculados a las obras de los estadios, su versión ha sido cuestionada y rebatida.

 

Un aspecto resaltado en el informe es que el 69% de las defunciones de los trabajadores indios, nepalíes  y bangladesíes y hasta el 80% de los indios, son clasificadas por autoridades de la monarquía absolutista, como  vagamente “naturales”, lo cual no hace sino revelar los métodos poco transparentes —la ley prohíbe los exámenes post mortem— que se emplean en el país organizador del torneo. Para el periódico británico, que viene siguiendo el caso de cerca, esto tendría relación con la exposición de los trabajadores a “niveles potencialmente fatales de estrés térmico, trabajando a temperaturas de hasta 45 ° C durante hasta 10 horas al día”.

 

En esa línea, Amnistía Internacional también ha investigado este problema  desde hace años e identificó ocho manifestaciones de la explotación en el país del Golfo Pérsico. Pagar altas sumas de dinero a contratistas para conseguir el trabajo, vivir en condiciones deplorables, ser víctimas de engaños sobre el salario a cobrar, retrasos en los pagos, un régimen de inmovilidad inducido por los empleadores, imposibilidad de salir del país o cambiar libremente de trabajo —los empleadores generalmente confiscan los documentos de identidad de los trabajadores—, amenazas  constantes ante cualquier reclamo y, en algunos casos, trabajo forzoso bajo métodos intimidatorios, son los elementos que configuran la experiencia de los trabajadores migrantes en el régimen catarí.

 

“Aún recuerdo mi primer día en Qatar. Prácticamente, lo primero que hizo [un agente] que trabajaba para mi empresa fue quedarse mi pasaporte. Desde entonces, no lo he vuelto a ver”, expresa Shamin, un jardinero de Bangladesh que brindó su testimonio a la organización de derechos humanos. “Mi vida aquí es como estar en una cárcel. El gerente de la empresa dijo: si quieres quedarte en Qatar, cierra la boca y sigue trabajando”, agrega Deepak, obrero metalúrgico que trabaja en el estadio Jalifa.

 

En realidad, desde su designación, la Copa Mundial de Qatar 2022 estuvo marcada por irregularidades y sospechas graves de sobornos millonarios vinculados a la votación, con un supuesto protagonismo del exfutbolista Michel Platini. Las investigaciones judiciales, que se enmarcan en la causa del FIFA Gate, continúan, y dirigentes futbolísticos de todo el mundo, se encuentran, todavía, enfrentándose a la justicia. Cuando Mark Fisher, en su análisis sobre la producción de un famoso artista británico contemporáneo, afirmó que, en sus obras, las “únicas certezas son la muerte y el capital”, en realidad parece que se refería a lo que envuelve a este, cada vez más notorio, cuestionado y rechazado públicamente próximo Mundial de Fútbol.

 

Hace unos meses, Ayacucho FC ganó la Fase 2 de la Liga 1 en una emotiva final frente a Sporting Cristal. De hecho, en sus diez cotejos previos a los dos últimos partidos frente al cuadro celeste, consiguió seis triunfos, tres empates y una sola derrota. Y, aunque cayó en esos cotejos definitorios frente al futuro campeón del torneo, la sólida campaña del cuadro de los “zorros” fue elogiada y reconocida como la mejor desde su presencia en la máxima división.  No obstante, finalizó la temporada y, lejos de cuidar y potenciar lo que le había permitido la conformación de un equipo protagonista, perdieron tanto a su técnico Gerardo Ameli como futbolistas que mostraron un gran rendimiento; entre otros, Ángel Zamudio, Diego Minaya, Alexis Cossio, Jorge Murrugarra y, su emblemático goleador, Mauricio Montes.

Con la llegada de algunos refuerzos sin un pasado cercano favorable en participaciones internacionales, con apenas unos partidos de práctica y sin el «ritmo futbolístico» adecuado, el panorama para encarar una Copa Libertadores no era el más alentador. De ese modo, se configuró el contexto coyuntural en el que se consumó la apabullante derrota de 6-1 frente a un equipo de la jerarquía del Gremio de Brasil. Una derrota que, en el marco de las últimas participaciones de los clubes peruanos en los torneos continentales, no hace sino afirmar y volver a sacar a la luz la vigencia sintomática de problemas estructurales que moldean nuestra realidad futbolística.

Ahora bien, reconocer la existencia sistémica e histórica de problemas que impiden el desarrollo futbolístico integral del Perú -desde el establecimiento de una ética y una lógica de gestión directiva perniciosa, hasta el descuido generalizado del trabajo y la competencia en divisiones menores-, no implica asumir la inexistencia de niveles de análisis; es decir, este reconocimiento no determina negar la capacidad ni la existencia de un campo de acción posible propio de cada equipo.

Así, retomando el ejemplo de un club provincial, vale la pena recordar que en la pasada edición de la Copa Sudamericana, Sport Huancayo superó y dejó fuera a Argentinos Juniors y a Liverpool de Montevideo. Y, en la del 2019, lo mismo hizo con Unión Española, equipo chileno, que, en los últimos años, ha participado de forma continua en los torneos continentales. Un aspecto importante aquí es que la institución huancaína sí ha mantenido y sostenido una forma de jugar y una base de futbolistas que, de hecho, ya son plenamente identificables con los colores de su equipo como Joel Pinto, Víctor Balta, Ricardo Salcedo, Marcos Lliuya y Marcio Valverde, por ejemplo. Clasificado de nuevo a una Copa Sudamericana, con la dirección técnica del estratega Wilmar Valencia, inició esta Liga 1 con una victoria frente a Deportivo Municipal. En gran medida, este criterio razonable en las decisiones directivas se funda en el aprendizaje de las primeras y duras experiencias en sus primeras participaciones a nivel continental allá por los inicios de la década pasada.

Entonces, asumiendo el carácter variable del fútbol, es posible que en el futuro próximo, algún club consiga algún objetivo trazado, pero se corresponderá más a una suma de esfuerzos singulares que al soporte de una política deportiva de desarrollo institucional. Esto no niega,el carácter sintomático del cotejo del cuadro ayacuchano que, como sabemos, es solo el indicativo, la señal, la manifestación concreta de algo que, en un nivel más profundo, existe, aqueja y merece una atención detenida y crítica para ser modificado, pues tiene una multiplicidad de elementos y merece un abordaje especialmente complejo.

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