El nombramiento de Ricardo Belmont como consejero presidencial pone de manifiesto la rampante mediocridad con la que este gobierno viene manejando el Estado y desplegando políticas públicas.

Salvo pliegos en los cuales sus titulares son gente competente -que son los menos- hay sectores completos del Estado entregados a la medianía y torpezas más asombrosas. Lo que comentan agentes privados -sean empresarios, tecnócratas o exfuncionarios públicos- respecto de lo que está sucediendo en Indecopi, Energía y Minas, Interior, Educación o Transportes y Comunicaciones, por citar algunos ejemplos, es de espanto. En algunos casos, inclusive, la mediocridad se combina ya precozmente con rampantes indicios de corrupción.

De alguna manera, en los 90 se lograron crear islas de excelencia en el Estado peruano. La tecnocracia liberal fue capaz de generar espacios donde el Estado sí funcionaba, era eficaz y expeditivo respecto de sus obligaciones esenciales. Mal que bien, esa tecnocracia y burocracia fueron sostenidas en el tiempo e, inclusive, mejoradas en algunos sectores por los gobiernos sucesivos de la transición democrática.

Pero ese camino de mejora, a veces lenta, pero inexorable, de la administración pública, parece haber llegado a su fin con la llegada al poder de un Presidente limitado e improvisado como es Pedro Castillo, a cuya imagen y semejanza parecen actuar muchos de sus subalternos, ejecutando una política de “tierra arrasada” respecto de la calidad burocrática que mínimamente un Estado requiere para funcionar a cabalidad.

Parecemos condenados a ello. Aun cuando el presidente Castillo enmiende rumbos políticos gruesos y, por ejemplo, se desprenda del ala Movadef y deseche la absurda idea de la Asamblea Constituyente, completando un camino positivo que ha comenzado con el apartamiento de Vladimir Cerrón, no parece que nos vayamos a librar de decisiones disparatadas recurrentes o de la baja calidad funcional en amplios sectores de la administración pública.

En ese sentido, van a ser cinco años perdidos. Ojalá al menos, Castillo logre iniciar reformas importantes en Salud y Educación, y tal vez generar la ruptura de algunos circuitos de privilegios mercantilistas en la economía. Es inaudito que nos conformemos con pedirle tan poco a un gobierno, pero es, lamentablemente, lo que hay. La mediocridad política del Presidente está irradiando hacia todo el Estado y las consecuencias de ese paulatino deterioro las vamos a pagar todos los ciudadanos.

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Asamblea Constituyente, Pedro Castillo, Ricardo Belmont, Vladimir Cerrón

¿Qué le puede aportar el inefable Ricardo Belmont al presidente Castillo, para que lo haya nombrado consejero presidencial? ¿Conocimientos especializados en economía, en política exterior, en resolución de conflictos, en asuntos constitucionales, en análisis político? Obviamente, ninguna de las mencionadas.

Al presidente Castillo se le sale la cadena, sin lugar a dudas. Es un personaje muy básico, no es bruto, es inteligente, pero desconoce por completo el funcionamiento del gobierno y del Estado y en esa medida no parece calibrar la dimensión de algunas de sus decisiones.

Y ello parece que no tendrá remedio pronto, así que deberemos acostumbrarnos a acciones bizarras con inesperada recurrencia. Desde declaraciones altisonantes e inapropiadas hasta designación de funcionarios absolutamente sin sentido (es el caso de Belmont, como también lo fue el de Julián Palacín en Indecopi, o lo es el de los ministros del Interior y de Educación, por citar los más notorios).

Belmont es un reaccionario consumado, machista, xenófobo (basó su última campaña edil en mensajes antimigración venezolana), pésimo administrador (lo demostró en la Municipalidad y en su canal de televisión). Cuando el gobierno parecía haber empezado a enmendar rumbos políticos en el buen sentido (con la salida de Bellido y el alejamiento de Cerrón), vuelve a meter la pata con un nombramiento que va a generarle ruido mediático innecesario y distractor.

Castillo se dispara al pie. Tiene vocación por el autosabotaje. Es, en ese sentido, irremediable y habrá, al parecer, que resignarse a ello. Un gobierno que tendrá pocas nueces, pero mucho ruido, generado la mayor parte del mismo por acciones y decires presidenciales impertinentes o absurdos.

Parece que más temprano que tarde, el Presidente decidirá alejarse también del ala Movadef del magisterio y entenderá, leyendo la realidad social y política (encuestas y composición del Congreso), que el tema de la Constituyente es un pie forzado innecesario. En ese sentido, su perspectiva de gobernabilidad mejorará.

Pero lo que parece que se mantendrá incólume e inamovible será su vocación por el dislate, por el autoboicot, por generar zozobra política innecesaria y perturbadora, que afecta, sin duda, lo que de bueno pueda estrenar en asuntos propios del quehacer gubernativo. El nombramiento de Belmont es una cabal demostración de ello.

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Movadef, Presidente Castillo, Ricardo Belmont, Vladimir Cerrón

Negarle la confianza al gabinete presidido por Mirtha Vásquez sería hacerle el juego al radical leninista Vladimir Cerrón. Ojalá la derecha y el centro parlamentarios entiendan que las batallas son estratégicas y no ideológicas o, mucho menos, fanáticas.

Claramente, el gabinete Vásquez supone una mejora cualitativa respecto del gabinete Bellido. Mantiene un par de nombres muy cuestionables, como los ministros del Interior y de Educación, tras los cuales haría bien el Congreso en ir y, eventualmente, luego de una interpelación, censurarlos. Pero el gabinete en su conjunto merece una oportunidad de gobernabilidad más aún luego de la crisis partidaria desatada entre el presidente Castillo y las facciones cerronistas de Perú Libre.

Cerrón ha jugado sucio a la política. Primero, porque quiso aprovechar el triunfo de Castillo en beneficio propio, priorizando su agenda sobre la del gobierno, y luego, cuando se tornó inmanejable la presencia de su alfil Bellido, pateando el tablero y poniendo nuevamente como valor superior el presunto beneficio de su agrupación.

A Castillo le va a hacer bien esta ruptura. Tiene ahora mayores márgenes de acción. Ha ganado oxígeno. Con Cerrón y Bellido marchaba a paso firme hacia la vacancia. Hoy ha recuperado terreno y se esperaría que pronto entienda lo saludable que sería que se desgaje también del ala Movadef del magisterio y, finalmente, asuma que el tema de la Asamblea Constituyente no va, ni ahora ni después.

Ese margen de evolución debe otorgárselo la oposición. El Congreso -y el centro en particular- cometió un grave error al darle la confianza al gabinete Bellido. Nunca se la debió dar. Pero la mejor manera de remediar la culpa por un error no pasa por cometer otro, como sería, esta vez, no darle la confianza a un gabinete mejor constituido que aquel que sí mereció dicho respaldo.

Lastimosamente, el Primer Mandatario, es un personaje muy limitado, incapaz de generar credibilidad por sí mismo. En esa medida, aun cuando se cometan todos los aciertos (separación del Movadef y descarte de la Constituyente), su gobierno no será capaz de movilizar a los agentes de inversión privados, los únicos en capacidad de lograr el propósito de la reactivación económica, que, según la encuesta de Ipsos de ayer, debería ser la primera prioridad ciudadana.

Esas son las consecuencias de votar por la izquierda en la encrucijada histórica en la que se hallaba el Perú. Será importante que el votante lo aprenda. Abortar este proceso de mediocridad -con un recorte abrupto del mandato de Castillo, camino que empezaría con la negatoria de la confianza al gabinete Vásquez-, borraría el descrédito político de la izquierda, que, bien merecido, se está ganando.

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Mirtha Vasquez, Movadef, Vladimir Cerrón

Ha hecho mucho el presidente Castillo por quitarle argumentos a la derecha extrema, que lo quiere vacar desde el primer día sin importar razones, al romper con Vladimir Cerrón, el polo radical marxista que el exgobernador de Junín representaba.

La queda aún tarea por hacer. Desde tomar distancia también del ala maoísta del magisterio que lo acompaña y que se infiltra a través del Fenate-Movadef y de un displicente -si no, cómplice, ministro de Educación-, hasta, además, en lo que sería la piedra madre de la maduración del régimen, el abandono del proyecto de Asamblea Constituyente (y cuyo pase obligado por la disolución del Congreso es lo que activa todas las alarmas de una vacancia expréss). La última encuesta de Ipsos refleja que solo el 10% de la ciudadanía apoya el cambio de la Carta Magna.

Haciendo ello, Castillo no se humaliza, ni despliega una “hoja de ruta”. Simplemente quita toda la maleza que en estos momentos sigue perturbando la visión legítima de un gobierno de izquierda, que, como tal, debiera abocarse a tareas urgentes pendientes en el país.

Desde ajustar inequidades tributarias obvias, hasta generar nichos de competencia donde en estos momentos no los hay, en lo que coincidiría, dicho sea de paso, con una opción liberal, en manejar disruptivamente el establishment económico-empresarial del país.

Y, sobre todo, desplegar una reforma radical y profunda de los sistemas de salud y educación públicas. Allí radica la esencia de un gobierno de izquierda en el Perú. En lograr una ecualización ciudadana en base a esos dos grandes sistemas de nivelación e inclusión social, que representa que los pobres del país gocen de una salud y educación de primer orden, gratuita y universal.

Pero de ello hasta el momento poco o nada. El ministro de Salud está abocado, con eficacia, a manejar los asuntos de la vacunación (esperemos que también esté preparando al país para la tercera ola), pero de reforma del sector y de integración de EsSalud y el Minsa en un solo sistema, no hay una sola letra. Y el ministro de Educación va a contramarcha de lo mucho de bueno que se ha avanzado en los últimos lustros respecto de la carrera magisterial meritocrática y se la quiere tumbar de un porrazo. Es, en la práctica, un contrarreformista.

Castillo debe durar cinco años. Un gobierno de izquierda declarado debe poder hacerlo. Pero necesita despercudirse de tics ideológicos absurdos y abocarse a lo que realmente importa y corresponde.

-La del estribo: a ver si la correcta ministra de Cultura, Gisela Ortiz, le da una miradita al absurdo tema de rutas y aforos de Machu Picchu, la estrella del turismo nacional, que hoy está atrapada en regulaciones absurdas que solo espantan al turista en lugar de atraerlo.

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gobierno de Castillo, Izquierda, Presidente Castillo, Vladimir Cerrón

Es un disparate supremo el perpetrado por Vladimir Cerrón y su cúpula partidaria, de acusar al actual gobierno de derechista o de caviar. Si algo caracteriza claramente al régimen de Castillo es su izquierdismo manifiesto.

¿Qué política pública de derecha ha aplicado en estos primeros meses de gobierno? ¿Qué derechista agazapado se ha infiltrado en las filas del régimen? ¿Qué indicio de sojuzgamiento a los grupos de poder -si como derecha mercantilista se le quisiese clasificar- puede apreciarse en las decisiones del Ejecutivo?

El de Castillo es un gobierno de izquierda. Y como tal, un gobierno lleno de mediocridades y errores, propios de los regímenes que siguen esa línea ideológica. Por lo pronto, una clara aversión a lo que significa la inversión privada, sin cuyo aliento no tendremos forma de obtener tasas de crecimiento del PBI superiores al mediocre 2% que la mayoría de expertos pronostica para el vigente lustro.

Habrá pocas nueces izquierdistas, es verdad, porque felizmente funcionan en el país los poderes de contención institucionales. El Congreso, el Poder Judicial, el Ministerio Público y el Tribunal Constitucional, de diversas formas le han hecho saber al Ejecutivo que no es un poder dictatorial y tiene que ceñirse a ciertos cartabones.

La medianía en el ejercicio del poder va a caracterizar a este gobierno precisamente por ser de izquierda. Lo reiteraremos hasta el agotamiento: lo que el Perú necesitaba más que nunca en las actuales circunstancias era un shock de inversiones capitalistas que permitieran remontar la recesión pandémica, en el corto plazo, y en el mediano, la inercia proinversión (excepción hecha del segundo alanismo) de la transición post Fujimori.

Y Castillo y sus diletantismos izquierdistas no generarán la confianza necesaria para alentar ese proceso. La única manera de, siquiera, rozar mínimamente un grado de inversión privada interna potable, pasa por descartar la Asamblea Constituyente corporativista que aún piensa ejecutar. Más temprano que tarde esperemos que se dé cuenta del desmadre que implicará ese proyecto y lo deseche, pero el tiempo que demore en hacerlo será tiempo valioso perdido para el país.

El Perú necesitaría veinte años seguidos de gobiernos promercado para acceder a ser un país medianamente desarrollado y con grados de disminución de la pobreza y de las desigualdades tales, que se desarraiguen ideas pasadistas como las que alberga un sector significativo de la ciudadanía. Castillo, claramente, no forma parte de ese proceso. Su izquierdismo rampante lo condena a la mediocridad.

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