Las gestiones mediocres de Dina Boluarte en el Ejecutivo y de Rafael López Aliaga en la municipalidad de Lima, están socavando los activos que la derecha debería capitalizar para el 2026, ante el desprestigio de la izquierda por su labor de comparsa del calamitoso régimen de Pedro Castillo.

Es claro que los conceptos de izquierda y derecha pueden ser diáfanos para un analista político o un politólogo, pero son imprecisos y difusos para el ciudadano común, y en esa medida, las encuestas que miden ello deben ser tomadas con pinzas, pero es una constante, en todas las encuestas, que la mayoría del país se define de centro, seguido de la derecha y muy por detrás de la izquierda.

Hoy, la situación sociopolítica del país se debería mostrar propicia para un candidato de derecha o de centroderecha. Según todas las mediciones de la opinión pública, el principal problema nacional es el de la delincuencia, y en esa dimensión, la derecha brilla por una imagen de mayor eficacia respecto de la izquierda, a la que, más bien, se la ubica más cerca del desorden y del caos.

Los candidatos que lo sepan aprovechar capitalizarán votos. No deja de ser llamativo, sin embargo, que ninguno del proscenio oficial de líderes de este sector del espectro ideológico diga algo al respecto. Carlos Álvarez, con mayor perspicacia que los políticos profesionales, ha hecho del tema su caballito de batalla para ingresar a la arena política (aún no se sabe si electoral).

Lamentablemente, un gobierno al que la población identifica como de derecha, sobre todo por su pacto con este sector en el Congreso y la aquiescencia del sector empresarial a su favor, no sabe qué hacer al respecto, y una gestión edil que prometió el oro y el moro en materia de seguridad ciudadana y no está haciendo nada, mellan esa imagen proseguridad que la derecha cuenta entre sus activos naturales.

La torpeza de la derecha le está abriendo el camino, no a la izquierda, sino a algo peor, a un antiestablishment impredecible y altamente riesgoso, por las consecuencias sociales, políticas y económicas que podría tener dicho desenlace de plasmarse en la próxima contienda electoral.

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A nadie debería sorprender que Dina Boluarte siga creciendo en sus niveles de desaprobación. Según la última encuesta de Ipsos, publicada en Perú21, llega ya a 83% y solo la aprueba el 10%. Y según Datum, en encuesta publicada hoy en El Comercio, la desaprobación es mayor, llegando al 84%.

Ya no se le puede atribuir semejante rechazo a la conducta represiva desatada luego de haber asumido el mando, en respuesta a la violencia callejera desatada en su contra.

Dicho resultado es producto de la parálisis del régimen respecto de la solución de problemas como la recesión económica o el crecimiento de la inseguridad ciudadana. Y al respecto, poco pueden hacer los ministros de Economía y Finanzas o el de Interior, si trabajan para un gobierno jaloneado por fuerzas políticas diversas.

Dina Boluarte escucha en la mañana al premier Otárola, al mediodía a su hermano Nicanor y en la tarde a la derecha congresal. Y a los tres les quiere hacer caso. Es un gobierno tricéfalo, enredado en un juego de poderes que lo lleva a la inacción.

La presidenta está obligada a no pisar callos congresales (ofrece la cabeza de su canciller para que le autoricen un viaje, a esos extremos se ha llegado), a permitirle a su premier Otárola manejar las riendas oficiales del Estado y, al mismo tiempo, a dejarse influir por su asesor político en la sombra, el hermanísimo.

El problema, por supuesto, no es que haya parcelas del poder alrededor de Palacio. En todos los gobiernos siempre ha habido facciones enfrentadas entre sí, que han disputado la mayor o menor influencia respecto del gobernante. Es hasta saludable que ello acontezca porque de esta competencia surge, por lo general, un tablero de herramientas más rico para quien detenta el poder final de decisión.

El problema es cuando este entrecruzamiento de presiones, lleva a la parálisis, como es el caso. La presidenta gasta más energía en tratar de largarse de viaje que en resolver los acuciantes problemas que debería enfrentar. De su liderazgo depende, en gran medida, el éxito que puedan tener sus titulares del MEF y del Interior, quienes tienen entre manos los dos problemas más graves del momento.

A falta de operadores políticos eficaces, es Palacio y, particularmente, la presidenta, quien está obligada a jugar un rol administrativo de los asuntos públicos. Y eso es lo que no está ocurriendo, generándose el vacío que la ciudadanía intuye y que se refleja en las encuestas citadas.

 

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[PIE DERECHO] La sensación ciudadana respecto de las estrategias del gobierno para combatir a la delincuencia es de absoluta desafección y rechazo. La última encuesta de Datum, publicada hoy en El Comercio, así lo constata.

El 94% considera que no hay ningún cambio luego de que el Ejecutivo decretara estados de emergencia en varios distritos del país; el 83% desaprueba la labor de Dina Boluarte en la lucha contra la inseguridad; el 58% de la población no confía en el trabajo de la Policía Nacional; el 43% señala que él o algún familiar ha sido víctima de algún acto delincuencial en los últimos tres meses; y, lo que es abrumador, si el 67% consideraba que el inoperante Castillo no tenía una estrategia para garantizar la seguridad ciudadana, ahora, un superlativo 78% estima que el gobierno de Dina Boluarte no la tiene.

Estamos perdiendo la batalla contra el crimen organizado. El Perú se está pareciendo cada vez más a países donde las bandas criminales ya gobiernan las calles impunemente. Y la ciudadanía es consciente de ello, es un problema que genera un estado de ánimo corrosivo y destructivo de la confianza social.

Allí radica, tal vez, lo más peligroso del problema, en las consecuencias psicosociales y políticas que esta sensación produce. La “mano dura” represiva gana terreno en los discursos políticos, el populismo penal crece, y la búsqueda de un salvador fuera del establishment se acrecienta.

La delincuencia pone en entredicho la vigencia del Estado de derecho, las bases del propio contrato social y alimenta la narrativa antisistema que ya por otras razones (crisis económica, desprestigio de la clase política) se refuerza en el país.

El gobierno de Dina Boluarte, con su probada mediocridad para resolver los principales problemas del país (recesión e inseguridad ciudadana), es el mejor aliado de los disruptivos radicales que se asoman en el horizonte electoral. Una razón de peso para justificar la salida política de un recorte de su mandato y un adelanto de las elecciones. Mientras más tiempo pase sentada en Palacio va a ser más difícil revertir esa narrativa.

La del estribo: notable la obra de teatro dirigida por Mariana de Althaus, La vida en otros planetas, que retrata el drama que es la educación pública en el Perú. Con las formidables actuaciones de Alaín Salinas, Conny Betzabé, Godo Lozano, Herbert Corimanya, Marisol Mamani y Muriel García, va hasta el 17 de diciembre en el ICPNA de Miraflores. Imprescindible documental que no se puede perder. Entradas en Joinnus.

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Hay dos formas de eliminar la dispersión tremenda que existe en el segmento que va del centro a la derecha del espectro ideológico político nacional: o se adelantan las elecciones o se efectúan primarias como filtro.

El adelanto de elecciones dejaría fuera de carrera a los morosos o ineficientes que no han podido lograr la inscripción con la antelación debida, demostrando así falencias organizativas que anticiparían lo que sería un pasivo gubernativo en caso de llegar al poder (es, en esa medida, un filtro justo).

Hay algunos protocandidatos que ya tienen, inclusive, más de un lustro en el empeño y no logran la inscripción (como, en la izquierda, acontece con Verónika Mendoza). Es verdad que se necesita dinero para lograr el cometido, pero no tanto como antes, cuando se pedían centenares de miles de firmas para poder inscribirse. Hoy se requiere más punche organizativo que recursos monetarios.

De otro lado, la realización de primarias es de por sí una manera de disminuir postulantes. Está diseñado el modelo para eso, justamente, y también para democratizar la elección de los aspirantes al Congreso. Quienes no obtengan, según la norma vigente, al menos el 1.5% de los votos válidos, pues no podrán presentarse a las elecciones generales (es, inclusive, una valla baja; debió ser más alta). Pero aun así, el problema es que el Congreso, como sucedió el 2021 en las elecciones generales, y el 2022 en las subnacionales, las suspendió y ahora quiere hacer lo propio.

Por angas o por mangas, lo cierto es que si la clase política que va del centro a la derecha -sociológicamente casi el 80% del electorado-, se presenta con más de veinte candidatos, como hoy se vislumbra, va perdida a la elección y le regalará a la izquierda la posibilidad no solo de colocar un candidato en segunda vuelta sino, eventualmente, dos, lo que sería una tragedia nacional.

Todo se encamina a ello, por irresponsabilidad de los protagonistas ya inscritos y por inscribirse, que no quieren cejar en su empeño personalísimo, por un lado, y por otro, por la punible necedad de partidos como Fuerza Popular o Alianza para el Progreso, que se quieren tirar abajo las primarias una vez más, creyendo que como ellos tienen una base electoral consolidada, les conviene la dispersión.

 

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El gobierno ha anunciado, dentro de su paquete de 25 medidas para salir de la recesión, la aceleración de los proyectos de irrigación de Chavimochic, Chinecas y Majes-Siguas.

Se ve difícil, ya lo han señalado expertos, que se logre el cometido en las fechas planteadas, pero vale destacar el esfuerzo de imprimirle voluntad de ejecución a los mismos, por su impacto en la economía nacional y en la dinámica inversora.

Al mismo tiempo, ya es hora de replantear el modelo por el que se asignan las tierras de estos proyectos, a grandes inversionistas, bajo un esquema en el que el Estado termina subsidiando a los megaterratenientes. El esquema es sencillo: el Estado invierte miles de millones de soles en poner operativos los proyectos de irrigación y como licita restrictivamente grandes extensiones de tierras, solo pueden postular dos o tres grandes inversionistas, que por esa razón, al reducirse la competencia, a la postre terminan pagando por las tierras un monto menor al que costó habilitarlas. El Estado pierde y le “regala” dinero fiscal a los grandes grupos de poder agrícolas.

Es hora de apostar por la mediana y pequeña agricultura, por generar capitalismo popular entre inversionistas de, inclusive, una hectárea. Es verdad que las grandes extensiones generan economías de escala y ello abarata los costos de producción, pero también es cierto que cuando existe una comunidad de pequeños propietarios, ellos mismos, por la propia lógica económica, terminan asociándose y replicando el esquema de la megaescala.

Ejemplos de ello no solo existen en el Perú, en algunos valles, sino también en el mundo (Países Bajos, por ejemplo), que, con pequeñas extensiones prediales, se logra índices de productividad fabulosos.

El modo en que se han manejado los grandes proyectos de irrigación, construidos con dineros públicos, forma parte de la gran historia negra del mercantilismo peruano, donde la oligarquía se ha beneficiado irregularmente de las normas para recibir beneficios económicos en desmedro del Estado, es decir de todos los peruanos.

El esfuerzo de trasvasar aguas de los ríos, de la vertiente occidental hacia nuestra desértica costa, es inmenso en trabajo y en recursos, como para que termine beneficiando a unos pocos. Estos proyectos deberían ser, más bien, una maravillosa oportunidad para generar una miríada de empresarios agrícolas, de inversionistas pequeños y medianos, que construyan un tejido social proempresarial.

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Ha dado la vuelta al mundo la indigna decisión de algún dirigente de Alianza Lima de apagar las luces del estadio para, presuntamente, empañar el campeonato en su casa de la U, logrando el efecto contrario, porque ha enaltecido el triunfo, lo ha hecho memorable (de esto se hablará por décadas).

La U dio una lección de coraje, mostró la madera de la que está hecha el equipo, que, de la mano de Fossati, ha logrado representar a cabalidad el espíritu de garra que nuestra historia demanda y por eso ha logrado llevar, en promedio, cincuenta mil personas al Monumental de modo permanente.

A pesar del triunfo, nunca se burló del rival, lo respetó, como correspondía, y es por ello que crece la dimensión de la vergüenza de la decisión aliancista de cometer una indignidad que merecería sanciones severas por parte de las autoridades del fútbol, porque anoche no solo hicieron un papelón sino que pusieron en riesgo la integridad de jugadores, comando técnico y sus propios hinchas y familias que acudieron a Matute.

El matutazo produce felicidad. Evitamos el tricampeonato de Alianza, que nos empate en títulos obtenidos, dimos la vuelta en su casa una vez más, nos quitamos la mochila de diez años sin ganar un título, llegamos al Centenario con menor presión y el 7 de agosto lo celebraremos siendo campeones del fútbol peruano vigentes.

Será necesario reforzar algunas líneas, nos toca llevar dos competiciones en paralelo (el campeonato local y la Copa Libertadores), pero el espíritu esencial de este equipo, que recoge y transmite lo que al hincha crema le gusta del fútbol, la velocidad, la técnica, el empuje, la grandeza, debe mantenerse y contratarse jugadores que compartan esa filosofía institucional.

Muchas gracias al profesor Fossati que supo recomponer un equipo maltrecho y devolverle la dignidad que le correspondía, sacando lo mejor de cada jugador. Le ha dado felicidad a millones de hinchas del equipo más grande del Perú y que debe entender que solo una meta inicial ha sido lograda y ya corresponde pensar a lo grande, con la Libertadores como objetivo, como “obsesión”, como reza el hermoso cántico de la hinchada. ¡Dale U!

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Alianza Lima, apagar las luces, coraje, Dale U, matutazo

Hoy se enfrenta a una situación adversa Universitario de Deportes. Le empataron, con más suerte que mérito, en el partido inicial de la final del campeonato peruano contra su clásico rival, y hoy en la noche define en Matute en condición de visitante.

A la U, sin embargo, lo motivan estos desafíos. Están en su ADN. La U es un equipo corajudo por historia. Surgido de las canteras universitarias de San Marcos, fue un equipo que originalmente representó a las clases altas y medias versus el equipo popular, que era Alianza Lima.

Pero eso cambió desde hace décadas. La trilogía chola de la U, Lolo Fernández, Héctor Chumpitaz y el Puma Carranza, predominó sobre la vertiente de los Terry, Challe, Leguía o Chemo. Surgió la Trinchera Norte, migrando de Oriente a la popular (a diferencia de su adversario victoriano, que lo hizo de Sur a Occidente).

Alianza es salsa y callejón. La U es cumbia y asentamiento humano. Es el cholo emprendedor y emergente, ansioso de éxito, el que se identifica con los valores tradicionales de la U. A los hinchas cremas no los entusiasma lo pinturero, la cundería, sino la técnica, la velocidad, la fuerza, el empuje.

Es la modernidad popular la que lo sigue. La U es un equipo laico, civil, no se cambia de camiseta en el mes morado, no apela a la religiosidad sino a la épica, es el mejor representante, en ese sentido de la ética informal que signa el país.

Tradición y modernidad identifican al hincha crema, que hoy no podrá acudir al recinto victoriano, pero que acompañará con su sentimiento y aliento, la entrega de un equipo que, de la mano del técnico uruguayo, Jorge Fossati, ojalá logre el anhelado campeonato 27 en la cancha del rival, como ya lo hizo antes.

La garra crema, símbolo del peruano resiliente, ha sido rescatada este año, y es lo que ha permitido tribunas llenas en el Monumental, batiendo todos los récords de asistencia a un recinto deportivo en la historia del fútbol peruano. En el rescate de la tradición, quiero concluir esta columna citando un post de Walter Twanama: “No solo es una frase vieja, también su lenguaje es antiguo: del balompié peruano la máxima expresión. Nadie habla así ahora. Encima, es la letra de una polka, un género prácticamente muerto. Pero a mí me gusta oírla cantar, me alegra enormemente”.

 

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Un congreso lleno de niños y mochasueldos nos regala hoy el triste espectáculo de un congresista que se regala abiertamente a los intereses de los más grandes consumidores de gas del país.

El nuevo presidente de la Comisión de Energía y Minas viene bloqueando la ley de masificación del gas que ya había sido aprobada hace más de 5 meses por 91 congresistas a favor y solo 1 en contra.

Lo que Quiroz confiesa públicamente en el evento de una distribuidora de gas es que viene retrasando el proyecto deliberadamente, que viene coordinando en privado con la empresa y que los va a llevar para explicar su propuesta fuera de Lima en un evento del Congreso. Y en el colmo de la sinceridad, llama “nuestro presidente” al presidente de esta compañía.

Si Quiroz y sus amigos distribuidores logran su objetivo de revertir esa votación, los usuarios más humildes que consumen gas natural para cocinar en Lima financiarán a empresas que utilizan el equivalente de 3,800 balones de gas al mes.

Conozca la historia completa de la confesión sincera del congresista Segundo Quiroz en esta nueva edición de REPORTAFUR.

No hay visos de solución al conflicto israelí palestino. Los sectores radicales de ambos lados han ganado la partida y predominan sobre las voces más sensatas. Los palestinos extremistas jamás van a reconocer al Estado de Israel; los israelíes extremistas quieren expulsar a los palestinos de su territorio y adueñarse de sus tierras a como dé lugar.

No parece haber otra solución que una intervención multilateral extranjera. Difícil, porque buena parte de Occidente está ciento por ciento alineada con los intereses israelíes, a quienes consideran aliados estratégicos en la zona, pero queda claro que si algo así no ocurre este conflicto no va a parar nunca.

En el primer mes del mismo ya hay más de once mil muertos, la mayoría de ellos palestinos, y el 70% niños, mujeres y ancianos. Y no tiene cuando acabar. Netanyahu ya está, claramente, aprovechando el conflicto para recuperar capital político interno, ya que estaba sumido en una crisis sin precedentes.

La solución pasa por un cese inmediato de los bombardeos a Gaza, por volver a los acuerdos iniciales de partición del territorio, por la salida de los colonos israelíes de Cisjordania, por la eliminación de los grupos terroristas palestinos y por el reconocimiento del mundo árabe del Estado de Israel (éste debería ser el punto de negociación para que Israel se allane a detener los ataques y a devolver el territorio ocupado ilegalmente).

Si este conflicto no se soluciona, el riesgo mundial es enorme. No solo por el eventual escalamiento del mismo, sino porque más temprano que tarde el acceso a armamento nuclear será factible para las naciones árabes y si la tensión actual continúa incólume, no sería aventurado sostener que muy probablemente se emplearían en ataques a Israel, con la respuesta no solo de Israel sino de Occidente y el involucramiento reactivo de Rusia y China, que están del lado palestino.

Lo que se temió que pudiera ocasionar la guerra entre Rusia y Ucrania, podría detonarlo el conflicto Israel-Palestina. Como bien se ha dicho, es parte de la fricción mundial que se va a generar por la pérdida paulatina del poder unipolar de los Estados Unidos. La ONU tiene un papel activo que cumplir, y las potencias mundiales están llamadas a intervenir para resolver un conflicto que las partes, en su versión extrema dominante, no parecen dispuestas a querer remediar.

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