Por eso es que a pesar de crecer el número de gente que cree que Castillo debe irse y procederse a un adelanto de elecciones, ese malestar y rechazo no abonan en favor de la oposición política, que no da pie con bola y tiene, inclusive, mayor desaprobación que el Ejecutivo.
A pesar de los “niños” y los “topos”, a las fuerzas opositoras en el Congreso les quedan los votos suficientes para proceder al adelanto de elecciones, para interpelar y censurar ministros, para emprender reformas y aprobar leyes proactivas, para derogar los misiles antiempresariales que ha lanzado el gobierno (en temas laborales), pero no hace nada.
Se siente muy cómoda, arrellanada en su curul, siendo agente del establishment antes que efectiva fuerza beligerante de fiscalización de un gobierno mediocre y fallido como el de Pedro Castillo, que merecería una oposición recia, principista y con visión de largo plazo.