Los modelos caudillistas del presente, su elasticidad (que en algunos casos los lleva a ser vientres de alquiler) no son un síntoma de degradación que haya que enmendar, sino un signo de los nuevos tiempos políticos a los que debemos acostumbrarnos, sin tratar de amoldar la realidad mediante leyes inaparentes.
Las crisis políticas que vivimos los últimos tiempos no son producto de que tengamos esa clase de partidos, sino resultado de mediocres decisiones de los elegidos o inquilinos accidentales en Palacio (la bronca Keiko-PPK, la gestión de Vizcarra, el despropósito de Merino o el incompetente de Castillo).
La precariedad de ese modelo tradicional tiene su mejor botón de muestra en la trayectoria del partido Morado, que se pasó años formando comités, bases, asambleas, inaugurando locales, haciendo elecciones, etc., y hoy está reducido a nada por su desventura electoral. Cumplir con los ritos partidarios tradicionales no asegura un buen porvenir y no debe ser por ello el requisito necesario para proceder a resolver la crisis vigente.