Al parecer -ojalá nos equivoquemos- Barreto y Hernández se están haciendo ilusiones y Castillo está ganando algo de tiempo dándoles bola respecto de una decisión que difícilmente va a tomar, dada la encrucijada política en la que se encuentra y la terrible situación de tener como socio a un rígido y obsoleto radical como Vladimir Cerrón, leninista de viejo cuño, incapaz de entender las sutilezas del juego político y de darse cuenta de la espiral de desprestigio y crisis en la que se halla inmerso el gobierno que él ha presionado para conformar.