Keiko Fujimori prometió en campaña, en el afán de subrayar distancia respecto de su entonces contendor, Pedro Castillo, que el fujimorismo respaldaría el trabajo de la Sunedu y avalaría la reforma universitaria emprendida con éxito desde hace varios años. Hace poco, su bancada votó en contra de dicha reforma, aupada a los intereses mercantilistas de las universidades no licenciadas, y de la mano con sus colegas del radical Perú Libre.

En los hechos, el fujimorismo se ha convertido en un pantano mercantilista, muy lejos de ser una amalgama presta a convertirse en el gran partido de la derecha peruana, mucho menos en una plataforma liberal en materia económica y política.

Los intereses crematísticos de su lideresa y sus allegados más cercanos, parecen pesar más que cualquier ideología o programa de gobierno. Así, vemos al fujimorismo congresal avalando universidades truchas, invasores de terrenos, mineros ilegales, mafias del transporte, etc., sin ningún rubor principista.

El problema principal de Fuerza Popular parece ser Keiko Fujimori. De ella son las lealtades subalternas que obliga a sus parlamentarios a acatar, además de ser una muy mala candidata, que solo parece insistir en postular en todas las elecciones posibles por un afán de capitalización patrimonial, antes que por una búsqueda del poder para transformar las estructuras del Perú.

Bajo esa perspectiva, haría bien el fujimorismo en decidir su propia extinción. Por lo pronto, renunciando a cualquier aspiración presidencial -acatando el sensato llamado de López Aliaga- y contribuyendo tan solo con sus bases populares -que aún mantiene- en favor de una candidatura derechista orgánica y con la alforja limpia de compromisos bajo la mesa.

El fujimorismo pudo haber recogido la herencia reformista de los 90: por supuesto, no le bastaba con desechar sus devaneos autoritarios y antidemocráticos, sino que debía reconstruirse desde orillas centroliberales y erigirse así en una ficha permanente del ajedrez político peruano. Ha decidido, sin embargo, convertirse en una coalición o sumatoria de intereses mercantilistas, dispuesta a tirarse abajo las pocas reformas que se han desarrollado en el Perú en las últimas décadas.

Con un liderazgo gris y perjudicial como el de Keiko Fujimori, el fujimorismo no tiene futuro. Era mejor opción, a pesar de ello, que el desastre de gobierno que hoy tenemos, pero tres ocasiones perdidas por los mismos errores y sin curva de aprendizaje de por medio, nos muestran con claridad que el problema político es de fondo, estructural, casi congénito, y, por ende, irremediable.

 

 

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Fujimorismo, Keiko Fujimori

 

La historia no es un cementerio. Está viva y admite revisitarla permanentemente para aprender de ella o para encontrarle sentidos nuevos que nos ayuden a comprender mejor los fundamentos de nuestro presente. En ese sentido, resulta de imprescindible lectura el capítulo “El techo de la modernidad: los subalternos se movilizan (1908-1919)”, de la colección Nueva Historia del Perú Republicano que acaba de publicar la Derrama Magisterial.

La colección mencionada está llena de inquietudes académicas provocadoras, que plantean una relectura de nuestra historia republicana, en base a la reflexión de diversos autores y bajo la dirección de Manuel Burga, Carlos Contreras, María Emma Mannarelli y Claudia Rosas. Es, dada la coyuntura, de atención obligada para entender ésta.

 

 

El capítulo en mención (bajo la autoría de Mannarelli y Margarita Zegarra), suscita una reflexión sobre el presente e inmediato porvenir. Nos trae a colación cómo “la modernidad civilista llegó a su límite ante el desinterés de la oligarquía por dar solución a la explotación de obreros e indígenas. Los sectores subalternos urbanos experimentaban angustiantes alzas de precios; su pobreza y la tugurización en que vivían les acarreaban graves enfermedades y los convertían en víctimas de mortales epidemias, de las que, a menudo, eran culpabilizados. El civilismo sufrió un duro revés cuando el movimiento obrero irrumpió en las elecciones y llevó al poder a un populista (…). Ese fue el techo de su proyecto modernizador”.

En efecto, el Perú parece haber repetido su historia. La primavera democrática del civilismo llegó a su fin por incompletud del proyecto modernizador que una economía relativamente liberal desplegó (en verdad, como en las últimas tres décadas, el Perú de entonces fue beneficiario de un modelo proempresarial, sin libre mercado pleno). El triunfo electoral de Billinghurst le puso fecha de cierre.

 

 

La transición post Fujimori, del mismo modo, se apoyó en un modelo económico abierto edificado en la década precedente, pero no supo hacerlo inclusivo, ya no con los obreros -como en los inicios del siglo pasado-, sino con las provincias, con los informales, con los marginados, que en esta última elección mandaron al traste el modelo vigente desde los 90 y apostaron por un candidato disruptivo que prometía el retorno al Estado y al populismo.

Cabe felicitar a la Derrama Magisterial por este importante esfuerzo editorial, que nos ayuda a volver la vista atrás y entender que aquello que somos se debe, en gran medida, a las líneas de continuidad históricas sobre las que hemos discurrido. De modo especial, es digno de relieve que esta colección esté dirigida especialmente al magisterio nacional -tan necesitado de actualización académica- y cabe esperar que continúen iniciativas similares.

 

 

-La del estribo: muy maduro el libro Animales luminosos, del escritor Jeremías Gamboa. Confirma su crecimiento literario, difícil de afianzar si se tiene en cuenta que sucede al éxito que supuso la publicación de la novela Contarlo todo, impresa ya hace buen tiempo, el 2013. Esperamos mayor frecuencia. Buen viento para una pluma ya consolidada.

 

 

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derrama magisterial, Historia

 

Es una pregunta con una opción de respuesta terrible, porque el país se desangraría en el reino de la mediocridad más pueril que se haya visto en los últimos gobiernos democráticos.

Pero cabe como posibilidad cierta. Castillo solo tendría que asegurar su pacto con Perú Libre, apostar a que Juntos por el Perú, a pesar de sus intentos de marcar distancia, no se sume al carromato vacador, que Perú Democrático siga en el oficialismo, que la facción provinciana de Acción Popular le continúe prestando apoyo, y que la presencia de un ministro de Somos Perú, asegure su cuota parlamentaria, para salir bien librado no solo de cualquier intento de vacancia sino también de la valla de las cuestiones de confianza.

Claramente, ese es el motivo de la conformación del gabinete Torres y seguramente de los que vendrán. Ya el régimen no tiene oxígeno para grandes reformas, mucho menos para impulsar una Asamblea Constituyente. Lo único a lo que aspira es a sobrevivir y con una o dos jugadas políticas, lo podría lograr.

El gran pagador de la manutención del statu quo, será, sin embargo, el país, ya que desperdiciaremos el boom de precios de los minerales (podríamos crecer por encima del 4% anual sin problemas), no se hará ninguna reforma importante, ni siquiera en Salud y Educación (los dos temas que hubieran parecido esenciales a un régimen de izquierda), seguirá en caída libre la inversión privada, y viviremos todo el tiempo que dure el gobierno en medio de escándalos políticos, con la consecuente inestabilidad que ello generaría.

Será el reino de la mediocridad más absoluta y de la parálisis del Estado en un grado mayúsculo. Se destruirá la tecnocracia y burocracia que habían alcanzado algunas dosis de excelencia, el Estado funcionará peor que nunca y poco a poco se irá deteriorando la efectividad del gobierno central para establecer políticas públicas (por ejemplo, en el tema de la seguridad ciudadana, no cabe duda alguna de que, al cabo del mandato de Castillo, la misma estará absolutamente fuera de control).

Ese es el panorama que se abre en el horizonte, si Castillo se mantiene en el poder. Lo que sobrevendrá ya no será el advenimiento del comunismo -como un sector afiebrado de la derecha insiste en advertir-, sino la consolidación de un Estado fallido, en espiral de deterioro, presa fácil de los grupos de interés y de los grupos delincuenciales que azotan nuestra sociedad.

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Pedro Castillo, Vacancia

 

La incapacidad orgánica de la oposición política, jaloneada entre una derecha golpista y un centro aguachento, con personajes muy precarios tanto en el Congreso como fuera de él, es, en gran medida, lo que le permite a un régimen tan deleznable como el de Castillo sobrevivir, terco en su mediocridad e impune en el estropicio.

Se va a necesitar de la activación de los núcleos de participación ciudadana que en las últimas décadas han aparecido en momentos determinantes y han logrado influir de manera decisiva en los acontecimientos políticos.

 

Si, como van las cosas, la oposición es incapaz de sacar a Castillo del gobierno o, lo que es peor, siquiera de reconvenirlo, pues lo tendrá que hacer la calle movilizada, la misma que hoy se halla increíblemente adormecida.

Por cierto, Castillo ha cometido un grueso error político al recostarse en el cerronismo y pelearse con el antifujimorismo de izquierda, ya que el primero no constituye ninguna fuerza de choque, más allá de la extorsiva presencia de una bancada significativa, y el segundo sí tiene la experiencia de movilización cívica suficientemente poderosa como para hacerse sentir.

Recién con la escandalosa irrupción del efímero gabinete Valer, algo se empezó a mover en estos colectivos, ya asqueados del desparpajo misógino y machista del régimen castillista, el mismo que no ha menguado con el nuevo gabinete Torres (la presencia de una feminista en el Ministerio de la Mujer solo adorna un gabinete con por lo menos tres ministros acusados de violencia familiar y sin ninguna consideración por la paridad de género).

No es relevante en estos momentos discutir si pueden marchar juntos No a Keiko con La Resistencia o caviares con portavoces de la cruz de Borgoña. Probablemente no. Lo importante, lo de fondo, es que las calles y plazas hagan sentir la voz ciudadana de protesta por la inmensa tragedia política que el Perú está sufriendo bajo el mandato de un presidente como Pedro Castillo.

 

 

Ya que más del 60% de la población desapruebe la gestión del gobierno, constituye una suficiente masa crítica para que ello se traduzca en protesta democrática, la única que -al paso que anda la oposición- podría alterar efectivamente el tablero político en el que nos estamos moviendo, sea reconduciendo a un régimen que se tropieza consigo mismo o, simplemente, ayudando a sacarlo del poder.

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Pedro Castillo, Vacancia

 

Mucho se comenta respecto de la inminente caída de Pedro Castillo y su salida de Palacio -desenlace labrado con empeño por el propio presidente-, pero conviene también reflexionar sobre los escenarios que se abrirían a futuro si tal cosa ocurriera (sea por la vía de la renuncia, de la vacancia o de la acusación constitucional).

La primera inquietud, por supuesto, es qué pasaría con Dina Boluarte, en los hechos la primera vicepresidenta y a quien le correspondería, de salir Castillo, ocupar el cargo. ¿Está el país político dispuesto a aceptarlo o el aluvión también se la llevaría de encuentro? Ella tendría que actuar muy aceleradamente: por ejemplo, nombrar un gabinete independiente y tecnocrático, comprometer un gobierno de ancha base o cosas por el estilo, para aquietar las aguas políticas.

Si eso no es suficiente e igual es sacada del poder, se abriría el paso a nuevas elecciones. Ya se plantea discusión jurídica respecto de si corresponderían elecciones generales o solo presidenciales, tendiendo la razón a sugerir que deberían ser generales, es decir incluir a los congresistas (hay, además, argumentos políticos de peso: si no es así, estrenaríamos un Ejecutivo sin mayoría congresal, situación que ha provocado todas las crisis políticas de los últimos tiempos).

 

 

Poniéndonos ya en el escenario de nuevas elecciones, es importante advertirle, sin embargo, a la principal promotora de la salida de Castillo, a la derecha, que no crea que las tiene todas consigo, como parece entender, dado su entusiasmo vacador.

Es verdad que el desprestigio del gobierno de Castillo arrastra grandes cuotas de afectación a la mayoría de las izquierdas (en particular a la de Verónica Mendoza y Nuevo Perú, por más que intenten ahora, desesperadamente, desmarcarse del desastre), pero siguen en pie las condiciones predisponentes para la aparición de un candidato disruptivo, apoyado en la lógica antiestablishment del mundo andino, al cual la derecha no tiene acceso, ni siquiera remoto, en términos de representación.

 

El tema se complica aún más dada la fragmentación de la centroderecha, que ha hecho mutis absoluto respecto de la sensata propuesta de Rafael López Aliaga de renunciar a candidaturas (por lo menos las de él y la de Keiko Fujimori) y construir un gran pacto que propicie no solo un triunfo electoral, sino la consecución de la suficiente mayoría parlamentaria para gobernar sin los sobresaltos que el país viene sufriendo por la fatal circunstancia, mencionada líneas arriba, de que se llega al poder sin mayoría en el Congreso.

Por más deseable, imperativa o saludable que sea, nada asegura que la salida de Castillo del poder vaya a anticipar un periodo de paz política y el final de la incertidumbre y zozobra que venimos padeciendo desde los tiempos de PPK (ya con cinco presidentes a cuestas en menos de un lustro).

 

 

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Gobierno, Pedro Castillo

 

La designación de Aníbal Torres como flamante presidente del Consejo de ministros, y la negada conformación de un gabinete plural, tecnocrático, meritocrático y de limpia foja de servicios (ya la reiterada presencia del inefable ministro de Transportes nos ahorra comentarios), le debería otorgar al gobierno de Castillo un corto tiempo de vida. Ha persistido en el error de nombrar un equipo mediocre y sombrío, como el apreciado en los sucesivos gabinetes Bellido, Vásquez y Valer.

La derecha congresal, lejos de deponer las armas y extenderle un periodo de gracia al flamante gabinete, las va a levantar. Y probablemente tendrá compañía en el centro congresal que verá este gabinete con una mirada de decepción. Ya de por sí, es un pésimo indicador que el cerronismo haya ingresado con fuerza al gabinete, para calibrar que no estamos ante la puerta de salida de la crisis, sino, más bien, ante la perspectiva de su mayor hondura.

La incólume medianía del presidente Castillo exigía un equipo ministerial de otras características. Al parecer, no le quedó claro al Primer Mandatario que necesitaba enmendar la plana, para borrar cómo se estaba escribiendo el itinerario de su propia salida del poder.

Se necesitaba la conformación de un gabinete de salida de la crisis, que lo primero que tenía que hacer era reconstruir las partes dañadas del Estado, por obra y gracia de la cooptación corrupta y gris del entorno castillista.

A renglón seguido se tenía que fijar claramente algunos parámetros mínimos de acción. Y en ese sentido, más que exigencias ideológicas fuera de lugar lo que correspondía era esperar lineamientos básicos estructurales: que se respetase, por lo pronto, la estabilidad macroeconómica, y que los ímpetus reformistas y de cambio, que un sector de la población espera, se ciñesen a dos políticas públicas esenciales: la salud y la educación, sectores dejados a la mano de dios, a despecho de la bonanza fiscal disfrutada en los últimos treinta años.

No obstante, se ha optado por todo lo contrario, por debilitar aún más el tejido institucional de la administración pública (baste ver el paso del nuevo Premier por la cartera de Justicia), que ha sido tan golpeada por las gestiones precedentes que se teme, con razón, el colapso del Estado, como ente ejecutor de gasto y de acciones políticas concretas.

Torres no va a tener, ni merece tenerla, luna de miel. La pésima actuación administrativa del gobierno le deja mecha corta para actuar. No le va a ser posible recomponer los lazos con la clase política, primero, para lograr el voto de confianza, y con la ciudadanía, de inmediato, para trazar un horizonte de gobernabilidad hasta el 2026, como correspondería constitucionalmente. Es el suyo un gabinete que nace muerto.

 

 

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anibal torres, Pedro Castillo

 

A Castillo lo sostiene aún un importante respaldo ciudadano. Según la última encuesta de Ipsos, 48% del sector E, 31% del D, 27% del C y un 22% del B. Analizado por regiones, lo apoya el 56% del sur, 43% del oriente, 41% del centro y 33% del norte.

¿En qué se puede basar ese apoyo? Una probable explicación es que el presidente ha tejido una alianza, en algunos casos tácita, en otros explícita, con los sectores informales de la sociedad peruana (maestros radicales, transportistas, mineros, comerciantes, traficantes de terrenos, dueños de universidades no licenciadas, constructores medianos, etc.) y sus respectivas redes de influencia.

Esa amalgama de intereses sociales, con cierto arraigo popular en algunos casos, parecería ser el basamento social y político de Castillo. Es su “pueblo” y su “élite”. La lógica de satisfacer sus expectativas es la que permitiría entender, entre otras cosas, algunos nombramientos burocráticos en el Estado.

No es, por supuesto, un elogio de la informalidad el que estamos haciendo. No es buena noticia pasar de un mercantilismo blanco a uno cholo, con igual perjuicio de los valores de un mercado competitivo y, a la postre, con la misma perversión del Estado y su deriva paulatina hacia fórmulas autoritarias (la democracia suele ser un estorbo para tales prácticas encubiertas).

El problema para Castillo, además, es que es imposible sostener un gobierno en base a esas alianzas pragmáticas y mercantiles. Que lo diga si no Kuczynski, respaldado por el gran capital y toda la red de “influencers” financieros habidos y por haber. Al primer ventarrón, la política se lo llevó de encuentro. Con el gobernante del lápiz puede pasar exactamente lo mismo.

Su lista de whatsapp, sin duda, no es la misma que tenían los que lo antecedieron en el cargo. Los lobbistas de siempre no saben a quién escribirle cuando tienen un problema que requiere de un bypass burocrático. Es el reino de las Karelim López. Este emergente sector social está aprovechando la cercanía con el Estado para prosperar y capitalizar. Igual que los grandes grupos de poder lo hicieron con PPK, García, Toledo o el propio Fujimori.

 

 

Hoy Castillo se puede sentir arrullado y protegido por los Bruno Pacheco o Bibertos que lo rodean, pero, sin embargo, la burbuja en la que lo han encerrado no le está permitiendo ver el país real, que poco a poco se va desgajando del régimen. Ya solo la mitad de los que votaron por él lo sigue respaldando. A ese paso, no tardará mucho en trasponer el punto de quiebre. El mercantilismo popular también llora.

 

 

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Pedro Castillo

 

Sobrecoge la incapacidad del presidente Castillo de enmendar rumbos y de percatarse de la hondura de la crisis social y política a la que ha conducido al país en apenas seis meses de gobierno. Sin propósito alguna de enmienda vuelve a cometer los mismos errores una y otra vez, carente de perspectiva política o, inclusive, de parámetros morales para tomar las decisiones correctas.

 

 

Lo volvió a poner en evidencia en su ridículo mensaje a la nación el viernes último, cuando anunció el recambio del gabinete, donde no mostró signo alguno de autocrítica y, más bien, enfiló sus baterías contra el Congreso y la prensa acusándolos veladamente de la parálisis que aqueja a su gobierno.

Es previsible, en consecuencia, que la designación del gabinete de reemplazo del que presidía Héctor Valer, no satisfará las mínimas expectativas del país. Castillo se reafirmará, seguramente, en su mediocridad, en la designación de funcionarios incompetentes o cuestionables, en la grisura como horizonte ejecutivo.

 

 

La sociedad civil y la clase política, por supuesto, no tienen por qué seguir tolerando tamaño desparpajo o incompetencia. No se puede dejar cinco años el poder en manos de un personaje que no califica para el cargo, como ocurre, lamentablemente, con nuestro presidente.

Maldita pandemia, que produjo un desbarajuste social de tan enorme magnitud, que trastocó las tendencias políticas e ideológicas vigentes. Penosa gestión la del inefable Martín Vizcarra, que produjo una crisis económica y sanitaria tan descomunal, que sirvió de sembrío al hartazgo ciudadano respecto del statu quo, y permitió así la aparición y prosperidad electoral de un sujeto inefable como Pedro Castillo.

 

 

Normalmente, la democracia es un sistema que, a pesar de sus deficiencias, logra procesar en el voto popular una cierta sabiduría que lo hace finalmente la mejor solución institucional. Así ha ocurrido en el Perú, mal que bien, desde el retorno a la democracia plena el año 2000: el 2001 fue mejor que Toledo le ganara a un Alan García aún heterodoxo y populista; el 2006 el pueblo eligió bien a Alan García sobre un Ollanta Humala chavista que hubiera llevado al Perú a la órbita bolivariana; el 2011, un Humala ya reconvertido, era mejor opción que una Keiko Fujimori sin plenas convicciones democráticas y evidente riesgo autoritario; el 2016 fue preferible un PPK tecnocrático, pero democrático, a una segunda ocasión de Keiko Fujimori, que también hubiera supuesto el peor retorno del mercantilismo autoritario y conservador (como se demostró luego con el comportamiento de su bancada); el 2021, el pueblo se equivocó: aún una Keiko mercantilista (la mayor desgracia del fujimorismo es su liderazgo), era infinitamente mejor opción que el desastre que hoy sufrimos con Castillo.

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Hector Valer, Pedro Castillo

 

Para no hacerse cargo del despropósito de indultar a Antauro Humala, el gobierno de Castillo habría decidido proceder al encubierto camino de redimir, ilegalmente, su pena y proceder a liberarlo. En ese afán, el ministro de Justicia, Aníbal Torres, ha soltado un globo de ensayo para medir la temperatura, a pesar de haberlo negado finalmente, presionado por las circunstancias.

Cabe preguntarse cuál puede ser el afán de Castillo de tener libre a Antauro. ¿Cuál sería el filo político de semejante decisión? Porque, claramente, no estaríamos tan solo frente al cumplimiento de una promesa de campaña, menos aún si se tiene en cuenta que no existe presión ciudadana alguna para que dicho acto se consume.

 

 

Tratando de encontrarle alguna inteligibilidad, si acaso la tuviera, a semejante decisión, diríamos que ella podría transitar por el afán de Castillo de tener cerca suyo a alguien que le agite el avispero radical, en consideración de que Vladimir Cerrón ha dejado de ser útil para tales propósitos y, además, no tendría la llegada nacional que sí podría alcanzar el líder etnocacerista.

Bajo la suposición de que Antauro le sea plenamente leal a Castillo, en agradecimiento por su salida penitenciaria -cosa bastante improbable: no imaginamos al líder etnocacerista siendo el instrumento dócil de alguna estrategia castillista-, de lo que se trataría es de movilizar bases populares que le den al gobierno el sostén político que ya perdió en otras instancias (por ejemplo, en el Congreso).

 

 

Y de paso, si acaso Castillo puede albergar derivadas en sus raciocinios, tal vez se estaría pensando en construir un escenario de continuidad electoral para el 2026 o para cuando se produzcan las nuevas elecciones presidenciales (todo parece indicar que serán antes de esa fecha). Antauro es, sin duda, un personaje polémico, audaz y radical, capaz de generar adhesiones propias en el mundo andino antiestablishment, que aún persiste como factor contestatario, y que le diera el triunfo a Castillo el año pasado.

Antauro sería una piedra en el zapato del horizonte electoral propicio para el centro y la derecha. Dado el descrédito mayúsculo de la coalición de izquierdas que nos ha gobernado estos malhadados seis meses del régimen de Castillo, la mesa parece servida, pero la ilusión derechista del entierro definitivo de los candidatos disruptivos podría hacerse trizas si alguien con el potencial político de Antauro Humala anda suelto en plaza.

 

 

La del estribo: encomiable que el ICPNA le haya dado continuidad a la muy buena revista Ojo Dorado, cultura contemporánea, que publica semestralmente, bajo la dirección de Alberto Servat. Acaba de salir el número correspondiente a Enero-Junio 2022, y trae, entre muchas otras colaboraciones, artículos de Edmundo Paz Soldán y Ana Carolina Quiñónez (Nuevos (peores) presagios en la ciencia ficción); Salvador del Solar (Nostalgia y vida de Los Prisioneros), con una nota respecto de la serie que versa sobre el grupo de rock chileno, en boca de uno de sus directores; Giuliana Vidarte (El maguey, el río Rímac y la tamarotsa), etc.

 

 

 

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Antauro Humala, Pedro Castillo
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