[EL DEDO EN LA LLAGA] Sin embargo, el recuerdo imborrable de varias de sus canciones que escuché en los 70 me ha traído la mente a quien tenía pinta de un joven desgarbado, con gafas de montura gruesa al estilo del argentino Piero, otro cantautor memorable, cuyo estilo musical se asemeja mucho al que tenía Cantalapiedra: canciones de melodías sencillas, letras de poesía directa y sin complicaciones, mordiente social y existencial que no deja indiferente y un cierto pesimismo esgrimido con aires combativos. No obstante su apariencia enjuta de joven estudiante revolucionario, Cantalapiedra tenía una voz profunda, potente y expresiva, que lo habrían convertido en un exponente mayor de la canción española, a no ser porque en 1982 decidió abandonar su oficio de cantor —al cual regresaría esporádicamente cantando boleros en bares madrileños bajo el alias de Rocky Bolero— para dedicarse al oficio de escritor como ensayista, autor de relatos y guionista, al periodismo y a la crítica musical, dejándonos en su haber dos libros: “Bestiario urbano” y “El libro de los camareros”. La excelencia de su pluma fue galardonada en dos ocasiones con los premios Ignacio Aldecoa y Ciudad de San Sebastián, otorgados a relatos. Asimismo, uno de sus artículos le valió en el año 2011 el premio Don Quijote de Periodismo.

¿Cuál fue la trayectoria vital de este personaje actualmente caído en el olvido, aunque su recuerdo permanezca imborrable en el alma de quienes lo conocieron? ¿O de quienes —como yo— escucharon extasiados algunas de sus canciones?

Ricardo Cantalapiedra pasó su infancia y primera juventud en el seminario (6 años), experiencia que marcaría sus primeras canciones, la mayoría de corte religioso. Habiendo dejado el seminario, se uniría a la Organización Juvenil Española (OJE) para luego afiliarse al Partido Comunista de España (PCE), prohibido durante la dictadura franquista y recién legalizado en 1977. En 1967 el joven Cantalapiedra llegaría a Madrid para estudiar filosofía y periodismo, alojándose en el Colegio Mayor Pío XII. Su debut como cantante en 1967 no tuvo éxito.

En su segunda oportunidad compartió escenario en el Palacio de la Música con un exalumno del Colegio de los Sagrados Corazones, institución que organizaba el festival. Se trataba nada menos que de Julio Iglesias, quien también hacía sus primeros pininos como cantante y mostraba una nerviosidad que le era difícil controlar. Con este amigo suyo, Cantalapiedra iba todos los domingos a ayudar a los curas en la catequesis en una parroquia de Aluche.

Ese año de 1968 Julio Iglesias ganó el Festival de Benidorm con “La vida sigue igual” y Ricardo Cantalapiedra grabó y publico su primer disco sencillo, “Baladas frente a la guerra”, que incluía las canciones “Madre” y “Gritaré”. En esta última canción ya se vislumbraba su inmensa sensibilidad social: «Si no encuentro la alegría, / buscaré, buscaré. / Pero si llora mi pueblo, / si quitan libertad a mis hermanos, / gritaré / por los caminos, / con mis gentes lucharé, / gritaré / por los caminos, / con mi pueblo moriré».

Seguirían varios discos sencillos con el sello musical Pax, hasta que en 1970 publica su primer álbum de larga duración: “Once canciones”. Pero son sus dos siguientes álbumes de larga duración del añ 1972 los que le traerían fama y renombre como cantautor cristiano: “El profeta” y “Salmos de muerte y de gloria”.

Sus canciones fueron adoptadas en España por un sinnúmero de parroquias e interpretadas durante la misa y otras celebraciones litúrgicas. Ricardo Cantalapiedra, cuyas atípicas canciones religiosas respiraban un cierto espíritu de rebeldía, se convirtió en voz de la juventud cristiana que estaba harta de la dictadura franquista. Él mismo comentaría posteriormente: «En los últimos días de la transición, la iglesia del Espíritu Santo (la del instituto Ramiro de Maeztu) se llenaba de artistas y políticos: los cantantes, de Agua Viva, Patxi Andión y muchos socialistas que luego llegaron a ser ministros. Se organizaban aquí auténticos mítines, porque los que nos unía más que Dios es que todos estábamos hasta los cojones del franquismo».

En el Perú, la fuerza que despedían sus canciones no le pasaría inadvertida a Luis Fernando Figari, quien adoptaría varias de ellas para ser cantadas durante las celebraciones litúrgicas del incipiente Sodalicio de Vida Cristiana. “Volveré a cantar” y “Hombre de barro” pasarían a formar parte del repertorio musical del Sodalicio, así como otras canciones que se entonaban exclusivamente en Semana Santa: “Hosanna al Hijo de David”, “¿Por qué nos has abandonado?”, “Te ensalzaré, Señor (Salmo 29)”, “Pueblo mío”, “Adoración de la cruz” y “Canto del Siervo de Yavé”, tomadas del disco “Salmos de muerte y de gloria”.

Pero es en el disco “El profeta” donde Cantalapiedra plasmaría sus mejores canciones de este período. A diferencia de otras canciones religiosas de la época, Cantalapiedra no defiende doctrinas sino que transmite su experiencia personal ante el misterio cristiano, sin mencionar nunca el nombre de Jesús, aunque casi todas las canciones hagan referencia a él: “En lo alto”, “El peregrino”, “El profeta”, “La casa de mi amigo”, “El trovador” y otras. Recuerdo que había un ejemplar de este álbum de Cantalapiedra en San Agustín, la primera pequeña comunidad sodálite ubicada en el Óvalo de la Av. Brasil, y que José “Pepe” Ambrozic me hizo escucharlo.

En una década donde la imagen de Jesús comenzó a ser asociada con rebeldía y crítica del orden establecido, como en la película “Jesus Christ Superstar” (Norman Jewison, 1973), en las canciones religiosas de Cantalapiedra no falta el anhelo de líderes carismáticos al estilo de Jesús en la Iglesia:

«¿En dónde están los profetas / que en otros tiempos nos dieron / las esperanzas y fuerzas
para andar? / para andar»
(“¿Donde están los profetas?”)

Por supuesto no falta una crítica a aquello en lo que se había convertido la Iglesia católica en ese entonces —situación que se prolonga en los tiempos actuales—:

«La casa de mi amigo se hizo grande / y entraba gente en ella. / En casa de mi amigo entraron leyes / y normas y condenas

La casa se llenó de comediantes, / de gentes de la feria. / La casa se llenó de negociantes, / corrieron las monedas

La casa de mi amigo está muy limpia / pero hace frío en ella. / Ya no canta el canario en la mañana ni hay flores en la puerta

Y han hecho de la casa de mi amigo / una oscura caverna, / donde nadie se quiere ni se ayuda,
donde no hay ya primavera»
(“La casa de mi amigo”)

Pero una de las canciones más poderosas de “El profeta” ni siquiera hace mención directa a lo religioso y reviste una pasmosa actualidad, aquella que lleva el título de “Malaventuranzas”:

«¡Malditos los santones de pureza! / ¡Malditos!
¡Malditos los que obligan a los hombres a vivir como perros! / ¡Malditos!
¡Malditos los que hacen sufrir a los pequeños! / ¡Malditos! ¡Malditos!

¡Malditos los que matan a inocentes! / Malditos!
¡Malditos los que callan las infamias! / ¡Malditos!
¡Malditos los que causan las desgracias! / ¡Malditos! ¡Malditos!

¡Malditos los que han hecho del amor flor de las madrugadas! / ¡Malditos!
¡Malditos los que hicieron de la vida paisaje de la muerte! / ¡Malditos!
¡Maldito el asesino de las flores! / ¡Maldito!
¡Maldito el asesino de ilusiones! / ¡Maldito! ¡Maldito!

¡Malaventurados los que piden justicia con las manos manchadas en sangre! / ¡Malaventurados los que claman justicia y oprimen al hermano! / ¡Malditos! ¡Malditos!»

Y si bien estas canciones alimentaron ese espíritu de rebeldía en mi adolescencia que me llevaría a adherirme al Sodalicio de Vida Cristina, en esta institución nunca se asumieron estas canciones, como sí se había hecho con algunos himnos del fascismo español. Es cierto que algunas canciones del repertorio musical del Sodalicio de entonces exaltaban una cierta rebeldía cristiana frente a una acomodada ideología burguesa, pero con el tiempo dejaron de cantarse y fueron reemplazadas por tonadas mediocres con letras conformistas y estereotipadas, compuestas por miembros del Sodalicio y del Movimiento de Vida Cristiana.

Cuando salió publicado “El profeta”, el mismo Ricardo Cantalapiedra estaba experimentando un cambio existencial y virando hacia el agnosticismo, actitud vital que le acompañaría hasta su muerte, no obstante que respetó siempre a los creyentes y le fascinaba la idea de Dios.

Sus dos siguientes discos de larga duración —”De oca en oca y canto porque me toca” (1973) y “En la casa de la Maruja” (1975)— los grabó para la Philips. Allí Cantalapiedra se adscribe de una manera magistral a la canción de protesta y al testimonio existencial, teñido de cierto pesimismo pero de una inmensa ternura.

«Puedes decir que yo / no respeté jamás / las cosas que quizá / sean respetables. / Puedes decir también / que vivo del revés / pero no temo a nadie» (“Con mi destino”)

«No te faltará el alpiste más / pero ya no tienes libertad. / No te faltará seguridad / pero ya no tienes libertad» (“Balada para un canario prisionero”)

«Medrarás / te enfangarás / como un loco / en la lucha por la vida / y lograrás poco a poco / pisar a quien te compita» (“Canción para un niño que va a nacer”).

«Dime cómo te llamas / para escribirte. / Me llamo Cara Alegre, / Corazón Triste. / Este mundo es un teatro / con espaciosos salones, / siempre la misma comedia, / sólo cambian los actores» (“Dime cómo te llamas”)

Que Cantalapiedra resultaba incómodo para la dictadura franquista, incluso cuando ésta se encontraba en sus estertores finales, se evidencia en que los censores prohibieron nueve de las once canciones que incluía su disco “De oca en oca…”. Él mismo cuenta que «en un pueblo de Astorga donde ofrecí un recital tuve que cantar durante media hora la misma canción porque el comandante de la Guardia Civil me había prohibido casi todo el repertorio. Y con él en primera fila no podía hacer otra cosa. En cambio, logré colarles temas tan fuertes como éste: “Qué bello es mi país. / Si todos fueran así, / no habría comunismo / y sí mucho turismo. / Me encantan los partidos, / de fútbol, claro está. / También admiro a Castro, / Urdiales, claro está. / Y a los líderes chinos, / de Formosa, claro está”».

La última canción de su ultimo disco termina con unas líneas proféticas:

«Me puedes encontrar / cantando en cualquier bar, / soñando en cualquier parte. / Si no te gusto así, / me debes olvidar, / pues no pienso cambiar / en adelante» (“Declaración”)

Ricardo Cantalapiedra siguió siendo el mismo rebelde solitario de siempre. No cambió, y ha caído en un injusto e inmerecido olvido. El mismo cantaba lo siguiente al inicio de su trayectoria como cantautor:

«Trabajaré con mis manos, / ganándome el sustento, / y romperé con la azada / la tierra de cualquier huerto, / o cantaré mis canciones / en las plazas de los pueblos, / y moriré caminando / a la orilla de un sendero» (“Canción del que se va”)

Un día se nos fue Ricardo Cantalapiedra. Sólo espero que sus hermosas canciones nunca se nos vayan y no se pierdan jamás en la bruma del olvido.

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[EL DEDO EN LA LLAGA] Según se cuenta en la página web de la rama peruana de la congregación, el P. Natili tuvo que dejar su tierra natal en 1870 debido a los vientos revolucionarios que soplaban en Italia, trasladándose a Múnich, donde en 1874 entraría a trabajar junto con Mons. Angelo Bianchi como secretario de la Nunciatura Apostólica.

«Más adelante en el año 1890 conmovido por la dura realidad que afrontaban los pobres y enfermos de Alemania en tiempos de pos-guerra [en referencia a la Guerra Franco-Prusiana de 1870 a 1871] fundará una congregación religiosa femenina que se dedicará completamente a manifestar a los enfermos y pobres la misericordia y el amor de Dios. […] El P. Natili, como buen conocedor de medicina y ejercitando su ministerio religioso, estuvo siempre al servicio de los enfermos pobres. Haciendo uso del ingenio que poseía, llegó a alcanzar buen prestigio, tanto así que la fama de sus curaciones, realizadas gracias a los medicamentos naturales, lo hizo familiar a muchos adinerados quienes recompensaban sus servicios».

Lo que no dice la página web es que Natili era seguidor de las ideas del conde Cesare Mattei (1806-1896), iniciador de la electrohomeopatía y elaborador de productos naturales de tan dudosa efectividad como su pseudociencia. “Vendedor de sebo de culebra”, se diría en el Perú.

«Por la popularidad adquirida y por su obra (habiendo también fundado casa para los pobres y las religiosas) el P. Natili se gana la envidia y la enemistad de los médicos y de los padres alemanes, los cuales basándose en calumnias abren un proceso donde lo acusan por abuso en el ejercicio de la medicina. Este proceso termina con el decreto de la expulsión del P. Pedro Natili de Baviera y por ende de Alemania. Es así como tiene que regresar a Italia, su tierra natal».

En 1900 lo encontramos de regreso en Roma.

«Fueron muchas las contradicciones que acompañaron el camino del P. Natili, pero lo más terrible y fuerte que él jamás hubiera podido esperar llegó de manos de su superior en el mes de agosto de 1904. Es mediante una carta en donde éste le dice con duras palabras que desde hace mucho tiempo está ya fuera de la orden. Esta cruda e incomprensible realidad sumirá su corazón en un profundo dolor, llevándolo a pasar noches enteras en medio de lágrimas y desconsuelos. La congregación a la que él había dedicado toda su vida, hoy después de 50 años lo echaba fuera sin explicación alguna de esta separación. […] A la mañana del 16 de febrero de 1914, contando Pedro Natili con 71 años, se fue apagando poco a poco su vida. Ésta fue la vida de un hombre que, respondiendo al llamado de Dios, sembró la semilla del Evangelio en muchos corazones; un hombre que, con su ejemplo de entrega y servicio, manifestó el amor misericordioso de Dios a sus hermanos, especialmente en los pobres y enfermos, en quienes descubrió el rostro de Cristo sufriente».

Hasta aquí los extractos de la biografía del P. Natili, que probablemente será modificada o eliminada de la página web en un futuro cercano, pues la verdad que ha salido a la luz es otra. Es la misma congregación la que ha tomado las riendas para conocer sin filtros el pasado de su fundador. Y esto por iniciativa de Regina Pröls, la superiora general residente en la sede en Alemania, donde las religiosas son conocidas como las Franziskusschwestern von Vierzehnheiligen (Hermanas Franciscanas de Vierzehnheiligen), en alusión a la Basílica Vierzehnheiligen (Catorce Santos) en Bad Staffelstein (Alta Franconia, Alemania), en cuyo terreno tienen su casa madre las hermanas de esta congregación de derecho diocesano del arzobispado de Bamberga, la cual cuenta no sólo con comunidades en el Perú sino también en la India.

La investigación de la historia de la congregación, sobre todo en su etapa fundacional, se realizó en colaboración con la Universidad de Ratisbona y con el acompañamiento de la teóloga Barbara Haslbeck, colaboradora académica del proyecto de investigación “Violencia contra mujeres en la Iglesia católica”. Y lo que salió a luz revela el lado oscuro del fundador, llenando de grietas la historia oficial que se mantenía sobre él. Pietro Natili había sido un abusador sexual, según hechos documentados ocurridos entre 1885 y 1899, y este habría sido el motivo por el cual fue expulsado en 1900 de Baviera.

Según declaraciones de la superiora general Regina Pröls al portal informativo katholisch.de, a partir de los archivos históricos se descubrió que el Padre Natili abusó sexualmente de tres religiosas y de otra mujer muy cercana a la congregación. Sin embargo, también se presume que habría un número desconocido de víctimas adicionales. Tal como consta en los registros judiciales, una mujer casada que fue a confesarse con él quedó embarazada. Según la denuncia, el P. Natili le administró una sustancia que provocó un aborto meses después. Posteriormente esta mujer tuvo otro hijo con él. Natili justificó su abuso mediante sus conocimientos médicos. Disfrazaba sus acciones como exámenes médicos. Dado que también era el confesor espiritual de la comunidad de hermanas, se ha de suponer una conexión entre el abuso espiritual y el abuso sexual.

El tribunal no pudo probarle ninguna de estas imputaciones y el caso fue archivado. Esto se debió a que, a juicio del tribunal, no había pruebas suficientes, además de los plazos de prescripción y el hecho de que la legislación de la época solo reconocía la violencia sexual contra las mujeres bajo ciertas condiciones. Eran acusaciones para las cuales no se tenían pruebas en el sentido legal. Nunca hubo una condena del sacerdote, ni por abuso sexual ni por sospecha de aborto. No hay escritos ni correspondencia de las hermanas al respecto. Lo que que se sabe hasta ahora proviene exclusivamente de los archivos judiciales. Sin embargo, se ha de notar que la Oficina Real del Distrito de Múnich escribió en ese momento que las mujeres víctimas eran dignas de fe y que se les creía.

Concluye Regina Pröls:

«Me horroriza el poder que debe haber tenido el Padre Natili, de modo que las afectadas, que tuvieron que pasar por todo esto, no pudieron liberarse de él y se quedaron en la comunidad. Debe haber existido una dependencia extrema para que esto sucediera. También debe de haber habido hermanas que encubrieron sus acciones y apoyaron así el sistema de abuso porque le eran leales. En aquel entonces, él era el confesor de las hermanas».

¿Qué sucedió con el Padre Natili después del juicio? Si bien penalmente no se le pudo probar nada, debido a su nacionalidad italiana finalmente fue «expulsado en consideración al bienestar público», según se indica en los documentos del Reino de Baviera. El Padre Natili luego se trasladó a Austria y posteriormente a Italia, donde fundó un seminario para muchachos y falleció en 1914. Incluso en las últimas semanas de su vida algunas hermanas de Múnich fueron a cuidarlo hasta su muerte.

La confrontación con sus orígenes ocupa a las Hermanas Franciscanas desde el año 2020. Es la primera vez en Alemania que una congregación religiosa toma la decisión de hurgar en el pasado para conocer la verdad, aunque ésta sea incómoda y vergonzosa. «Porque sólo quien conoce realmente su pasado tiene un futuro y puede configurarlo libre de violencia», ha recalcado la superiora general Regina Pröls.

«A pesar de todos los aspectos oscuros en la historia de nuestra comunidad, también existen aspectos luminosos. Sabemos que muchas cosas buenas sucedieron en los primeros días de nuestra historia religiosa gracias a nuestras hermanas. La comunidad de aquel entonces también podría haberse desmoronado. Hoy sabemos: ¡eran mujeres fuertes! No se rindieron y, a pesar de todo, se dedicaron al servicio de los enfermos y cultivaron su vida espiritual. Donde hay sombras, también debe haber luz, y viceversa».

No es la primera vez que la visión idílica de un fundador se derrumba ante evidencias históricas. Ocurrió con el P. Marcial Maciel (1920-2008), fundador de los Legionarios de Cristo, en los últimos años de su vida, a quien sus seguidores consideraban un santo y de quien también se decía que había tenido que pasar por sufrimientos e incomprensiones.

Algo semejante se dijo del P. Josef Kentenich (1885-1965), fundador del Movimiento Schönstatt, cuando el Vaticano le ordenó en 1951 separarse de su obra y abandonar Europa, exilio que cumplió en Milwaukee (Estados Unidos) de 1952 a 1965, cuando regresó a Alemania. Sin embargo, después de la apertura de los archivos de la época de Pío XII a principios de julio de 2020, se hizo público que las razones detrás del destierro de Kentenich no eran únicamente diferencias teológicas, sino que el Santo Oficio lo estaba sancionando por abuso sistemático de poder en perjuicio de las religiosas de Schönstatt. Según la historiadora de la Iglesia Alexandra von Teuffenbach, quien hizo pública esta información, estos abusos también incluían casos de abuso sexual.

Si la Iglesia católica ha canonizado a personajes tan cuestionados como Josemaría Escrivá de Balaguer (1902-1975), de cuyas pregonadas virtudes hay legítimas dudas, y al Papa Juan Pablo II (1920-2005), de cuyos actos encubridores de abusadores sexuales de menores van apareciendo cada vez más evidencias, la necesidad de investigar el pasado se hace cada vez más acuciante y necesaria. Pues el sistema eclesiástico que facilita y permite los abusos, y garantiza a los abusadores protección e impunidad, no es cosa sólo del siglo XX o del siglo XXI. Existe y se mantiene en pie desde hace siglos.

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[EL DEDO EN LA LLAGA] El País de Nunca Jamás, descrito por primera vez en la novela fantástica “Peter Pan” (1904) del escritor escocés J.M. Barrie (1860-1937), es una isla de fantasía que simboliza el sueño sempiterno de la niñez: un lugar donde los niños (Peter Pan y los chiquillos que lo acompañan) disfrutan de su infancia, rechazan crecer y llegar a ser adultos y sólo quieren ser simplemente niños, sin reglas impuestas ni responsabilidades, dedicándose a jugar y a tener felices aventuras en un mundo habitado por piratas, indios, sirenas y hadas. En fin, ser niños —o “niños perdidos”, como se les describe en la novela, pero sin infancias robadas— en estado de inocencia y ajenos al sufrimiento y a la muerte. La historia de Peter Pan maravilló a varias generaciones gracias a que fue llevada a la pantalla por primera vez en 1924 bajo la dirección de Herbert Brenon —cuando el cine aún era mudo—, y después en 1953 en una popular versión de dibujos animados de la factoría de Walt Disney.

Hechos recientes nos hablan de que ese País de Nunca Jamás nunca será una ilusión de esperanza para miles de niños, ni siquiera en sus sueños y fantasías infantiles. Pues los derechos de los niños han sido pisoteados ayer y hoy por instituciones que los debían proteger, y han sido violentados en regiones con conflictos armados. Y todo esto sigue ocurriendo actualmente y no tiene cuándo acabar.

Uno de estos hechos recientes queda reflejado en el documento “Una respuesta necesaria: Informe sobre los abusos sexuales en el ámbito de la Iglesia católica y el papel de los poderes públicos” publicado en España a fines de octubre por Ángel Gabilondo, el Defensor del Pueblo. Teniendo como una de sus fuentes de información una encuesta realizada sobre la base de entrevistas con más de 8,000 personas, se hace una proyección estadística que da como resultado que por lo menos 440,000 españoles han sido víctimas de abuso sexual en el ámbito eclesiástico, ya sea por un sacerdote, un religioso o una persona vinculada a la Iglesia católica. Se sobreentiende que la mayoría de estos abusos ocurrieron cuando los afectados eran menores de edad.

El abuso sexual en la infancia deja heridas traumáticas en la psique de las personas afectadas, deja un reguero de destrucción interior en sus años de infancia y juventud, e incluso después, no permitiéndoles desenvolverse en consonancia con esas etapas de la vida, pues los esfuerzos de las víctimas están orientados a sobrevivir a ese trauma, y algunas ni siquiera lo logran.

Esto lo dice pone diáfanamente en negro sobre blanco el informe de Gabilondo:

«Una de las consecuencias más graves del abuso sexual es el suicidio. Las personas que han sufrido abusos sexuales en la infancia tienen el doble de probabilidades de llegar a suicidarse. Esta grave consecuencia de la violencia sexual en la infancia ha sido constatada mediante rigurosos estudios de revisión. A través de las entrevistas se ha visto que, de todas las personas que manifestaron haber sufrido alguna consecuencia a raíz del abuso, una de cada tres víctimas conocidas mediante testimonios indirecto había llevado a cabo conductas suicidas, en comparación con un 11,97 % de las víctimas que prestaron su testimonio directamente. Seis testimonios aportaron información sobre personas que se habían suicidado».

Además de que también existen víctimas adultas de abuso sexual, el conjunto de las víctimas se amplía si se considera a los familiares de aquellos que han sufrido abuso:

«Existen dos maneras de entender el término superviviente. Por un lado, puede referirse a las personas que han sobrevivido a sus propios intentos de suicidio y, por otro lado, a las que han perdido a un ser querido debido al suicidio. En este apartado se incluyeron los testimonios de familiares y amigos de víctimas de abuso sexual eclesiástico que han muerto por suicidio, así como también relatos de víctimas que han intentado quitarse la vida, pero han sobrevivido».

El abuso sexual en la Iglesia católica adquiere las dimensiones de una masacre, donde si los niños afectados no pierden la vida posteriormente a causa de las consecuencias del abuso, sus vidas quedan truncadas de una u otra manera. Como señala un testimonio citado en el informe, «es como una inyección de veneno que entra dentro de tu cuerpo y nunca vuelve a salir».

El cardenal Juan José Omella, presidente de la Conferencia Episcopal Española, ha negado los datos sobre la cantidad de víctimas de abuso sexual eclesiástico, declarando que «no corresponden a la verdad ni representan al conjunto de sacerdotes y religiosos que trabajan lealmente y con entrega de su vida al servicio del Reino». Y añade que «si hacemos el cálculo matemático, todos estaríamos involucrados en los casos de abusos». Pues precisamente eso que él considera una conclusión absurda es lo que más se acercaría la verdad. Pues a los abusadores habría que añadir a los encubridores, a los que guardan silencio, a los que hacen la vista gorda, a los que no quieren enterarse de lo que ha ocurrido para no cuestionar su imagen de una Iglesia “santa” por definición pero no en la realidad, y de este modo obtendríamos el cuadro completo: casi todos en la Iglesia estarían involucrados, por angas o por mangas, en los abusos sexuales perpetrados contra menores.

Por eso mismo hay esfuerzos de abogados y representantes de las víctimas para que se reconozca a nivel internacional el abuso sexual en la Iglesia católica, sobre todo si es efectuado de manera masiva y sistemática —según van revelando los estudios e informes que se han hecho en diferentes países— como un crimen de lesa humanidad, asimilable a la tortura y susceptible de ser denunciado en tribunales internacionales.

Pero lo que nos aleja irremediablemente del País de Nunca Jamás es la masacre genocida que esta perpetrando Israel contra los palestinos en la Franja de Gaza, habiendo sido asesinados más de 3,000 niños en el lapso de poco más de tres semanas. Un horror inconcebible que remueve las entrañas de aquellos que todavía no han claudicado de su humanidad. Ya años antes había ocurrido lo inimaginable en septiembre de 2004 y se había cruzado una línea roja cuando en Beslan (Osetia del Norte, Rusia) la toma de rehenes en un colegio por parte de un contingente de 30 terroristas islamistas terminó con un saldo 186 niños muertos de un total de 334 muertos y más de 700 heridos. Matar a niños porque sí, niños que recién se asomaban a la vida y no tenían ninguna culpa de lo ocurrido, que estaban asistiendo al inicio del nuevo año escolar, dejó heridas en el corazón de quienes nos enteramos de la noticia y un trauma permanente en un pequeño poblado de más de 30,000 habitantes. Aunque ya habían ocurrido matanzas de niños en el pasado, como sucedió durante el Holocausto judío durante la Segunda Guerra Mundial, esta vez se volvía a romper un tabú y ocurría lo que jamás debería ocurrir.

Paradójicamente, el perpetrador de las actuales matanzas de niños en Gaza es un país donde viven los descendientes del Holocausto, esa masacre de dimensiones industriales, brutal e irracional, de tiempos pasados. Un país con un gobierno ultraderechista —como lo fue el gobierno de Adolf Hitler— que pretende justificar las atrocidades que está cometiendo sobre la base de las atrocidades que un grupo terrorista cometió contra más de 1,400 israelíes en un sólo día, obviando que al terrorismo no se le puede combatir con acciones terroristas.

«Gaza se está convirtiendo en un cementerio de niños», ha declarado recientemente James Elder, vocero del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF). Y para que esto se detenga, es necesario que se cumplan varios nuncajamases.

Nunca jamás deberían pagar los niños por los crímenes cometidos por organizaciones terroristas y gobiernos.

Nunca jamás deberían los niños estar sometidos a los vaivenes de las guerras y los conflictos armados, expuestos a ser asesinados o heridos mientras están sus casas, salen a la calle, asisten a la escuela o son atendidos en hospitales.

Nunca jamás deberían los niños ser testigos de la absurda muerte de sus progenitores, hermanos o parientes, que constituían su refugio y protección, su ámbito familiar.

Nunca jamás debería haber un Hamás, ni nunca jamás deberían darse hechos como los que ocasionaron el surgimiento de Hamás.

Nunca jamás deberían haber cómplices o testigos de piedra que llamen legítima defensa a lo que podría ser contemplado como un atroz genocidio, el de mayores proporciones en lo que va del siglo XXI.

Y de esta manera quizás los niños puedan volver a soñar algún día con el País de Nunca Jamás.

[EL DEDO EN LA LLAGA] Fuera de de que esto constituía un juicio de las conciencias ajenas y una intromisión en el derecho a la autodeterminación de que goza todo ser humano, lo que se proponía como alternativa no era mejor. Era incluso peor. Pues la propuesta cristalizaba en el perfil de un cristiano que, de ser posible, asistía a misa a diario —incluso los miércoles— y que renunciaba a su autonomía personal a fin de asumir ideas y actitudes ajenas dentro del marco de una obediencia servil y una renuncia al pensamiento crítico. Estos católicos de práctica diaria —a quienes llamaremos “católicos de miércoles”, escogiendo un día de la semana al azar— no son monopolio exclusivo del Sodalicio. Los hay a todo lo largo y ancho de la Iglesia católica. No son mayoría, pero hacen bastante ruido y han logrado que en el imaginario colectivo se les identifique como los católicos de verdad, los que son practicantes —o militantes—, los que representan a la religión católica en su prístina pureza.

Sin embargo, se trata de una ilusión, pues esta forma de vivir el catolicismo está muy lejos de lo que, según los Evangelios, predicaba Jesús.

Estos católicos de miércoles pretenden imponer en la sociedad sus ideas retrógradas y conservadoras, y plasmarlo en leyes obligatorias para todos. A estos fines no escatiman en obscenas alianzas con políticos corruptos, criminales de cuello y corbata, y empresarios de dudosas prácticas económicas, políticas y sociales.

En el fondo no creen en la democracia y consideran que se deben conformar élites que tengan el poder y que dirijan y adoctrinen al pueblo, al cual desprecian en el fondo de las sentinas que son sus almas. Al pueblo, tachado de ignorante e incapaz de tomar decisiones racionales, se le gobierna sin preguntarle nada. Estos católicos suelen tener vínculos con partidos y grupos situados a la derecha de las derechas, en el extremo del espectro derechista, sosteniendo posiciones que muchos fascistas no tendrían ningún problema en hacer suyas.

Estos católicos de miércoles no conocen la empatía con las personas en situaciones vulnerables y difíciles, y prefieren aplicar su ideología religiosa a rajatabla antes que buscar caminos para evitar el sufrimiento de esas personas. De esta manera, exigen que las niñas embarazadas sean madres, aunque ello ponga en riesgo su salud física y mental, e incluso su vida. No poseen en realidad ninguna certeza científica ni teológica ni bíblica de que el feto sea ya una persona humana y no un ente vivo en proceso de llegar a serlo, pero creen estar en posesión de esa certeza y condenan todo aborto como si fuera un asesinato. Defienden apasionadamente al no nacido, pero desprecian y marginan a los ya nacidos que no se ajusten a su concepto de género: homosexuales, lesbianas, bisexuales, transexuales, etc.

Estos católicos de miércoles callan en todos los colores del arco iris cuando se trata de denunciar abusos cometidos por clérigos y religiosos en la Iglesia católica. Nunca apoyan ni defienden a las víctimas de estos abusos. Por definición, creen que la Iglesia es santa, y están dispuestos a defender la santidad de obispos y curas, sobre todo si se sienten representados por la ortodoxia doctrinal y el conservadurismo de los susodichos. Por eso mismo, hablarán maravillas de Juan Pablo II y Benedicto XVI, sumos pontífices que —aunque se diga lo contrario— encubrieron comprobadamente a clérigos abusadores y pusieron el prestigio de la institución eclesial por delante de la ayuda y socorro a las víctimas de abusos. Y no dudarán en tachar al Papa Francisco de comunista o caviar que ha tomado medidas para combatir la pederastia eclesial, medidas que —hay que confesarlo— siguen siendo tímidas e insuficientes. Aún así, siempre habrá católicos de miércoles que buscarán tener una foto con el Papa, como si ello significara una aprobación de sus conductas contrarias a toda ética humana.

Estos católicos de miércoles creen que es su deber moral defender la reputación de la Iglesia católica a como dé lugar, y no dudarán en desprestigiar y difamar a las víctimas de abusos, tachándolas de enemigos de la Iglesia a los que hay que desprestigiar y aplastar moralmente como insectos inmundos.

Estos católicos de miércoles creen que existe una conspiración en contra de la Iglesia, orquestada sobrenaturalmente por el Diablo, y terrenalmente, por el comunismo y el progresismo, términos con que califican todo lo que les huela a derechos humanos y desarrollo social. O prefieren usar el término “caviar”, que no significa nada en realidad pero que gustan de lanzar al aire como epíteto para descalificar a los que no comulguen con sus ideas cavernarias.

Estos católicos de miércoles se suelen autodenominar defensores de la vida (o simplemente “pro-vida”), pero justifican las muertos y heridos durante protestas contra regímenes dictatoriales que se zurran en los derechos humanos, siempre y cuando esos regímenes protejan sus privilegios y les den pie a sus fantasías de lograr gobiernos confesionales que protejan y apoyen a la Iglesia católica. No les importan en absoluto que hayan muertos que ni siquiera participaron de las protestas, pues también son defensores de las fuerzas armadas y policiales, y se muestran dispuestos a pasar por alto cualquier uso desproporcionado y excesivo de la fuerza para reprimir las protestas.

Estos católicos de miércoles viven en su burbuja burguesa, ajenos a los sufrimientos del pueblo, refractarios a la vida en condiciones de pobreza y necesidad del común de la población, desconocedores de las problemáticas de la gente y corriente, y pretenden saber mejor lo que ésta  necesita. Se creen poseedores de la verdad, una verdad absoluta que no admite crítica ni análisis. Incluso se arrogan la potestad de decidir quién es católico y quién no lo es. Entre ellos hay quienes han puesto en duda mi ser católico sólo porque no comparto su interpretación particular de la doctrina católica.

Afortunadamente, la mayoría de los católicos no son así. Les basta con identificarse como católicos, y la manera en que viven y ponen en práctica su fe en un asunto de conciencia que sólo les compete a ellos. Ni siquiera admiten esa distinción que los católicos de miércoles hacen entre católicos practicantes y no practicantes, y que sólo sirve para crear divisiones y discriminación dentro de las comunidades católicas. Los católicos sencillos y sinceros que aún se reconocen como tales buscan seguir las enseñanzas del Jesús de los Evangelios de acuerdo a su conciencia —aunque ello implique desoír algunos preceptos obsoletos del Magisterio de la Iglesia— y eso basta y es suficiente.

En el Perú hay algunos católicos de miércoles en puestos públicos (congresistas, fiscales, jueces, alcaldes, etc.) y hasta ahora su gestión es mediocre o nefasta. No hay nada de malo en ser católico y reconocerlo. El problema está cuando se es un católico de miércoles, un católico ajeno a toda la riqueza de la condición humana, y ajeno al servicio de hombres y mujeres sin distinción de raza, género, pensamiento y religión.

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Católicos de Miércoles, Conservadurismo, Influencia Religiosa, política peruana

[EL DEDO EN LA LLAGA] Se trata de una figura alegórica y satírica que desfiló este año en el carnaval de Düsseldorf (Alemania) y que fue llevada a Roma, cruzando los Alpes, para protestar contra el abuso sexual eclesiástico, dentro del marco de las manifestaciones organizadas por ECA (Ending Clergy Abuse), una organización sin fines de lucro que agrupa a víctimas de la Iglesia católica, activistas y abogados, que exigen que la institución eclesial aplique de una vez una política de tolerancia cero frente a la plaga de los abusos y que buscan hacerla responsable de estos crímenes ante tribunales internacionales de derechos humanos.

Sin embargo, las autoridades italianas obstaculizaron la protesta. El viernes 29 de septiembre el carro alegórico fue paseado por el centro de Roma, pero el conductor del vehículo que lo halaba fue detenido delante del Coliseo y multado por obstaculizar la vista a un monumento histórico. De regreso al hotel donde se alojaban los participantes de la reunión de ECA, hubo nuevamente un control policial y el carro terminó siendo escoltado por un automóvil patrullero hasta el hotel mismo.

Ricarda Hinz de la Fundación Giordano Bruno, mujer del artista Jacques Tilly —el cual diseñó y realizó la figura alegórica—, declaró a la prensa que la policía le había informado que había una prohibición general de llevar el carro a la ciudad. Por lo tanto, se frustró el plan de colocarla el día domingo 1° de octubre frente al Vaticano, muy cerca a la Plaza de San Pedro. Desde entonces la policía mantuvo el carro bajo observación, con un patrullero que lo acompañó hasta que hubo abandonado la ciudad de Roma, ante el malestar de los activistas de ECA que se hallaban en la ciudad para exigirle al Papa y a las autoridades vaticanas una política de tolerancia cero ante los graves abusos que han habido y que siguen habiendo en la Iglesia católica.

Las manifestaciones de protesta realizadas por ECA los días 27, 28 y 30 de septiembre en las inmediaciones del Castel Sant’Angelo no pudieron movilizarse hasta delante de la Plaza de San Pedro —lugar que pertenece ya al Estado Vaticano— debido a la vigilancia policial. Estábamos presentes algunos representantes de víctimas y sobrevivientes de abuso eclesiástico de países como Argentina, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, El Salvador, Costa Rica, México, Estados Unidos, Canadá, Alemania, Suiza, Italia, Eslovenia, Nueva Zelanda, India, Congo y Uganda, abarcando los cinco continentes. Y eso sin contar a los que participan de ECA, pero que lamentablemente no pudieron en esta ocasión viajar a Roma.

Matthias Katsch, sobreviviente de abusos ocurridos durante su juventud en el Colegio Canisio de Berlín, gestionado por los jesuitas, y fundador de la iniciativa Eckiger Tisch (Mesa Cuadrada), que agrupa a sobrevivientes de abusos de la Iglesia católica en Alemania, declaró: «Aparentemente, la policía italiana se propuso minimizar al máximo la visibilidad de esta protesta y permitir que el evento registrado tuviera lugar casi sin presencia de público». Contrariamente a los acuerdos tomados, no se les permitió realizar una marcha hacia el Vaticano. «Lamentablemente, la policía impidió que la figura llegara al lugar junto al Castel Sant’Angelo», concluyó Katsch refiriéndose al carro alegórico. Y el día 30 de septiembre los activistas tuvimos que sacarnos las camisetas con la inscripción “Zero Tolerance” tras nuestro evento al lado del Castel Sant’Angelo para no ser detenidos por la policía, pues portar esta vestimenta era considerado como una protesta ilegítima.

Se consideró esto como una restricción a la libertad de reunión y expresión. Y no les falta razón. Así lo he percibido yo mismo, que hace 39 años estuve en Roma participando del Jubileo de los Jóvenes de 1984, en mi calidad de miembro del Sodalicio de Vida Cristiana, y estuve en una Plaza de San Pedro donde se podía circular libremente en la totalidad de su área. Esta vez había zonas restringidas y policías —e incluso soldados del ejército con armas de fuego en ristre—, ubicados en puntos estratégicos para mantener la seguridad y el orden. Y para asegurarse también de que protestas legítimas y pacíficas no enturbiaran la santa tranquilidad burguesa de una Iglesia que se asienta sobre la impunidad de sus jerarcas, clérigos y religiosos que han cometido o encubierto abusos. Ciertamente, hay excepciones, pero sólo confirman la regla.

Un miembro de ECA ya le había entregado con anterioridad al cardenal Jean-Claude Hollerich, arzobispo de Luxemburgo, un escrito elaborado por expertos en derecho canónico con el proyecto de tolerancia cero, que exige cambios en la ley de la Iglesia, a fin de que los clérigos, miembros de institutos de vida consagrada y personal pastoral que cometan abusos sexuales sean retirados definitivamente de toda función pastoral, debiendo los clérigos ser reducidos al estado laical; los miembros de institutos de vida consagrada, expulsados de la institución a la que pertenecen; el personal pastoral, prohibido de ejercer ninguna función pastoral dentro de la Iglesia. Lo mismo se debería aplicar a obispos y autoridades eclesiásticas que encubran estos crímenes. También se debe informar a las víctimas y a sus familiares de los procesos canónicos en contra de los abusadores, así como garantizarles el acceso a las actas y documentación de su proceso, entre otras cosas.

El cardenal Hollerich, relator general del Sínodo que se ha iniciado este 4 de octubre en el Estado Vaticano y considerado por algunos como posible sucesor de Francisco en el pontificado, había prometido entregarle este documento al Papa Francisco el 18 de septiembre. Sin embargo, el 27 de septiembre dos miembros de ECA que se encontraban teniendo una sesión grabada de Zoom sentados a la mesa de un café en una calle romana tuvieron una encuentro fortuito con el cardenal Hollerich. La conversación quedó grabada. El cardenal no había cumplido lo prometido y tenía planeado entregar el documento al Papa recién en diciembre de este año. Por otra parte, señaló que la tolerancia cero era por el momento inaplicable, pues a los obispos sólo se les podía reemplazar de a pocos. Además, el Papa poco podía hacer pues estaba rodeado de gente de la Curia que le decía lo que tenía que hacer. Ante la insistencia de los activistas de ECA en lo importante que era que el Papa tuviera conocimiento de ese proyecto antes de iniciarse el Sínodo, pues seguían ocurriendo abusos en la actualidad, Hollerich replicó que no tenía a la mano copia del proyecto, pues lo había dejado en Luxemburgo. De modo que el 29 de septiembre, ECA le hizo llegar una nueva copia para ver si esta vez cumplía con lo prometido. Sin muchas esperanzas de que eso ocurra, digamos.

Mientras tanto, el sistema sigue estando estructurado —o improvisado— para obstaculizar las denuncias de abusos. En las oficinas del Dicasterio para la Doctrina de la Fe y del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica difícilmente aceptan una denuncia entregada personalmente, pues hay que seguir los procedimientos establecidos —no explicitados por escrito en ningún manual ni guía—, que es presentar la denuncia ante las autoridades eclesiásticas locales, llámese tribunal diocesano o superior general del instituto de vida consagrada. Las víctimas no pueden hacer un seguimiento de la denuncia, pues las autoridades competentes —célebres por su incompetencia— no informan a los afectados, los cuales no cuentan con ninguna garantía de que su denuncia esté siendo procesada o de que la documentación se haya enviado al Vaticano. Las investigaciones no contemplan hablar con las víctimas para que precisen detalles de sus testimonios, pero sí se habla con los abusadores y se presta fe a sus versiones. Y, finalmente, si algo se hace, ello sólo ocurre cuando las víctimas denuncian ante la justicia civil o cuando el caso se ha hecho público a través de la prensa. Si al final hay una sentencia, ésta suele ser muy benigna con los abusadores, permitiéndoles que sigan ejerciendo funciones pastorales.

Por eso mismo, las exigencias de ECA no se dirigen sólo a la Iglesia católica. El 3 y el 4 de octubre abogados representantes de las víctimas y otros activistas de ECA estuvieron en Ginebra (Suiza) en la Organización de Naciones Unidas para desarrollar conversaciones que sienten las bases para poder llevar al Estado Vaticano ante tribunales internacionales. Pues los abusos sexuales de menores y personas vulnerables podrían calificar como tortura, y también genocidio, si se comprueba que se trata de una práctica sistemática de la Iglesia católica que se da a nivel global.

Hasta entonces, parecería que existe en la Iglesia católica una norma tácita que contradice lo que la institución dice de la fachada para afuera: “Prohibido denunciar abusos”.

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Abuso sexual eclesiástico, ECA, Iglesia católica, Protesta en Roma, Tolerancia cero

[EL DEDO EN LA LLAGA] Según el mexicano Eduardo Verástegui, productor de la película “Sound of Freedom” (Alejandro Monteverde, 2023) —en la cual él mismo tiene un breve rol—, el Papa Francisco le habría dado su apoyo a la película. Así lo manifestó el 27 de agosto en un post en la red social X (antes Twitter), adjuntando un par de fotos de él con el Papa Francisco, en plan Dina Boluarte en la sesión de la ONU en Nueva York:

«Gracias, Santo Padre, por sus oraciones, gracias por haber pedido a Dios por el proyecto @SOFMovie2023 [Sound of Freedom]. En 2015, le comenté en una reunión al @Pontifex que rezara por esa intención. Hoy, la película ya está en cines y el movimiento contra la trata avanza en muchos países. Sin dudas, la oración ha tenido mucho que ver con esto.

Acabamos de tener una audiencia privada en el Vaticano con el papa Francisco donde volvimos a dialogar sobre esto, en el marco de la reunión anual de la Red Internacional de Legisladores Católicos (ICLN), una red que busca conectar a una nueva generación de líderes que promueven y defienden desde cargos públicos la vida, la familia y las libertades fundamentales.

#JuntosSomosMásFuertes. Y con esa fortaleza, estoy seguro de que vamos a terminar con el tráfico humano. Los niños de Dios no están a la venta».

No es la primera vez que alguien vinculado al mundo del cine trata de manipular la figura del Papa para promocionar una película. Lo hicieron los representantes de Icon Productions cuando afirmaron que en diciembre de 2003 el Papa Juan Pablo II había visto la película “The Passion of the Christ” (Mel Gibson) y había dicho «Es como fue», lo cual nunca fue confirmado oficialmente y tampoco tenía ninguna relevancia, considerando que en caso de ser cierto que el Pontífice hubiera hecho este comentario, habría sido realizado en el ámbito privado y, por lo tanto, sería sólo su opinión personal. Aún así, ACI Prensa, la agencia de noticias fundada por el Sodalicio y representante de Icon Productions para la promoción del film en América Latina, no tuvo ningún reparo en repetir continuamente este bulo como un respaldarazo oficial del Papa a la película, lo cual fue desmentido por el entonces portavoz de la Santa Sede, Joaquín Navarro Valls.

En el caso de Eduardo Verástegui, él es la única fuente que menciona este supuesto apoyo del Papa Francisco a la película “Sound of Freedom”, por lo cual podemos suponer, ante la ausencia de cualquier declaración oficial del Vaticano al respecto, que se trata de una manipulación.

¿Por qué tanto interés en conseguir un apoyo de la Iglesia católica para un thriller de acción que no se diferencia sustancialmente de otros filmes similares producidos por la industria cinematográfica? Quizás la respuesta esté en que tanto Verástegui como el director de la película, Alejandro Monteverde, y el protagonista, Jim Caviezel —quien interpretara a Jesús en “The Passion of the Christ”—, son católicos comprometidos, dentro del espectro derechista conservador que se define a sí mismo como pro-vida y pro-familia.

El dúo Verástegui-Monteverde ya habían colaborado en “Bella” (2006), alegato filmíco anti-aborto que obtuvo el Premio del Público en el Festival de Toronto, y en “Little Boy” (2015), historia de un niño de ocho años, cuyo padre ha sido enviado a combatir a los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. El niño, apodado “Little Boy” por tener problemas de crecimiento, tendrá que aprender que la fe mueve montañas para traer a su padre sano y salvo de la guerra. El problema está en que “Little Boy” también es el nombre de la bomba atómica que fue arrojada sobre Hiroshima, y será este atroz acontecimiento el que sea presentado simbólicamente como cumplimiento de los rezos del niño, de modo que su padre pueda regresar del frente. Un final ambiguo y manipulador, como lo es todo el film, que intenta ser una prédica sentimental y manipuladora de pretendidos valores católicos. Como es moneda corriente en los pro-vida, sólo la vida de algunos vale, lo cual justificaría la muerte de muchos otros, aunque eso ocurra debido a la explosión de la bomba atómica en Hiroshima.

Técnicamente, los filmes dirigidos por Alejandro Monteverde tienen una buena edición y una factura visual impecable. Pero eso no basta para hacer un buen film. Por eso mismo, lo que se quiere resaltar en “Sound of Freedom” es que se trata de una obra que ayuda a tomar conciencia sobre una grave problemática: el tráfico de niños con fines sexuales. No dudo de que es un problema que hay que tomar en serio, pero ¿era ésta la mejor manera de hacerlo, a través de una cinta que enfoca el tema desde una perspectiva religiosa y se queda en la superficie del problema en aras de mostrar la heroicidad de su protagonista y su fe inquebrantable e insobornable?

Hay que precisar que no se trata de la primera película aque aborda el tema. Basta una búsqueda en Google para descubrir que no sólo hay varios documentales al respecto, sino también películas donde el tráfico sexual de niños y de jóvenes forma parte importante de la trama. Por mencionar sólo algunos ejemplos, están “Trade” (Marco Kreuzpaintner, 2007), “The Whistleblower” (Larysa Kondracki, 2010) y “I Am All the Girls” (Donovan Marsh, 2021) entre las más conocidas. Mención especial merece “Evelyn” (2011), primer largometraje de la española Isabel de Ocampo con la participación protagónica de la peruana Cindy Díaz, que cuenta la historia de una joven provinciana que es reclutada en el Perú mediante engaños y es llevada a España para ser introducida en una red de prostitución. Pero la película más popular que ha tocado el tema ha sido “Rambo: Last Blood” (Adrian Grunberg, 2019), donde el veterano de la guerra de Vietnam interpretado por Sylvester Stallone tiene que cruzar la frontera para ir a rescatar a su ahijada menor de edad, que ha sido secuestrada por un cartel mexicano que se dedica al tráfico de personas para ofrecer servicios de prostitución.

“Sound of Freedom”, aunque se base en hechos reales, parece —sobre todo en su segunda parte— una pálida y descafeinada variación de la última entrega de Rambo, pero –a diferencia de ésta— con escenas aptas para familias con hijos adolescentes, y con final feliz. No pasa de ser un thriller mediocre de buena factura, que busca ser presentado como un alegato para empujar a la gente a tomar medidas con el fin de acabar con el tráfico sexual de menores de edad. Pero la única medida que los productores y actores del film recomiendan es ver el film y ayudar a que otros lo vean. Nada más. Y a decir verdad, si lo que se quiere es crear conciencia del problema, eso se podría conseguir con documentales y filmes menos ligeros y más serios que esta película de propaganda cristiana conservadora.

Por otra parte, la realidad les ha estallado en la cara a los productores del film debido a noticias recientes referentes al personaje que inspiró la película: Tim Ballard, fundador de Operation Underground Railroad (OUR), entidad privada sin fines de lucro que tiene como objetivo rescatar a víctimas del tráfico sexual. El 18 de septiembre de este año el portal digital de noticias VICE News publicó una investigación que atestiguaba que Ballard había cometido abusos sexuales en perjuicio de por lo menos siete mujeres, que debían asumir la función de esposas suyas en misiones encubiertas destinadas a rescatar víctimas. Así informaba el diario online Infobae en una nota del 19 de septiembre:

«Se alega que Ballard insistía en que las mujeres compartieran alojamiento e, incluso, la ducha con él. El argumento era que debían convencer por completo a los traficantes de su relación marital.

En una revelación aún más oscura, se informó que Ballard envió fotografías de sí mismo en ropa interior a una mujer. A otra, le preguntó explícitamente hasta qué extremo estaba dispuesta a ir para “salvar niños”.

Si bien el número confirmado de víctimas asciende a siete, el informe sugiere que el número real podría ser más alto, ya que sólo se han considerado a las empleadas de OUR y no a voluntarias o contratistas. Al respecto, una fuente afirma tener conocimiento de al menos un incidente que involucra a una voluntaria».

Éste fue el motivo por el cual a inicios de este año se expulsó a Ballard de la misma organización que él había creado.

De este modo, por esos azares del destino, “Sound of Freedom” termina convirtiéndose en la exaltación hagiográfica de un abusador sexual. Y en eso debe tener experiencia el mismo Eduardo Verástegui, quien a través del sacerdote Juan Gabriel Guerra, integrante de los Legionarios de Cristo, llegó a conocer personalmente al P. Marcial Maciel, quien se ha convertido en un paradigma de pederasta y abusador sexual en la Iglesia católica. Nunca se le ha escuchado a Verástegui condenar los abusos del P. Maciel, mucho menos los abusos sexuales en la Iglesia católica. Con el film que él ha producido parece querer decirnos que ese tipo de abusos los cometen principalmente personas que no tienen nada que ver con la fe cristiana y que viven en países remotos de América Latina. Y que hay héroes cristianos animados por su fe que rescatarán a las víctimas de ese flagelo. Sabemos que eso no es cierto, por lo menos en la Iglesia católica, pues quienes se han puesto del lado de las víctimas han tenido que sufrir maltratos, difamación y agravios.

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abuso sexual, Eduardo Verástegui, Papa Francisco, Sound of Freedom (Película), Tráfico de niños

[EL DEDO EN LA LLAGA]  El 11 de septiembre es una fecha icónica donde ocurrieron hechos tan decisivos como el golpe de estado en Chile (1973), los atentados contra las Torres Gemelas en Nueva York (2001) y la muerte del terrorista Abimael Guzmán (2021). Pero también hay alguno que otro acontecimiento más discreto, vinculado a realidades ignoradas que deben ser traídas a la luz para comprender su importancia.

Hace un año, el 11 de septiembre de 2022, moría en el pueblo bávaro de Unterdiessen, un cineasta único en Alemania, Roland Reber (1954-2022), cuya independencia artística le valió una distribución restringida de sus filmes y poco interés, si no rechazo, del público cinéfilo , lo cual también se puede deber al estilo experimental de su cine y a su renuncia absoluta a las convenciones de la narrativa cinematográfica. Pues el cine de Roland Reber no está hecho para pasar un buen rato, sino para formularse preguntas sobre el sentido de la vida, de la moral, de la religión, del sexo, de los formulismos de la sociedad burguesa, sin temor a cruzar los límites de lo socialmente permitido. Reber ha sido acusado de ser un enfant terrible, provocador, iconoclasta, sexista y hasta pornógrafo.

Efectivamente, fue un provocador en el mejor sentido de la palabra, alguien que abogaba por la igualdad y la libertad sexual de todos los géneros, y que cuestionaba en sus obras la doble moral de la sociedad y sus tabúes. En sus extrañas y bizarras películas, nos mostraba alcobas ocultas, espacios cerrados, fantasías sexuales, deseos reprimidos, placeres y vicios. En este proceso, buscaba abrir el mundo del pensamiento de las personas mediante un arte preñado de sensibilidad, poesía y filosofía.

Roland Reber nació un 11 de agosto de 1954 en Ludwigshafen (Renania-Palatinado). Comenzó a escribir poemas, textos y obras de teatro desde una edad temprana. Inició una formación como enfermero antes de estudiar actuación en la Escuela de Actuación de Bochum (Renania del Norte-Westfalia), bajo la dirección de Peter Zadek. Actuó en el Teatro de Bochum, en Essen, en Múnich y tuvo numerosas apariciones en toda la República Federal de Alemania así como en el Teatro del Mercado Nuevo en Zúrich como actor invitado en la controvertida comedia “Mistero buffo” de Dario Fo, dramaturgo italiano ganador del Premio Nobel de Literatura de 1997.

En su primer largometraje, “Ustedes doblaron mi alma como a un hermoso bailarín” (“Ihr habt meine Seele gebogen wie einen schönen Tänzer”) de 1979, participaron tanto actores profesionales como miembros del elenco del Teatro de Bochum, así como talentosos actores aficionados. El guion era sólo una propuesta, y los actores tenían voz en la creación de la obra. Reber fue fiel a este principio creativo hasta el final de sus días, formulado por él mismo de esta manera:

«No somos una consorcio que produce películas, sino cineastas. Y esto para mí es una aventura creativa y un proceso integral, que resulta divertido. No soy un domador que dicta a los actores o al equipo de filmación cómo deben funcionar. Me veo más como un director de orquesta que simplemente coordina a los solistas y los reúne en una orquesta armoniosa. Ésa es mi definición de trabajo en equipo, por lo que no son “mis” películas, sino “nuestras’ películas».

Seguirían años dedicados al teatro, con innovaciones experimentales que causaron revuelo y escándalo. Fundó el Instituto Teatral Patológico (TPI, por sus siglas en alemán), que se convertiría en el Instituto Teatral (TI) en la década de 1980.

Fue en esta década que Reber viajó a otros países como Egipto, México, India y especialmente Jamaica. A partir del TI, en 1989, desarrolló el World-Theater-Project (WTP) en colaboración con la Comisión de la UNESCO de Alemania, Rusia, el Caribe y México, en el marco de la Década Mundial para el Desarrollo Cultural de las Naciones Unidas. Durante este tiempo, fue profesor de actuación y dirección en Moscú, Nueva Delhi, El Cairo y el Caribe. El World-Theater-Project estaba compuesto por artistas de diversos países como Jamaica, Alemania e India, quienes desarrollaron y representaron una obra de teatro en cada país junto con Reber. Surgieron producciones internacionales como “El tiempo devora sus imágenes” (Egipto, 1988), “Stranger Than the Moon” y “Beyond the Horizon” (Jamaica, 1990 y 1993), así como “I Thought You Had Gone As Well” (India, 1994).

A partir 2001, con su entonces recién fundada productora cinematográfica WTP International, sita en Múnich, se dedicó a rodar películas para expresar sus inquietudes artísticas y existenciales. Además del largometraje mencionado del año 1979 y varios cortometrajes, Reber rodó a partir de la década del 2000 diez largometrajes más, todos hechos sin subvención estatal ni fondos privados y con absoluta libertad creativa, algunos de los cuales fueron premiados en festivales internacionales de cine.

Los filmes de Roland Reber son de bajo presupuesto —lo cual se nota en el resultado final— y ha solido trabajar siempre con el mismo staff de actores, que aportan ideas para el guion y participan de la producción y marketing de las películas. A decir verdad, sus filmes se resienten tal vez de una excesiva teatralidad, falta de naturalidad en las actuaciones y falta de continuidad entre las diversas escenas. Pero eso no opaca el hecho de que Reber no pretende contar historias en sus filmes sino presentar situaciones —muchas de ellas límite— e interpelar al espectador para que cuestione sus convicciones adquiridas acostumbradas sobre la vida y la sociedad.

Quizás el siguiente texto de Reber condensa el leitmotiv de lo que ha querido plasmar en su obra cinematográfica:

«¿Por qué me resulta tan difícil la verdad?

¿Será porque no hay verdad en mí? ¿O todo es verdad y simplemente no puedo comprenderlo?

¿Qué es auténtico, qué es verdadero?

La vida como un signo de interrogación.

¿Una cadena infinita de mentiras que se condensan en una verdad?

Las palabras son sentimientos muertos, ¿pero alguna vez estuvieron vivos? ¿O todo es simplemente construcción, quimera de una mente errante?

¿Es la vida sólo la suma de todas las ilusiones?

¿Debemos mentirnos durante mucho tiempo para crear una verdad?

Mi ansia de comprensión es grande, mi olvido es aún mayor.

La ilusión del ser.

¿Somos sólo moléculas creadas por nuestra traducción de nosotros mismos que llamamos mundo?

No lo sé.

(Pensamientos sobre la idea de una película,

El sucio pedacito de vida [Das schmutzige bisschen Leben], enero de 2008)

A fin de lograr un cuestionamiento profundo, Reber no ha retrocedido ante planteamientos e imágenes que provoquen al espectador. Él mismo ha aclarado cómo se debe entender este carácter provocador de sus filmes:

«La provocación no es un fin en sí misma para mí, pero libera emociones intensas en el espectador. Las películas no están pensadas como una provocación calculada. Si provocan, siempre digo que la pantalla es un espejo. No puede mostrar nada más que lo que se refleja en ella. Y si alguien se siente provocado, casi lo llamaría una auto-provocación».

En “La habitación” (“Das Zimmer”, 2001) Reber presentaa una estudiante y a un actor, que tienen que vivir en una casa deshabitada, siéndoles permitido todo menos ingresar en una habitación cerrada, cuyo interior nunca nos es revelado, pero en la cual van proyectando sus pensamientos ocultos e inconfesables.

“Pentamagica” (2003) es una comedia absurda sobre cinco mujeres en busca del sentido de la vida a través de prácticas esotéricas.

“The Dark Side of our Inner Space” (2004) plantea una situación que se perfila como una metáfora de la vida: tres mujeres y dos hombres tiene que permanecer en un cuartel militar abandonado para jugar “El Gran Juego”, donde la única regla es que no hay reglas. Lo que comienza como algo inocuo se convierte en tragedia, quedando abierta la pregunta de qué es juego y qué es realidad.

“24/7 The Passion of Life” (2005) es un film poético y provocador sobre la obsesión y la soledad, sobre el placer secreto y la moral pública. Eva, la hija de un hotelero, se encuentra casualmente con la socióloga Magdalena, que trabaja como la dominatriz Lady Maria en un estudio de sadomasoquismo. Fascinada por el mundo bizarro de Lady Maria, Eva se aboca a la búsqueda de su identidad primigenia y comienza una odisea a través de los lugares ocultos del placer: estudios de dominatrices, clubes de swingers y bares de striptease.

“Mi sueño o La soledad no está nunca sola” (“Mein Traum oder Die Einsamkeit ist nie allein”, 2007) muestra al HOMBRE que huye del día a día y encuentra en una fábrica solitaria a la misteriosa GODOT, que le da asilo por una noche y lo guía a través de los desechos de la ciudad, la basura de sus pensamientos y finalmente hacia sí mismo. Delante de pantallas deterioradas de televisión el HOMBRE zapea a través de sus recuerdos en la forma de show televisivos, talk shows, stand-up comedy o farsas imaginarias. El espectador es conducido no sólo a través de los pensamientos del protagonista, sino a través de una visión satírica de la actual cultura de entretenimiento de masas.

“Ángeles con alas sucias” (“Engel mit schmutzigen Flügeln”, 2009) causó cierto escándalo en Alemania porque aparecía por primera vez en una película de Reber la actriz Antje Nikola Mönning, quien había actuado de monja en una popular serie televisiva, y ahora no sólo aparecía desnuda sino que se masturbaba delante de un grupo de jóvenes y tenia orgasmos reales. Este detalle opacaba el resto de la historia de Michaela, Gabriela y Lucy, ángeles del vicio, que por aburrimiento bajan del cielo y recorren en motocicletas las carreteras vacías de zonas rurales, en busca del placer. Michaela y Gabriela buscarán convencer a Lucy para que se libre de ataduras y pueda ser ella misma, para lo cual la llevarán a diferentes lugares donde pueda someterse a diversas prácticas sexuales.

En “La verdad de la mentira” (“Die Wahrheit der Lüge”, 2011), un escritor en busca de un tema para su siguiente libro mantiene a dos mujeres prisioneras en una fábrica abandonada, con el fin de llevarlas hasta el límite, para lo cual aplicará diversas torturas físicas y psíquicas. Presionado por su editora, se trata de una lucha contra el reloj, donde el mismo escritor, ante la falta de efectividad de sus métodos, terminará involucrado en el juego. Las experiencias límites son sólo posibles en el límite. ¿Pero dónde está el límite? ¿Qué es verdad y que es mentira? Nada parece ser lo que es.

En “Illusion” (2013) se cuenta cómo ocho personas, que no podrían ser más diferentes, se encuentran en un bar. Por una noche huyen de su día a día y se embarcan en un viaje a su mundo interior, hacia sus deseos más profundos. Deseos reprimidos, fantasías sexuales y miedos salen a la luz, y experiencias olvidadas hace mucho tiempo vuelven a la vida.

En el año 2015 Roland Reber sufre un derrame cerebral que lo confina a una silla de ruedas, lo cual no le impediría rodar dos películas más.

“El sabor de la vida” (“Der Geschmack von Leben”, 2017) tiene como protagonista a la alegre y optimista NIKKI, para quien la respuesta a la pregunta de a qué sabe la vida es clara: a placer. Placer que buscará disfrutar en cualquier oportunidad. En busca de material para su Vlog, recorrá el país en su land rover en busca de personas y sus historias. El film es un collage gráfico de sketches sobre los temas de sexo y relaciones sentimentales, culpa y religión, sentido y sinsentido de las convenciones sociales, convirtiéndose en una mirada voyeurista a los deseos y anhelos de los protagonistas.

“La revista musical de la muerte de Roland Reber” (“Roland Rebers Todesrevue”, 2019) es un conjunto desenfadado de satíricos sketches humorísticos y números musicales en torno al tema de la muerte, donde se cuestiona el sentido de la vida. ¿Qué es la vida? ¿Es el deseo de alguien que nos ame, el miedo a envejecer, la lucha rebelde por una muerte digna o una cacería en búsqueda de likes? ¿O quizás es sólo un show?

Las películas de Reber no dejan indiferentes a nadie, y las opiniones se dividen entre quienes las consideran bodrios infumables y quienes las aprecian como obras geniales y únicas. Sea como sea, es cine independiente en estado puro, cine comprometido con la vida, cine que difícilmente llegará a salas comerciales que suelen vender ilusiones triviales y engordar los bolsillos de quienes ven en las películas un mero negocio. Se puede discrepar sobre si los filmes de Roland Reber son buenos o malos, pero lo que queda fuera de toda duda es su honestidad artística y su libertad creativa. Valores más que necesarios en estos tiempos de aplanadora masificación comercial de los gustos y de los colores.

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Cinesta Alemán, Libertad creativa en el cine, Roland Reber, Sexo y sociedad

[EL DEDO EN LA LLAGA] No siempre se puede esta mejor, pero siempre se puede estar peor. Es lo que se conoce como saltar de la sartén al fuego. Ésta es la lección que nos han dado los partidos extremistas o ultras, sean de izquierda o de derecha, a lo largo de la historia. Una lección que los pueblos no parecen haber aprendido, pues la historia amenaza con repetirse o ya se está repitiendo en diferentes latitudes del globo.

Así parece confirmarlo en el caso de Alemania un reciente estudio del Deutsches Institut für Wirtschaftsforschung (Instituto Alemán de Investigación Económica) con sede en Berlín, la más importante institución especializada en este campo en todo el país germano. Su presidente, el renombrado y premiado economista Marcel Fratzscher, ante el creciente apoyo —alrededor de 20% de los votantes, según encuestas recientes— que encuentra el partido populista de ultraderecha Alternative für Deutschland (Alternativa para Alemania), conocido por sus siglas AfD, se ha preguntado si los objetivos del partido están en consonancia con los intereses de sus posibles votantes. El estudio llega a una conclusión paradójica: los primeros afectados por las políticas de la AfD —en el hipotético caso de que llegara al poder— serían sus mismos votantes.

Según Fratzscher eso está relacionado con una falsa autopercepción de los votantes de la AfD y con una valoración errada de la realidad social alemana. ¿Cómo llega a esta conclusión?

El estudio realizado se basa sobre el análisis de las posiciones políticas del partido, no según una interpretación sino según enunciados que el mismo partido ha dado y que están contenidos en el Wahl-O-Mat, una ayuda online existente desde el año 2002 que recopila las propuestas políticas de los diferentes partidos para que los electores, sobre todo jóvenes, puedan comparar sus propias opiniones con estas propuestas y tomar decisiones electorales. Está página es operada por la Bundeszentrale für politische Bildung (Central Federal de Formación Política), que depende del Ministerio Federal del Interior.

Esta método presenta la ventaja de que el partido no podría afirmar que se la ha malinterpretado, pues los enunciados provienen del mismo partido, según un catálogo de preguntas que presenta el Wahl-O-Mat, dejando que sean los mismos partidos los que respondan.

¿Y qué es lo que quiere la AfD? Según el análisis de Fratzscher, propone una política económica y financiera de liberalismo extremo —conocido en otra latitudes como libertarismo—. Quiere reducir los impuestos en casi todas las áreas, incluido el impuesto a la herencia. Está en contra de del impuesto a las grandes fortunas. Quiere abolir totalmente el impuesto de solidaridad, que actualmente sólo pagan las personas de ingresos elevados. Quiere recortar el rol del Estado e incrementar el poder del mercado. Según Fratzscher, en Alemania ningún partido rechaza sistemáticamente las medidas para proteger el medio ambiente y el clima como sí lo hace la AfD.

En cuanto a política social, no hay ningún partido que desee recortar tanto las prestaciones sociales del Estado. Por ejemplo, la AfD se opone a un fortalecimiento de los derechos de los inquilinos. En 2021 votó en contra de subir el salario mínimo a 12 euros la hora. Asimismo, quiere recortar las subvenciones que otorga el Estado a personas desempleadas o impedidas de trabajar por razones válidas y en estado de vulnerabilidad, y quiere obligar a los desempleados crónicos a trabajar gratuitamente en actividades comunales, contraviniendo lo que dice el artículo 12 de la constitución alemana (Grundgesetz), que establece que todos los alemanes tiene derecho a elegir libremente su profesión u oficio, su lugar de trabajo y sus centros de formación, sin que se pueda obligar o forzar a nadie a realizar un trabajo determinado.

En cuanto a política de sociedad, la AfD de se diferencia de los demás partidos representados en el Bundestag (parlamento alemán) en que quiere recortar derechos y libertades, sobre todo de las minorías. Incluso en lo que respecta a la democracia y a la política interna, el partido estaría dispuesto a restringir libertades. Y en cuanto a política externa, es el único partido que propone abolir la Unión Europea o restringirla masivamente.

¿Y quienes son los votantes de este partido? Mayoritariamente son varones entre los 45 y 59 años de edad, con ingresos y formación en los niveles más bajos o intermedios. Con frecuencia son desempleados quienes votarían a favor de la AfD. La insatisfacción con el propio nivel de vida y con la situación económica y social es mayor que en el promedio del resto del electorado. Y con frecuencia esos mismos votantes tienen una participación social y política muy reducida. A la AfD le va mejor en distritos electorales donde la falta de perspectivas es grande, las oportunidades para los jóvenes son pocas y el éxodo de habitantes es constante. También en regiones con una gran vulnerabilidad económica y poca diversidad poblacional —donde menos inmigrantes o hijos de inmigrantes hay— encuentra este partido de extrema derecha su mayor popularidad.

¿Y cómo se compaginan los objetivos de la AfD con las condiciones de vida de quienes la apoyan? Fratzscher señala que las contradicciones entre los intereses de sus votantes y las posiciones del partido no pueden ser mayores, señalando que nos hallamos ante una paradoja.

Las reducciones de impuestos a los que más ganan, salarios más reducidos para las personas en la escala inferior de ingresos y el recorte de las prestaciones sociales, a quienes mas afectarían serían a los mismos votantes de la AfD antes que a los votantes de otros partidos. Si se implementaran las políticas de la AfD, se eliminaría la redistribución de los ingresos tal como existe actualmente en Alemania y que no sólo permite que la brecha entre ricos no sea tan grande, sino que mantiene sana y en funciones la economía del país. En su lugar, habría una redistribución de los ingresos desde los votantes de la AfD hacia los votantes de los demás partidos, cuyo perfil es más de clase media y alta. Y el daño económico y político que implicaría el debilitamiento de la Unión Europea y la suspensión de medidas contra el cambio climático afectaría antes que nada a los sectores socialmente vulnerables de la sociedad, y entre ellos a muchos votantes de la AfD.

Como señala Fratzscher, una posible explicación de esta paradoja de que electores voten por un partido que los perjudicaría está en que los votantes de la AfD tienen una falsa percepción de sí mismos y del contexto social en el que viven. En los últimos 70 años en Alemania no ha habido ningún partido que haya marginado y discriminando tanto a grupos vulnerables como la AfD. A través de una campaña de difamación y discriminación en perjuicio de extranjeros y personas con trasfondo migratorio, el partido habría logrado convencer a sus seguidores de que les iría económica, social y políticamente mejor si a esos grupos se les restringe las prestaciones sociales o los derechos fundamentales. Muchos de estos seguidores no entienden que una política de discriminación y marginalización les afectaría enormemente, pues ellos mismos pertenecerían a los niveles de más bajos ingresos, disfrutarían de menores privilegios, tendrían menos oportunidades que otros y dependerían en mayor medida de prestaciones financieras del Estado. Y los votantes de la AfD serían los más afectados por la pérdida de puestos de trabajo, una peor infraestructura y menores ayudas estatales.

Este fatal caldo de cultivo sólo sería posible debido a una percepción distorsionada de la realidad o debido a la creencia en teorías de la conspiración —a las cuales es muy afecta la ultraderecha populista alemana—, siendo así que los votantes de la AfD se percibirían a sí mismos como víctimas de la política y de la sociedad, y creerían que ellos constituyen una mayoría.

No pocos votantes de la AfD estarían convencidos de que la cancelación de la globalización, un nacionalismo cada vez más fuerte así como políticas económicas, financieras y sociales neoliberales les traerían mejores puestos de trabajo, más seguridad y mejores oportunidades. En realidad, ocurriría lo contrario: más desempleo, mas inseguridad y violencia, menos oportunidades.

Si el caudal electoral se mantiene, la AfD podría convertirse en la segunda fuerza política de Alemania. Pero sería muy difícil que llegue a formar parte del gobierno, pues en Alemania existe una democracia parlamentaria, y solo puede formar gobierno quien obtiene mayoría de votos en el Bundestag. Por el momento, no hay ningún partido que esté dispuesto a formar una coalición con la AfD, porque en el fondo se considera que es una fuerza política que no cree en la democracia y que pretende valerse de ella sólo para alcanzar cuotas de poder y socavarla desde dentro.

Y como todos los populismos habidos y por haber, sólo es una ilusión de sirena que encandila a sus electores para luego hacerlos naufragar, estrellados contra los peñascos de su verdadero rostro y de la inexorable realidad.

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[EL DEDO EN LA LLAGA  «Nel più alto dei cieli” es una obra claustrofóbica que llega a extremos de brutalidad insoportable con una temática que podría parecer ajena a estos excesos: la sociedad católica italiana. Y es una de las primeras películas cuya acción transcurre casi en su totalidad dentro de un ascensor.

Es un escenario que sería explorado posteriormente en la película alemana “Abwärts” (Carl Schenkel, 1984), la cual cuenta como un viernes por la tarde cuatro personas quedan encerradas en el ascensor de un edificio de oficinas: un estafador, un joven y una pareja a punto de romper su relación. Sus esfuerzos por escapar de esa situación sacará a relucir su lado más oscuro, generando conflictos que desembocarán en la violencia.

Otro ejemplo muy posterior sería el thriller estadounidense “Elevator” (Stig Svendsen, 2011), que sigue a nueve desconocidos atrapados en un ascensor de Wall Street, a 49 pisos sobre Manhattan, camino a una fiesta de la empresa, siendo que uno de los integrantes del grupo tiene una bomba. En los intentos del grupo por escapar y sobrevivir surgirán luchas y conflictos, con elementos claves como el racismo, la avaricia y la venganza.

También se puede mencionar la desconocida película italiana “The Elevator” (Massimo Coglitore, 2014), que cuenta con la participación magistral de los actores británicos Caroline Goodall y James Parks. El film narra cómo el exitoso presentador de un concurso televisivo de preguntas, Jack Tramell, llega a casa después de un largo día de trabajo. En el ascensor es atacado y dopado por una mujer aparentemente desquiciada. Dentro del ascensor detenido, Jack recupera la conciencia estando atado y se tendrá que enfrentar a un siniestro juego basado en las reglas del concurso “3 Minutos” que él solía moderar, orquestado esta vez por su secuestradora. La mujer, que se hace llamar Kathryn, persigue su objetivo de manera calculadora, cruel y despiadada, torturando a su presa. Pero ¿es ella realmente una persona desequilibrada y Jack la inocente víctima, como él insiste repetidamente en medio de su terror a la muerte? ¿O está Jack ocultando hábilmente un oscuro secreto que lo convierte en el verdadero victimario, objeto ahora de una sádica venganza?

En todo caso, el ascensor como espacio cerrado del cual es casi imposible escapar, sirve de escenario único a muestras de cierto cine independiente y se revela como un catalizador que saca a relucir las sombras y resquicios que oculta la naturaleza humana detrás de una fachada de buenas costumbres sustentada en relaciones amables y cordiales, pero que surgen de una hipocresía casi connatural a las personas de moral burguesa. Muy lejos se hallan estas puestas en escena de aquello a lo que nos tiene acostumbrados el cine comercial modelado según Hollywood, donde generalmente quienes se ven atrapados en un espacio cerrado sin salida actúan solidariamente y algunos se sacrifican por los demás miembros del grupo, aunque tampoco suele faltar uno que otro villano consumido por su egoísmo que termina muriendo ineludiblemente al final de la trama.

En la película de Silvano Agosti no ocurre esto, y los personajes, cristianos comprometidos de moral socialmente aceptada en la Iglesia católica, terminarán envileciéndose sin excepción, de una manera brutal y descarnada.

La historia nos muestra a un grupo de personajes que se dirigen a una audiencia con el Papa y quedan encerrados en un amplio ascensor de los edificios vaticanos, el cual sube y sube sin detenerse, con un contador de pisos que muestra números irreales y absurdos, tan absurdos como la situación que se nos plantea. En el grupo hay dos sacerdotes, tres religiosas, un político, un sindicalista, un periodista, un médico cirujano, un director médico, una señora de la alta sociedad y su hermana discapacitada mental, y finalmente un chico y una chica adolescentes. Aunque con diferentes aproximaciones a la vida, los une su catolicismo y su fidelidad y reverencia hacia el Sumo Pontífice. Al principio, reina un clima de cordialidad entre los participantes del grupo, mientras el altavoz del ascensor transmite continuamente la señal de Radio Vaticana: música coral de tonos celestiales, asépticas alocuciones desgranando el mensaje de la Iglesia, sermones clericales, melodías celestiales relajantes, el himno pontificio, etc.

Pero a medida que pasa el tiempo y el ascensor no llega a ninguna parte, comienzan a surgir los conflictos, que escalan cuando al sindicalista le da un ataque de claustrofobia, comienza a golpear las puertas del ascensor y casi estrangula a una de las religiosas, lo cual lleva al político a darle un golpe en la cabeza con el objeto envuelto que transportaba uno de los curas, que no era otra cosa que una custodia, un objeto sagrado que se utiliza para hacer exposiciones litúrgicas del Santísimo Sacramento. El sindicalista morirá poco después ante la absoluta indiferencia de los demás integrantes del grupo. A partir de este homicidio accidental y a medida que va pasando el tiempo, donde las horas parecen convertirse en días, las barreras morales de todos irán cayendo en su afán por sobrevivir. Al desconcierto inicial seguirán la incertidumbre, la angustia, el miedo, la resignación indiferente, el hambre y la violencia. Habrá un intento de violación de la adolescente por el cura más joven, canibalismo, asesinato premeditado, tortura del cura de mayor edad por ser un comunista, rompimiento del voto de castidad de parte de las dos religiosas más jóvenes, eutanasia —el joven adolescente ahoga por compasión a la joven adolescente—, suicidio, en medio de un ambiente de degradación humana y suciedad física y moral. ¿Cómo no pensar en eso cuando el único acto de colaboración de todo el grupo consiste en decidir a quién van a matar para poder comer y seguir viviendo?

Asimismo, los objetos litúrgicos que portan los curas pierden todo su significado sagrado y terminan siendo utilizados de manera indigna. La custodia es el arma que se utiliza en el primer homicidio y luego será utilizada como herramienta para golpear el panel y la puerta del ascensor, buscando desesperadamente una vía de escape. Uno de los integrantes se comerá las hostias para poder sobrevivir. Los vasos y recipientes litúrgicos son utilizados para orinar. Y todos, incluidos los curas y las religiosas, serán arrastrados por sus pasiones como cualquier ser humano común y corriente en una situación límite. Y en todos los integrantes del grupo se percibirá la mirada cansada, indiferente y condescendiente ante una situación de la cual no hay escapatoria.

El film no deja títere con cabeza. La joven víctima de la agresión sexual del cura alimentará bondadosamente a su agresor —ahora atado y sin las manos libres— con pedacitos de carne humana de unos de los cadáveres. El cura de mayor edad, partidario de las teorías marxistas, posee una edición de “El Capital”, obra cumbre de Karl Marx, con toda la apariencia de una Biblia de valor: edición de lujo con tipografía ornamentada. Y si bien despierta cierta simpatía por su conciencia social y porque es torturado por los conservadores del grupo que lo acusan de comunista —e incluso profiere palabras de Jesús en la cruz— también se hunde en la degradación cuando abusa sexualmente de la discapacitada y junto con otro sobreviviente, la mata para comérsela. Literalmente.

Cuando el ascensor llega finalmente a lo que parece ser el cielo, la puerta se abre y, rodeado de un aura de luminosidad, entra el Papa para impartir su bendición a la única sobreviviente de la masacre, mientras ésta agoniza pidiendo ayuda. Y de manera irónica, la música celestial y los mensajes invitando a vivir una vida en consonancia con los valores cristianos no han dejado nunca de sonar a través del altavoz del ascensor.

Evidentemente, nada de lo que se ve en el film ocurre en la realidad, pues estamos ante una metáfora despiadada de lo que ocurre entre los miembros de la Iglesia católica, muchos de los cuales, bajo una apariencia benevolente de compromiso cristiano, estarían dispuestos a despedazarse unos a otros, siguiendo actitudes ajenas al mensaje del Jesús de los Evangelios.

Silvano Agosti, con esta película lamentablemente desconocida, nos ha dejado una obra maestra del cine en la línea de “Saló o los 120 días de Sodoma” (1975) de Pier Paolo Pasolini, quien denunciaba con imágenes brutales y crueles los males del fascismo. De ese fascismo que parece ser actualmente la ideología de tantos católicos conservadores.

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