La reacción política a esta terrible situación fue la implementación del estado de bienestar en EE.UU. y Europa, desarrollándose varias políticas de protección, como el aseguramiento medico universal, el sistema de pensiones, el seguro de desempleo, la semana de trabajo de 40 horas, prohibición del trabajo infantil, el reconocimiento de los sindicatos, tributación progresiva, leyes anti monopolio, regulación bancaria, inversión en infraestructura educativa y de salud, así como políticas económicas que favorecían el pleno empleo.
Sabemos que en una sociedad capitalista los dueños de los recursos, es decir los capitalistas, reciben mayores beneficios que los que no son dueños. Este es uno de los incentivos que permite que el capitalismo sea es el modelo más eficiente de desarrollo económico, pero eso no quita que sea injusto que simplemente por nacer adinerado tengas derecho a mayores beneficios que el que no nació con esa suerte.
Las políticas del estado de bienestar buscaron equilibrar en algo esta injusticia, protegiendo a las clases trabajadoras de los vaivenes económicos del capitalismo y también tratando de darles igualdad de oportunidades. Que alguien nacido en una familia de bajos recursos tenga las mismas oportunidades de éxito que alguien nacido en una familia acomodada.
Pero aun en un escenario de igualdad de oportunidades, las habilidades innatas de las personas siguen siendo un factor clave en sus posibilidades de éxito. En una economía de mercado, los precios se determinan por la oferta y la demanda, y dado que las habilidades son escasas, estas son bien remuneradas.
¿Es justo que los que tengan mayores habilidades reciban mayores beneficios que los que no las tienen? Es útil para la sociedad que haya adecuados incentivos para que las habilidades sean contratadas donde puedan lograr su máxima productividad. Pero, dado que la meritocracia y el capitalismo recompensan a los más hábiles y relegan a los menos, esto también puede generar diferencias sociales injustas.
Para que haya un equilibrio, las rentas que los dueños del talento y los dueños del capital generan en la sociedad tiene que servir no solo para remunerarlos apropiadamente sino también para que todos en la sociedad puedan tener una vida próspera y digna, independientemente de sus habilidades y de los recursos económicos con los que nacieron.
Esto se logra con un Estado capaz de utilizar parte importante de las rentas que la sociedad genera en bienes públicos de primera necesidad como salud, educación, seguridad, espacios públicos, infraestructura de transporte y vivienda y debida protección social para todos.
La meritocracia y el capitalismo son útiles para el desarrollo, pero para mitigar de manera importante las diferencias sociales injustas que producen es también necesario una política redistributiva que permita calidad de vida para todos.
El gran reto es encontrar el equilibrio entre incentivos apropiados y la redistribución necesaria.