[CASITA DE CARTÓN] Este columnista no puede dejar de estar atento y a su vez entristecido ante la lamentable situación social que atravesamos, con un congreso y ejecutivo cada vez más desprestigiados y aferrados a la mamadera del estado, y con un repudio cada vez más grande y abrumador que el sol que aún acompañan por las tardes en este invierno triste y raro. Pero no solo eso me aqueja, sino también el penoso conflicto social que yace entre nosotros, los mismos peruanos, cada vez más divididos y sectorizados, como enemistados a muerte. Y justamente de esto, toma parte la exposición de Mary Ann Agurto, gestora cultural, cronista y poeta, entre otras facetas relacionadas al mundo del arte, y que viene de ganar merecidamente por su contenido e innovación en su trabajo, Estímulos Económicos otorgados por el Ministerio de Cultura.

Esta obra que, como su título lo señala, busca la trascendencia de nuestra memoria, es decir, trasladar del pasado al presente y a las siguientes generaciones el patrimonio cultural que vive en cada uno de los peruanos. La memoria de nuestra cultura, que mucho obviamos o lo dejamos al margen al estar ensimismados en nuestros quehaceres, engullidos en nuestra monotonía, pero que está presente hasta con el saludo o el “pe” clásico, entre otros distintivos que nos diferencia como sociedad y que nos acompañarán para todos lados, sea el país o vientos en que nos encontremos. De esto también refiere esta exposición que está dividida en tres partes.

Callao: Comienza con el barrio de la alegría y la salsa. Ya que ella es chalaca y de pura cepa, ya que nació por las arenas de nuestra ciudad portuaria. La autora ve este pasaje desde los lentes de una arqueóloga, que es lo que estudia en la Decana de América, aplicando el método transfer, y vemos la geografía en donde se dan los primeros pasos en su lugar en el mundo, que puede ser como el de cualquiera otro, el lugar donde naciste y que vas forjando, inevitablemente, tu identidad, con la familia, el barrio, los amigos, las calles, las tienditas y los vecinos, todo lo que comprende el cimiento de nuestro árbol social.

2016: Es la segunda etapa y se manifiesta dentro del derrotero de la artista en la sociedad, ya dejado su nidito y su familia y volando por otras latitudes. Estos números en mención son del año en que se murieron muchas personas cercanas a ellas, entre ellos artistas de la talla de Javier Salazar o Rodolfo Hinostroza (de los que decide hacerles un homenaje), grandes amigos de la fotógrafa. “Cada semana o mes presenciaba un funeral, no tenía fin”, cuenta. De la misma manera, es en aquel año donde decide romper con la vorágine cotidiana que llevaba para encaminarse de lleno en el arduo y duro oficio del arte, que es a donde pertenece y del lugar del que nunca se irá. Es allí que su identidad es sucumbida por esa nueva gente que conoce y que forma parte de su nueva obra, su nueva vida, y ese descubrimiento al ejercer día a día lo que lo apasiona.

¿Realmente quieres hacerme daño?: La tercera y no por eso menos atrapante. Acá ya es donde se interioriza en la sociedad dentro de la labor del artista y con una semblanza profunda, basado en la memoria y en relación a dos fenómenos que nos involucran como sociedad. Con una gráfica interesante de fotos, llegamos al capítulo más reflexivo: el conflicto armado interno y el feminicidio.  De aquel periodo aciago, trae una experiencia vivencial con el gran poeta Domingo de Ramos, en Ayacucho, y en relación a un residente de allá, que le “dolía recordar ese pasado”, mostrando el grado en el que aún hoy está vigente aquella herida social y que muchas veces no queremos hablar, o si se hace es con fines políticos como sucede en la política actual. Y en torno al feminicidio y la complejidad de la mujer en una sociedad violenta en la que estamos, con una estructura social donde las injusticias priman. Es aquí donde percibimos claramente que la violencia está dentro de la memoria colectiva y la identidad de uno, lastimosamente forjado por una sociedad enferma.

Detalle no menor, y es que no es casualidad que Sarita Colonia esté presente en la portada de la obra. “Sarita es mi memoria, mi casa casa, mi familia, mi barrio. Mi patrimonio ante el mundo y las siguientes generaciones”, detalla conmovida. “Y las urnas, como las que en donde depositamos el futuro de nuestro país o las urnas funerarias, como donde reposa mi padre, todo lo que hizo en este mundo, sus sueños, y todo, terminó en una caja”.

Mary Ann nos demuestra que la memoria es parte intrínseca de cada uno, nuestro primordial tesoro, donde están inexorablemente envueltos nuestros recuerdos que son parte de nuestro porvenir. Entendemos en relación al conjunto del taller, la memorable frase del filósofo existencialista Jean Paul Sartre: “Cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de él”.  Y de la misma manera aceptar lo ya acaecido. La memoria no debería doler, ya que si sucede buscamos naturalmente negarlo y con eso nos estamos condenándonos a que vuelvan a suceder en algún momento, ya que no hay fin ni comienzo, sino un perecedero andar si no lo asimilamos.

Esta casita de Cartón cierra sus puertas con los versos del eterno poeta, Antonio Machado: “Todo pasa y todo queda, / pero lo nuestro es pasar, /pasar haciendo caminos, / caminos sobre el mar”. Y me pregunto: ¿qué son las memorias sino el legado ante los vientos que dejamos? La rama familiar, mis sueños, mi vida. A su vez, ¿qué son nuestros recuerdos y memorias sino nuestro patrimonio único como personas? Todo esto me ha producido esta solemne obra que tendrá su cierra este Lunes 24 a las 7 pm en la Galería Kapulí, en Barranco. No vendría nada mal para comenzar la semana de manera reflexiva y pensar, algo que necesitamos imperantemente en estos tiempos, sobre nuestra realidad no solo personal sino social, porque si no entendemos las cosas a profundidad que nos conciernen estamos condenándonos a que vuelvan a suceder. No falten.

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[CASITA DE CARTÓN] No sé la razón ni en qué momento pasó, pero la palabra muerto ya estaba escrita en esta hoja antes de empezar a escribir esta columna. Acabo de entrar al Inicio de Facebook. Dicen que murió un padre. Alguien quien lo fuera cuando mi padre brillaba por su ausencia y negligencia, porque muchas veces la presencia no quiere decir presencia como la ausencia tampoco ausencia. Ha muerto, dicen los estados de la gente. Ha muerto, un lunes 26 de junio. Todos se lamentan con mucho penar. Pero cuando estaba con vida, ¿qué tanto lo valoraron como apreciaron?

Me desconozco ahora, me veo en el espejo. Soy un hombre frívolo, otro miserable. Pero yo no era así, en qué momento me convertí en esto… Las gentes transcurren, acaban de bajar decenas de personas en la 9 de julio. Caminan siguiendo su paso. Parece una pintura que alguna vez vi, la gente desfilando dentro de sus pasos cotidianos cuando alguien en un costado horrorizado los ve. Ese reflejo soy yo. Ese ser horrorizado, espantado y triste soy yo.

Dicen estación “Catedral, final del recorrido”. De nuevo soy yo bajando y caminando por el desfiladero donde todas las animas van. Una comparsa hermosa de tristeza en el desfiladero de la humanidad. Ahora soy yo el que va con ellos. Me han encaminado. No vivo. Así iré a parar al Cocito… con una moneda al infierno.

Aborrezco los pésames, son tantas veces las palabras básicas de la hipocresía. No pondré un pendón ritualistico de muerte. Seré sincero conmigo y con él. Y me pondré a oír las cumbias, rock o huaynos que me lleven a esos días en que íbamos hablando sobre fútbol a su casa. En esas noches en que desde su kiosco nos íbamos hacía los Olivos, allí esperan mis primos. Y que en noches tan desoladas como ésta, cuánto quisiera tener la dicha de volver a oírlas.

Porqué será que la muerte no tiene tiempo, se sostiene  entre los vientos de un pasado que pareciera ayer. Ayer, hoy y mañana. El presente eterno.

Por estos días estoy leyendo Pedro Paramo. Y sé que estoy yendo en paso lento a Comala. No sé si lo veré a él, pero mañana iré al Monumental y gritaré un gol y lloraré, probablemente. Porque parte de este fanatismo futbolero nacieron de esos días.

“Me retraía a los años en la casa del tío Tomás, que quedaba al límite de San Martín de Porres y Los Olivos, a pocas cuadras del cruce entre las avenidas Alisos y Universitaria. Cada vez que llegábamos se levantaban las arenas como centenares de escarchas al voltear por el jirón Los Jaspes, dejando atrás hoteles con luces de neón y ventanas sombreadas, las cuales siempre me causan nostalgia al pasar por alguna avenida con hoteles de la Lima profunda. Es un poco raro, quizá, pero cierto. Y en menos de dos minutos llegábamos a su pacífica casa. Eran la familia ejemplar. En su vivienda, de piso y medio de construido, esperaba mi tía Meche con una amabilidad beatifica, y con mis primos Robert, Abel y Junior.  Por esos años me acogían todos los fines de semana como en vacaciones. Eran mi segunda familia, después de mis amigos de la quinta”. **

Hoy acabo de descubrir que la muerte vence al amor. La hace polvo, piedras, arena. El vivir cuesta una vida, pero el morir no. El amor, que hasta ayer sentía, ha muerto.

“Y en el que no pudo evitar soltar unas lágrimas al despedirnos. Él fue como un padre, y me veía ahora con veintidós años encima. Recordaría seguramente cuando iba a repartir los periódicos de niño. Cuando sacaba y empalmaba a regañadientes cuando El Comercio salía grueso (como así le decíamos los canillas cuando llegaba con varias publicidades). Cómo aborrecía en esos momentos este oficio como a ese diario, ya que eran muy pesados llevarlos. Una y otra vez se tenía que regresar, y peor en épocas de lloviznas, por lo friolento que eran esas cuadras en las madrugadas”. **

Espero que mañana su Sporting Cristal le dé una alegría en el cielo, porque allá debe de estar. Porque él creía en ese Dios y porque Dios debe darle por obligación y por un mínimo de misericordia ante tanto sufrimiento que le hizo pasar en esta vida, una última alegría. Ojalá que ganen, ojalá para darle un poco de emoción a la vida. Te amo, tío. Y perdón.

 

*Esta columna fue escrita el lunes 26 de junio.

**Párrafos de la novela Generación Equivocada del presente autor.

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Generación Equivocada, los Olivos, muerte, Pedro Paramo, Sporting Cristal

Pero también en otra novela crearía un protagonista así de intimidante y legendario. Y ese sería en “Meridiano de sangre”, una novela western, apocalíptica, cuyo personaje, el juez Holden, un ser maquiavélico, de dos metros y 50 kilos, albino y a su vez políglota e imponente por su sapiencia y sabiduría, le daría un sitial privilegiado en las letras norteamericanas, por el reconocido crítico literario, Harold Bloom, al considerarla como la figura más terrorífica de toda la literatura estadunidense. De la misma forma, Meridiano de sangre, le daría un espacio en el sagrado parnaso literario, al lado de otros otros grandes escritores que le influenciaron, como Melville, Hemingway o Faulkner. Del que entendió bien la lección que dejara para todo escritor comprometido con su arte: 99% de talento, 99% de disciplina y 99% de trabajo.

Pero su apetito literario no quedaría allí, tendría todavía guardado para sus miles de seguidores otro interesantísimo proyecto, y que sería publicado lustros después con el nombre de “La Carretera”. Texto de ciencia ficción, distópica, de prosa parca y minimalista, como en alusión de los restos que quedaba en ese mundo destruido, de paisajes devastados como la naturaleza alrededor. Todo es tan sombrío como hasta las conversaciones de sus personajes, que continúan por la inercia sin alma ni esperanzas. Estáticos. Inhóspitos. Fiel reflejo de lo que queda de ese mundo desgraciado y monótono. Esta obra, merecidamente, lo volvería conocido a nivel mundial y a su vez le daría el prestigioso Premio Pulitzer.

Al terminar de escribir esta columna, se me aparece un párrafo leído en Meridiano de sangre, que retrata el determinismo en varios de sus personajes, como la vida, nosotros, y el azar y su derrotero que muchas veces no tiene sentido común pero que existe y del que siempre estamos determinados: “Cuando los corderos se pierden en el monte se les oye llorar. Unas veces acude la madre. Otras el lobo”. Se va una pluma que deja un legado importante. Justo un 13 de junio, fecha en qué se celebra el día del escritor, y sin duda, Cormac McCarthy encaja perfecto con esta celebración. Nos vemos en la carretera, maestro.

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Pero volviendo a la fuente con la cual se escribe nuestra legado. El Perú no está con los ojos abiertos teniendo presente su historia. Por el contrario, lo cierra para negarlo. Lejano, próximo, no importa. Entre menos presente esté, el futuro es esperanzador, parece decir. El “exceso de positividad” (Byung-Chul Han, dixit) se ha arraigado bien con el común de peruanos con el sistema en que vivimos, engullidos en la monotonía y la pobre visión como mentalidad que tenemos como nación hasta, penosamente, como humanos.

Han pasado más de un siglo, pero las palabras del extraordinario pensador que tuviéramos, Manuel González Prada, abrazan nuestra realidad de una manera tan asombrosa como terrorífica por su exactitud, que pareciera haberse escrito recientemente: “En resumen, hoy el Perú es organismo enfermo: donde se aplica el dedo brota pus”. O lo escrito en “Nuestros Indios” para entender a profundidad la diferencia racial que hay en nuestro país.

El peruano es un beodo que dormita por lo que no quiere ver ni reconocer, pero que cuando despierte y quiera desplegar sus alas, caerán con él, una vez más, caerán, y dirán: “nosotros somos los culpables”. El devenir no avizora nada esperanzador. Se aproxima otro levantamiento, y los rostros con tinta y maquillaje dirán: “son terroristas”. Otra vez se matará y se limpiarán las manos. Pero para cuando vuelvan los vientos de “plena democracia”, oh sorpresa, dirán: “eran nuestros muertos”. Esta Casita de Cartón cierra su puerta con este verso que profiriera el insigne vate alemán, Bertolt Brecht, en modo de definición de gran parte de nuestra historia: “A tantas historias, tantas preguntas”. Como con el verso con que cierra el poema, “Los nueve monstruos”, nuestro poeta nacional, César Vallejo, el mismo que la historia se ha encargado con bajeza y esmero de encubrir su compromiso social que lo llevara hasta el último de sus días: “Hay, hermanos, muchísimo que hacer”. Y hay tanto…

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Pero vayamos al inicio, cuando el equipo haría su “monumental” ingreso. Como es sabido, desde hace años no hay más hinchadas visitantes debido a múltiples incidentes entre barras como muertes. Aun así ¡no cabía espacio para ni un alfiler ni un alma más! Desde un lateral un telón y desde la popular otro, una camiseta inmensa, la que llevara el equipo en el 2018, año en que ganara de la mano del “Muñeco” Gallardo la final histórica de la Libertadores a Boca en Madrid. Los bombos, las bengalas rojas y blancas como los globos y las banderas, como la albiceleste y los trapos, al son del “River, mi buen amigo”. Los jugadores miraban anonadados. Era un apoteósico recibimiento como es costumbre en cada partido. Y después de un primer tiempo donde tuvo un solo dominador, al equipo local, la gente comenzaba poco a poco a impacientarse. Como mi amigo Manuel Esponja, que no paraba de comerse las uñas. Él me diría: “ojalá que no sea uno de esos superclásicos donde River ataca y ataca y al final faltando pocos minutos, con un contrataque o un córner, Boca hace un gol”. Pero esta vez estaba predestinado que la historia fuera distinta. En el segundo tiempo, el equipo “millonario” seguiría yendo al frente, con un remate al palo y con buenas atajadas de “Chiquito” Romero. Se vislumbraba un 0-0 injusto. Pero en el tiempo adicional, una falta imprudente del lateral izquierdo de Boca, Sández, cambiaría el destino final del partido al dar un penal para River. Que con gran determinación y frialdad el colombiano Borja convertiría en ¡¡¡Gol!!! Desatando el grito sagrado y la euforia máxima entre todos los aficionados, como la de mi compañero Manuel Esponja, que entre conocidos y desconocidos se abrazaban, empapándose de lágrimas. Por primera vez River le ganaba en el último minuto al cuadro “Xeneize”, y eso desataría una celebración única. Pero en eso se armaría un barullo entre los jugadores por un festejo desmedido de Palavecino, que hizo que el partido sobrepasara el centenar de minutos y que a su vez produjera 3 expulsados para cada equipo, como viejos superclásicos. El resultado no cambiaría de resultado y se daría un triunfo histórico para los hinchas de River, que celebraban efervescentemente con Enzo Pérez y los demás jugadores, acompañado del «Tomala vos, damela a mí, el que no salta, murió en Madrid», entre otros cantos.

Posteriormente nos iríamos a festejar al Hall, donde se reúnen los hinchas para continuar con la celebración de un partido importante. Y allí estaría mi entrañable amigo y compañero de viajes, fanático como pocos de River, Bruno Raitzin, junto con los muchachos de Plaza Italia, con los que cantaríamos y saltaríamos hasta quedarnos afónicos. Para luego, como tenía que ser, la fiesta llevarla a otra parte. A un “boliche”, dando el mejor cierre posible a la estadía de Manuel Esponja en el país de la pasión, como haciéndome vivir mi momento más emotivo en el fútbol, y con la cual esta casita de cartón cierra esta memorable columna que indudablemente llevará de recuerdo hasta que tenga que dar su último suspiro y sea enterrado en un cajón, pintado rojo y blanco, como su corazón.

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Le pregunto al verlo, “por qué hizo eso”, el de enfrentarse al “choro”, y me responde: “¿Te imaginas si hubieran muerto por mi despedida? ¿La carga que hubiera tenido que sobrellevar? Como la persona que soy, no podía permitirlo”. Escribo esta columna al terminar de oír su desafortunada experiencia, contándome también casos similares que se sufren a diario en Perú –me contó también lo que le había contado el encargado del hotel, los casos que se ven todos los días como muertes-. Si seguimos por ese derrotero, las personas comenzarán a hacer justicia a mansalva con sus propias manos, como ya se ve en muchos vídeos virales. Él pudo haber sido un número más de aquella trágica y larga lista de fallecidos por la demencial delincuencia que impera y campea Lima. Esta casita cartón cierra con tristeza e impotencia su columna, pero no sin antes invitar a los peruanos residentes en la “Ciudad de la Furia”, a presenciar de la Feria del Libro de Buenos Aires, en la Rural, donde tendré la dicha de presentar mi libro este viernes 5 a las 20 horas, en el stand 1712, Pabellón Amarillo. Y con la presentación de Pancho Casas, el mítico integrante de aquel movimiento artístico que revolucionara las calles de Santiago de Chile en plena dictadura de Pinochet, con el eternamente recordado, Pedro Lemebel, “Las Yeguas del Apocalipsis”, quien llegara recientemente del MoMA (Museo de Arte moderno de New York) donde fue condecorado. Hasta ese día.

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Ahora la expresidenta Dilma Rousseff comanda el banco de los BRICS, del que se dice que es el polo económico contrario al G-7, y donde muchos países están en la espera de ingresar, entre ellos, la Argentina. Es inexorable señalar que la hegemonía del país del norte ha estado en declive ya desde tiempo atrás, teniendo el 2008 un sustantivo acontecer y síntoma, que hizo que se le cayera notablemente la máscara del patrón mundial. Y no por eso, de un momento a otro, dejará de ser todavía una potencia de gran importancia. Por el contrario, lo seguirá siendo muy probablemente, porque una tercera guerra mundial con las armas químicas que abundan como piedras en algunas playas de la costa verde, sería el fin de nuestra especie, y solo supuestamente las cucarachas sobrevivirían y gobernarían el mundo. Pero ahora el trono, como ya se ve en varios factores sociales y políticos, y desmontándonos de los prejuicios ideológicos, está compartida en una tríada. Junto con China, del que está pronosticado que para el fin de la década será la mayor economía, y Rusia, país con mayor cantidad de armas nucleares.

Y es que en esta casita de cartón, se tiene muy cuenta las palabras que dijera el ex presidente argentino, quien dejara una marca de épocas en el país del sol resplandeciente, Juan Domingo Perón: «La verdadera política es la política internacional». Y ésta, que está muy centralizada con información por medios occidentales, y con sus medias verdades que abundan, como también seguramente en la otra parte del globo terráqueo. Lo cierto es que estos tres países están dentro del juego atómico y dantesco del poder mundial. ¿Cuál será su final? Eso ni Nostradamus lo vaticinó.

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América Latina, China, estados unidos, Europa, Rusia

Entre los hechos controversiales que envolvieron su vida, sería, entre otras, la acusación de incesto con su hermanastra. O un casamiento que duraría un año, y del que se dice, en su lecho matrimonial, la misma noche de recién casados, le diría a la dichosa o desgraciada esposa: “te vas a arrepentir de haberte casado con el diablo”. Su vida de excesos, libertinajes y “perversidades” lo llevaría a ser mal visto por la aristocracia de su país, Inglaterra. Hasta cansados de las habladurías y malos ojos, decidiría marcharse a Grecia por la guerra – país que lo reconoce como uno de sus libertadores- y de donde no volvería jamás. Moriría a la precoz edad de los 36 años.

Este escritor, sabe que el destino es una moneda que sobrevuela y que al caer entrega una imagen, cara o sello. Una, lo que nos queda, la verdad, el amor, y quien obra bien nada tiene que temer. Esta casita de cartón rememora estos versos acaso por el agregado con lo que envuelve sus días escuchando How Deep Is Your Love de los Bee Gees, con unas piedritas que han entrado a sus ojos: “Así es, no volveremos a vagar/ Tan tarde en la noche, Aunque el corazón siga amando/ Y la luna conserve el mismo brillo. / Pues así como la espada gasta su vaina, / Y el alma consume el pecho, / Asimismo el corazón debe detenerse a respirar, / E incluso el amor debe descansar. / Aunque la noche fue hecha para amar, / Y los días vuelven demasiado pronto, / Aun así no volveremos a vagar/ A la luz de la luna”.

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Y esto sucede a cuadra y media de una sede policial, y que en aquel parque brillan en una ausencia poco justificable. Como a su vez, a pocas cuadras, donde se ofrecen hoteles que como discoteca albergan cuartos donde menores de edad hacen su “party”, siendo la entrada solo 10 soles en esas viejas casonas, bares y hoteles donde amanecer perdiendo la consciencia es de lo más, por triste que suene, común.

Otro modus operandi de muchos desalmados, es darles clonazepam. Si ya esos tragos “suben” rápidamente, añadir esas pastillas o invitarlas como si fueran “inofensivas”, para que “estén relajadas” hacen que muchas chicas hasta olviden qué hacen allí, poniéndolas en un estado de total inconsciencia. Hay hasta tipos que les doblan la edad, que podrían tranquilamente hasta ser sus profesores o sus padres por los años de diferencia, que cometen ese vil y asqueroso actuar con el fin de violarlas.

Hay plataformas donde se puede ver parte de este mundo, o el lado más “romántico” del loquerio como en TikTok o Facebook, donde se puede ver besos hasta entre ¡¡8 a más personas!! O del mismo sexo con naturalidad. Lo que resulta extraño es que ante hechos que atentan la integridad de los jóvenes y ante las muchas cámaras que vigilan como búhos en las noches que recuerdan el Gran Hermano de la clásica obra 1984 del gran escritor Indio, George Orwell, no se actué. Y es que esta nueva gestión municipal ha empezado con el pie izquierdo, hasta ahora lo único “bueno” que ha hecho es quejarse que le han dejado las arcas vacías, clásica verborrea que se emplea para endeudar países o capitales con préstamos que se pagan con intereses hasta en ¡¡un siglo!!, como lo hiciera Sagasti o implorar a los “santos” antes de actuar ante las urgencias que necesita imperiosamente la ciudadanía como con estas trágicas inundaciones. “Lima, potencia mundial” cada vez más  pareciera ante tanta delincuencia y descontrol, “Lima, Sodoma mundial”. Esta Casita de Cartón cierra un ciclo con un profundo penar por la grave situación social que atravesamos como país.

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Centro Cívico, fin de semana
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