El Thanksgiving es una de las celebraciones que adoptamos los y las inmigrantes al llegar a EEUU como parte de nuestra “americanización”. Cada último jueves de noviembre la Acción de Gracias o Thanksgiving reproduce, con deliciosos banquetes caseros, el agradecimiento de los peregrinos europeos a las naciones indígenas por salvarlos de la hambruna. 

Para los pueblos indígenas, sin embargo, esta festividad es revivir siglos de genocidio. Como inmigrantes, especialmente quienes venimos de países colonizados y de repúblicas racistas y excluyentes, el celebrar Thanksgiving nos pone al lado del poder que nos mantiene en las sombras. 

La historia oficial cuenta que en 1620 cerca de 100 hombres, mujeres y niñxs, salieron de Inglaterra huyendo de la pobreza y persecución religiosa en el barco Mayflower. Después de 66 días navegando, llegaron a territorio Wampanoag (hoy Massachusetts) donde fundaron la colonia Plymouth. Los Wampanoag les enseñaron a los peregrinos a cultivar alimentos, y en 1621, como agradecimiento, los peregrinos los invitaron a comer su primera cosecha. 

Lo cierto es que los Wampanoag llevaban casi 100 años luchando contra las plagas traídas por los colonos y los secuestros de indígenas para ser vendidos como esclavos a Europa. Cuando llega el Mayflower, los peregrinos se encuentran con naciones indígenas devastadas, casi exterminadas y luchando por su sobrevivencia. 

En 1863 Abraham Lincoln oficializó el día de Thanksgiving. Este jueves se cumplen 400 años de una narrativa falsa que empezó en 1621 y borra siglos de violencia económica y cultural que han mantenido a los pueblos indígenas en la pobreza y exclusión. 

No una nación de inmigrantes

El mito del Thanksgiving ha moldeado otro mito, que EEUU es una “nación de inmigrantes”. La historiadora y activista indígena Roxanne Dunbar-Ortiz nos explica en su excelente libro No una Nación de Inmigrantes (2021) cómo se fue creando este mito.

Cuando el aún senador John F. Kennedy, hijo de inmigrantes irlandeses católicos, preparaba su campaña presidencial, escribió en 1958 el libro Una Nación de Inmigrantes para sostener su candidatura en un sistema dominado por blancos protestantes. En su libro, JFK, sin embargo, crea una narrativa blanca nacionalista donde reconoce como inmigrantes a colonos blancos europeos, pero intencionalmente ignora a la importante comunidad mexicana. Igualmente caracteriza a los negros como inmigrantes, borrando siglos de esclavitud y tráfico humano. Pero lo más absurdo es que categoriza a los pueblos indígenas como inmigrantes, y aduce que los primeros habitantes en EEUU eran europeos.

JFK crea la retórica liberal de que “todos somos inmigrantes” muy usada por grupos pro-inmigrantes, pero que desaparece la existencia de las naciones indígenas en EEUU. Los colonos no fueron inmigrantes. Llegaron a exterminar una cultura existente. No se puede luchar por nuestros derechos usando una retórica racista.  

El concepto de que EEUU es un país de “inmigrantes” y “multicultural” ha servido para reforzar la propaganda imperialista y responder con demagogia los crecientes movimientos políticos de liberación. Según Dunbar-Ortiz, EEUU tenía la necesidad de crear una narrativa de ser el país benevolente, propulsor de la libertad y diversidad para competir con los valores de justicia social de la URSS.

Una historia de racismo y exclusiones

En 1875 la Corte Suprema de EEUU dio la orden de que solo el gobierno federal podía dar leyes de inmigración. Así empezaba legalmente las restricciones de inmigrantes que no fuesen europeos blancos. Los casi 2 millones de irlandeses que llegaron en la década de 1840 huyendo de la hambruna, no sufrieron ese nivel de restricciones. 

El Acta de Exclusión China en 1882 fue la primera ley racista que prohibía la inmigración de chinos. En los 1930s se establece la ley de Repatriación Mexicana, y en los 1950s durante el encumbramiento de JFK sale la Operación Espalda Mojada, nombre derogatorio usado para referirse a trabajadores mexicanos. Estas políticas migratorias blancas supremacistas estaban orientadas a la persecución de mexicanos o quien no se veía “blanco”, y produjo la deportación de millones de mexicanos y pérdida de sus propiedades.

Las políticas de inmigración de EEUU tienen un origen blanco nacionalista que ha sido reproducida tanto por presidentes demócratas como republicanos, quienes han continuado con la exclusión y persecución contra las comunidades racializadas. 

Desmontando narrativas falsas

Utilicemos este Thanksgiving para reflexionar sobre su origen colonial. Es urgente que los y las inmigrantes empecemos a descolonizarnos en EEUU y conocer la historia sobre los procesos de inmigración. A través de una mirada interseccional, de clase, racial y género, debemos dejar de usar narrativas como “todos somos inmigrantes” ya que nos coloca al lado del opresor.

La comunidad inmigrante no es homogénea, por lo tanto, debemos reconocer nuestros privilegios, como estatus social y económico, y en solidaridad eliminar la narrativa elitista del “inmigrante bueno vs. malo” que solo reproduce el racismo y clasismo usado para dividir nuestra lucha. No olvidemos que la inmigración es el resultado de la expansión colonialista, patriarcal y capitalista de EEUU en nuestra región.

Debemos empujar agendas más radicales e impedir que nos utilicen cada cuatro años en elecciones donde ni el partido demócrata ni republicano están dispuestos a llevar nuestra voz. Las posiciones de “centro” no ayudan a nuestra lucha. Construir una agenda radical también significa conectarnos con otras luchas emancipadoras para desmontar el sistema blanco supremacista que mantiene a los inmigrantes y toda clase trabajadora invisibles. 

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“Sudaremos y Sudaremos” fue la promesa que el general Juan Velasco Alvarado le hizo al pueblo peruano cuando fundó el primer y único gobierno revolucionario militar en el Perú. Y efectivamente, el libro Velasco de Héctor Béjar refleja la visión, esfuerzos, vaivenes y preocupaciones del general en una odisea política por la transformación del país.

El autor es Héctor Béjar, ex-guerrillero, sociólogo, abogado, escritor, artista, académico, ex-Canciller y uno de los pocos intelectuales peruanos con una combinación de experiencias únicas que lo coloca como referente para los y las que investigan, estudian, y persisten en el camino de la justicia social. Para total transparencia de esta reseña, el autor es mi tío, hermano de mi padre.

El libro empieza con Béjar en la clandestinidad, amenazado por el gobierno de Francisco Morales Bermúdez, conocido como el “felón”, al igual que Pinochet porque traicionó al presidente que servía y debía lealtad. Personalmente, me trae los primeros recuerdos registrados de mi tío, cuando de muy pequeña con mis padres lo visitábamos a su cuarto al fondo de una casona antigua en Jesús María, donde vivió escondido a fines de los 70s. 

Velasco es un libro en tapa dura, con un diseño moderno y cuidadosamente editado por Ediciones Achawata. Son 334 páginas con fotos de cartas y portadas de los diarios de la época. La curiosidad te hace escudriñarlas para reconocer a los que formaron parte del primer gabinete del gobierno revolucionario. Desde los primeros comunicados de la Junta Militar anunciando el golpe contra Belaúnde hasta fotos de Velasco erguido, sonriente y decidido, y en donde un joven alto aparece, casi desapercibido, Javier Pérez de Cuellar, embajador de Velasco en la Unión Soviética.

Con ese nivel de detalles, Héctor Béjar relata cronológicamente todo el proceso del gobierno de Velasco, con una visión “clara y honesta” como lo menciona Hugo Neira en el prólogo. Al igual que en sus otros libros, hay una parte personal que le da un tono emocional a lo contado. 

Después de 5 años preso en Lurigancho por liderar el Ejército de Liberación Nacional, Héctor Béjar fue liberado por una ley de amnistía, dada previa consulta con los jefes policiales, los comandantes generales y almirantes, y firmada incluso por el ala de derecha del gobierno, los generales Artola y Vargas Caballero. Béjar, al igual que muchos profesionales e intelectuales de izquierda, entró a trabajar en el proyecto revolucionario y vivió desde dentro este proceso.

El libro detalla rigurosamente el momento político que desencadenó el golpe, la reforma agraria, la toma de tierras, el proyecto de socialización y autogestión en la producción económica, la reforma en la prensa, las presiones políticas dentro y fuera del gobierno, y las conspiraciones para la sucesión de Velasco. Nombres de personajes que cumplieron un rol decisivo en este proceso, algunos olvidados, vuelven a la vida para sumergirnos en una época hasta ahora contada por los que llegaron después, esos que traicionaron el proceso. Este libro le hace justicia a esa época.

El libro Velasco es una secuela de Revolución en la Trampa, libro que Béjar escribe en la clandestinidad el cual le presenta a Velasco debilitado, casi fuera del gobierno y muy enfermo por la arteriosclerosis. Otro logro del libro es que humaniza a Velasco. Así conocemos su origen campesino, su escape de Piura a Lima a los 16 años en un barco chileno con peligro de ser descubierto, y su ingreso en el ejército peruano con el más alto puntaje.

Velasco es la figura político-militar más importante del Perú, quien organizó y lideró a la única generación de militares nacionalistas que usaron su poder para servir al país, y no para defender intereses privados ni extranjeros. Al parecer una especie en extinción. Desde los 90s, las fuerzas armadas se han fujimorizado y sus comandantes son la antítesis de Velasco. 

Gracias a Ediciones Achawata que publica libros de esta calidad y al alcance de las mayorías. Ediciones Achawata inicia su proyecto editorial en el 2020 con el propósito de constituirse como una promotora cultural de investigaciones peruanas y trabajos sociales que apunten a momentos históricos relevantes del país.

Así como Velasco es imprescindible para comprender nuestra historia, lo es igualmente conocer la importancia de la toma de tierras desde 1950, que influenciaron la ejecución de la reforma agraria, una de las más radicales de la región. Líderes campesinos como Eduardo Sumire, quien fundó la Federación Campesina del Cusco, organizador, innumerables veces torturado y preso, merecen un lugar en nuestra historia. Estos testimonios deben difundirse.

En la Feria Bicentenario Ediciones Achawata están presentando la reedición de Soy señora, testimonio de Irene Jara de Francesca Denegri, la reedición de la Autobiografía de Gregorio Condori Mamani y Asunta Quispe de la profesora Carmen Escalante y del profesor Ricardo Valderrama. Felicitaciones a Ediciones Achawata y sus editores César Coca Vargas y Magdalena Suárez Pomar por ayudarnos a reclamar nuestra historia.

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“Sudaremos y Sudaremos”, Héctor Bejar

El presidente de EEUU, Joe Biden, dijo hace unos días que “no hay diferencia entre la familia de Somoza y la de Ortega” ante la reelección de Daniel Ortega como presidente de Nicaragua. 

Esta frase está siendo repetida por sectores progresistas que rápido se han alineado con EEUU, y a la vez cuestionan a Ortega por su alianza con una parte de la oligarquía nicaragüense, cuando le proponen lo mismo a Castillo por la «gobernabilidad». 

El gobierno peruano, a través de Cancillería, emitió un comunicado señalando que las últimas elecciones nicaragüenses no cumplen los criterios mínimos de “elecciones libres, justas y transparentes que establece la carta interamericana”, confirmando su derechización al apoyar la política intervencionista de EEUU contra países hermanos.

Las sistemáticas intervenciones militares y financieras contra proyectos alternativos al capitalismo tiene décadas en toda la región, y con Nicaragua empieza en 1856 cuando EEUU usurpa el poder, establece el inglés como idioma oficial y reestablece la esclavitud negra. La larga historia colonialista imperial ha sido dirigida tanto por demócratas como republicanos. Recordemos que Biden como senador y vicepresidente apoyó estas políticas imperialistas. 

El triunfo de la revolución sandinista en 1979, considerada como la “más humana” por el bajo nivel de violencia y la influencia profunda de la iglesia católica, continúa siendo una herida abierta para EEUU, como lo es la revolución cubana. 

Por más de 40 años, EEUU ha utilizado todos sus recursos para sabotear el proyecto sandinista. A través del narcotráfico financió el ejército mercenario de los CONTRAS en los 80s, lo cual significó también sembrar el comercio de la cocaína en barrios pobres y racializados en EEUU. Más recientemente, el bombardeo mediático y la desinformación sobre la política interna en Nicaragua tiene como objetivo detener el proceso y dar una lección a quienes osan salir de su ámbito de influencia. En 2018, EEUU financió con millones de dólares una oposición golpista que dejaron decenas de muertos, a la vez que USAID le entregaba dinero a los medios de prensa a través de la Fundación Chamorro, para que periodistas como Miguel Mora, director de 100% Noticias, pidieran la intervención militar estadounidense.

¿Quién define qué son los derechos humanos?

Lo importante y trascendental para los pueblos es la conquista de derechos humanos por la lucha social y liberadora contra el colonialismo y la opresión, no por una agenda de derechos individuales, legales y jurídicos. La legalidad de los derechos humanos es parte de la narrativa elitista de ONGs internacionales, en su mayoría dirigidos por abogados blancos y privilegiados.

Nicaragua, siendo uno de los países mas pobres de la región, ha garantizado un 80% de seguridad alimentaria, expansión de la salud, educación y vivienda a su población. En los últimos años el gobierno sandinista ha entregado territorios a pueblos originarios y afrodescendientes que abarcan más de dos millones de hectáreas. Por el lado de la paridad de género, uno de los temas favoritos de las ONGs, el parlamento de Nicaragua está en primer lugar en el mundo con más mujeres en el gabinete y ocupa el cuarto lugar con mayoría de mujeres en el parlamento.

EEUU está en crisis y las élites lo saben 

EEUU es el primer violador internacional de derechos humanos como lo es también contra su propio pueblo. La vivienda, salud y educación no están garantizados. El alto desempleo, el aumento de la pobreza y la mortalidad materna (la más alta en un país industrializado), 1 de 30 niñxs no tienen vivienda, y millones dependen del refrigerio escolar para sobrevivir, exponen un sistema político corrupto donde solo acceden al poder real las élites o aliados del poder económico dominante. 

Su riqueza se basa en el poder colonial imperialista y capitalismo racial, la explotación laboral, exclusión de la clase trabajadora en el proceso electoral, apropiación de territorios, una prensa monocorde neoliberal donde se persigue a periodistas como Julian Assange, y por si fuera poco, mantiene cerca de cien presos políticos en cárceles inhumanas más tiempo que en ningún otro país.

La alta inflación también demuestra la crisis capitalista. La propuesta de recuperación económica es el Build Back Better, propuesta inicial de 3.5 trillones de dólares para infraestructura, creación de empleo, inversión en el cuidado, pero después de negociaciones, los progresistas del partido demócrata sucumbieron y aceptaron la reducción de este paquete a 1.5 trillones de dólares, dejando nuevamente fuera, como sucedió con la crisis de 2008, a los sectores más oprimidos sin cobertura de salud ni educación universal, sin salario justo y sin reforma migratoria.

Mientras que Biden le aseguraba a los ricos que “nada cambiará”, el Congreso aprobaba con mayoría demócrata y republicana, y oposición de la izquierda, el Acta RENACER. Esta acta establece más sanciones y propone el bloqueo económico a Nicaragua, así como recoger información sobre negociaciones con Rusia. RENACER es otro de los instrumentos de EEUU para reforzar su poder hegemónico violando el derecho a la soberanía y la autodeterminación de los pueblos.

Países soberanos con otros modelos al capitalismo opresor, que quieren decidir con qué otras potencias comercializar como China o Rusia, se convierten en otra amenaza para el imperio en decadencia. En política no hay ángeles, pero no perdamos perspectiva, el capitalismo imperialista colonial de EEUU es la mayor amenaza para su propio pueblo y todos los pueblos en todo el mundo.

Luego de complicaciones iniciales, el gabinete del presidente Castillo sigue firme por el camino de la inclusión. La designación de Rocilda Nunta Guimaraes, líder shipiba-koniba, como viceministra de Interculturalidad del Ministerio de Cultura, así como las anteriores designaciones de Betssy Chávez y Mirtha Vásquez, demuestran la intención de crear un gabinete con más mujeres y representantes de pueblos originarios en altos cargos. 

Sin embargo, las políticas de identidad como cuotas de paridad y acciones afirmativas que no están acompañadas por un programa de izquierda de cambio social y económico corren el peligro de ser instrumentalizadas por el status quo, y de reforzar una narrativa superficial y limitada promovida mayormente por sectores feministas y progresistas ligados a ONGS y la academia.

Lo paradójico es que cuanto más inclusivo trata de ser el gabinete, más se va derechizando. Desde el 28 de julio, los cambios del gabinete han sido concesiones a la derecha y no para reforzar un programa de izquierda. La economía está a cargo de un ministro más preocupado por calmar al empresariado que explorar cambios macroeconómicos, un canciller que sueña con revivir el Grupo de Lima, una premier que se niega a elevar el tema del proceso constituyente, y una ministra de Trabajo que demanda la militarización del país. En este contexto político, un gabinete inclusivo no garantiza eliminar las desigualdades que afectan a las comunidades que esas identidades representan, más bien estas reivindicaciones no pasan de lo simbólico y terminan siendo manipuladas para lavar el rostro del sistema opresor. 

En los 70s, feministas lesbianas negras estadounidenses como Audre Lorde y Barbara Smith del “Combahee River Collective” fueron una de las primeras en utilizar el término políticas de identidad. Su posición buscaba resaltar las múltiples formas de opresión que las mujeres negras enfrentaban en los sistemas de poder. Esos eran los años de los movimientos clasistas para la liberación negra, puertorriqueña, chicana, nativa, gay, y blancos pobres que lograron remecer el poder imperialista estadounidense. 

Pero poco a poco la política de identidades empezó a ser apropiada por la derecha para dividir estas luchas, desviando la atención de su origen liberador del capitalismo racial y el heteropatriarcado. Se creó entonces una tendencia política mundial para formar gobiernos diversificados. 

Por ejemplo, los últimos gobiernos republicanos y demócratas en EEUU han tenido gabinetes con mujeres y minorías étnicas en posiciones de poder, mientras que sus políticas socioeconómicas se han ido derechizando. El actual gabinete del presidente socialdemócrata Joe Biden es el más diverso de la historia estadounidense con ministros y ministras de la comunidad gay, negra, Latinx e indígena, sin embargo, poco o casi nada se ha hecho para buscar cambios estructurales como reforma migratoria, avances laborales, paralización de la actividad minera en territorios indígenas, etc. 

Unas décadas atrás, Bill Clinton designó por primera vez a una mujer en la poderosa secretaría de Estado, Madeleine Albright. El sector progresista aplaudía con orgullo su designación hasta que Albright dijo que la muerte de 500,000 niñxs iraquíes debido al bloqueo contra Irak “valió la pena” para debilitar el régimen de Sadam Hussein. El republicano George Bush Jr. continuó esa línea escogiendo a Colin Powell y luego a Condoleezza Rice para dirigir la secretaría de Estado. El poder imperial más grande del mundo adoptó la diversidad racial para dirigir una guerra criminal e ilegal en el medio oriente donde murieron cientos de miles de personas. 

Sin embargo, fueron Barack Obama y Hillary Clinton la pareja ideal en el imperio, un hombre negro y una mujer blanca. Ambos no solamente continuaron la guerra empezada por Bush sino que la expandieron a Libia y Siria, Yemen, Honduras y aumentaron el apoyo a la oligarquía venezolana contra el chavismo, y a Israel para ocupar territorios palestinos y asesinar a su población. Obama es conocido como el “rey drone” por el uso ilegal y letal de los drones en países intervenidos por EEUU y “jefe” en deportación ya que durante su gobierno fueron deportados casi 3 millones de inmigrantes indocumentados. Tampoco ser el primer presidente negro significó eliminar el racismo. El movimiento Black Lives Matter apareció debido a su inacción frente al racismo institucionalizado en la policía y la justicia penal.

Las mujeres, grupos racializados y las minorías étnicas también pueden servir como instrumentos del poder opresor. Esa es la limitación de las cuotas de paridad y políticas de identidad. Un ejemplo es Martha Moyano, congresista negra, que se precia de su identidad, pero no le disgusta que su organización política desarrolle un programa clasista y racista.

Si la izquierda se queda solo en lo simbólico al llegar al poder, estará rumbo a su extinción. Será reemplazada por una posición centrista: progresista en los derechos individuales pero conservadora en lo colectivo y económico. ¿Para qué se necesita a esa izquierda si están los moraditos? 

La revolución o el cambio social será feminista o no será, siempre que devele las contradicciones de clase de la sociedad, antes que el acomodo que representan las políticas de cuotas. Por eso la izquierda debe evitar caer en el tokenismo, que es la instrumentalización del sufrimiento de los sectores más oprimidos para mantener la agenda de las clases dominantes. 

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Betssy Chávez, minorías étnicas, Mirtha Vasquez, mujeres, Poder, poder opresor, Rocilda Nunta Guimaraes, viceministra de Cultura

Tenemos nuestra propia versión de Juego de Tronos de la popular serie de novelas Canción de Hielo y Fuego del escritor estadounidense George R.R. Martin en nuestra igualmente épica, pero no tan mágica política peruana. El presidente Pedro Castillo, Perú Libre (PL), los aliados (JPP/NP) y la derecha juegan por el poder, moviendo sus piezas, creando caos, y usando las oportunidades que se presentan para posicionarse mejor y sacar del juego a sus rivales más peligrosos. Como dice Lord Baelish “el caos no es un pozo, el caos es una escalera”. 

“Un hombre sin motivo es un hombre del que nadie sospecha”— Lord Baelish

Al finalizar la primera vuelta electoral, un profesor rural casi desconocido para la élite política nacional, Pedro Castillo, emerge en las encuestas con un partido de origen provinciano que hasta entonces tenía solo un alcance regional, Perú Libre (PL) de V. Cerrón. Esa arremetida se da en buena parte por la identificación cultural con el “hijo del campesino” y un programa político que levanta el entusiasmo de la población excluida por el modelo neoliberal y traicionada por los gobiernos anteriores.

Inmediatamente JPP/NP, que se arrogaba la representación progresista de la élite política criolla, se apresuró en demandar la renuncia de Castillo a favor de la candidatura de Mendoza. Ante la negativa de Castillo, los ataques en las redes sociales y otros medios expusieron el carácter elitista de los “progres» de creerse la única opción de izquierda capaz de gobernar.

El invierno viene

Cuando Mendoza intenta “radicalizarse”, ya su suerte está echada. Obtiene un 6% de los votos a nivel nacional con su mejor resultado en las clases acomodadas: un honroso tercer lugar en Miraflores y Jesús María, pero sexto a nivel nacional. 

El triunfo de PL es categórico en los sectores populares. Obtiene el 19% a nivel nacional con alta votación en la clase trabajadora y campesinado en el sur y centro del país, y gana en casi todas las provincias de Lima región llevando la delantera a JPP en los distritos populosos limeños. Para las clases dominantes, incluida la élite «progre», los del “otro lado de la muralla” arremeten en la cancha política para cuestionar el orden establecido. 

“Los miedos cortan más profundo que una espada” — Arya Stark

Desde el triunfo en primera vuelta Castillo fue terruqueado y discriminado, cuestionando su origen y capacidad para gobernar. La derecha implementó la campaña más difamatoria y millonaria en la historia del país utilizando paneles luminosos, medios de prensa y operadores en redes sociales que encienden el miedo al comunismo, chavismo y retorno del terrorismo. Ni la siniestra Cersei Lannister hubiera sido capaz de hacer tan burda campaña.

Paralelamente se ejecuta una estrategia para separar a Castillo de PL y su líder V. Cerrón, acusando a éste de “sectario” y “abominable”, a la que se suma una persecución judicial para apresarlo y desaparecer a PL de la escena política. 

En medio de esos miedos, la segunda vuelta cumple su función como mecanismo creado para moderar programas de izquierda y garantizar el sistema dominante. El 6% presiona a Castillo para “acomodar” su programa de gobierno y exige la separación de Cerrón. 

“El poder reside donde la gente cree que reside— Lord Varys

A pesar de las visibles tensiones, se piensa que el primer gabinete abre la posibilidad de una coalición unida, multicultural y plurinacional para enfrentarse a la derecha golpista, pero los ministros que representan la izquierda popular van cayendo. La unidad es una ilusión.

En este juego político se le ha hecho creer al pueblo que no tiene poder ni capacidad para gobernar, y que mas bien, el poder reside en una élite “educada”. 

La larga noche

Poco a poco el pueblo es excluido y algunas promesas electorales se sacan de la agenda. Francke, el “blanco salvador”, calma a las élites enardecidas con un discurso moderado oponiéndose a una nueva constitución y manteniendo a Velarde en el Banco Central de Reserva.

V. Cerrón sigue denunciando un viraje, pero es apanado mediáticamente por los sectores elitistas y “progres”. Salen Bellido, Maraví y Galvéz, el odiado ministro por la “Lima culturosa”. Dina Boluarte y Betssy Chávez se alinean con la narrativa moderada y los aliados suben en la escalera del poder copando el gobierno. La acción de JPP/NP acelera la tensión con Cerrón y los ministros que salieron, pero irónicamente hacen un llamado de unidad. El ‘hermanón” Belmont entra en escena para enredar más este juego.

El Norte Recuerda

El pueblo sabe que el juego de tronos no es más que la lucha de clases. Mientras la izquierda esté dividida, será la derecha quien suba primero en la escalera del poder. 

Tal vez estamos aún esperando “el príncipe o princesa prometida” como en la serie, un Jon Snow, o una lideresa que unifique las fuerzas campesinas y obreras para romper la dinámica dominante dentro de la izquierda, esa que subordina un programa popular a uno moderado y elitista, y que desde las organizaciones sociales desmonte el poder de la derecha. No más escaleras de poder ni tronos para ninguna élite.

 

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Canción de Hielo y Fuego, Pedro Castillo, Perú Libre

Hoy, 12 de octubre, se cumplen 529 años de la colonización europea y el establecimiento de un sistema económico blanco supremacista de apropiación de tierras, explotación laboral y políticas de exterminio contra los pueblos originarios y sus culturas. Surge también la resiliencia de los pueblos originarios, al que se suman las luchas de otras comunidades secuestradas desde África y Asia por el régimen colonial. Estas luchas continúan hasta hoy resistiendo el modelo capitalista que se ha perpetuado en el poder e intenta imponer sus privilegios hasta los extremos del continente.

Las más de 200 mil muertes por Covid-19 en el Perú, los millones de empleos perdidos, una mayoría de población sin acceso a servicios sanitarios mínimos, expuesta en la trágica subida de los balones de oxígeno, son ejemplos de la terrible realidad del capitalismo en el Perú y la confirmación de que su único compromiso es con las ganancias y no con la vida. Desde la invasión europea a los tiempos del Covid-19, el capitalismo ha matado por ganancias y ha fracasado como sistema socioeconómico en asegurar el sostenimiento y reproducción de la propia vida. Los altos niveles de desigualdad, pobreza, discriminación racial y de género, y la crisis ecológica, demuestran el desvanecimiento de una ilusión que se transforma en pesadilla. Esa crisis sistémica no puede ser reformada. El capitalismo está en crisis y no es nuestro deber salvarlo.

Con el triunfo de Pedro Castillo y Perú Libre parecía que se iba formando una izquierda capaz de enfrentarse a las demandas ideológicas y políticas dentro un sistema capitalista en crisis. Se abría la posibilidad de un proceso constituyente popular y plurinacional apoyado por la clase trabajadora urbana y rural. La composición de un gabinete multicultural y con posiciones claramente de izquierda podía afianzar ese nuevo camino por la justicia e igualdad, sin embargo, el retroceso permanente y los cambios en el gabinete marcan un nuevo rumbo que algunos llaman “responsable” o “moderado” en nombre de la gobernabilidad.

Desde la salida del ex-canciller Béjar, se iba cimentando el camino de la derrota frente a los poderes fácticos. Ahora el gobierno cuenta con la venía de la CONFIEP, que saluda de manera entusiasta al nuevo gabinete. Se perdona el racismo y terruqueo de la derecha y la prensa, y se premia con un ministerio a una congresista de Perú Libre por acuñar el término derogatorio de “izquierda bruta y achorada» contra quienes se enfrentan de manera frontal a la derecha fascista y golpista.

Esta tendencia viene desde Alejandro Toledo y pasa por Ollanta Humala con su promesa de la gran transformación. Se claudica frente una clase dominante que ha afianzado su poder en las últimas décadas gracias a la constitución del ‘93, diseñada para la acumulación de más poder económico. Este proceso neoliberal también terminó de afianzar la derechización y corrupción de las fuerzas armadas y policiales, actuales peones de los ricos en el Perú. 

La utopía capitalista

Se le acusa al socialismo de ser utópico, pero ¿quien está siendo realmente utópico? ¿Cuántos siglos más vamos a esperar por “justicia e igualdad” de un sistema capitalista que se enfrenta con todos sus recursos contra un cambio mínimo? Esperar que la clase empresarial actúe con humanidad y respeto a la clase trabajadora es utópico. El poder empresarial se bajó al exministro Maraví, con el apoyo de la mayoría del gabinete, con excepción de Bellido, Ceballos, Maraví y Sánchez, el resto no estaba dispuesto a enfrentar a la derecha. ¿Tendrá el nuevo gabinete la convicción y fuerza para la defensa de los intereses de las mayorías excluidas en la repartición de la torta neoliberal? 

Es utópico creer que el capitalismo va a eliminar el racismo en el Perú. Cedric Robinson, teórico y activista político negro, decía que el “capitalismo y el racismo no rompieron con el feudalismo, sino que evolucionaron a partir de él para producir un sistema mundial de capitalismo racial dependiente económicamente de la esclavitud africana, robo tierras de naciones indígenas, genocidio y violencia. El sistema capitalista no va a eliminar el racismo porque es parte de su propia naturaleza.

También es utópico creer que la economía se va a recuperar para la clase trabajadora porque no se ha recuperado desde la crisis financiera del 2008 ni desde los 30s, 80s y 90s. Las mayorías que reciben las migajas de este sistema siguen siendo descendientes de los que resistieron a los invasores 529 años atrás. Según algunos expertos no habrá boom económico después de la pandemia porque la crisis de la pandemia es la crisis del capitalismo. Una posición moderada no va a solucionar las contradicciones de un capitalismo en declive. No seamos utópicos.

El capitalismo está en extinción y solo lo sostiene un sistema de explotación y el uso de la violencia. No debemos focalizarnos en gestionar el fracaso del capitalismo sino demandar un cambio de rumbo. No más maquillaje al capitalismo con un “rostro humano”. El trabajo de la izquierda no es salvar el capitalismo, sino trabajar en la construcción de un proyecto político desde las bases de oposición a un estado corporativo y al capitalismo colonial y hetero-patriarcal. 

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En enero de 2009, Barack Obama asumió la presidencia en EEUU en medio de un eufórico y también ingenuo optimismo liberal, que veia en su triunfo el principio del fin del poder blanco supremacista. La ilusión duró muy poco. Michelle Obama, primera dama, quien encarnaba con orgullo ser descendiente directa de una esclava negra, fue rápidamente víctima del racismo y machismo, pilares fundacionales del imperio colonial estadounidense. “No se ve como una primera dama”, “no tiene clase”, “está subida de peso”, “es un simio en tacos” fueron algunos de los ataques de odio contra ella que inundaron las redes sociales. Estos insultos venían en su mayoría de los sectores conservadores y “trumpers», pero también de sectores considerados »liberales” y de mujeres blancas.

Uno de los casos más conocidos es el de Pamela Taylor, directora de una ONG quien fue despedida por escribir en Facebook que la primera dama tenía “cara de gorila”. Anteriormente, durante las primarias, Hillary Clinton, ícono de algunas feministas, había exigido a Obama que “esclarezca” su relación con el islam y líderes negros marxistas, sumándose a los ataques islamofobicos y anti-negros del fascismo del imperio del norte contra el entonces senador de Ilinois.

En el Perú el racismo es también utilizado como un arma política para desvalorizar a líderes que no forman parte de las élites dominantes. El menosprecio a alguien por su color y origen étnico es parte de nuestra herencia colonial. Los ataques contra la identidad cultural del presidente Castillo ridiculizando su sombrero y vestimenta desde la derecha incluyeron también a la “derecha liberal”. Rosa María Palacios, quien es además una de las firmantes de la carta feminista que demandaba cambios en el gabinete, escribió sobre el presidente Castillo que es “un autócrata que usa su vestuario por ego y como marca propia”. Negar la identidad cultural a una persona es también una forma de racismo. En la práctica RMP no se diferencia mucho de Martha Meier Miró Quesada, conocida racista peruana quien pareciera querer imitar la trumper Ana Coultier, terruqueadora, racista y anti-inmigrante comunicadora estadounidense.

El patriarcado ha excluido a mujeres con privilegios económicos y/o raciales de acceder a importantes puestos de poder o posiciones de dominación dirigidos a fortalecer un sistema capitalista de explotación racial y económica. Sin embargo, eso no ha prevenido a mujeres con cierto estatus social de utilizar y apoyar el racismo y clasismo para su propio beneficio.

El racismo está profundamente enraizado en todos los sectores que ejercen poder y eso no excluye a “feministas” o “progresistas”. En el Perú, durante la primera vuelta, un artista relativamente conocido insultó despectivamente al entonces candidato Pedro Castillo, el único candidato de origen campesino, llamándolo “Felipillo”, “Caín”, “Judas”, “mentiroso, envidioso y miserable” entre otras cosas, por no renunciar a su candidatura y apoyar a Verónica Mendoza. Ataques racistas no muy diferentes a los de la derecha fascista.

Cuando el racismo intersecta el machismo comprendemos cómo se ha formado históricamente la devaluación de la mujer “racializada” en el Perú. La discriminación contra la mujer es también una herencia colonial que ha creado un concepto elitista sobre lo que significa ser “mujer”. Durante el primer viaje oficial al exterior de la pareja presidencial, la primera dama peruana, Lilia Paredes, maestra rural cajamarquina y de origen campesino, fue víctima de ataques racistas, clasistas y machistas sobre su vestimenta e identidad cultural. “Señorita, la ropa no hace a la persona. Lo que importa son las buenas acciones que uno pueda tener con la gente más humilde” respondió la primera dama ante una pregunta racista y sexista de una periodista. Los medios de comunicación son sin duda perpetradores permanentes de la discriminación en el Perú.

El capitalismo sexista y racista ha segmentado culturalmente y económicamente a mujeres en distintos roles desde la política, la televisión, comercio a sectores obreros. Las mujeres que enfrentan discriminación sistemática son en su mayoría trabajadoras del hogar, obreras, campesinas, vendedoras ambulantes, etc. las cuales se enfrentan a niveles de explotación y trabajos físicos que otras mujeres dentro de la cultura dominante machista no serían “capaces” de hacer. Allí no funciona lo del “sexo débil” o “la fragilidad de la mujer”, atributos y valoraciones de la cultura patriarcal que ha creado un orden social donde se mezcla el racismo y el clasismo. Si una mujer es parte de esos sectores de clase trabajadora es considerada “menos mujer”, por lo tanto no merecen respeto ni tienen valor dentro de un sistema capitalista explotador.

A diferencia de EEUU donde ser racista tiene algunas consecuencias punitivas, en el Perú el racismo brota en cada acto y palabra tanto de la derecha como cierta progresía con total impunidad. Ya es hora de que el estado peruano tome medidas más efectivas para frenar el racismo y discriminación con políticas públicas sancionadoras, preventivas y de educación. Es necesario que se incorporen a las mujeres directamente impactadas en tomas de decisión dentro del gobierno. A su vez se deben fomentar discusiones nacionales y locales sobre cómo se puede incorporar en la esencia de las políticas públicas el tema de la desigualdad económica.

A nivel individual, no debemos callar cuando escuchamos o vemos una acción racista o discriminatoria. Debemos educarnos a nosotras mismas y confrontar nuestros propios prejuicios y privilegios, especialmente entre las mujeres llamadas feministas y pertenecientes a grupos progresistas. Cuando todas las mujeres comprendamos que cuando desmontemos el estatus social que mantiene a la mayoría de mujeres oprimidas racialmente y económicamente, entonces podremos hacer festejaciones juntas.

 

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El 5 de septiembre se celebró el Día Internacional de la Mujer Indígena. Es una fecha que reconoce la lucha de las mujeres de pueblos originarios por la igualdad y su constante contribución a nuestro país. Sin embargo, lo que obtuvo más relevancia fueron comunicados de mujeres feministas, académicas, funcionarias públicas y de ONGs exigiendo una agenda de género y cambios en el gabinete. A la vez en los últimos días el terruqueo ha llegado a su clímax con la muerte de Abimael Guzmán. La derecha se ha posicionado como la única víctima del conflicto armado exigiendo más sangre y criminalización, sorprendentemente apoyados por algunos grupos considerados progresistas. En estas discusiones no se ha escuchado la voz de las mujeres andinas o amazónicas tanto en las demandas feministas o en relación a A. Guzmán, a pesar que fueron las mujeres indígenas y sus comunidades los más violentados por el terrorismo de Estado y Sendero Luminoso. Una de esas voces silenciadas es Maria Sumire, mujer quechua, ex-congresista y autora de la Ley N. 29735 que regula el uso, preservación, fomento y difusión de las lenguas originarias del Perú.

Para las mujeres quechuas no existen oportunidades para contar sus experiencias sobre racismo y violencia económica. Sus experiencias son invisibilizadas por las experiencias de las mujeres privilegiadas. Parte de sus vidas transcurren en la organización colectiva, largas jornadas laborales en el campo e intentar vender sus productos a un precio justo. Sus voces no dominan la vida académica de universidades privadas ni se escuchan en intercambios de exposiciones en conferencias de alto nivel ni en los medios de comunicación. Para la derecha macartista, la voz de mujeres como Maria Sumire tampoco importa. Vivimos en un país que cuando la gente privilegiada se victimiza cuenta con los recursos para convertir su causa en parte de la agenda nacional y escoger al perpetrador según la pertinencia de su narrativa.

Maria es hija del legendario líder campesino Eduardo Sumire Qqelcca, el Tayta Awqatinku, quien fundó la Federación Departamental de Campesinos del Cusco (FDCC) y movilizó a miles de campesinos para recuperar sus tierras en los 60s y 70s. Eduardo Sumire permanece injustamente excluido de nuestra historia oficial pero su lucha sigue vigente en las comunidades campesinas. Maria lleva en la sangre y en la vida el ejemplo de su padre. Una organizadora por naturaleza. De muy joven fue trabajadora del hogar en casas en Cusco y expuesta, como la mayoría de trabajadoras de ese sector, a distintas formas de discriminacion y explotación. Con el valor que siempre la ha caracterizado agrupó a otras trabajadoras y fundó el primer Sindicato de Domésticas.

Las mujeres de nuestros pueblos originarios viven desde hace mucho tiempo las feroces consecuencias del terruqueo. A mediados de los 80s, Maria Sumire enfrentó un hecho que le cambió la vida. El alcalde del distrito de Pomacanchi, quien era un abusivo descendiente de terratenientes, había convocado a la comunidad de Huáscar para hacer una faena para el mantenimiento de una carretera. Fayna o faena es un trabajo comunal para el bien común. Como es costumbre los alcaldes dan refrigerio que consiste en hojas de coca, chicha y pan para sostener la dura jornada laboral. El alcalde se negó, y los faneantes decidieron paralizar la obra para tener una asamblea e informar que no recibirían el refrigerio. En plena asamblea aparecieron policías de la Guardia Civil encapuchados para detener a los dirigentes campesinos. “No sabíamos quienes eran, pero nos enteramos que el alcalde había denunciado diciendo que los campesinos estaban haciendo una asamblea para arrasar el pueblo de Pomacanchi y que eran terroristas”, recuerda Maria. Al contactar a grupos de derechos humanos le dijeron que no tenían tiempo para ayudarla. Cuando reclamó por sus derechos, la policía le dijo “para los indios no hay derechos humanos”. La impotencia ante la injusticia y ver como una mujer campesina yacia inconsciente llena de sangre por un aborto provocado por la policia, le hizo tomar la decisión de estudiar derecho.

Ingresó a la Universidad San Antonio de Abad en la ciudad del Cusco. Maria dice “me costó muchísimo terminar mi carrera. A veces no podía asistir a clases por mi trabajo de campo en el fondo rotativo de papa, comedores infantiles, alfabetización a mis hermanas de las comunidades que asesoraba como los Comités de Mujeres, Club de Madres en la provincia de Anta y en Quispicanchis. El viaje desde Sicuani a la universidad tomaba casi tres horas”.

Esa valentía de Maria Sumire y compromiso con su comunidad la llevó a ser congresista del 2006-2011 propuesta por las comunidades y no escogida a dedo. En 2006 Maria Sumire juramentó en su lengua materna. Por ejercer su derecho al idioma, Maria fue degradada públicamente por la entonces congresista fujimorista Martha Hildebrandt, lingüista y furibunda racista. “Aunque te saquen las tripas nunca llores delante del enemigo”, le había dicho su padre. La valentía y dignidad de Maria demostró la fuerza de la mujer andina en el mismo centro del poder político colonial. Se enfrentó a Hildebrandt y le encaró su racismo. Un par de congresistas mujeres le demostraron solidaridad pero la mayoría le criticó por “levantarle la voz” a la famosa lingüista. Una muestra de la hipocresía de mujeres privilegiadas que sistemáticamente han tratado de silenciar otras voces para mantener el orden social y económico, porque en el Perú las mujeres de pueblos originarios no tienen derecho al reclamo o la indignación.

Debido a que el feminismo es eminentemente urbano y centralizado en Lima, continúa siendo una vía limitada para la liberación de todas las mujeres. La cuota de género sigue siendo una demanda de mujeres de clase media. En un país donde la educación es un privilegio y los estereotipos racistas excluyen a mujeres profesionales en polleras y con trenzas, la cuota no resuelve desigualdades ni avanza los derechos de las mujeres de pueblos originarios. “Las mujeres campesinas a pesar de ser profesionales no somos consideradas por el racismo y la discriminacion. Nosotras no somos parte de los gobiernos” dice Maria. “Nuestra lucha es por la supervivencia, nuestra identidad cultural, acceso a derechos como la salud y educación, al territorio, seguridad alimentaria y mejorar nuestra economía local como la artesanía y el trabajo en el campo. Mujeres y hombres somos explotados en el campo. Nuestra lucha como mujeres debe empezar allí. Hay que trabajar para acabar con el machismo que también hay en nuestra comunidad pero sin silenciar la violencia racial y de clase.”

Después de hablar con Maria Sumire me queda más claro que el feminismo debe transformarse e incluirse en un movimiento anti-capitalista y antirracista de mujeres y hombres. Solo así empezaremos a desmantelar el patriarcado. Tupananchiskama o hasta que la vida nos vuelva a encontrar, Maria!

 

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Keiko Fujimori: “Yo no voy a terruquear a nadie” empezando la segunda vuelta electoral.

A través de nuestras vidas forjamos opiniones en función de narrativas que se piensan objetivas pero son mecanismos de control social que responden a los intereses de las clases dominantes. Durante los últimos meses hemos visto el uso del terruqueo como un mecanismo de persecución mediática y judicial contra personas, desde políticos a artistas, que se atreven a salir de las normas impuestas por la narrativa dominante. El relato oficial sobre nuestra historia más reciente, es decir del conflicto armado, ha facilitado que el terruquear sirva para legitimar a las clases dominantes remecidas por un nuevo orden social desde el triunfo de Pedro Castillo y Perú Libre.

Para la comunidad PEX el terruqueo tampoco es ajeno. Después de Lima, EEUU es uno de los bastiones de la derecha peruana más importantes ya que alberga a más de 300 mil votantes. Con spots en la TV con Pedro Castillo junto a Hugo Chavez y Abimael Guzman, el fujimorismo grotescamente intentó crear “pánico” entre la comunidad peruana. Fiel a su estilo usó las redes sociales además para amenazar con la deportación a simpatizantes de Perú Libre con el cuento de que el comunismo está prohibido en EEUU. Lo cierto es que existen varios partidos comunistas en EEUU que son legales, y muchos partidos de izquierda siguen creciendo como el partido Democratic Socialist of America (DSA) que tiene a la popular Alexandra Ocasio-Cortez como una de sus líderes y seguidoras más entusiastas del izquierdista Bernie Sanders.

La narrativa dominante post-conflicto armado que contiene relatos falsos y medias verdades se ha normalizado por la aceptación de la sociedad, el Estado y sus instituciones y amplificada por la prensa. Eso también ha afectado a una parte de la izquierda peruana que está sumergida en la narrativa neoliberal y anti-comunista, y caen en posiciones tibias y no confrontacionales. La cultura dominante refleja los miedos y la desinformación selectiva de la clase media limeña, y ganarse a esos grupos es para cierta izquierda un objetivo, por lo tanto es mejor ser tibios que ser terruqueados.

El relato oficial del conflicto armado tiene en parte su origen en las conclusiones del informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR). A 20 años de su creación, aún sigue siendo un documento importante. Mientras es encomiable que en las conclusiones se haya extendido en el análisis y explicación de los crímenes contra los derechos humanos cometidos por Sendero Luminoso, no se explica de igual manera en profundidad y rigurosidad sobre la responsabilidad de violaciones de derechos humanos por parte de las fuerzas armadas durante los gobiernos de F. Belaunde, A. Garcia y A. Fujimori. De alguna manera las conclusiones de la CVR justifican esos crímenes como falta de preparación e improvisación del Estado. Este desbalance ha sido usado como argumento perfecto para la creación de un relato a favor de las clases dominantes.

Investigaciones del economista Silvio Rendón demuestran que la CVR redujo en sus proyecciones el porcentaje de víctimas a manos de agentes del Estado*. Estas omisiones y otras como el rol de los empresarios y el clero en la guerra antisubversiva, la razón de crear el Plan Verde paralelamente al avance de Sendero Luminoso y otros temas irresueltos impidieron crear un momento político para exigir una reforma militar y desmantelar la “fujimorización” del estado peruano. Ahora estamos pagando eso con el terruqueo y la intromisión de las fuerzas armadas en el gobierno como la Marina, y permitimos políticos golpistas y ex militares como W. Zapata, J. Montoya, R.Chiabra y D. Urresti vinculados a la corrupción y violaciones de derechos humanos.

Han pasado más de 40 años desde que empezó el conflicto armado y una generación espera justicia antes de morir. Es necesaria una revisión de la historia y la construcción de una verdad que sirva para el país y no para una elite. Se necesitan organizar conversaciones difíciles pero necesarias sobre los sucesos de Uchuraccay, Los Molinos, El Frontón, Castro Castro, y la embajada de Japón así como otros crímenes del Estado no resueltos. Se necesita acceder a información desclasificada sobre las acciones de las fuerzas armadas y policiales, conocer el rol de la C.I.A. en la lucha antisubversiva, e incorporar las voces y poder de decisión de las comunidades directamente impactadas por la violencia. Tenemos derecho a la verdad.

Como el premier Guido Bellido hay peruanos y peruanas que no son parte de la elite limeña y tienen una interpretación sobre el conflicto armado diferente al relato oficial. Eso no los convierte en senderistas. No debemos escoger quienes son y no son víctimas. No puede haber reconciliación sin primero descolonizar nuestras mentes de la narrativa dominante que solo ha servido para afianzar el capitalismo corporativo en el Perú.

*Capturing correctly: A reanalysis of the indirect capture–recapture methods in the Peruvian Truth and Reconciliation Commission publicado por la revista Research and Politics, SAGE Journals, 2019

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