bandera peruana en el fin del mundo

Una bandera peruana en el fin del mundo

Al sur de Argentina, región Patagonia, se encuentra Ushuaia y El Calafate. La imponente naturaleza de ambos lugares vuelve tus problemas en nimiedades. Se diluye lo diminuto frente a lo maravilloso. Y al vivir una porción de tu patria, siendo migrante, se genera una sensación conmovedora casi inexplicable.

[MIGRANTE DE PASO] ¡Argentina es enorme! Después de casi 3 horas y media de vuelo ya se vislumbran chispazos de la belleza que espera en la Patagonia. Antes de aterrizar en El Calafate, desde el avión quedas hipnotizado por un río turquesa. Desde lo alto parece estar hecho a pinceladas.

rio desde el avión
Rio desde el avión.

En la provincia de Santa Cruz, región Patagonia, se encuentra El Calafate a casi 2800 kilómetros de Buenos Aires. A inicios del siglo XX, la ciudad no era más que un punto de aprovisionamiento para los transportistas de lana. Luego, en 1927 se funda oficialmente la ciudad para asegurar así el poblamiento de la región.

Actualmente, es un destino para turistas de aventura y paisajismo. También, es un paraíso para los escaladores más atrevidos y profesionales. Cuando uno viaja allí, aprende a respetar ese oficio, son personas que desafían las alturas y paredes rocosas solo con equipamiento y voluntad de acero. Es una manera de llevar el potencial humano al límite.

Llegué a las 8 pm. Seguía siendo de día. Salí a caminar desde mi hospedaje por todo el malecón del Lago Argentino. A cada paso te pierdes fantaseando por lo que ves. Te vuelves el protagonista de una novela épica. Anocheció mientras me acurrucaba en la calma del enorme lago y en los cigarrillos que fumé contemplándolo. Estaba en otro planeta.

Sin querer, di con la gigantesca casa de Cristina Fernández de Kirchner, que se encuentra al lado del hotel de lujo “Los Sauces”, donde intenté entrar a comer, pero los precios me alejaron rápidamente. Caminando hacia la Avenida Libertador, me entero, con sorpresa, de que tanto la casa del difunto Néstor Kirchner y el hotel habían estado bajo la lupa policial. La casa había sido allanada unos años atrás, por la investigación por corrupción de la expresidenta. El hotel también, ya que había sido mandado a construir por ella.

Un olor delicioso inundaba la avenida Libertador, la principal de El Calafate; el crecimiento de la pequeña ciudad gira en torno a esta vía. Decenas de restaurantes tienen a la vista los corderos abiertos sostenidos en forma de cruz cocinándose en las brasas de la leña. Es un manjar. Uno no puede evitar sonreír de placer al probarlo.

A las 6 de la mañana del día siguiente comenzó la aventura. El glaciar Perito Moreno, mi destino a 80 kilómetros de la ciudad, es especial entre los glaciares del mundo. Es el único que no se encuentra en fase de retroceso, es decir, gana la misma cantidad de hielo en invierno que la que pierde en verano. Casi todos los demás están reduciéndose por el calentamiento global.

Perito Moreno
Perito Moreno

La excursión inició haciendo kayak en el lago donde desemboca el enorme Perito Moreno. Mi último recuerdo en un kayak era un poco calamitoso ya que con el pie saqué el seguro y casi lo hundo por completo en las playas limeñas. Nos aproximamos a 500 metros de la enorme pared blanca. Cada pocos minutos rugía como un tigre cuando se desprendían bloques de hielo. Cada desprendimiento sonaba como un trueno cercano. El agua era tan limpia que podías tomarla directamente.

Le dimos la vuelta a un iceberg que aparentaba ser pequeño. De un momento a otro, comenzó a voltearse y a dejar ver la parte que estaba sumergida. Producía terror por las olas que provocaba y, aunque era imposible, causaba pavor la posibilidad de quedar atrapado en el movimiento del enorme bloque de hielo.

Me sentí diminuto, no era nadie especial en mi mente, las nuevas paredes visibles emitían un azul, tan azul, que parecía mentira. Estaba viviendo la belleza furiosa de la naturaleza que le quitaba peso a mis problemas cotidianos. Rápidamente se volvieron nimiedades. Es asombroso el efecto que la naturaleza puede generar si se lo permites.

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Luego de visitas espectaculares como a El Chalten, el glaciar Upsala, las torres del Paine y el cerro Fitz Roy me dirijo a la ciudad más al sur del mundo. “Viajar es como leerte 10 libros” me solía decir mi padre. No solo por las vivencias sino también por el conocimiento adquirido por absorción de manera natural. En los viajes uno es una esponja que se va empapando.

El Chalten
El Chalten

El cerro Fitz Roy lleva el nombre de un oficial de la marina famoso por sus numerosas expediciones y por acompañar a Charles Darwin en su viaje de investigación naturalista. También, dicho sea de paso, la calle de Palermo que me albergó los primeros meses de mi aventura como migrante en Argentina llevaba su nombre.

Ushuaia, la ciudad en el fin del mundo le llaman. La cordillera continúa hacia el sur, se sumerge y hace un giro abrupto. Los Andes van de este a oeste en este paraíso recóndito. Luego de un vuelo de poco más de una hora aterrizo en el pequeño aeropuerto de la ciudad. Las edificaciones se levantan al pie de una enorme montaña y llegan hasta el mar, donde se encuentra el puerto de donde parten las expediciones a la Antártida.

Siguiendo mi olfato de niño comelón, lo primero que hice fue probar la famosa centolla en uno de los restaurantes que exponen a los cangrejos gigantes en peceras. Tanto Ushuaia como El Calafate fueron zonas brutalmente golpeadas por la pandemia. Su principal ingreso es el turismo y los guías viven del día a día. Por casi dos años sufrieron la falta de visitantes que encendieran su economía.

Los guías me hicieron notar que las visitas solían ser casi exclusivas para extranjeros por los costos elevados. Pero gracias a una medida estatal para revivir el turismo, miles de argentinos pudieron visitar estas zonas imperdibles de su propio país. “Es la única cosa buena que ha hecho este gobierno” me dice un guía riéndose. El “previaje” era un sistema de subsidio en la que el gobierno te devolvía parte de los costos o el total, en algunos casos.

Ushuaia
Ushuaia

5 y media de la madrugada empieza el tour. Nos acercamos en bus a la laguna Esmeralda para comenzar un trekking de 4 horas a las orillas del lago. Avistamos un zorro salvaje en su hábitat natural. Nosotros solo éramos visitantes en su terreno. Fue increíble. La sensación de ser casi nada frente a la inmensidad colosal de los bosques iba aumentando cada vez más.

Al terminar la caminata te das cuenta de que estás mucho más agotado de lo que creías. La imponente belleza te hace olvidar cualquier fatiga o esfuerzo físico. Llegamos a unas carpas donde nos sirvieron deliciosas lentejas calientes con queso para recuperar energías y continuar con la segunda parte del tour.

Seguimos desde una de las desembocaduras del lago para avanzar en bote. Antiguamente los Tehuelches eran un pueblo indígena que vivía en extremas condiciones y se transportaba en balsas para cazar, al igual que estábamos haciendo nosotros, solo que sin el equipamiento. Los que avistaron la comunidad por primera vez les llamaron Patagones, que viene de pies grandes, y de ahí nace el nombre Patagonia.

La primera parte fue ligera por la ayuda de la corriente, pero se dificultó en la parte más hermosa del recorrido. Entre cerros nevados y bosques de gran altura se mezclaba el rio con la entrada del mar. El bote se movía por las olas y tenías que remar con más fuerza. El agua ahora era salada y a lo lejos podías ver la inmensidad del océano. Superamos esa parte y nos bajamos en una pequeña orilla. “Kilómetro 0 de la panamericana” al costado de un cartel que decía “las Malvinas son argentinas”. No podía creer dónde estaba. Era el inicio de la carretera que se prolonga hasta Alaska.

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El último día visité en barco el canal Beagle, nombrado en honor a la nave en la que Fitz Roy y Charles Darwin hicieron sus exploraciones. Hice el recorrido en la parte externa del barco para sentir la brisa helada mezclada con el olor de mis cigarros.

De suerte pude ver un ave enorme parada en una peña. Era un cóndor en el mar. Abrió las alas y voló hacia las montañas. Entendí por qué era un animal divino en mi país, me quedé viéndolo con las alas abiertas en todo su esplendor. Definitivamente, es un animal legendario. Sentía que había presenciado a una bestia mítica. Sentía su presencia incluso cuando ya se había camuflado en las montañas.

Canal Beagle
Canal Beagle

Al regresar al puerto bajamos al costado de dos barcos grandes equipados para viajar a la Antártida. Uno de ellos lucía una bandera roja con blanco, me acerqué y el viento dejó ver nuestro escudo en la bandera.

Me emocioné al borde de las lágrimas. Estaba mi bandera en el fin del mundo. Existe una sensación afable en presenciar parte de tu nación cuando migras a otra. Me sentía abrazado por mi familia, recuerdos de jugar fútbol con mi hermano en las calles, sentía que estaba caminando con mis perros al lado, protegido y acompañado. No importaba que estuviese en la ciudad más al sur del planeta.

Es difícil de explicar. Por más que uno no sea nacionalista y sea crítico con la situación de su país, es inevitable no querer tu patria, no extrañarla y desear que le pase lo mejor en tiempos que parece imposible. La emoción me acompañó hasta el aeropuerto donde llamé a mis padres, como un niño, para contarles mis aventuras.

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Argentina, El Calafate, Patagonia

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