Una patologia argentina

Una patología argentina

“Vas a sacar un córner y te escupe toda la tribuna, te reputean. Pero eso nos pasa a los argentinos desde que somos chicos, nos apedreaban. Tipos de 40 años insultando a pibes de 13”, dijo Claudio Caniggia, quien, con Batistuta, eran los dos pelucones delanteros respaldados por un ya experimentado Maradona. Juntos ganaron la copa Artemio Franchi, la última conquista maradoniana en 1993. El año en que yo nací.

[MIGRANTE DE PASO] Caniggia explica cómo los jugadores argentinos crecen con la hostilidad al lado y, en consecuencia, la presión no los incomoda. Es de extrema rareza ver a un argentino achicarse en canchas extranjeras. Por el contrario, como él mismo describe, parece que van a jugar con un cuchillo entre los dientes.

Argentina cuenta con divisiones infantiles donde dividen las ligas por año de nacimiento y a partir de los 14 años comienza la novena. Cada barrio tiene equipos y clubes. Desde temprana edad juegan a alta competitividad en un entorno brutal y, en lo que coincide Caniggia, es lamentable. La barbaridad fructífera que describe el exjugador me trasladó a cuando tuve la suerte de ir al Mundial de Brasil 2014.

Mi padre y yo, de 20 años, estábamos disfrutando de ver a Messi jugar contra Bosnia. Los albicelestes iban ganando, pero el resultado parece estar separado de la euforia colectiva y maniaca entre los hinchas. Su comportamiento se vuelve amenazante, asqueroso y violento. Presenciamos la penosa expulsión de un bosnio con su pequeña hija de las tribunas. Las hordas descontroladas que lo insultaban y lo hostilizaban lo obligaron a irse. Quedé paralizado.

Casi 10 años después. Pensar en Argentina, como niño pelotero que fui, es imposible separarlo del deporte rey. Sumado a los nervios de mudarme a este país, sentía que debía escoger una hinchada sí o sí. Una vez llegado me di cuenta de que no era necesario. Igual, durante el vuelo ya había escogido a Boca Juniors, por Carlos Zambrano y Luis Advíncula.

No solo estaban nuestros defensores en el club argentino. También, existía la leyenda de un Ñol Solano de 22 años que asistía maravillosamente a Diego Armando Maradona. La calidad del crack peruano aterrizó en el apodo “Maestrito” puesto por Maradona mismo.

Solano y Maradona
Solano y Maradona

21 de Marzo 2022. La selección nacional aún no lucía su tercera estrella. Boca vs River en el Monumental.

-Maestro, al Monumental de River.

-Está difícil, te puedo acercar- me respondió el taxista- ¿De dónde sos?

-De Perú.

-Pero si vos sos alto y blanco- me dijo.

Ya estaba acostumbrado a esos comentarios así que solo reí, estaba asustado por todo lo que había escuchado de los clásicos argentinos. Portando nuestra blanquirroja nacional me llené de valor y aun así no tuve las palabras para debatir la duda sobre mi nacionalidad y la problemática social que eso esconde.

-Hasta acá puedo llegar, uníte al grupo, cantá y cuidado con tu celular- me advirtió mientras bajaba.

Desde el 2006 está prohibido por ley que las hinchadas contrarias accedan al estadio. Se tuvo que aplicar esta medida porque los accidentes por peleas entre hinchadas habían llegado a niveles criminales. Las familias no podían ir a alentar a su equipo. Los clásicos se habían vuelto un peligro.

Me uní a gente que vestía la camiseta de River y los seguí. Canales de hinchas se iban uniendo a un rio caudaloso de gente en la avenida Libertador y Quinteros con dirección a la zona popular Centenario. Fue una caminata de 15 cuadras aproximadamente.

Interrumpida. Antes de llegar a la última barrera de seguridad hubo tres más a lo largo de la avenida. Algunos hinchas, entre discusiones atolondradas con los policías, no tenían permitido pasar. Hay asistentes que ya están marcados por mal comportamiento y al ser identificados no se les permite ingresar. Yo seguí avanzando tarareando las barras que no conocía para camuflarme con el montón.

Existe una sensación sublime y épica cuando visualizas el campo por primera vez. Los cánticos alentadores te ponen la piel de gallina. No hay sitios numerados. Vi todo el partido parado en las escaleras. El árbitro dio el pitido de inicio, pero el partido parecía haber comenzado una hora antes. Saltos, cigarros ansiosos y alegría. Los extremos de las tribunas se mantenían tranquilos con familias. Mientras más te acercabas al núcleo barrista, aumentaba el peligro. Terminó el primer tiempo. Empate. River dominaba.

Camino al baño, el olor a marihuana se mezclaba con el hedor de los hinchas sudorientos. En el urinario, se escuchaban las esnifadas prolongadas. Líneas de cocaína y caras electrizadas abundaban en el baño. Parecía el baño de un rave, pero con uno que otro niño que entraba acompañado. Una mezcla desagradable que te obliga a levantar tus defensas.

Segundo tiempo, amarilla para Advíncula, minuto 54: Gol de Boca. La hinchada que contagiaba euforia comenzó a emanar temor y el conflicto se sentía inminente por donde vieses. Después de ver dos peleas lejanas entre hinchas del mismo equipo, ya en el minuto 80 retrocedí a la parte trasera de la tribuna.

Deambulaban ojos perdidos y, otros, rabiosos. Tiraban botellas y demás objetos a las canchas. El partido terminó y me retiré rápidamente para evitar peleas o cualquier accidente. El peligro estaba presente a cada paso. Ganó Boca y el descontrol predominó en los minutos finales. Botellas de fernet a los jugadores y una pata de pollo a Zambrano enunciaban las noticias al día siguiente.

Pata de pollo a Zambrano
Pata de pollo a Zambrano.

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¿Cómo no existe un Messi peruano? Siempre nos preguntábamos entre bromas y cervezas luego de los partidos de eliminatorias. Tal vez lo hay, lamentablemente no existe el apoyo necesario de nuestro país a sus propios deportistas. Ni existe el empeño por descubrir nuevos talentos. Siempre imagino cuántos genios fueron y son enterrados en el caos peruano.

La supremacía de Lionel Messi no solo se ve reflejada en sus récords y trofeos. Es el mejor en un deporte jugado por hombres y mujeres de todas las edades en todos los rincones del mundo, con balón, latas o botellas. Ante la satisfacción de meter gol, casi cualquier cosa puede convertirse en pelota. Su grandeza rebasó su propia nación y en el mundial del año pasado todos querían que gane él, lo logró. Hacer feliz a casi todos los niños del mundo es su mayor logro. Como Oliver Atom, en los Supercampeones, Leo Messi parece ser amigo del balón.

En el mundial de Qatar, yo y mi camiseta peruana fuimos la cábala de un grupo de gente maravillosa. Fanáticos irremediables y cariñosos. Vi todos los partidos con ellos. Me convertí en uno más.

La agria despedida de Perú al mundial se vio recompensada con la hinchada del país de Messi. Tuve la suerte de crecer viéndolo jugar, desde sus inicios en el Barcelona. Su timidez fuera de la cancha y la dominancia adentro de ella enamoraron al mundo. Es un ejemplo a seguir, contrario al polémico Maradona, y hechiza de motivación a todo a quien que lo vea jugar.

El 18 de diciembre cambió mi visión del fútbol. La final del mundo la sentí como si jugara Perú. Gol de Messi, Gol de Di María. Siento que está siendo muy fácil -me dice un amigo afónico por los gritos que yo también compartí. Anunció un segundo tiempo mortal. La ansiedad llegaba a niveles altísimos. Francia empató durante el segundo tiempo. Ya no me quedaban uñas que morder. Tiempo extra, segundo gol de Messi, a pocos minutos de la victoria Mbappé marcó por tercera vez y vuelve a igualar el resultado. Ya ninguna silla estaba siendo usada.

En los penales ya estaba loco. Cada gol y cada atajada de un Dibu Martínez mágicamente demencial que se volvió héroe tras salvar a Argentina de la derrota sobre el final del partido. Generaban gritos que ya dolían, pero estaban fuera de mi control.

Gonzalo Montiel, un joven aún desconocido, caminó cargando el peso de toda una nación y más. Como un guerrero que está yendo pelear. ¡GOL! Se escuchó en toda la ciudad, el edificio parecía temblar, los llantos de algarabía se te impregnaban. Messi arrodillado ante la victoria fue una imagen que no podré olvidar jamás. Los fernets y el júbilo nos acompañaban mientras vimos la premiación. En el edificio del frente había un hombre sin polo, con medio cuerpo afuera de la ventana dándole vueltas a la camiseta.

Obelisco Copa del Mundo
Obelisco Copa del Mundo.

Llenamos un cooler de hielo y cervezas. Un amigo me regaló su camiseta de Argentina, me la puse en la frente y armonizaba perfecto con la blanquirroja en mi pecho. Aun la guardo con cariño. Rodeados de millones de personas a metros del Obelisco en la 9 de mayo. Caía espuma y agua por todos lados.

El país se transformó en el carnaval más grande de todos. La gente trepada encima de las estaciones de buses y semáforos. Fue inevitable no llorar ante tanta felicidad. Ese día no dormí. Nunca había sonreído tanto, la mantuve durante semanas. Grande Messi, grande Argentina y un enorme gracias a los campeones del mundo.

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Argentina, Fútbol, Lionel Messi

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