Germán Díaz

Si quieres avanzar, no escuches a los demás

Hace algún tiempo, un grupo de ranas muy alegres viajaba por el bosque y, de repente, hubo un accidente: dos de las más pequeñas, que estaban distraídas, cayeron en un hoyo profundo. Al instante, todas las demás ranas se reunieron alrededor del hoyo para ver qué había sucedido y, ver, si podían ayudarlas. Algunas curiosas, otras con intención real de ver qué posibilidades había de apoyar a sus compañeras. En el momento, en que las ranas se dieron cuenta de lo profundo que era el hoyo, la gran mayoría comenzaron a gritarles, a las dos ranas en el fondo del hoyo, que mejor ni se esforzaran, que por lo pequeñas que ellas eran, y que, por lo profundo del pozo, era mejor que no se esforzaran, porque no había manera que pudieran salir de allí, que era mejor que aceptaran su destino y se dieran por muertas. Ninguna de las dos ranas hizo caso a todo lo que les gritaban las ranas que estaban fuera del pozo y siguieron tratando de saltar fuera del hoyo con todas sus fuerzas. Al mismo tiempo, las otras ranas, seguían insistiendo que era inútil seguir tratando, que no iban a poder, que eran pequeñas, que el pozo era hondo, y muchos otros argumentos más, y que finalmente sus esfuerzos serían inútiles y que inevitablemente iban a morir. Después de un tiempo, una de las dos ranas, la que les puso atención a las cosas que las demás les gritaban, que al ser ranas mayores, con más conocimiento y experiencia decían, se rindió. Esta rana, cansada y extenuada, se desplomó y murió.

Sin embargo, la otra rana continuó saltando tan fuerte como le era posible. Al mismo tiempo, la multitud de ranas le gritaba cada vez más y más fuerte, le hacían señas para que dejara de insistir, que dejara de intentar, que era mejor que se detenga, que deje de sufrir y que simplemente se disponga a morir, ya que no había escapatoria, que no tenía caso seguir luchando. A pesar de todos los gritos, la rana no se detenía, seguía y seguía, saltando cada vez con más fuerza, hasta que finalmente, con todas las fuerzas que tenía, dio un salto enorme y logró salir del hoyo. En ese momento, todos los gritos en contra, toda la negatividad, toda la desesperanza se tornó en júbilo, en alegría.

Todas eran palabras en apoyo a la rana que había logrado vencer su destino. Sin embargo, la rana sólo seguía avanzando, como que lo que le decían, no le afectaba. En ese momento, una de las ranas mayores, la de más jerarquía se le acerca y le dice directamente: “Estamos felices y orgullosos, nos da mucho gusto que hayas logrado salir de ese pozo que pudo haber acabado con tú vida, como pasó con tu compañera, y todo eso, a pesar de que te gritábamos que era mejor que no lo siguieran intentando, que no había posibilidad. A pesar de eso, tú insististe y lograste vencer a la muerte”.

La rana, sólo la miraba sonriente, y en un momento, se gira hacia el resto de las ranas, que la veían confundidas, y les explicó que ella era sorda, y que estaba muy agradecida por sus gritos, les agradecía que no se hubieran rendido y que sus gritos de ánimo fueron los que hicieron que ella no se rindiera y que se siguiera esforzando hasta finalmente salir del hoyo.

¿Cuántas veces en tu vida has hecho caso a los que “saben”, en vez de seguir tus instintos?, ¿Cuántas veces has escuchado a la gente decirte: tú no puedes, eso no es para ti, tú no eres capaz, ¿tú no vas a poder?

Hay personas que piensan: “si hasta hoy nadie ha podido, quiere decir que no se puede”. Sin embargo, hay otros que piensan: “si hasta hoy nadie ha podido, yo puedo y voy a ser el primero”. ¿Qué tipo de persona eres tú?

Las palabras pueden construir y al mismo tiempo pueden destruir, tanto las tuyas hacia ti, las de los demás hacia ti o las tuyas a los demás. Por eso es importante que cuides tus palabras porque estas crean tu realidad. Asegúrate que tus palabras estén creando la realidad con la que sueñas, asegúrate que estén construyendo en ti y en otros.

Alguna vez escuché: “Cuida tu café. Si tu peor enemigo pone 10 cucharadas de azúcar en tu café, para hacerte daño, lo peor que puede pasar es que tengas un café muy dulce. Sin embargo, si tu mejor amigo, por descuido, pone una insignificante gota de veneno en tu café, tú podrías estar muerto.”

En la NASA, hay un póster de un abejorro, que dice así: “Aerodinámicamente, el cuerpo de un abejorro no está hecho para volar; lo bueno es que el abejorro no lo sabe.” Te invito a que seas como ese abejorro, y no permitas que la gente te diga qué es posible y qué no es posible, en y para tú vida. Se como esa rana, sorda a las críticas y que, en vez de escucharlas, lo que ella oía eran palabras de aliento. No escuches a nadie que te diga que tus metas y sueños no se pueden hacer realidad, escucha tu propia voz que te dice: “yo sé que vamos a triunfar”.

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Creciendo entre amigos, Germán Díaz

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