“No Matarás” Daniel Parodi

“No Matarás”

El movimiento del 23 de mayo de 1923 no era anticlerical, ni antirreligioso, propugnaba que Estado e Iglesia vayan por caminos separados. En uno de esos discursos, tras el asesinato de Ponce y Vidalón, Víctor Raúl Haya de la Torre mencionó con reiteración el quinto mandamiento: “no matarás”.

El pasado 23 de mayo se conmemoró el centenario de las jornadas de protesta obrero-estudiantiles en contra de la Consagración del Perú al Sagrado Corazón de Jesús. La medida fue promovida por el gobierno autoritario de Augusto B. Leguía y, para Víctor Raúl Haya de la Torre y los líderes obrero-estudiantiles que encabezaron las protestas, estas constituían la ocasión de consolidar y darle un cariz político a la unión obrero estudiantil que se venía gestando en las diferentes sedes de la Universidad Popular González Prada, fundada en 1919. La protesta obrero-estudiantil contra la Consagración era también la oportunidad de iniciar una activa campaña de oposición desde las organizaciones sociales, sindicales y estudiantiles en contra de la dictadura que, por aquel entonces, consolidaba su presencia en el Perú y, al mismo tiempo, para defender la libertad de conciencia y la laicidad del Estado. 

La jornada comenzó el 23 de mayo a las 4:00 pm, en el patio principal de la antigua casona de la Universidad de San Marcos, en donde Haya y diversos dirigentes obrero-estudiantiles pronunciaron sendos discursos en defensa de las libertades civiles, la vigencia del orden constitucional y la intangibilidad del carácter laico del Estado. Seguidamente salieron en marcha de protesta por las principales calles de Lima -lo que hoy comprendemos como el Centro Histórico- pero fueron reprimidos violentamente por las fuerzas del orden. 

A decir de Luis Alberto Sánchez:

“En la esquina de Huérfanos, un pelotón cerró el paso a los estudiantes y obreros, mientras otro atacó por la retaguardia. Sonaron las descargas, zumbaron las piedras. Tiros de revólver, gritos. Desde la torre de la iglesia de Huérfanos llovieron disparos sobre el pueblo. Al replegarse este, dejaban tendidos varios heridos y dos muertos: el tranviario Salomón Ponce y el estudiante Alarcón Vidalón”. (1979)

La represión leguiísta solo logró enardecer más a la multitud que consiguió, tras varios enfrentamientos más contra la policía, alcanzar el frontis de Palacio de Gobierno y dirigir varios discursos en contra del tirano en el Poder. Al día siguiente, a las tres de la tarde, los insurrectos se plantaron frente a la morgue de Lima para garantizar una autopsia imparcial que develase la real causa de la muerte de los primeros mártires de la lucha obrero-estudiantil.

Mientras se producía este acto, Haya y otros dirigentes sustrajeron los cadáveres de la morgue y, en medio de harto enfrentamiento contra la reacción oficial, lograron trasladar los cuerpos al cementerio Presbítero Maestro, donde se realizaron los entierros. Haya tuvo que huir y esconderse por ser el personaje más buscado por la dictadura y, al día siguiente, los diarios publicaron el decreto arzobispal que dejaba sin efecto la Consagración señalando “que la Iglesia tiene misión de paz y prosperidad”.

Entre los varios discursos que pronunció Haya de la Torre entre los días 23 y 24 de mayo de 1923, se destacaron nítidamente fragmentos que exaltaban la vida de Jesús, así como pasajes y mandamientos bíblicos. El movimiento no era anticlerical, ni antirreligioso, propugnaba que Estado e Iglesia vayan por caminos separados. En uno de esos discursos, tras el asesinato de Ponce y Vidalón, Haya mencionó con reiteración el quinto mandamiento: “no matarás”.

Reflexión

Las protestas contra la Consagración del Perú al Sagrado Corazón de Jesús ameritan al menos dos lecturas: una que la separa de nuestro tiempo, mientras que la otra la acerca. La primera tiene que ver con la consolidación del frente único de trabajadores manuales e intelectuales, conocida proposición que se adjudica a Haya de la Torre, influenciado por el maestro Manuel González Prada quien, en 1905, pronunció ante la Federación de Panaderos de Lima el discurso titulado “El intelectual y el obrero” en donde, aunque atribuye al intelectual el liderazgo de la rebeldía, lo limita señalando que su rol no debe ser el de lazarillo:

“El mayor inconveniente de los pensadores -figurarse que ellos solos poseen el acierto y que el mundo ha de caminar por donde ellos quieran y hasta donde ellos ordenen. Las revoluciones vienen de arriba y se operan desde abajo. Iluminados por la luz de la superficie, los oprimidos del fondo ven la justicia y se lanzan a conquistarla, sin detenerse en los medios ni arredrarse con los resultados. Mientras los moderados y los teóricos se imaginan evoluciones geométricas o se enredan en menudencias y detalles de forma, la multitud simplifica las cuestiones, las baja de las alturas nebulosas y las confina en terreno práctico. Sigue el ejemplo de Alejandro: no desata el nudo, le corta de un sablazo”

No olvidemos que el propio Vladimir Ilich Lenin, en su obra “Qué Hacer” publicada en 1902, señaló que el liderazgo del Partido Bolchevique no debía caer necesariamente en obreros, sino que podían contarse intelectuales dentro de ese pequeño Comité Central que debía erigirse en el cerebro de una gran revolución proletaria en ciernes.

Haya de la Torre, a su turno, amplió la idea de frente único de González Prada y de Lenin. Según su interpretación marxista de América Latina -nos referimos al Haya entre 1925 y 1930 – incluso las clases medias debían formar parte del frente pues cualquier sujeto descontento con el imperialismo podía ser útil a la lucha en determinado momento. Este planteamiento fue luego neurálgico en su polémica con Mariátegui. Los supuestamente “socialistas puros” acusaron a Haya de revisionismo al incluir las clases medias en la lucha, aunque desde la mirada del fundador del APRA, las clases medias de los países tercermundistas eran también objeto de explotación imperialista puesto que recibían ingresos hasta cinco veces inferiores a sus pares de los países desarrollados.

En todo caso, de acuerdo con Zygmunt Bauman (2017) vivimos en Tiempos Líquidos y esa Indoamérica y ese Perú del que hablaron y polemizaron González Prada, Haya y Mariátegui han sido superados por una realidad mucho más compleja. Para comenzar, hoy somos un país informal, muy parecido al que describió José Matos Mar en su celebérrimo “Desborde Popular y Crisis del Estado” y, por otro lado, los grandes teóricos de la globalización sostienen que actualmente la performance y el consumo han desplazado a la sociedad de clases.

En cambio, el tema de las libertades civiles parece estar más vigente que nunca. “No matarás” dijo Haya en tenor religioso, pero tras el “mandato divino” se descubre la defensa del inajenable derecho a la vida, básico y fundamental en cualquier constitución que se precia de liberal, democrática y republicana. El 23 de mayo de 1923, hace precisamente cien años, las fuerzas del orden dispararon contra la multitud, y lo hicieron porque regía una dictadura, la primera del siglo XX, la que inauguró un ciclo pérfido de flagrantes violaciones de la Constitución e interrupciones del Estado de Derecho en el Perú, las que continuaron hasta el 5 de abril de 1992 y se yerguen como una amenaza muy actual en contra de nuestra precaria institucionalidad y nuestra más que asediada vigencia de derechos fundamentales, entre ellos los derechos humanos.

La noche del 14 de noviembre de 2020, en esas mismas calles de Lima, muy cerca de Huérfanos, cayeron Inti y Brian, mientras protestaban contra el apócrifo gobierno de Manuel Merino. Menos de tres años después, como paradójica conmemoración del Centenario de las jornadas de protestas del 23 de mayo de 1923, al atardecer del año 2022 y al amanecer del 2023, más de cincuenta vidas de ciudadanos peruanos que clamaban por más democracia y libertades civiles fueron cegadas debido a una siniestra interpretación del monopolio de la violencia ejercida desde el Estado.

Cien años después del 23 de mayo de 1923, caen nuevamente Salomón Ponce y Alarcón Vidalón en las históricas calles del damero de Pizarro, así como en las de Ayacucho y Puno, mientras que Haya de la Torre, eufórico, las sigue recorriendo, clamando un grito desesperado, tratando de convencer a los viejos balcones coloniales que lo miran con indiferencia: “no matarás”.

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