Camila Vidal

El Cine sin paraíso

El encierro se impuso como un periodo de reflexión en torno a la sociedad en la que vivimos y una de las interrogantes ha sido preguntarnos sobre los espacios que nos separan y nos hacen un individuo, y sobre los que nos unen y nos hacen un colectivo. Estos espacios en donde la estética le suma sensibilidad a la interacción ciudadana aportan al diálogo abierto y al fortalecimiento de la memoria histórica.

El cine desde sus inicios, con la creación del cinematógrafo por los hermanos Lumière en 1895, se impuso como un medio popular. Los primeros ensayos de rodaje retrataban desde el fin de una jornada laboral, la corrupción política, la prostitución, las condiciones de vida de obreros e inmigrantes hasta la defensa del pueblo frente al poder. Como suele ocurrir, los gobiernos consideraron al cine como una amenaza frente a los valores tradicionales y planteamientos ideológicos de la sociedad de principios del siglo XX. Es así como en 1898 la famosa escena de tan solo 18 segundos de Edison, “El beso”, fue censurada por la Iglesia Católica.

A pesar de las regulaciones en los contenidos cinematográficos a lo largo de la historia, el rol del “espectador” ha resistido, permitiendo que el cine abra puertas que otros ni siquiera han podido tocar. Un ejemplo claro de que las convicciones políticas cobran vida es “El Gran Dictador” de Charles Chaplin (1940); una sátira política por donde se vea. Por otro lado, el cine también empieza a manifestarse como una experiencia sensorial, permitiendo que el espectador sea capaz de interrumpir su vida de la forma más placentera y transformadora. El mejor ejemplo es “La Vida es Bella”, un clásico de 1997, dirigida por Roberto Benigni, que se convirtió en un manual sobre cómo superar obstáculos insuperables.

Ver una película es someterse a nuevas ideas, pero también entregarse a la risa, al miedo, a la nostalgia y a la esperanza. No hay que saber de cine para sentir la sensación de lo inesperado cuando se apagan las luces de la sala, no hay que ser músico para emocionarse con una banda sonora entrañable, no hay que estudiar para convertirse en espectador. Esta experiencia irrepetible de ir al cine, se ganó un lugar en la sociedad y está en peligro de extinción.

Los servicios de streaming son una especie de escape a las responsabilidades que evade los problemas cotidianos, pero el cine es más que eso. Cuando se vuelve de la sala de cine a la realidad, el vínculo no se rompe, porque quisiéramos que la experiencia continúe. Existe una relación de convivencia más que un escapismo, una donde se reaviva el amor. Hoy, donde hay indicios de que se aproxima la transición a una especie de vuelta a la normalidad, es el momento indicado para re imaginar la sala de cine desde su colectividad, como un lugar para conversar y redescubrir.

Por tercera vez, volví a ver “Cinema Paradiso” para escribir este artículo. Y es que sería hermoso imaginar una reapertura de las salas de cine, que se encuentran cerradas en Perú hace 15 meses, con el reestreno de películas clásicas como esta, un homenaje al séptimo arte que después de 30 años consigue emocionar a quien la vea. Una película inmortal dirigida por Guiseppe Tornatore en la que dos vidas paralelas, la de Totó que apenas comienza y la de Alfredo atrapada y olvidada en un cuarto de proyección de película, vencen al destino del cine como enfermedad terminal gracias a su amor incondicional por este. Destino que se veía amenazado por la extinción de las salas de proyección, hecho similar al de nuestros tiempos, y por la llegada de los videos hogareños. Cuando se escucha la banda sonora de Ennio Morricone es inevitable no sentir que lo que vemos en la pantalla, a pesar de las diferencias en el tiempo, se parece a nuestra vida: el cómo se reivindica el espacio para la nostalgia, la añoranza de la infancia, el no rendirse ante les vicisitudes de la vida, el saber que se puede aprender de los errores y reanudar el camino. Cine sobre cine, es eso, un cine sincero, simple, atemporal y de pura emoción, pues les advierto es muy fácil llorar hacia el final de esta película.

La reapertura de las salas de cine debería reivindicar su papel transformador y su voz de opinión. Además, estos planes tienen que venir de la mano de la creación de más espacios de fomento y difusión del cine peruano que promuevan la reconstrucción de nuestra identidad como un pueblo que busca la democracia y menos polarización. Es tiempo de promover también planes de apertura de nuevas escuelas de cine a nivel nacional, como también planes de financiamiento adecuados por parte del Estado y entidades privadas, revisión de los estímulos económicos existentes para la actividad cinematográfica y audiovisual y hasta analizar la posible inserción de cátedras de cine en los colegios, hoy que el “storytelling” juega un rol muy importante en la construcción de nuestra historia.

El cine tiene su lugar en la sociedad, no lo dejemos morir y devolvámosle su paraíso.

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Cine, Cuarentena

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