Giancarla Di Laura 2

Arguedas sigue viviendo

"Arguedas es conocido sobre todo como narrador, pues Yawar Fiesta (1941), Los ríos profundos (1958), Todas las sangres (1964) y la póstuma El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971) son de lo mejor y más interesante de la novelística peruana del siglo XX. A eso hay que añadir numerosas páginas de estudios antropológicos y ensayos que lo convierten en un pensador de gran calado, con una aguda conciencia del colonialismo interno que agobiaba y agobia a la población indígena."

He seguido con atención los múltiples eventos y homenajes que se han realizado este año con motivo del centenario de la publicación de Trilce, el segundo poemario de César Vallejo que revolucionó la poesía en castellano y puso al Perú en el mapa de la poesía mundial. De esto he escrito ya bastante y sin duda seguirán nuevos eventos y conversatorios que rindan justicia al querido poeta de Santiago de Chuco.

Sin embargo, otro aniversario que pasó casi desapercibido fue el cincuentenario de Katatay, el único poemario de José María Arguedas. El escritor andahuaylino, como se recordará, murió el 2 de diciembre de 1969 como producto de las heridas que se causó él mismo al dispararse un balazo en un baño de la Universidad Agraria La Molina, donde era uno de los profesores más queridos. Los motivos de su suicidio nunca quedaron demasiado claros, pero es casi seguro que las crisis depresivas que sufría y la desesperanza del ver al pueblo quechua en una situación de condena llevaron a que decidiera dejar este mundo, luego de haber escrito una obra maravillosa, que llena de orgullo a los peruanos al rescatar desde adentro, es decir, desde el conocimiento profundo y la identificación plena con el mundo quechua, al poblador andino, su sensibilidad, su cosmovisión, todo aquello que lo hace parte de una cultura de milenios que recién a partir de 1532 (con la llegada de Pizarro) vio interrumpido su desarrollo autónomo y tuvo que vivir bajo un sistema occidental que hasta hoy prolonga la opresión colonial.

Arguedas es conocido sobre todo como narrador, pues Yawar Fiesta (1941), Los ríos profundos (1958), Todas las sangres (1964) y la póstuma El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971) son de lo mejor y más interesante de la novelística peruana del siglo XX. A eso hay que añadir numerosas páginas de estudios antropológicos y ensayos que lo convierten en un pensador de gran calado, con una aguda conciencia del colonialismo interno que agobiaba y agobia a la población indígena.

Pero creo que ya es hora de rescatar a José María Arguedas como lo que era fundamentalmente: un poeta. Los poemas que empezó a publicar en quechua en la década de 1960 nos revelan a un autor que logra poner en verso libre las penas y las alegrías, la visión de la naturaleza y el cosmos que insuflan lo que la teoría decolonial llama una «episteme indígena». Para facilitar su difusión, el mismo Arguedas hizo traducciones de sus poemas al castellano y los publicó junto con los originales en quechua. Poemas como «A nuestro padre creador Túpac Amaru», «Llamado a algunos doctores», «Oda al jet», «A Cuba» y los otros tres recogidos en la colección Katatay (Temblar, 1972) son una evidencia de que la poesía quechua no tiene por qué atenerse a las estrofas tradicionales ni tiene por qué estar ligada al canto y a la representación ritual. Arguedas modernizó la poesía quechua como nadie y la puso a la altura de nuestra gran poesía en español, cuya cumbre, como sabemos, es Trilce (1922) de César Vallejo.

Esta semana, justamente, se realizó en la Universidad Complutense de Madrid el gran Encuentro Internacional «El mismo viento respiramos: el tinkuy andino en la herencia de José María Arguedas», un congreso donde se reunieron algunos de los mejores estudiosos de Arguedas y de la literatura quechua en general. Nombres como los de Martin Lienhard, José Carlos Vilcapoma, Julio Noriega, Juan Zevallos, Christian Fernández, José Antonio Mazzotti, Luis Andrade, Giovanna Pollarolo y muchos más dieron cuenta de múltiples aspectos de la obra de Arguedas. De paso, se estudió su obra poética y se presentó la nueva novela de nuestro narrador trujillano Eduardo González Viaña, titulada Kachkanirajmi, Arguedas, que recoge la expresión tan elocuente en quechua, que significa «a pesar de todo, sigo existiendo, sigo resistiendo». Se trata de una novela muy interesante que recrea la vida de Arguedas a través de la presencia de los zorros andinos que el mismo Arguedas actualizó en su última novela.

«Tinkuy» es una palabra que significa «encuentro», pero que puede incluir también un evento conflictivo, en busca de una resolución. Es uno de los grandes conceptos que gobiernan la organización de la vida y las comunidades andinas. La iniciativa del «tinkuy» de Madrid se la debemos a los jóvenes investigadores Francesca Federico, Giovanna Arias Carbone y Juan Manuel Díaz Ayuga, interesados en la cultura peruana y en la difusión de nuestra literatura en España.

Gracias a ellos y otros intelectuales que aman el Perú es que nuestro riquísimo legado cultural se mantiene vigente como un punto de referencia insoslayable en el panorama académico internacional.

Arguedas sigue viviendo. Después de 53 años de su muerte, su propuesta de modernidad alternativa parece ser el único camino viable para nuestra supervivencia. Hay que seguir leyéndolo e investigándolo. Ese es el mejor homenaje que podemos hacerle.

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Arguedas, Katatay, poesía peruana, tinkuy

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