Giancarla Di Laura 2

De escritores, proxenetas y un silencio cómplice

"Captura de Manuel María Rilo Podestá, de 52 años, por presuntos delitos de proxenetismo, tráfico de personas, maltrato, comercio ilícito y otros cargos. En pocas palabras, flagrantes violaciones a los derechos humanos y, sobre todo, explotación y encierro de jóvenes mujeres "importadas" y engañadas"

Esta semana se dio en Lima un remezón algo inesperado: la captura de Manuel María Rilo Podestá, de 52 años, por presuntos delitos de proxenetismo, tráfico de personas, maltrato, comercio ilícito y otros cargos. En pocas palabras, flagrantes violaciones a los derechos humanos y, sobre todo, explotación y encierro de jóvenes mujeres «importadas» y engañadas desde Venezuela, Colombia y Ecuador, que eran traídas a Lima por el susodicho a fin de obtener ganancias por los servicios sexuales a que las obligaba para que le devolvieran el costo del pasaje y alojamiento. 

El parte policial es extenso y ya ha sido bastante difundido en medios periodísticos y redes sociales. Nada tendría de extraño este caso (un caficho más, diríamos, arrestado por la División de Investigaciones de Alta Complejidad de la Policía Nacional del Perú), al cual hay que añadir denuncias en años recientes de violencia doméstica que el incautado perpetraba contra su esposa. O sea, no solo era proxeneta, sino también pegalón. Desgraciadamente, en el Perú y en todas partes, aún hay hombres así.

Al saberse todo esto saltaron inmediatamente datos incómodos dentro de nuestra precaria «ciudad letrada»: Rilo es un escritor surgido como parte de la Generación del 90, muy conocido entre poetas y narradores por su actividad editorial y librera. Se graduó en literatura en la Universidad Católica y hasta obtuvo un doctorado en la Universidad de Miami el 2007. Diez años antes había publicado su novela Contraeltráfico, de corte bukowskiano, siguiendo los clichés del realismo sucio, y participaba en presentaciones de libros y eventos literarios. Por añadidura, enseñaba regularmente en una universidad local. Era pues, lo que se dice, un habitué, un verdadero caserito del ambiente editorial y cultural.

También se sabe que tuvo una asociación con una de las actuales escritoras lideresas del feminismo local mediante el negocio de una librería en los años 90 y tempranos 2000 dentro de la movida contracultural del jirón Quilca en el centro de Lima. Asimismo, han salido a la luz sus amoríos con la polémica congresista Patricia Chirinos por aquellos años, así como su romance con otra poeta (famosa por su verbo florido), que en una carta publicada esta semana en las redes recuerda con nostalgia «nuestro momento» de cariño. 

Este Rilo, pues, rompió algunos corazones, lo cual no es en sí mismo ningún pecado ni delito, así que no vale la pena ahondar mucho en eso. Lo que sí llama la atención es que todas estas escritoras e intelectuales –y muchas más– callen ahora en siete idiomas ante el escándalo que rodea la figura de Rilo. Otra de ellas incluso llegó a sugerir silencio como «la reacción más inteligente» ante el circo mediático que se ha montado tras el escándalo. 

Es claro que nadie quiere echar más leña al fuego, pues el morbo está a la orden del día, como se ve en las redes y algunas publicaciones impresas y virtuales. Pero es curioso también que ninguna de esas abanderadas de los derechos de las mujeres haya dicho ni una sola palabra sobre el drama de la prostitución en el Perú, donde se calcula que hay unas 67 mil trabajadoras del sexo. La solidaridad con las explotadas prostitutas que Rilo maltrataba –hasta el punto de marcarlas con su nombre, como ganado– brilla por su ausencia.

 Solo en un gesto algo tardío y bajo intensas presiones la Cámara Peruana del Libro, a la que Rilo estaba adscrito y en cuya Feria Internacional del Libro en Lima participaba con un stand de su editorial «Amelie», se pronunció el 6 de julio, separándolo de sus filas.

Lo que pasa es que Rilo es un personaje incómodo en muchos sentidos. Se dice que la policía tiene su celular y las libretas en las que aparecen los nombres de sus clientes, algunos de los cuales serían conocidos personajes de nuestro mundillo cultural. Y si el personaje empieza a hablar sin duda saltarían los sapos y quién sabe cuántos títeres quedarían sin cabeza. 

Este silencio recuerda el que gozó hace tres años un famoso editor de libros de poesía que fue acusado por lo menos por cinco mujeres del delito de violación. Antes bastaban una denuncia y el dogma del «yo te creo, hermana» para que el acusado fuera linchado mediáticamente. Pero ocurre que en el catálogo de ese editor aparecían muchas poetas conocidas de nuestro pequeño parnaso local. Ninguna quiso comprarse el lío. Más pudo el «buen nombre» literario. 

Hay algo muy tortuoso en ese doble rasero que condena a la hoguera a escritores inservibles y a otros los blinda con un silencio casi religioso. Lo mismo pasa con la indiferencia con que algunos colectivos feministas asumen los ataques de sus amigos varones contra mujeres que no comulgan de su argolla. Fue lo que me ocurrió en marzo de este año cuando un sexagenario poeta embistió agilísimamente contra mí –berrinche en mano– porque no le gustaron mis reseñas.

Pero al final, todo se sabe. El caso Rilo, aparte de la inmundicia moral que ha revelado en relación con sus cautivas explotadas y el horroroso drama de la prostitución en el Perú, también ha servido para iluminar la hipocresía de ciertos grupos en nuestro llamado «campo literario». Patético fin para lo que en algún momento se anunció como un acto de justicia contra los abusos de algunos hombres y acabó convirtiéndose, penosamente, en un lobby literario más.

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derechos humanos, Manuel María Rilo Podestá, mujeres "importadas"

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