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Howlin' Rain: Los que pueden (tocar mucho), pueden... | Sudaca - Periodismo libre y en profundidad
Jorge-Luis-Tineo

Howlin’ Rain: Los que pueden (tocar mucho), pueden…

"Howlin' Rain es un grupo de San Francisco que reivindica, desde hace casi veinte años, el rock orgánico y virtuoso de los setenta y ochenta: armonías vocales, solos kilométricos, canciones con múltiples cambios de tonalidad y letras estimulantes, alucinógenas o idealistas..."

Howlin’ Rain es un grupo de San Francisco que reivindica, desde hace casi veinte años, el rock orgánico y virtuoso de los setenta y ochenta: armonías vocales, solos kilométricos, canciones con múltiples cambios de tonalidad y letras estimulantes, alucinógenas o idealistas, donde la más corta puede sobrepasar fácilmente los seis minutos de duración. Y lo hace desde una trinchera «indie» -un pequeño sello discográfico llamado Silver Current Records-, con una actitud que parece anclada en Woodstock y Winterland. 

Su fundador, líder y único miembro estable, Ethan Miller, es un extraordinario guitarrista, cantante y compositor con vocación de hippie y gurú espiritual, que toca con sus amigos en ranchos, camionetas y casas de campo, en festivales al margen del music business y graba álbumes de una extravagancia, lucidez y complejidad digna de otras épocas, sin que por ello suenen nostálgicos o calculadamente «retro». Siguiendo la senda de Grateful Dead -de lejos, su mayor inspiración- y Phish, los discos de Howlin’ Rain te dejan en claro que, a contramano del predicamento actual, no cualquiera puede ser músico. Es un trabajo duro que exige talento, disciplina y, sobre todo, mucha destreza. 

Antes de Howlin’ Rain, Miller lideró Comets On Fire, un cuarteto de psicodelia psicótica que estaba en las antípodas de lo que hace ahora. De sonido rugoso y difícil de digerir, por momentos parecía una banda hardcore punk o de noise rock, con ráfagas de distorsión y terrorismo sonoro. Sus cuatro álbumes, editados entre 2001 y 2006 -los dos últimos, Blue Cathedral (2004) y Avatar (2006), bajo la famosa escudería Sub Pop Records (Nirvana, Soundgarden)-, son un verdadero desafío. La intensidad emocional de Comets On Fire hastió a sus propios integrantes, lo que motivó la disolución del grupo. Y, como terapia, Ethan Miller decidió convocar a dos amigos suyos -Ian Gradek (bajo) y John Moloney (batería)- para la primera alineación de su nuevo proyecto, con un sonido más accesible. Howlin’ Rain (Birdman Records, 2006), el epónimo debut, posee un aura vital y energética de buen rock electroacústico con algunas sorpresas para el melómano atento. En medio de las descargas que recuerdan a Bob Seger, Little Feat o Lynyrd Skynyrd, inesperadas y cacofónicas tormentas pueden cortar la tranquilidad de un momento a otro.

Uno puede escuchar ecos de Grand Funk Railroad, Styx, Yes y Jethro Tull en varios pasajes instrumentales de Howlin’ Rain. El segundo álbum, Magnificent fiend (2008), llamó la atención del prestigioso productor Rick Rubin, quien los contrató para su sello American Recordings, lo más cerca que Miller y su banda han estado de las ligas mayores del negocio discográfico. El resultado fue un álbum titulado The Russian wilds (2012), que contiene temas alucinantes como Cherokee werewolf, Phantom of the valley -con fuga a lo Santana- o la del cierre, Walking through stone y su coda, un simpático instrumental con tintes de jazz, titulado … Still walking, still stone. Las influencias van desde el rock sureño de .38 Special y Widespread Panic al vértigo progresivo de Kansas o Boston, de las armonías de Crosby Stills & Nash al poder eléctrico de The Crazy Horse. Sin embargo, Miller -que podría pasar como hermano menor de Rubin por sus densas barbas- decidió mantener la independencia absoluta y no siguió adelante con ningún sello grande. 

En ese período, la banda la completaban Joel Robinow (voz, guitarra, teclados), Isaiah Mitchell (voz, guitarra), Cyrus Comiskey (voz, bajo) y Raj Ojha (batería). Sin embargo, el extenuante proceso de grabación, producción y promoción de The Russian wilds -cuatro años en total- hizo que los cuatro renunciaran a Howlin’ Rain, dejando solo a Miller quien decidió darse un tiempo para lanzar un álbum más introspectivo y oscuro, Mansion songs (2015), con el apoyo de algunos amigos. En este disco, que Miller cataloga de exorcismo y renovación, destacan piezas como Big red moon, Coliseum, Meet me in the wheat y Ceiling fan, un relato hablado en el que menciona a sus principales influencias musicales, poéticas y artísticas. Un año antes se lanzó Live rain (2014), el primer disco oficial de Howlin’ Rain en vivo, un tour-de-force indispensable para entender su tórrida energía. Desde entonces, su casa matriz Silver Current Records viene inundando el mercado y las plataformas digitales con diversas ediciones de conciertos, demos y bootlegs grabados por fans, al mejor estilo de los Grateful Dead, en vinilo, CD y versiones disponibles para descargar desde su perfil en BandCamp (https://howlinrain.bandcamp.com/). 

La música de Howlin’ Rain te transporta hasta las amplias carreteras norteamericanas con enorme facilidad, gracias a la potencia de las guitarras de Miller, siempre acompañado de un segundo guitarrista, tan bueno como él, para intercambiar impredecibles armonías y contrapuntos, con ese clásico juego de «guitarras gemelas» que hicieron famoso agrupaciones como Thin Lizzy, los Allman Brothers o incluso icónicas bandas de heavy metal como Iron Maiden o Judas Priest. Los solos de Miller pasan de desarrollos convencionales de blues-rock a fraseos más arriesgados, ingresando a terrenos experimentales -como en sus tiempos con Comets On Fire- de modo que cada tema presenta bruscos cambios. El viaje imaginario entre montañas rocosas se puede convertir, de un momento a otro, en viajes astrales como en The wild boys (The alligator bride, 2018) o Calling lightning with a scythe (Howlin’ Rain, 2006, con casi minuto y medio de un solo de guitarra capaz de rasgar los oídos a cualquiera) o Strange thunder (The Russian wilds, 2012).

En el 2018, otra vez con nuevos integrantes -Dan Cervantes (voz, guitarra), Jeff McElroy (voz, bajo) y Justin Smith (voz, batería), Howlin’ Rain publicó The alligator bride, un triunfal retorno al rock crudo y eléctrico, que incluye composiciones de alto calibre como Missouri, Coming down o el tema título (aquí una versión en vivo en el festival itinerante y virtual Jam in the Van, que se produce y transmite desde el 2011 por YouTube, en un estudio móvil que funciona con energía solar). 

En este tiempo la banda recorrió varios estados como teloneros de The Black Crowes y se mantuvo muy activa hasta que la pandemia canceló conciertos y festivales de un porrazo. Con el mismo elenco, y ya en medio del confinamiento por el COVID-19, el cuarteto ingresó a los Estudios Louder en Grass Valley, California, para grabar su sexto disco oficial, con carátula y título alusivos a uno de los símbolos más importantes del budismo y el hinduismo, The Dharma Wheel. La Rueda del Dharma, parte del escudo de la bandera de la India, representa, entre otras cosas, el cumplimiento ordenado y perfecto de la ley, de la doctrina religiosa como entidad circular y abarcadora de todo en el universo. 

Con dos colaboradores estelares, Adam McDougall, ex tecladista de The Black Crowes, y la legendaria violinista Scarlet Rivera, quien fuera parte de la gira Rolling Thunder Venue de Bob Dylan (1976), Howlin’ Rain ofrece un sustancioso y caleidoscópico menú para los amantes del rock clásico: de las iniciales atmósferas floydianas en Prelude al tema-título de 16 minutos que parece un batido de David Gilmour en Echoes (Pink Floyd, 1970) con Tom Scholz en Foreplay/Long time (Boston, 1976), a los solos inspirados en Jerry García de Annabelle; los instrumentistas disfrutan de la alegría de tocar todo lo que quieran, sin que nadie les reproche ello con disforzadas acusaciones de autoindulgencia. La animada Don’t let the tears es un country-rock con espaciales intervenciones de McDougall en el Fender Rhodes y dobles guitarras como los Allman Brothers en Jessica, del disco Brothers and sisters (1973). 

Luego de salir al mercado este disco -«un viaje de 52 minutos a un reino imaginario de exageradas conexiones con el presente» como dicen ellos mismos-, Miller volvió a rearmar la banda, esta vez con Jason Soda (voz, guitarra), Kyre Wilcox (voz, bajo) y Justin Smith (voz, batería), el único sobreviviente de la formación que había grabado The Dharma Wheel. Con la reapertura de las agendas de conciertos, Miller y su combo están saliendo de nuevo al camino, anunciando fechas en EE.UU., Europa y Australia. La nueva alineación de Howlin’ Rain es tan buena como las anteriores, como puede apreciarse en estas sesiones grabadas en los estudios Palomino Sound de Los Angeles, en octubre pasado. 

La actual degeneración de la filosofía DIY («Do It Yourself») -que fue la base conceptual de importantes movimientos como el punk y sus derivados, las primeras generaciones «indie» y muchos no músicos que realizan cosas interesantes con pocos talentos, digamos, formales y/o mínimos recursos-, que hoy nos condena a escuchar a diario cómo cualquier paparruchada recibe adjetivos como «espectacular», «extraordinario», «capo», ha ocasionado que bandas como Howlin’ Rain pasen desapercibidas para los públicos masivos que regalan su admiración a lo que sea que esté de moda. Su éxito consiste en otra cosa, que es más difícil de conseguir: crear mundos paralelos, dominar a la perfección sus instrumentos, generar emociones positivas en la gente. En un mundo como este, contaminado de materialismo y superficialidades de todo tipo, guerras, corruptelas y pandemias, eso no tiene precio.

Tags:

Cultura, Música, sociedad

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