Incertidumbre sin fin

El Presidente Castillo optó por comenzar su Gobierno con la designación de un Gabinete históricamente provocativo y controversial.  El frenesí de nombramientos completamente inapropiados en puestos clave del Estado que le siguió hizo inequívoco el mensaje: no habrá consenso, ni negociación – lo que se busca es la confrontación, y luego, la conquista.

Las consecuencias no se hicieron esperar. Se consolidó una sólida mayoría opositora del establishment político y económico del país en tiempo record, que estaría satisfecha de abortar al Gobierno ya mismo. Hasta figuras mesuradas, como Alberto Vergara, empezaron a hablar de vacancia

Pero el desenfreno inicial debe estrellarse con la realidad: remover al Presidente es harto difícil. Primero, está la aritmética: el oficialismo es la bancada más grande, y sumada a sus aliados de JPP tiene 42 votos – apenas dos menos de los necesarios para bloquear la temida vacancia.

Los 88 votos restantes ofrecen posibilidades – pero no dejan margen de error, lo que en sí actúa como desincentivo: impulsar una vacancia creyendo que se tienen los votos sólo para que uno o dos congresistas se echen para atrás al último minuto arriesga dejar al Congreso en una posición extremadamente vulnerable.

Eso es sin mencionar lo evidente: ¿saben lo lunático que debe sonarle al observador neutral hablar de vacar a un Presidente a las tres semanas?

El Presidente se ha ganado la enemistad de casi toda la clase política, pero no confundamos a los influencers con los influenciados: el electorado, como es usual, se está tomando su tiempo en llegar a una idea clara sobre su gobernante. En una encuesta reciente de Datum, el Presidente tiene una desaprobación neta de apenas -2%, con 20% esperando a ver qué más hace antes de emitir un juicio. CPI arrojó números similares.

Por otro lado, al Presidente Castillo tampoco le será nada fácil forzar la disolución del Congreso. Para empezar, sus principales aliados están enfrascados en serios problemas judiciales, en un país donde la Fiscalía colecciona prisiones preventivas para políticos. Por si fuera poco, existen serios problemas de convivencia entre el ala magisterial y el ala cerronista de su propia bancada. No suele ser sabio ir a la ofensiva con el flanco expuesto.

La oposición, además, cuenta con una sólida mayoría en el Congreso – una que, crucialmente, a diferencia de lo que ocurrió en 2016-2019, no depende de un solo partido. En un país de líderes impulsivos, eso es una desventaja para el Gobierno. El Presidente Vizcarra encontró fácil provocar al sanguíneo liderazgo de Fuerza Popular a cometer bravuconadas. Apretar los botones de diferentes bancadas decididas a sobrevivir, es bastante más difícil. La mejor defensa del Congreso contra pisar el palito está en su propia atomización.

Arrinconar al Congreso a aprobar un referendo constituyente mediante cuestión de confianza también es descabellado. Para empezar, el Congreso puede reformar la Constitución para limitar la cuestión de confianza – es más, ya lo están intentando, y hay Congresistas que siendo renuentes a vacar al Presidente, si ven apropiado contener el poder de un Mandatorio que ya ha dado gruñidos autoritarios.

Además, está el Tribunal Constitucional.  En la sentencia del caso Disolución del Congreso este ya aclaró que hay límites a las cuestiones de confianza, y que uno de ellos es “condicionar el sentido de una decisión (…) que sea competencia de otro órgano estatal”. Parece improbable que el Tribunal vea constitucional una arremetida tan indecorosa. Demás está decir que intentar arrinconar al Congreso sólo para que el Tribunal le enmiende la plana al Gobierno, bien podría convencer a varios Congresistas de inclinarse por la vacancia.

Todo esto lleva a entretener un escenario que muchos parecen despreciar, pero que yo veo bastante probable: uno de estancamiento, y guerra fría. No es descabellado concluir, a la luz de la distribución de poder entre Gobierno y Oposición, que nos podemos pasar los 4 años que necesita el Congreso para librarse de la amenaza de la disolución en este plan: con un Gobierno que hace guiños de dar golpes bruscos de timón hacia el autoritarismo, pero nunca consuma, y un Congreso que gruñe, fiscaliza, amenaza – pero nunca se siente confiado de tener los votos para dar la estocada final.

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Pedro Castillo

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