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Kiss en Lima: Concierto impecable, organización pésima | Sudaca - Periodismo libre y en profundidad
Jorge-Luis-Tineo

Kiss en Lima: Concierto impecable, organización pésima

"La ubicación de esta Arena I es tan mala que fue un enorme problema para los espectadores, tanto al llegar como al salir del show. Como cualquier peruano promedio sabe, cuando el tráfico se congestiona al máximo de su capacidad esa pista serpentina de la playa se convierte en un frustrante callejón sin salida"

PRIMERO, LA ORGANIZACIÓN PÉSIMA

La noche del pasado miércoles 4 de mayo muchas, demasiadas cosas salieron mal. Para la segunda visita de Kiss a nuestro país, como parte de su gira mundial de despedida, los organizadores del concierto -una compañía bastante experimentada en estos avatares, One Entertainment- no tuvieron mejor idea que apretar a la banda y sus portentosos equipos en un deficiente local llamado Arena 1, ubicado en la Costa Verde, distrito de San Miguel. 

La altura del recinto no era la apropiada, por lo que Lima ha sido la primera ciudad de Sudamérica en The End Of The Road Tour que no pudo ver a los músicos descender desde sus plataformas gigantescas al iniciar los atronadores acordes de Detroit rock city, como sí ocurrió en Santiago (Chile), Buenos Aires (Argentina), Río Negro, Sao Paulo, Curitiba y Porto Alegre (Brasil). En lugar de eso, Paul Stanley, Gene Simmons y Tommy Thayer saltaron al ruedo a nivel del piso, tan bajo que las primeras filas solo vieron un bosque de brazos levantando celulares en modo video. Si no hubiera sido por las inmensas pantallas de altísima resolución, la visibilidad habría sido completamente nula para quienes más pagaron por ver el esperado concierto.

La ubicación de esta Arena I es tan mala que fue un enorme problema para los espectadores, tanto al llegar como al salir del show. Como cualquier peruano promedio sabe, cuando el tráfico se congestiona al máximo de su capacidad esa pista serpentina de la playa se convierte en un frustrante callejón sin salida, un tugurio de automóviles y bocinazos capaz de volver loco a cualquiera. Esto se notó con mucho mayor nivel de patetismo al final, con miles de personas que tuvieron que esperar largas horas para hallar una forma de regresar a sus casas, de madrugada y en día laboral. Como se imaginarán, los taxistas cobraron exorbitantes sumas de dinero que muchos pagaron, resignados. Que One Entertainment haya escogido un sitio tan complicado configura un maltrato al público de dimensiones mayúsculas. Nadie lo dice, en las crónicas convencionales post-evento, probablemente en afán de no incordiar con sus proveedores de entradas de cortesía para futuros conciertos pero, lamentablemente, fue lo que ocurrió en una noche que debía ser perfecta.

Y eso no fue lo peor. El ingreso del público se retrasó, aunque había sido anunciado a las 5pm., generando unas indignantes aglomeraciones a pocos metros del ingreso de las zonas VIP, Preferencial y Tribunas. Y no solo provocó diversas incomodidades -recuerden que los conciertos de Kiss suelen convocar tanto a rockeros jóvenes y adultos como a familias completas, niños y niñas, y hasta adultos mayores, buscando pasar un buen momento. Revendedores, vendedores de colas y hasta carteristas y bolsiqueadores hicieron de las suyas ante el descontrol de un mediocre manejo de la seguridad en ese crucial momento de ingreso masivo de personas. 

¿El resultado? Den una vuelta por la Comisaría de San Miguel y pregunten cuántas denuncias por robo de celulares y billeteras se presentaron a la mañana siguiente, jueves 5 de mayo. Antes del mediodía ya iban diez y todos sabemos que nunca habrá un registro real de cuántos asaltos se deben haber producido en esa zona ya que quienes se animan a denunciar esta clase de delitos en una ciudad tan caótica como esta, donde todo goza de impunidad, siempre son un porcentaje ínfimo del universo de víctimas de la delincuencia. ¿Se imaginan tener que anular claves, líneas telefónicas, cuentas bancarias, desde un teléfono ajeno, en medio de un mar de gente gritando?   

Para colmo de males, la espera. El promedio de demora en las ciudades previas ha sido entre 10 y 30 minutos. En Lima, el público tuvo que esperar una hora y media para el inicio del concierto. Una hora y media de pie sin hacer nada, salvo escuchar incombustibles clásicos de hard-rock y heavy metal a todo volumen. Puede ser una previa de 20 minutos, es lo normal en esta clase de shows. Pero noventa y cinco minutos de demora con gente que grita y se queja mientras suena Pantera y Iron Maiden califica, nuevamente, de tortura. Por supuesto que, los indeterminados problemas técnicos ocasionaron que la banda telonera, Frágil, se quedara con los crespos hechos, sin participar del concierto. En lo particular no estaba muy interesado en ver a la legendaria banda local pero era parte de lo ofrecido por los organizadores. Simplemente, no ocurrió.

One Entertainment y sus principales responsables deberían hacer más de un mea culpa por la pésima elección de local, el ineficiente manejo del ingreso y la absoluta irresponsabilidad frente a un equipo de trabajo que viene desde el Primer Mundo a ofrecer un espectáculo de calidad que no admite atenuantes. El público peruano no se merece esta clase de malos tratos pero, como vivimos acostumbrados a ese tipo de imposiciones empresariales, la mayoría calla la boca y sigue para adelante. 

AHORA SÍ, EL CONCIERTO IMPECABLE

El calor que producían las inmensas lenguas de fuego a cada lado del escenario llegaba hasta nuestros rostros y cada explosión remecía a la gente, que no paró nunca de corear los clásicos de Kiss. Era difícil distinguir entre la realidad y la fantasía, parecía como si hubiésemos estado dentro de uno de sus clásicos videos, esos que veíamos sin cansarnos y alimentando la ilusión de verlos en vivo y en directo otra vez. El cuarteto neoyorquino, la banda más caliente del mundo, volvió a triunfar como en su primera faena limeña, ocurrida hace casi exactamente 13 años en el Estadio Nacional, aquel martes 14 de abril del 2009, ante aproximadamente 40 mil personas.

El concierto ofrecido por Kiss en Lima, su gran despedida de los escenarios que han venido azotando sin descanso durante cinco décadas -con pinturas, sin pinturas, con distintas alineaciones- tuvo todos los elementos que este incendiario cuarteto ha utilizado en cada una de sus presentaciones en los mejores escenarios del mundo: excelente rock and roll, arrasadora actitud y energía, fuegos artificiales, luces, proyecciones de impecable calidad y un sonido intenso y ensordecedor. Como lo anunció Paul Stanley en su primer contacto con el público peruano, esa noche fue la noche.

 

El concierto arrancó con Detroit rock city -que fue la del cierre la primera vez- y una batería de explosivos que parecían querer derribar el lugar. En la previa, extremadamente larga por culpa de los organizadores que no debieron hacer el show en ese sitio, desfilaron desde Aerosmith, Motörhead, Def Leppard y ¡Kool & The Gang! (como que ya no sabían qué más canciones poner). Finalmente, fue el himno Rock and roll de Led Zeppelin el que anunció que, por fin, comenzaría el concierto.   

Lo que vino después fue un setlist que combinó la fuerza setentera de temas como Shout it out loud, Calling Dr. Love, Cold gin -con impresionante segmento de Tommy Thayer lanzando bombardas desde su brillante Gibson- con temas de su periodo sin maquillajes, como Lick it up, Tears are falling o Heaven’s on fire, más parecidas a la onda del glam metal de bandas como Poison o Mötley Crüe. Si bien la voz de Paul Stanley está un poco desgastada en comparación a lo que lograba hacer en poderosos álbumes en vivo como Alive (1976) o Alive III (1993), su carisma como showman y, especialmente, su talento como guitarrista, lo convierten en uno de los personajes más representativos de ese rock clásico que ya casi no es posible verse en ninguna parte. 

La sensualidad andrógina de Paul Stanley y la risueña oscuridad de Gene Simmons se apoderaron del público en temas como Deuce, de su primer álbum, en el que aprovecharon para proyectar antiguas imágenes en blanco y negro de la banda. Los desplazamientos de la banda, conocidos para los fans más fieles, hicieron delirar a las casi 25 mil personas que esa noche fueron testigos de un espectáculo único en su género, inigualable. Cada una de las canciones fueron coreadas sin descanso y los miembros hicieron de las suyas en reciprocidad, dando todo de sí y cumpliendo lo prometido, a pesar de la mala organización.

Paul Stanley sedujo al público con sus sugerentes bailes y posturas, voló por los aires hasta la mitad del campo durante Love gun y la infaltable I was made for loving you e hizo añicos una hermosa guitarra delante del boquiabierto público, casi al final del show. Gene Simmons señaló a todo el mundo, desplegó todo su catálogo de gestos y movimientos, escupió fuego (al final de I love it loud) y vomitó sangre en la introducción de God of thunder, mientras observaba de brazos cruzados y con rostro severo, graciosamente endemoniado, al público. Tommy Thayer ofreció una vez más, una muy convincente combinación del virtuosismo inspirado e intuitivo de Ace Frehley y la prolija técnica de Bruce Kulick (guitarristas previos del grupo). Y Eric Singer, curtido hombre de tambores, estructuró estremecedores solos de batería sobre una plataforma que, casi como una nave espacial, parecía despegar hasta el infinito en medio de una lluvia de fuego y explosiones en Black diamond y 100,000 years, dos alucinantes canciones de su primera época.

Entre las sorpresas del setlist estuvo la inclusión de uno de los mejores temas de su último tramo antes de revelar sus rostros al público, War machine (Creatures of the night, 1982), además de Say yeah, del disco Sonic boom, su penúltima producción discográfica en estudio) y Psycho circus, con imágenes en pantalla alusivas al arte de carátula de aquel disco en que se reunieron los cuatro miembros originales, de 1998. El cierre llegó con Beth, la emotiva balada del álbum Destroyer (1976) que Eric Singer interpreta de excelente forma, Do you love me y una masiva lluvia de papel picado durante Rock and roll all nite. Sin lugar a dudas, este ha sido el mejor concierto que ha visto Lima en la era post-COVID 19, y será difícil igualarlo.

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