Lamentablemente, la salida intempestiva del poder de Pedro Castillo no permitió que concluya, como correspondía, la devastación de la izquierda peruana, tanto la radical como la moderada, entregadas incondicionalmente a los desmanes corruptos y muestras galopantes de ineficacia del exgobernante chotano.
Encima de ello, la protesta social administrada, entre varios actores, por el castillismo radical, que siente que a su líder lo sacó a las patadas el Congreso aliado de los poderes oligárquicos, le ha permitido a la izquierda recuperar protagonismo y le ha dado tribuna para reinventarse en términos narrativos y morales (de ser cómplices de un latrocinio, han pasado, de la noche a la mañana, a ser luchadores contra la quimérica dictadura de Boluarte).
Probablemente sean cuatro las candidaturas de izquierda en las elecciones venideras: Verónika Mendoza, con algún vientre de alquiler (es incapaz de inscribir su partido); Antauro Humala (quien está tratando de inscribirse); Guido Bellido (probablemente por Perú Libre); y Guillermo Bermejo (auspiciado por el Movadef, pero aún sin inscripción oficial).
Bastará que alguno de ellos capture la mayor parte del bolsón del 20% de la población que se define de izquierda (solo el sur altoandino ya les asegura por lo menos 15% de votantes) y podrá tentar su pase a la segunda vuelta.
Si las elecciones son el 2026, como todo hace prever, pocos se acordarán del desastre de Castillo (ya hoy mismo no lo valoran negativamente, en términos mayoritarios y ni en su peor momento tuvo tan baja aprobación como la tiene Boluarte) y la izquierda se asomará como huérfana de pasivos políticos y virginal candidata de la renovación del establishment.
Sin ningún ápice de evolución ideológica ni maduración doctrinaria, la izquierda vieja y anclada en los 80, tratará de hacerse del poder, como si nada hubiera pasado con la tragedia institucional, económica y política que supuso su llegada al poder de la mano del golpista y corrupto de Pedro Castillo.
Y la peor noticia para el Perú es que tiene chances de lograr sus propósitos, gracias a la confluencia de hechos acaecidos luego de la caída de Castillo y también merced a la complicidad de una derecha sin narrativa, sin ideas novedosas, encima de ello fragmentada y sin visos de consolidar candidaturas.