Carlos Trelles

La pansexualidad diversigualitaria que se viene

Aunque la idea despierte la ira conservadora y el miedo de muchos, no cabe duda de que nos estamos dirigiendo hacia un nuevo sistema de género, donde más allá de la forma final que éste tome, tendrá como una de sus premisas centrales que todo tipo de sexualidad, que no sea autolesiva o nociva para otros, es legítima, y por tanto es libre de manifestación diversa y bajo todas las garantías estatales correspondientes. Esto significa que, tarde o temprano, a nadie parecerá extraña ninguna opción de vínculo sentimental entre adultos, ni a nadie se le ocurrirá impedir o restringir a alguna, porque no habrá clasificaciones rígidas e irreales, ni una jerarquía moral de las preferencias. La razón es un complejo proceso histórico que puede graficarse así: la costra cultural que ha impedido ver nuestra dinámica realidad sexual está cayendo luego de miles de años, gracias al mucho mayor grado de transparencia global y discusión pública que ha traído la revolución informática.

Vayamos primero a dicha realidad dinámica, por no decir mutante. Sólo los científicos conservadores siguen buscando formas de demostrar, en los laboratorios, lo que obviamente no existe: un sistema sexual binario claramente delimitado, con posibles y reconocibles deformaciones. Y no existe porque el sistema sexual humano es dinámico, cambiante, parte de la deriva biológica que todos admitimos desde Darwin, de ahí que en su naturaleza no quepan los estancos absolutos sino sólo las tendencias. Cómo podría establecerse, por ejemplo, un límite geográfico definitivo sobre arenas movedizas. Cómo se dividirían con eficiencia las naciones si habitáramos sobre el mar. Por fuerza, tendríamos que aprender a manejar la imprecisión fronteriza y la incertidumbre que esto traería. Algo así sucede cuando se quiere hacer tipos excluyentes sobre una realidad evolutiva: se modifica la materia sobre la que se coloca el límite, y por tanto éste queda constantemente descolocado, y sin poder servir plenamente de referencia. Pero además de ello, nuestro dinámico sistema sexual presenta otra dificultad, esta vez para la clasificación de los tipos: todos somos un único, complejo y cambiante equilibrio genético entre lo masculino y lo femenino, y nuestro sistema nervioso es pasible de obtener placer por incentivo externo, incluso a nivel orgásmico, sin importar el sexo de quien lo produce, lo que lleva a que todos seamos potencialmente pansexuales, y que en nuestro ciclo vital podamos cambiar nuestras preferencias o experimentar con todas las opciones de sexualidad posibles. ¿Por qué una opción sexual sería superior a otra debido a su preferencia de placer? Si todos estamos hechos del mismo barro cambiante y habitamos el mismo sistema evolutivo.

 

Lo anterior, la mutancia, explica que todos los criterios utilizados por la ciencia moderna (no la contemporánea) para intentar confirmar nuestra supuesta binaridad sexual hayan fracasado. No hay una composición genética (cromosómica) universal que defina a hombres y mujeres heterosexuales, tampoco una morfología de los genitales externos o internos, ni una constitución hormonal. Ningún criterio de estos tres dominios, ni separados ni fusionados, permite establecer, sin preguntar a los implicados, quién desea al sexo opuesto y quién no. A lo mucho podrá predecirse cuáles son los patrones que comparten una mayoría de los heterosexuales, sin jamás precisar la cifra ni saber quiénes exactamente son. La realidad no es la máquina sencilla que han querido ver los científico. Pero veamos un poco más adentro del sistema sexual caduco. Al día de hoy, la ciencia sólo ha encontrado el gen que explica lo principal de la aparición y forma de los testículos (en la década de 1990), pero no tiene la menor idea de cuál es el par relativo a los ovarios. Con lo cual la mujer es una insuficiencia frente al ideal del sistema, que es el varón, lo que los científicos y opinantes más conservadores interpretan bíblicamente: no se encuentra el origen ovárico porque la hembra es una imcompletitud, un sub-optimo sistémico de alta funcionalidad. Nace de la costilla del hombre.

 

A lo anterior se suma el hecho de que el histórico proyecto genoma humano descubrió, durante el cambio de siglo, que tenemos un número muy modesto de genes, similar al de otras especies (como algunas moscas, el gusano o el ratón) que de ningún modo tienen nuestras capacidades cognitivas ni se han expandido lo que nosotros como unidades biológicas. Por ello, cabe inferir que gran parte de nuestra realidad biológica es resultado de cómo interactúan nuestros genes con otros genes en el tiempo, y con el contexto natural y social. No es biológico el sistema de nuestra sexualidad, es bio-social o socio-biológico. Importa, en la definición sexual de las unidades vivas, tanto el patrón inicial como la interacción entre los actuantes biológicos y culturales del sistema. No sabemos quién manda entre las partes, ni puede afirmarse que es un gen o su deriva lo que ejerce gobierno final sobre las preferencias y las formas sexuales. Como puede suponerse, el límite entre lo genético y lo social es inubicable, lo que complica la diferencia habitualmente establecida entre sexo y género, pues ambos se confunden en el límite. Ya dije arriba que el sistema es dinámico y no permite este tipo de rigideces.

 

Con todo esto, las teorías binario-estáticas de nuestra sexualidad quedan como metáforas religiosas, y la única esperanza científica conservadora consiste en lograr un mapa de las relaciones naturales y sociales que determinan los tipos de sexualidad, ya no necesariamente binaria. Este modesto servidor considera que esa tarea es imposible para la racionalidad humana, y que nunca encontrarán los argumentos que buscan sus ánimos racional-controlistas y excluyentes. Es decir: puede incluso ser cierto que hay algún orden estructural en el sistema de nuestra sexualidad, pero no es cosa de humanos entenderlo al 100%, y mucho menos pretender regularlo. Quizá dentro de algunos siglos. Quién sabe. Si tanto confían en la voluntad de sus dioses y divinidades, déjenselo a ellos y disfruten sus cuerpos sin hacer daño.

 

Suele pensarse que la evolución biológica premia la heterosexualidad y castiga al resto de alternativas sexuales, porque con ello se asegura del volumen demográfico necesario para la conservación de la especie, y se deshace de los tipos prescindibles. Esto es insostenible desde el momento en el que se admite que la fertilidad no tiene nada que ver con la preferencia sexual. La mayoritaria manifestación de heterosexualidad en la realidad no es eterna, tiene un inicio inferible en la pre-historia biológica, y puede cambiar en cualquier momento venidero. Es indiscutible que lo LGTB crece diariamente, lo vemos, y nada indica un giro de dirección aquí, por más lento que sea el proceso. La homosexualidad, de otro lado, aparece en todas las especies del reino animal en las que se hurga.

 

Esta realidad bio-natural y dinámica – que jamás será confirmada como binaria, pro-heterosexual y de tipos definitivos – se ha hecho cada vez más evidente con la explosión de las redes digitales y la expansión del debate público, en cantidad de participantes, fuentes y tribunas. Así, el mundo es más crudo y transparente, y como todos lo vemos por las redes (no nos lo cuentan), pues tendemos a desterrar las tutelas mentales. Sin ser mayoría, pero hoy mucha más gente va por el mundo con la premisa de “creo lo que veo y entiendo; de lo contrario, dudo”. “La verdad sexual la defino yo, porque no tengo miedos culposos frente a lo que pueda encontrar”. Hay una suerte de educación básica audiovisual, vía internet, que ha dinamizado favorablemente todos los contenidos, aun en sus deficiencias y terribles excesos. Obviamente no hay miles de jóvenes discutiendo en las esquinas sobre cromosomas y mutancia socio-genética, pero sí tenemos a cada vez más ciudadanos de toda edad pensando que no tiene ningún sentido aquello de que el amor o el placer homosexual son condenables. Más bien concluyen que lo insano es la represión penitente, y se dan cuenta de que la naturaleza no niega ninguna preferencia sexual, ni provoca consecuencias adversas por su ejercicio y disfrute adulto.

 

La expresión política de esta nueva sensibilidad no se hizo esperar. Desde la década de 1970 – el inicio del mundo global – no sólo empezaron a aparecer grupos masivos de activistas en diversos países de occidente, sino que éstos comenzaron a conquistar una serie de derechos, iniciando un camino hacia la normalidad gay y la igualdad de género que no ha parado de avanzar. No puede negarse, claro está, que todavía falta un largo trecho para lograr una situación mínimamente digna y humana en este terreno. Pero habría que ser ciego, o reaccionario, para no ver la irreversibilidad y el infinito potencial de lo transitado.

 

Como era de esperarse, esta lenta pero incontenible movida despertó los odios y pulsiones oscuras de todos los grupos y entidades conservadoras del planeta, legales e ilegales. El viejo miedo a la libertad reapareció, y confrontó a los grandes cambios sociales del nuevo tiempo global, con un rencor que todavía no se apaga ni cesa en su violencia. Parte de esta reacción retrógrada son los  cristianos conservadores, de diversa vertiente y nacionalidad, cuyas dirigencias decidieron, desde los noventa, hacer política de manera algo más explícita. Es decir, salieron a la calle y entraron a los medios para defender el poder que notoriamente empezaban a perder. No sólo fue pánico conservador lo que movilizó a estas iglesias, sino también la naturaleza política que las define, cuyo poder se alimenta de la disminución espiritual del individuo. Se asusta al creyente con su propio ser sexual, para luego manipularlo, y con ello reducen su potencial de expansión vital, lo que incluye el sexo. El punto es que la pérdida de dominio desespera al tirano. Y por eso, frente a la fuerza trasgresora y divulgativa de las tecnologías digitales, los grupos en mención,  vinculados a partidos políticos de derecha económica y millonarios financistas, iniciaron una guerra política contra los derechos sexuales y reproductivos, los métodos anticonceptivos, la despenalización del aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo. Además, dieron marcha a una defensa cerrada de las formas y valores del sistema de sexualidad-género heteropatriarcal.  Este no sólo no dialoga con la realidad natural, como se ha explicado, sino que representa el desprecio, la sujeción y el abuso  aterradoramente duro e injusto contra millones de valiosas personas que están en la tierra aportando desde su particularidad, como todos.

 

Saben muy bien los reaccionarios que se viene un sistema de genero cuyo eje será una pansexualidad diversigualitaria, y cuya forma de enfrentar la responsabilidad familiar de los hijos será variada (serán tipos de comunidades o de uniones de afecto),y sujeta a un único condicionante sistémico: que todo el equilibrio de actores y preferencias empuje la reproducción de la especie. Pueden haber mayorías en este universo, como que las habrá, pero no jerarquías. Se terminaron de pulverizar las jaulas, el ser buscará expandirse tal como lo pide su naturaleza, con las fórmulas y dinámicas que vayan emergiendo. Debe saberse, además, que en los confines de la cultura contemporánea se siguen encontrando sistemas de género basados en la pansexualidad, cuyas formas culturales son diversas.

 

Como es bastante conocido, parte de esta movida reaccionaria es el colectivo religioso Con mis hijos no te metas, cuyo objetivo inmediato es retirar el enfoque de género y la educación sexual integral de la enseñanza escolar peruana. Estas perspectivas progresistas rigen desde hace varios años, se quieren consolidar y han sido admitidas por todas las instancias finales de nuestro sistema jurídico. Les resulta invivible que se esté ingresando a un esquema de sexualidad mucho más libre y racional. Les preocupa que otros vean la verdad, así como a sus dirigentes políticos les asusta notar que cada vez menos jóvenes se creen el cuento de que puede haber felicidad bajo sotanas represivas y asesinando la sexualidad. Ciertamente, sus concepciones sexuales son todavía compartidas por muchos peruanos, pero no pueden negar que el sistema de género-sexualidad que defienden convive con cifras aterradoras de violencia familiar, feminicidios, crímenes homofóbicos, violaciones, estupros y otros, en toda la región. Y con cifras vergonzosas de rezago LGTB y femenino con respecto al desarrollo de los varones heterosexuales. No pueden decir en los medios que todo está bien con su orden represivo de interacción sexual, deben aceptar que se necesitan urgentes cambios. Tienen que hilar fino ahí, porque no están para arriesgar públicos. Así, no les queda más que defender lo que puedan de lo viejo, porque no cuentan con legitimidad ni contenidos para proponer. Son literalmente una fuerza de choque, una plataforma para asustar a sus alienados oyentes con el apocalipsis. Sus argumentos e intervenciones son tan incongruentes como disparatadas, además de violentas. Sus voceros son conscientes de su osadía ignorante, pero repiten las frases programadas sabiendo que todavía tienen audiencia. Faltan el respeto a todas las víctimas de la infamia (que incluye esterilizaciones forzadas) cuando insisten en cacarear que Dios ha creado el orden hombre-mujer, y que eso es lo único natural según la ciencia.

 

Lo bueno de las tozudeces, incluso las sublevantes, es que evidencian ángulos pendientes, y dan pie a adicionales de reflexión pública. No, no es cierto que son dueños de la totalidad de la educación sexual de sus hijos. Hay una parte de la formación sexual que debe ser común a todos, para que sea posible la convivencia. Por ejemplo, la convicción de que todas las preferencias sexuales son saludables. Y no puede seguir siendo heteropatriarcal esta base de sentido común sexual, porque con esa narrativa se genera crímenes y violaciones en el extremo de hoy, y sujeción subordinante en la cotidianeidad vigente. Aunque no les guste, ese código valorativo nuclear se tiene que dar en las escuelas y sujetarse a una legislación; constitucional obviamente, donde se regula lo humano. El Estado sí que se puede meter con los hijos de todos, para hacer respetar un mínimo de vida colectiva. En sus casas, las personas tienen derecho a todos los matices que crean oportunos frente a estas premisas a las que deben obediencia. Y en la consideración de que lo cultural es parte de las variables de la realidad bio-social de nuestra sexualidad, se entiende que orientarán inicialmente en la tendencia sexual que consideren mejor para sus hijos. Deben hacerlo con la sabiduría correspondiente, sobre todo sabiendo que en algunas unidades biológicas parecen mandar los genes, y que todos nos evidenciamos sexualmente tarde o temprano. Esto debe apoyarse y resguardarse sin excepción ni contención alguna, con el mismo compromiso y amor en todos los casos.

En todas las luchas políticas hay centristas como parte del contexto. Una vez más, no caben frente a la feroz asimetría de la realidad. No se puede, por ejemplo, hablar de respeto a las minorías en la discusión política sobre los derechos sexuales de la comunidad LGTB, porque en este caso la condición minoritaria no implica diferencia alguna en la calidad ciudadana, pues no hay mirada civilizatoria divergente. Aquí lo que ha habido es un abuso histórico contra todo lo humano que no sea heterosexual y heteronormativo, y por tanto lo único que corresponde al opinante público o actor político progresista es la denuncia y el compromiso con la causa igualitaria y liberadora. Tampoco se puede ser vanguardista en temas de sexualidad y al mismo de derecha económica pro-capitalista, salvo desinformación histórica y epistemológica. La familia hetero-patriarcal es funcional al capitalismo (servicios y cuidados gratuitos en casa, en favor de la mano de obra del sistema y su reproducción por medio de los hijos), y la ciencia moderna tiene este delirio de control sistémico y racionalización total de la realidad porque el mejor ideal del modelo industrial capitalista es la maquinización organizacional de la sociedad, para fines productivos y de acumulación. Se ve aquí, además, que la pulcra ciencia siempre aparece diciendo lo que conviene al orden económico reinante, y luego entra en razón muy lentamente.

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