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Las dos vías del canciller. Homenaje a Rafael Roncagliolo | Sudaca - Periodismo libre y en profundidad
Daniel Parodi - Sudaca.Pe

Las dos vías del canciller. Homenaje a Rafael Roncagliolo

Corría la segunda mitad del año 2011, Ollanta Humala recién había asumido la Presidencia de la República y el flamante canciller, Rafael Roncagliolo, me convocó a su despacho en Torre Tagle. El ministro de exteriores lucía inquieto, tenía dos metas que, sobre la mesa, parecían irreconciliables: de una parte, buscaba defender la posición peruana en el litigio contra Chile ante La Haya, para lo cual requería de una vocería de prensa, esto es periodistas y analistas que, fuera del sector exteriores, difundiesen homogéneamente la postura oficial peruana. De la otra, que el proceso no se descarrile y que la larga historia de exabruptos nacionalistas de ambos lados no terminase con alguno de los dos países pateando el tablero para quedarnos sin fallo, sin mar y con todas las especies marinas que pudiesen navegar bajo el extremo sur de nuestro litoral chapoteando en la arena. 

La segunda vía, que estaba intrínsecamente vinculada con la primera, abría además la posibilidad de desarrollar aspectos de la relación bilateral en las que ya hacía algún tiempo yo me encontraba particularmente interesado. Es este tema de la reconciliación binacional, asunto en el que, valgan verdades, no me han hecho mucho caso, o tal vez sí, pero sin alcanzar a convertirlo en política de estado, que es lo que considero prudente y necesario. En todo caso, esta es materia para otra discusión.  

Para organizar la vocería de prensa, Rafo Roncagliolo trabajó de la mano con estupendos diplomáticos, como los embajadores Gustavo Meza Cuadra y Claudio de la Puente, pero requería también de los servicios de un viejo zorro de la prensa, de alguien capaz de lograr que los convocados consensuemos. Vaya si no aprendí en Torre Tagle el valor de las relaciones humanas en el éxito o fracaso de las políticas de los estados, en el estallido de las guerras y el advenimiento de largos periodos de paz. Ese hombre fue Santiago Pedraglio, y desde entonces se dio el peruanísimo milagro (porque en el Perú rara vez ocurre) de que nuestro país contó con dos docenas de voceros de las más diversas procedencias políticas, ideológicas, profesionales, y que todos insistíamos, en cuanto medio de prensa visitamos, en que la declaración de Santiago de 1952 no constituía un tratado de límites y que, por consiguiente, correspondía al prestigioso jurado holandés establecer la línea equidistante entre los mares del Perú y Chile en nuestra frontera marítima sur. Supimos también que el Tratado de Libre Pesca de 1954, a pesar de no ser limítrofe, se nos presentaba más complicado pues mencionaba en alguna parte que el paralelo geográfico era la frontera marítima, aunque no decía que tan hacia el fondo del mar se extendía ese paralelo y por eso la corte lo fijó en 80 millas, obteniendo el Perú un ganancial de 120 millas respecto del estatus quo vigente hasta ese momento que era hasta las 200 millas náuticas. 

Los dos milagros

Alguna vez, entrevistado por Augusto Álvarez Rodrich, señalé que el mejor fallo sería el fallo acatado. Es que, más allá del voluntarismo victorioso de ambas partes, el verdadero triunfo cívico e integracionista solo se lograría el día en que las marinas del Perú y Chile tracen la nueva frontera establecida por la CIJ, en el marco del derecho internacional, y superando de este modo, la sempiterna desconfianza mutua, que hasta el día de hoy habita en algunos sectores de nuestras sociedades. Y ese milagro se produjo apenas dos meses después de conocida la sentencia, en marzo de 2014. 

Pero el otro milagro, que se dividió en varios pequeños, fue la eclosión integracionista de la sociedad civil para generar un efecto cojín frente al fallo por venir. Recuerdo la pareja de cantantes binacional, Dámaris y Américo, y su canción a la integración; las ediciones de El Comercio-El Mercurio y La República-La Tercera que compartieron días previos a la sentencia las versiones del otro país en sus páginas centrales, pues conocerse es el primer paso para desterrar la desconfianza. Ciertamente, muchas de estas medidas fueron la continuación de las dos vías iniciadas por Rafo Roncagliolo, en los tiempos de su sucesora, la primera canciller mujer del Perú, Sra. Eda Rivas, también de destacada labor. Días antes del fallo, tres decenas de historiadores binacionales publicaron Las Historias que Nos Unen, compilación que tuvo por finalidad mostrar a nuestros pueblos que no solo nos une –o separa- una guerra fratricida. 

Mucho trecho queda por recorrer. A  poco de anunciarse el fallo, un problema de espionaje nos obligó a retroceder abruptamente mucho de lo avanzado durante el periodo de las dos vías del canciller. Pero la semilla estaba sembrada, recuerdo que tiempo después me avisaron que, tras el lío de los espías, ya los embajadores habían retornada cada cual a su embajada sin que nos enteremos el común de los mortales. El litigio les había enseñado a los diplomáticos de ambos países a trabajar en silencio en un nivel de coordinación y de confianza que hoy es la base para pasos futuros que son indispensables para mirar el porvenir como una esperanza compartida. En esa mirada, Rafael Roncagliolo fue sin duda un estadista que señaló un camino de integración para el siglo XXI. Ojalá sepamos transitarlo. 

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