Lejos de aceptar lo proclamado en las urnas nuestra derecha más obtusa, fascista y corrupta –con el total beneplácito de la señora Fujimori– se empeña, mediante triquiñuelas legales, desconocer la legitimidad de la elección como presidente de la república de Pedro Castillo. Al grito de fraude no han escatimado en pedir que las elecciones se anulen o que se produzca un golpe de estado.
Un delirante almirante, que ha pasado de firmar el acta de sujeción al delincuente de Vladimiro Montesinos a entregarse al fascismo liderado por un oscuro personaje que se identifica así mismo con un cerdo, ha hecho un ilegal llamado a la sedición. En su perturbada mente autoritaria parece haber convencido a un sector de la derecha a que se prolongue lo más posible, con todo tipo de leguleyadas, la decisión del Jurado Nacional de Elecciones para que se llegue al 28 de julio sin proclamar un ganador y él, ya electo como presidente del congreso, pueda asumir el gobierno y convocar a nuevas elecciones. Una estrategia a la que ya no le importa le ley y la institucionalidad, que solo busca el poder por el poder para impedir que un gobierno del pueblo llegue a palacio.
La paranoia de la derecha ultraconservadora es tal que han recurrido a sus viejas prácticas de llamar al golpe de estado con tal de preservar sus privilegios. La nuestra nació como una república excluyente. Cuando en los albores de la independencia se decidió excluir a los analfabetos del derecho al sufragio, en verdad, a quienes se excluyó fueron a los indígenas. Su temor siempre fue el que los indios tomaran el poder de una república que los criollos construyeron para sus exclusivos intereses. De esta manera en un país donde el 80% de su población era rural, indígena y analfabeta, las elecciones fueron un fenómeno forzadamente urbano y minoritario. Esto se mantuvo hasta la Constitución de 1979 y hoy poco más de cuarenta años después, lo impensable sucedió y esas fuerzas históricamente excluidas han ganado legítimamente el gobierno.
Aquí no sólo se juega la preservación de un modelo económico, se juegan los miedos más atávicos de una derecha que nunca supo ser democrática, que siempre utilizó a las instituciones para sus intereses y mantener sus grandes negociados. De ahí su desesperación por mantener el poder a toda costa. Cuando ya habíamos pensado que el fantasma del golpe, aquel que siempre acompañó nuestra historia, se estaba disipando reaparece nuevamente en boca del cachaco de turno y de sus esbirros que fungen de periodistas.
La historia política del Perú siempre ha sido muy tormentosa, como nos enseña Alberto Flores Galindo, “entre 1900 y 1968 se produjeron 56 intentos para interrumpir la sucesión considerada legal en la vida republicana. En diez casos se trató de proyectos gestados y protagonizados por civiles. Los restantes 46, se originaron en el interior de las fuerzas armadas. De ellos, sólo nueve se produjeron en los treinta primeros años de este siglo; el resto emergió entre 1931 y 1968, equivaliendo casi a un intento por año” (La tradición autoritaria, 1999). En lo que va del presente siglo, sin embargo, logramos, con mucho esfuerzo, mantener el período democrático más largo de nuestra historia. Claro que no estuvo exento de ataques y peligros constantes que como ciudadanía supimos conjurar. Hoy que el peligro del golpe asecha nuevamente debemos estar otra vez vigilantes y defender lo que ha sido la expresión legítima del pueblo.
No podemos esperar ni pedir a quien encarna y lidera una organización criminal nacida de una dictadura que tenga la grandeza de aceptar el veredicto popular. Quien nació para ladrón no puede pretender ser estadista. Pero si podemos defender y legitimar al nuevo presidente de las arremetidas de una derecha más embrutecida y achorada que nunca. Hicieron todo lo que estuvo a su alcance para impedir ese triunfo, tuvieron todo el apoyo económico y mediático y no pudieron doblegar la voluntad de un pueblo que le ha dicho no a la mafia y que quiere un cambio en el país. Ahora quieren doblegar al presidente legítimamente electo. Seguramente seguirán usando a sus cachacos, su prensa, sus millones, a sus hermanitos del poder judicial y el ministerio público, pero, esta vez no podrán contener a un pueblo que defenderá su derecho a decidir su propio destino.
No será una tarea fácil. Nos toca a nosotros desde la sociedad civil rechazar cualquier intento golpista de desconocer los resultados. No podrán arrebatar por la fuerza lo que no pudieron ganar en las urnas. Este ya no es el Perú de antes, es un Perú que se sabe dueño de su destino y cuyo pueblo ha despertado de un largo letargo al que fue sometido por esa oligarquía que nunca amó a este país. De nosotros dependerá que no “volvamos a la normalidad” como dijo el poeta Martín Adán cuando Odría dio el golpe de estado.