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Cardenal Lehmann

El doble juego del cardenal Lehmann

"Le decían “constructor de puentes”. Pues el cardenal Karl Lehmann (1936-2018), obispo de Maguncia de 1983 a 2016, era considerado un hombre de diálogo en la Iglesia católica."

EL DEDO EN LA LLAGA

El doble juego del cardenal Lehmann

Le decían “constructor de puentes”. Pues el cardenal Karl Lehmann (1936-2018), obispo de Maguncia de 1983 a 2016, era considerado un hombre de diálogo en la Iglesia católica.

Hablaba del “loco” amor de Dios hacia los hombres, creaturas de luz que aman la oscuridad, pues ésta disimula su condición falible, e invocaba a una mayor «apertura y diafanidad de nuestros actos». Más transparencia y más honestidad.

Esto mismo pidió cuando en el año 2010 estalló el escándalo de abusos sexuales en Alemania. Fue una de las primeras autoridades eclesiásticas que reconoció que la falta de esclarecimiento de los delitos sexuales se sostenía sobre el supuesto de «tener que preocuparse más de los perpetradores que de las víctimas». El maltrato de niños en los hogares infantiles católicos los describió como una «pedagogía mal entendida», que requería de esclarecimiento.

Como obispo de Maguncia y presidente de la Conferencia Episcopal Alemana de 1987 a 2008, siempre daba la cara cuando había problemas. Frente a la posición imperante, representada por los sectores eclesiásticos más recalcitrantes, Lehmann era considerado un rebelde, aunque a él no le gustaba que lo llamaran así. Más bien, representaba al “centro radical” en la Iglesia y buscaba el consenso, el diálogo. Era «un hombre de comunión», en palabras del diplomático vaticano Giovanni Lajolo. «Hay que ir de un frente al otro y mediar», declaró Lehmann una vez a la cadena televisiva ZDF. «Luchar abiertamente, no encubrir ni callar nada».

Lehmann era un hijo del Concilio Vaticano II, un católico progresista. A los 20 años participó como consultor teológico en este gran evento que buscó reformar la Iglesia, haciendo tambalear sus cimientos. Y contrariamente a otros eclesiásticos, permaneció fiel durante toda su vida a los ideales del Concilio. «Yo no podría concebirme sin el Concilio», declaró en una entrevista del año 2012. De este modo, defendió la renovación de la liturgia, la traducción de los libros rituales a las lenguas vernáculas, la participación activa de la comunidad en las celebraciones litúrgicas. Promovió el ecumenismo y se empeño en mejorar las relaciones entre católicos y protestantes.

Sus antagonistas fueron el cardenal Joachim Meisner (1933–2017), arzobispo conservador de Colonia, y otros ultracatólicos radicales, que veían en él a un representante de una Iglesia impregnada de un “espíritu liberal” e infectada con “sentimientos antirromanos”.

Lehmann fue considerado un peso pesado de la teología, un diestro mediador y un trabajador incansable a favor de una Iglesia más cercana a la gente. «El cardenal Lehmann fue el Sísifo de los obispos alemanes. Incansablemente empujaba la piedra a él asignada hacia arriba de la roca de Pedro», escribía el Rheinische Merkur. No extraña, pues, que a sus funerales asistieran unas 8,000 personas para darle la última despedida.

Sin embargo, recientemente se ha hecho público el lado oscuro de quien, a ojos de la mayoría de los católicos alemanes, había tenido una vida ejemplar.

En una entrevista del año 2002 publicada en el prestigioso semanario Der Spiegel, refiriéndose al problema de abusos sexuales en la Iglesia católica de Estados Unidos —que acababa de estallar—, el cardenal Lehmann decía: «¿Por qué debería calzarme ese zapato de los americanos, si no me entra?» Así daba a entender que se trataba de un problema exclusivo de los norteamericanos, que no afectaba a la Iglesia en Alemania. Añadió que durante su gestión episcopal hasta ese momento habría habido «quizás tres o cuatro casos». La verdad era otra. Hasta ese momento se habían registrado en la diócesis de Maguncia los casos de 45 presuntos abusadores, y el cardenal Lehmann había sido informado al respecto. Así lo determinó el reciente estudio sobre abusos sexuales en la diócesis de Maguncia —que lleva el sugerente título de “Experimentar – Entender – Prevenir” (“Erfahren – Verstehen – Vorsorgen”)—, encargado a un bufete de abogados de Ratisbona y presentado el 3 de marzo de este año.

El estudio detalla cómo el cardenal Lehmann minimizó su conocimiento, su responsabilidad y la de la Iglesia respecto a los abusos para defender la reputación de la institución eclesiástica. Ciertamente decía en público que el traslado a otras localidades de pederastas o abusadores era inadmisible. «Eso queda claro para todos los obispos». Pero precisamente eso es lo que hizo con muchos sacerdotes abusadores, en algunos casos enviándolos fuera del país. En el año 2005 le aseguraba a un obispo extranjero que el sacerdote que le había enviado era de conducta intachable.

Los abogados de Ratisbona, en un informe que abarca unas 25,000 páginas, han evaluado actas y cientos de conversaciones con víctimas, inculpados y responsables. Allí le dedican más de 1,100 páginas a documentar un sistema de autoprotección institucional, que hasta el fin de la gestión del cardenal Lehmann estuvo imbuido de empatía hacia los perpetradores, indiferencia hacia las víctimas y negación de responsabilidades.

Recién en el año 2010, cuando se revelan los abusos en el Colegio Canisio de Berlín, hubo según los investigadores un cambio en la conducción de la diócesis, pero no en el obispo. Hasta el último día Lehmann no tomó en serio el problema del abuso y sus dimensiones. En Pascua de 2010 el cardenal se dirigió a los agentes pastorales de su diócesis y estableció claramente las prioridades. En las celebraciones litúrgicas de Pascua no se debía callar “el tema”, «pero ante la importancia de los misterios más profundos de nuestra fe en estos días no había que explayarse excesiva e inapropiadamente sobre ellos. Hay cosas más importantes. Dios es más grande que nuestro corazón». Una víctima también denunció que en el año 2013 Lehmann seguía hablando de casos aislados en sus prédicas.

Verdaderos casos aislados fueron los encuentros personales del obispo con las víctimas. «En el total de las actas examinadas se indican exactamente tres conversaciones personales con víctimas en un lapso de 33 años», señala el estudio. La correspondencia disponible también es fría y desdeñosa. Cuando una mujer se dirigió a Lehmann en su calidad de presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, porque en su diócesis no sentía que le hicieran caso, el obispo responde rechazando todo compromiso a favor de la víctima. «Ni como obispo de Maguncia ni como presidente de la Conferencia Episcopal Alemana tengo lo más mínimo que ver con sus demandas», escribe. «Por eso mismo es del todo inoportuno que usted crea que me puede poner fechas o expresar amenazas. De esa manera no mejora usted en absoluto la impresión que me causa».

Lehmann dijo frecuentemente en público que no sabía nada de los abusos. Los investigadores han descubierto lo contrario. A manera de ejemplo, le escribió a un párroco que le había exigido una disculpa por el fracaso de la autoridad eclesiástica en un caso de abusos: «Yo no acuso a nadie, pero me pregunto: ¿Por qué como obispo en tres décadas no he recibido de nadie el menor indicio de que algo no estaba bien, o no podía estar bien, en la relaciones del [inculpado 511] con jóvenes?” Y amenaza: «Debería ser muy cuidadoso con imputaciones de culpabilidad y expresiones indiferenciadas». Once años antes de esta carta Lehmann había tomado conocimiento del deseo de una de las víctimas de este abusador en concreto de mantener una conversación con él, y había rechazado la petición.

Pero el cardenal Lehmann también podía ser empático, si se trataba de sacerdotes inculpados, a los cuales les daba toda su confianza. En 1984 le escribe a un «estimado y querido» diácono que se hallaba en prisión preventiva: «Creemos en sus palabras y le otorgamos nuestra confianza. Esto debe saberlo de mi parte. Muchas personas lo aprecian como un hombre honrado y sin tacha. Por eso me causa particularmente pena que se halle casi indefenso a merced de rumores que le socavan su honor». Poco después este diácono sería condenado a dos años de prisión efectiva, porque —entre otras cosas— había violado analmente a un muchacho de nueve años. En 1997 hizo Lehmann anotaciones sobre una conversación con un inculpado, al que se le imputaba el abuso sexual de una quinceañera: «Por lo demás repetidas veces he despejado la duda de que yo quiera espiar el dormitorio del [inculpado 547]. Al respecto, él le debe dar cuentas a Dios de cómo vive. Pero yo debo encargarme de que concrete su promesa de una vida célibe de tal manera, que los hombres puedan creerlo. Se trata de la credibilidad pública de la vida en celibato».

Sin embargo, la benevolencia de Lehmann tenía sus límites, a saber, cuando los hechos causaban escándalo. Así le escribe a un inculpado en el año 1993: «El daño que como agente pastoral le ha causado a personas que habían puesto su confianza en usted —más allá del círculo de las víctimas— es muy grande y terrible». Pero más peso tiene el daño a la reputación: «No sólo el estado clerical sino también la Iglesia han sufrido grave pérdida en su reputación». Con dureza cuando se trata de un perjuicio a la iglesia, pero indolente cuando no afecta los intereses de la diócesis. Así caracteriza el estudio el modus operandi del cardenal Lehmann.

Típico de Lehmannn era la insistencia en la responsabilidad personal de cada uno de los abusadores. Está documentado el rechazo tajante a varias peticiones de víctimas pidiéndole que la institución eclesiástica reconozca su culpa y su responsabilidad.

Las medidas tomadas para el manejo del abuso resultan también desganadas y negligentes. Públicamente y en la correspondencia interna resaltaba Lehmann la importancia de las líneas directrices de la Conferencia Episcopal Alemana para el manejo de los abusos. Pero en su diócesis no le daba ningún valor a la aplicación de esos lineamientos. Ya en 1993 el obispo encargó a las Hermanas Misericordiosas de Alma que implementaran un servicio de atención a las víctimas. Las Hermanas, sin embargo, también atendían a la vez a sacerdotes inculpados y sentenciados. El círculo de trabajo “Violencia sexual en el ámbito eclesiástico” (“Sexuelle Gewalt im kirchlichen Raum”) concluyó, tras una conversación con las religiosas, que no habían recibido ninguna capacitación especial para el trato con víctimas de violencia sexual y tampoco contaban con capacidades disponibles para este trabajo.

La medida principal para el cardenal Lehmann fue evitar las prestaciones de reconocimiento del daño sufrido, e incluso las reparaciones monetarias. En su periódico diocesano escribía el cardenal en el año 2010 que esas cosas no significaban nada para él. Por una parte, niega la responsabilidad institucional por actos individuales; por otra parte, no ve que el daño moral y las consecuencias sufridas por las víctimas puedan ser compensados mediante pagos en dinero. En un escrito a la Conferencia Episcopal Alemana es bastante claro: «Una gran seducción es la tentación de indemnizar una injusticia cometida de manera financiera. Esto no debe ocurrir. De ninguna manera uno debe dejarse llevar a la discusión». Consecuente con esto, dio la orden en su diócesis de que a las víctimas no se les informara personalmente de la existencia de prestaciones monetarias por reconocimiento del daño sufrido.

El informe de abusos en la diócesis de Maguncia —que incluye también los abusos cometidos durante otras gestiones episcopales— nos revela lo peor del cardenal Lehmann. El obispo, considerado alguna vez como una luminaria intelectual y moral de los progresistas y uno de los grandes teólogos de su tiempo, se revela como un mentiroso insensible, que maquiavélicamente hará todo lo necesario para proteger a la institución, aunque ello signifique ocultar la verdad y traicionar su conciencia.

El del cardenal Lehmann no es un caso aislado. Es una muestra más de un sistema que ha favorecido y encubierto los abusos, y que buscará proteger la imagen de una Iglesia santa que de santa no tiene nada. O más bien, casi nada.

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Abusos, cardenal Lehmann, Iglesia católica

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