Martin Scheuch

El vicario general que abandonó la Iglesia católica

"Yo tengo que salir de esta Iglesia, en la cual los abusadores pueden cometer sus delitos durante demasiado tiempo y son encubiertos. Me repugna lo que leo en los informes de los afectados."

Andreas Sturm (nacido en 1974) era el vicario general de la diócesis de Espira, a cuya circunscripción pertenezco yo como católico. “Sturm” significa en alemán “tormenta”, y eso fue precisamente lo que se desató cuando el 13 de mayo de este año anunció que renunciaba no sólo a su dignidad eclesiástica sino también a la Iglesia católica y que seguiría ejerciendo su sacerdocio en la Iglesia veterocatólica, creada en 1871 como una comunidad separatista de católicos que rechazaban el dogma de la infalibilidad pontificia proclamado por el autócrata y nefasto Papa Pío IX, aquel pontífice que nos dejó como legado la esencia del actual sistema eclesiástico que hace agua por todas partes.

Detrás de lo que parece una deserción de una alta autoridad eclesiástica no había ningún escándalo, ningún lío de faldas, ninguna sospecha de abusos, sino más bien la falta de confianza de que hubiera verdaderos cambios en la Iglesia católica, y la creencia de que el proceso de reforma eclesiástica iniciado en Alemania en el año 2019 y conocido como Camino Sinodal iba a terminar en nada.

Recientemente Andreas Sturm ha publicado un libro donde no sólo explica ampliamente los motivos que lo llevaron a dar ese paso, sino que también cuenta su recorrido biográfico a través de la Iglesia católica, sazonado con anécdotas cotidianas que evidencian las graves inconsistencias que hay en el sistema eclesiástico vigente. El libro, publicado por la editorial Herder, lleva el título de “Yo tengo que salir de esta Iglesia – Porque quiero seguir permaneciendo humano” (“Ich muss raus aus dieser Kirche – Weil ich Mensch bleiben will”) y se ha convertido en un éxito de ventas.

Para entender la gravedad de lo ocurrido con Andreas Sturm, hay que precisar qué posición tenía dentro de la administración eclesiástica de la diócesis de Espira. El vicario general es como el alter ego del obispo, su representante, la cabeza administrativa de la sede episcopal. Dicho de otro modo, sería algo equivalente a un primer ministro del obispo que gobierna. En ese sentido, es el segundo en la cadena de mando dentro de la diócesis. De ahí el peso de la decisión tomada, más aún cuando el mismo Sturm señala que «se va por voluntad propia, no hay escándalos, ninguna crítica a su persona, y ni siquiera “esqueletos en el armario”».

Y aun cuando en sus apuntes biográficos no relata nada gravemente escandaloso, lo que describe como la normalidad de la Iglesia en el contexto alemán —aunque mucho de lo que dice puede extrapolarse a otras latitudes— resulta desolador para quien cree en el valor de la persona, en los derechos humanos y en la dignidad de todo aquel que pertenezca al género humano.

A lo largo de sus reflexiones pasa revista, por ejemplo, al celibato obligatorio, que tanto sufrimiento genera en muchos sacerdotes, no sólo entre aquellos que terminan rompiéndolo —la mayoría de las veces en secreto—, sino también entre aquellos que lo guardan celosamente.

La falta de aceptación de las personas homosexuales, que genera mucho dolor entre aquellos que se sienten identificados con la fe católica pero que no pueden dejar de amar a una persona de su mismo sexo, es otro de los temas que aborda. Es de hacer notar que cuando el 15 de marzo de 2021 la Congregación para la Doctrina de la Fe del Vaticano prohibió dar la bendición a las parejas homosexuales, Andreas Sturm —quien estaba temporalmente a cargo de la diócesis de Espira, pues el obispo Karl-Heinz Wiesemann estaba con descanso médico— decidió ignorar ese mandato y seguir posibilitando la realización de misas de bendición para parejas homosexuales.

También nos describe el miedo que sienten quienes tienen puestos de trabajo en la Iglesia católica cuando su matrimonio fracasa y se divorcian, o cuando viven con su pareja sin estar casados, o cuando mantienen una relación homosexual, miedo de ser despedidos si se llega a conocer su situación. Pues muchas veces la Iglesia pone como condición para trabajar para ella una fidelidad absoluta a sus enseñanzas, lo cual incluye la doctrina moral.

Cae también bajo el escrutinio de Andreas Sturm el poder de la Iglesia, que no admite disensos entre sus filas, y el clericalismo, que excluye a los fieles laicos de la toma de decisiones y de una participación democrática en la configuración de las comunidades locales, otorgándoles poder absoluto de decisión sólo a los obispos y sacerdotes. Y, por supuesto, no se olvida de señalar la marginación de las mujeres de muchos cargos y funciones en la iglesia.

Ciertamente, el escándalo de los abusos sexuales y su encubrimiento forma parte sustancial de sus reflexiones, más aún cuando él ha tenido en ocasiones que hablar como representante de la parte abusadora, no sin que ello haya ido acompañado de conflictos de conciencia por la manera en que la Iglesia ha maltratado a las víctimas.

 Así resume Andreas Sturm su decisión al final de su libro:

«Yo siempre quise ser sacerdote. Sacerdote como pastor de almas para los seres humanos. Yo quería hablar de este Jesucristo, que redime mi vida y la enriquece en muchos aspectos. Yo siempre quise bautizar niños y prepararlos para recibir los sacramentos. Yo quería celebrar misa con una comunidad y poner en las manos amorosas de Dios lo que hemos experimentado y vivido, quería celebrar la redención e implorar fuerza y consuelo para la siguiente semana. Yo quería acompañar a las parejas en su amor y al inicio de su camino en común y concederles la bendición de Dios. Yo quería asegurarles, a aquellos que sienten que han cometido errores y han pecado, el perdón amoroso de Dios. Y yo quería acompañar a las personas en su último viaje, consolar a los que están de luto y enterrar a los difuntos. Pero yo no quiero seguir yendo contra mis convicciones, porque yo creo que todo esto también lo puede hacer una mujer como sacerdotisa. Yo no sólo quiero concederle la bendición a parejas heterosexuales, sino también a personas queer en sus relaciones. Yo ya no quiero seguir encontrándome con parejas en iglesias a puertas cerradas, sólo porque eventualmente uno de los dos ya está casado. Yo no quiero seguir poniendo mis fuerzas al servicio de una Iglesia en la cual sus empleados tienen miedo porque van contra un compromiso de fidelidad. Yo no quiero tener miedo de enamorarme y tampoco de vivir ese amor.

Yo tengo que salir de esta Iglesia, en la cual los abusadores pueden cometer sus delitos durante demasiado tiempo y son encubiertos. Me repugna lo que leo en los informes de los afectados. No es su culpa y no es mi culpa, pero es tan lamentable la imagen que como Iglesia en su totalidad proyectamos. Casi nadie saca las consecuencias y renuncia; se atrincheran detrás del Papa. Esto es difícil de soportar y a duras penas de transmitir.

Yo tengo que salir de esta Iglesia, en la cual no se ordena a mujeres, porque simplemente negamos su vocación y rechazamos su ordenación como imposible. En la que las personas queer no son aceptadas verdaderamente y que no permite que su amor del mismo sexo sea. Salir de una Iglesia que más bien se aferra al celibato obligatorio, el cual enferma a muchos sacerdotes y los deja en la soledad o representa una enorme carga emocional para sus compañeras o compañeros de vida».

Se trata a fin de cuentas de una decisión de conciencia de alguien que ha tenido una cuota de poder en la Iglesia católica y que, no obstante, se siente impotente y ha perdido toda esperanza de que haya un cambio verdadero. “Mi corazón esta vacío – como muerto”, señala Sturm. Y se va para no perder su fe y protegerse a sí mismo antes de que todo se derrumbe.

Una decisión válida, tan válida como la de la periodista Christiane Florin (nacida en 1968), que desde una perspectiva feminista también ha manifestado críticas semejantes —e incluso más ácidas— a la institución eclesiástica, pero que ha tomado una decisión muy distinta, como se refleja en el título de su último libro publicado en el año 2020: “¡A pesar de todo! Cómo intento permanecer católica” (“Trotzdem! Wie ich versuche, katholisch zu bleiben”).

 

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