Mauricio-Saravia

Algo qué decir sobre las fake news: la psicología de la mentira

"En esta campaña se debe seguir dando pelea a la desinformación, pero siempre desde el valor y no desde la posición."

Cuando tuvimos los momentos más complejos del encierro provocado por pandemia y el temor más grande por el contagio del Covid-19, enfrentamos también una crisis de conocimiento que hoy arrastramos de manera consistente: las fake news, noticias falsas propaladas con una intencionalidad dirigida. Como si no bastara con enterrar a nuestros muertos, también tuvimos que enterrar a muchas de nuestras neuronas que morían de solo escuchar tanta falacia. Tuvimos un canal que desde sus plataformas informativas y de opinión se dedicó día y noche a inundar a la opinión pública con información falsa sobre la ivermectina, las vacunas, la “vacuna peruana”, entre otros temas. Incluso un médico que hoy es congresista de la República por Fuerza Popular tuvo el descaro de señalar que: “la vacuna Sinopharm produce más COVID que el placebo y es agua destilada”.

Vivimos una campaña presidencial repleta de información falsa, de ataques de uno y otro lado sobre lo que el otro iba a hacer. Luego de la campaña, la experiencia de la (des) información de los “fraudistas” tampoco pasó desapercibida y generó corrientes de opinión que generaron una violencia totalmente innecesaria en el país. Incluso Lourdes Flores, una conservadora, pero hasta ese momento ecuánime política peruana, se volvió figura relevante de las acusaciones sin sentido sobre un fraude, que jamás aportó una sola prueba convincente además, más allá de sospechas motu propio, de criptoanálisis y de líderes de opinión políticos que “resucitaron” milagrosamente. Ahora enfrentamos una campaña municipal igual o peor.

Ya corriendo el tiempo de este gobierno estamos viviendo ahora la fiebre de justificaciones sin sentido y aparentemente amorales sobre las sospechas de corrupción que el entorno presidencial acumula y que merecen al menos la duda y el cuestionamiento; no la justificación ni el ser obviadas. Personas que fueron grandes cuestionadoras de la acción política de -por ejemplo- el fujimorismo a partir de las sospechas de corrupción de sus líderes, hoy generan una costra en torno a Castillo y lo han declarado intachable e intocable.

Este preámbulo nos deja claro desde hace algunos años estamos viviendo de forma intensiva un fenómeno que ha generado la preocupación de muchos y el aprovechamiento de otros, que es esta pérdida de pudor en manos de muchos líderes de opinión por propalar información probadamente falsa o por justificar información que ataca a los demás. En realidad, lo que causa alarma en realidad es la cantidad de gente que sin problema alguno asume estas mentiras y se convierte a su vez en vocero de ellas y se va tramando una red de difusión donde se pone en juego todo lo que entendemos por verdad, objetiva o no.

Este no es un fenómeno que haya pasado desapercibido para la psicología social y las ciencias políticas y de hecho desde la investigación en estas ramas se ha logrado comprender algunas de las características de este problema, que encierra muchos elementos centrales: procesamiento cognitivo, juicio moral, actitudes, creencias, etc. Estamos dando vueltas en círculo para categorizar a quienes no piensan como uno, pero no nos detenemos a pensar por qué podemos relativizar tanto nuestra manera de entender un hecho.

Los efectos de la repetición

No es casualidad que de pronto una información o una noticia que es evidentemente falsa empieza a inundar nuestras redes sociales, incluyendo WhatsApp y telegram. En general, del modo: “tengo un primo que…”, para darle credibilidad y sentido de veracidad al texto o audio. O puntualizando: “fuentes de dentro de…” para darle experticidad y aumentar la confianza en la fuente. Eso que acabo de leer que es completamente falso a la primera, a la segunda, a la tercera, ya empieza a generarme algunas dudas a la décima y me hace trastabillar a la vigésima. Pero si me lo manda fulanita o menganito, cómo no va a ser verdad, solemos concluir.

Más allá del criterio de la fuente que es un elemento central en toda comunicación persuasiva y sobre la que no voy a incidir por la abundancia de material sobre ella, la repetición es otro factor clave para comprender cómo podemos incluso cuestionar nuestro sistema de creencias a partir de premisas falsas. Pillai y Fazio en el 2019 analizaron el tema llegando a varias conclusiones muy importantes.[1]

Una primera reflexión interesante de la que se parte es que tendemos a creer más la información falsa cuando no podemos procesar la información adecuadamente, ya sea por falta de información o porque carecemos de la capacidad para hacerlo. Pensemos en la pandemia y en los argumentos sobre la ivermectina, que requerían evidentemente de un conocimiento médico básico para no creerlos. O, aunque suene gracioso, en los argumentos del criptoanálisis para “probar” el fraude. Si algo de experiencia tiene con los números suena a chiste, pero si no, suena serio y porque solemos tener esos atajos cognitivos, entonces lo creemos sin más.

Pero además, no solo se aprecia cómo procesamos la información o las capacidades que tenemos para hacerlo. La motivación influye, de acuerdo con la literatura que existe sobre persuasión. Mientras más motivados estamos para aceptar algo como “verdad” es más probable que encontremos sentido en los argumentos que lo exponen, así el sustento sea imposible. Esto lo veremos más adelante cuando consideremos los aspectos contrafácticos y prefácticos del pensamiento.

La memoria es otro de los elementos que contribuye a la creencia sobre argumentos falaces. Cuando perdemos la capacidad de recordar las justificaciones que desbaratan un argumento falso, es más probable que le creamos. En ese sentido la repetición ayuda a fijarlo y a generar el desplazamiento de la intuición que es falso. No recordamos por qué lo consideramos falso. Eso siempre y cuando no se trate de argumentos conocidos y ya incluidos en el sistema de creencias preexistente.

Otros elementos que moldean la credibilidad de mensajes falsos son, como los autores señalan: “Cuando las personas confían en señales periféricas para la verdad, como la familiaridad y la fluidez, son más susceptibles de creer información falsa, particularmente cuando esa información se repite. Por el contrario, cuando las personas confían en señales esforzadas como recordar el contexto original de la afirmación (por ejemplo, como proveniente de una voz poco confiable) o consultar su conocimiento previo, los efectos negativos de la repetición se reducen”[2]

En resumen, la repetición aumenta la creencia en argumentos falsos. Pero este elemento está afectado principalmente por cómo procesamos la información, no por el tipo de información ni por el medio a través del cual se presenta.

El pensamiento contrafactual y el prefactual

De esto hay mucha investigación reciente yuno de los que más ha generado reflexiones sobre este tema es Daniel Effron[3], un joven psicólogo social y organizacional de Yale.

El pensamiento contrafáctico en general consiste en la comparación de la realidad -una situación actual- con posibles alternativas pasadas. El poder tener o recordar experiencias nos ayuda a que podamos interpretar o predecir lo que pasará en el futuro. Pero también a considerar que la realidad pudo haber sido distinta. De hecho influye en nuestra percepción y acción. En el 2009, Petroccelli y Crysel demostraron a atrvés de une studio que el pensamiento contrafactual genera una “inflación de la imaginación” tratando de predecir alternativas en jugadores de blackjack.[4]

Lo que se conoce es que el pensamiento contrafactual podría llevar a un público a disculpar un argumento falaz por varios motivos. Es decir, sin dejar de reconocer que se trata de una mentira, lo que hacemos es relativizarla o disculparla. Además, se encuentra que la afinidad política es una variable muy relevante: “Cuando una falsedad se alineó con las preferencias políticas de los participantes, reflexionar sobre cómo podría haber sido verdad los llevó a juzgarla como menos poco ética de decir, lo que a su vez los llevó a juzgar a un político que la dijo como si tuviera un carácter más moral y mereciera menos castigo”[5].

Lo que hace el pensamiento contrafactual es considerar psicológicamente que las falsedades se vean menos antiéticas de lo que son; es decir, las terminamos justificando. La base del pensamiento contrafactual ha sido estudiado también por los precursores del Behavioral Economics. Kahneman y Miller[6] exploran cómo hacemos predicciones e inferencias a partir de la cercanía emocional o ideológica con una posición. En ello, creer algo que es una mentira pero que se asemeja a la realidad que queremos ver o que interpretamos como cierta será menos cuestionable. Es decir que juzgamos una mentira como “menos mala” si consideramos que estuvo cerca de la verdad.

Volvamos al fraude para explicar esto. Mucha gente considera que las evidencias que prueban el supuesto fraude son mentira. No se cuestiona eso. Pero se valora menos negativamente en términos éticos, en la medida en que conceptualmente se cree que sí hay fraude porque Castillo no puede -motivación ideológica- haber ganado la presidencia. No se logra probar, pero tampoco se sanciona éticamente dicha mentira. Ese es el centro del pensamiento contrafactual. Y la causa también de que la polarización se asiente tan bien en esta situación. Con este tipo de pensamiento tenderemos más a generar una coraza que proteja mi posición política, así se justifique falsedades. No es ceguera, es acomodación cognitiva.

Otro punto interesante es que se asume el argumento falaz desde la ambigüedad y solemos hacer un razonamiento orientado a desmantelar racionalmente el aspecto de mentira. Es decir, atacamos la parte de la “mentira” al considerarla ambigua y convertimos el mensaje en relativo. Así lo transmitimos. Por ejemplo, cuando evaluamos la acción del coronel Colchado antes y después. Al considerar que antes se enfrentó a mafias y hoy es un agente de esas mafias para ir contra el gobierno, lo que hacemos es generar un contrafactual que hace que lo anterior sea relativo agregando más información que “completa” la información y que hace que lo que se evaluó anteriormente haya estado sesgado pero hoy no. Gaspar y otros comprobaron en el 2015 que un comportamiento anterior considerado inmoral, traído al presente puede relativizarse de acuerdo con el contexto (político) en el que es evaluado[7]

Pero así como le damos credibilidad a cosas que son falsas y les generamos una validez moral a partir del pasado y la acomodación que generamos allí, de la misma forma lo hacemos prospectando el futuro, eso lo conocemos como el pensamiento prefáctico[8]. Los juicios morales que hacemos sobre “la verdad” no solo parten de su constatación sino también de aquello que podría llegar a ser verdad. Tal vez la mejor caricatura que podemos encontrar como ejemplo de este tipo de pensamiento son a los seguidores de las teorías de conspiración, que últimamente abundan en las redes sociales. Se perdona lo mentiroso de una idea si se considera que lo es porque puede llegar a ser verdad.

Algo así parece estar pasando con los defensores a ultranza del presidente Castillo. Perciben una promesa de fondo en su acción que genera que las mentiras, ocultamientos y acciones asociadas a corrupción, sean relativizadas. La transformación social que una constituyente traería al país es suficiente para justificar sus omisiones y mentiras. No necesariamente porque se entienda que no ocurren, sino porque se flexibiliza su relevancia y se genera una justificación moral. Pero esto ya no de la memoria del pasado, sino de la imaginación del futuro.

La flexibilidad moral

Mike Daisey es un autor y monologuista al que en 2012 el programa This American Life presentó con una investigación que había realizado en la que se demostraba la explotación de trabajadores de una subsidiaria de Aplle en China. El testimonio, que presentaba pruebas de lo que señalaba, fue rápidamente difundido y llegó a todo el mundo. Solo que existía un problema mayor: muchas de las pruebas y de testimonios que el autor presentaba eran falsas. This American Life tuvo que retractarse[9]. Daisey no lo hizo. Pese a que tenía las evidencias frente a su nariz, señaló que la causa era la que importaba.

¿Suena conocido? Pues bastante. No solo asistimos al carnaval de las mentiras sino de la justificación de las mismas, en función de lo que representan: una ocasión para que una idea superior triunfe. Como Mueller y Skitka señalan: “la gente cree que los deberes y los derechos se derivan de los propósitos morales más importantes que subyacen a las reglas, los procedimientos y la autoridad, que de las reglas, los procedimientos o las autoridades mismas. En otras palabras, las convicciones morales son independientes de la autoridad y las reglas”[10]. Estos mismos investigadores demuestran que si bien la honestidad es un valor apreciado, se relativiza cuando sirve a un fin moral que se considera superior.

Las “cruzadas” para enfrentar al gobierno, el lenguaje efervescente y las maniobras mentales que se usan para defender argumentos falaces las vivimos todos los días al leer los mensajes de los opositores. Pero desde el bando oficialista también enfrentamos esa relativización moral con mensajes impresionantes que dan lugar a que se cuestione cómo se puede ser tan escrupuloso con algunos y permisivo con otros. No es una omisión involuntaria, por si acaso. Es comprender que el fin justifica los medios.

Otro elemento muy relevante es la repetición de mensajes, de la que ya hemos conocido en este texto. En el caso de la confrontación con titulares de noticias falsas, la primera vez solemos sentir afectos negativos, pero la repetición es la que hace que vayamos desensibilizando los afectos hasta que no nos incomode o terminemos por creerlo. Las estrategias de saturación de los mensajes opera muy clara en esa dirección.

En el 2020, una investigación de Chaparro, Espinosa y Amaya[11] hecha en el Perú, encontró una dimensión en la ciudadanía peruana: laxitud moral política, que habla de una tolerancia a la corrupción, siempre y cuando se encuentre un interés personal en ese caso. Este es otro terreno sumamente interesante de estudio. La posibilidad de generar un balance donde la moral pasa a ser un espacio más terrestre y mundano, donde se negocian los principios si es que la consecuencia es favorable.

Esta laxitud moral además puede estar asociada a una medida alta de cinismo político, que significa “una dinámica de relación entre gobernantes y gobernados que involucra sentimientos de desconfianza hacia la política, los políticos y las instituciones gubernamentales”[12]. El mismo Espinosa señala que esta idea se asocia inversamente con indicadores de participación comunitaria; por lo que se entiende que el cinismo político “debilita la dinámica de relaciones al interior de la comunidad”. Mientras más tengamos una dinámica negativa con nuestros dirigentes y desconfiemos del sistema, menos vamos a integrarnos a ese ecosistema, generando una espiral invertida.

Redes y medios

En la era de la posverdad, como hemos señalado, no solo estamos creyendo información falsa, sino que además estamos aceptándola, tolerándola y compartiéndola a sabiendas de que lo es. Bajo promesas de que es un curso que se corregirá o simplemente por un curso de afinidad que nos permite generar un efecto teflón en aquello que queremos defender.

El problema de esto es que al percibir la tolerancia e interés que se da en la exposición y difusión a información racionalmente falsa, desde los mismos políticos se desarrollan estos mensajes con la esperanza de hacerlos virales para generar impacto. Tal vez el mejor ejemplo de esto sea el candidato Rafael López Aliaga, que sin ningún problema genera mensajes completamente falsos que al segundo son divulgados por una cantidad no menor de personas. Muchas de ellas sabiendo que son completamente falsas. Esto, de lunático o descuidado no tiene nada. Obedece a una intencionalidad muy evidente.

Effron señala tres características que permiten que este fenómeno ocurra: que “los ciudadanos están políticamente polarizados, los líderes respaldan las «realidades alternativas» y la tecnología amplifica la desinformación”[13]. Estos tres elementos son los que permiten la propagación activa de información falsa que genera una relativización del juicio moral al asumirse una mentira como menos condenable. De estos tres y habiendo presentado elementos suficientes para los dos primeros, me gustaría comentar el tercero. Las noticias falsas se propagan por tecnologías que las colocan muy rápido en la máxima atención de otros conectados. Términos como tendencia, contagio y viral son claves para comprender como en una facción de segundos una noticia falsa se vuelve masiva. Una investigación sobre la campaña de Trump de 2016 mostró como las redes sociales fueron relevantes particularmente para: conocer que las informaciones favorables sobre Trump se reprodujeron en una proporción de 4 a 1 con respecto a las de Clinton y que se comprobó que crecía la probabilidad de que las personas creyeran historias que beneficiaban a su candidato favorito, en particular si tiene redes segregadas ideológicamente.[14] En el Perú, Eduardo Villanueva analizó la influencia de las redes sociales en las elecciones y destaca el factor difusor de contenidos que tuvieron estas, más que como debate de ideas[15].

Pero además, en un estudio realizado el 2018, se demostró que las noticias falsas se divulgaron más y más rápido en redes sociales entre el 2006 y el 2017. Como señala su autor: “La falsedad se difundió significativamente más lejos, más rápido, más profundo y más ampliamente que la verdad en todas las categorías de información, y los efectos fueron más pronunciados para las noticias políticas falsas que para las noticias falsas sobre terrorismo, desastres naturales, ciencia, leyendas urbanas o información financiera.”[16]

En resumen, la psicología social nos ayuda, con mucha profundidad, a comprender por qué parece que no tenemos un filtro para creer y difundir noticias falsas, cuando lo cierto es que sí lo tenemos, pero los anulamos o relativizamos en función de los objetivos que nos tracemos. Nuestra identificación política hace lo suyo, pero también el estilo y nivel de procesamiento de la información que hacemos. En esta campaña se debe seguir dando pelea a la desinformación, pero siempre desde el valor y no desde la posición.


[1] Raunak M. Pillai,Lisa K. Fazio (2021): The effects of repeating false and misleading information on belief. Wiley Interdiscip Rev Cogn Sci. Nov.

[2] Traducción propia

[3] En particular recomendamos: Effron, D. (2018): It could have been true: how counterfactual thoughts reduce condemnation of falsehoods and increase political polarization. Personality and Social Psychology Bulletin, 44 (5). pp. 729-745

[4] Petrocelli, J. V., & Crysel, L. C. (2009). Counterfactual thinking and confidence in blackjack: A test of the counterfactual inflation hypothesis. Journal of Experimental Social Psychology, 45(6), 1312–1315.

[5] Effron (2018), artículo citado

[6] Kahneman, D. y Miller, DT (1986): Norm theory: Comparing reality to its alternatives. Psychological Review, 93(2), 136–153.

[7] Joseph P. Gaspar, Mark A. Seabright, Scott J. Reynolds y Kai Chi Yam (2015) Contrafactual and Factual Reflection: The Influence of Past Misdeeds on Future Immoral Behavior, The Journal of Social Psychology, 155:4, 370-380

[8] Una excelente referencia para entender las características del pensamiento prefáctico está en: Helgason BA, Effron DA (2022). It might become true: How prefactual thinking licenses dishonesty. J Pers Soc Psychol.

[9] https://www.thisamericanlife.org/454/mr-daisey-and-the-apple-factory

[10] Mueller AB, Skitka LJ. Liars, Damned Liars, and Zealots: The Effect of Moral Mandates on Transgressive Advocacy Acceptance. Social Psychological and Personality Science. 2018;9(6):711-718

[11] https://www.ulima.edu.pe/instituto-de-investigacion-cientifica/noticias/el-cinismo-politico

[12] Espinosa, Agustín (2012). Cinismo político y su relación con la identificación y participación en una comunidad rural de la costa norte del Perú.

[13] Effron DA, Helgason BA. The moral psychology of misinformation: Why we excuse dishonesty in a post-truth world. Curr Opin Psychol. 2022 May 30;47:101375

[14] Allcott, Hunt, and Matthew Gentzkow. 2017. «Social Media and Fake News in the 2016 Election.» Journal of Economic Perspectives, 31 (2): 211-36.

[15] En: https://larepublica.pe/domingo/2021/04/18/eduardo-villanueva-mansilla-hay-polarizacion-en-las-redes-sociales-pero-aparenta-ser-mucho-mas-agresiva-de-lo-que-es/

[16] Vosoughi, S., Roy, D., & Aral, S. (2018). The spread of true and false news online. science, 359(6380), 1146-1151.

 

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