El peruano color chaufa

Este columnista vuelve a leer Los ríos profundos del gran José M. Arguedas. Y percibe aún las grandes diferencias sociales como el racismo, como al caminar por las calles y oír cómo se tildan el uno al otro de “color chaufa” o “color puerta” viniendo incluso de personas con los mismos rasgos. Es que si algo brilla en abundancia en nuestro Perú, es la alienación y la falta de espejos, al parecer.

[CASITA DE CARTÓN] Este columnista vuelve a leer después de lustros, con los ojos que la madurez y la distancia entregan, la obra que llevara al olimpo de las letras al gran José María Arguedas: “Los ríos profundos”. Y más allá de la historia del joven Ernesto, puente entre los mundos del quechua y el castellano, y sus aventuras dentro de la inocencia de la niñez con su padre y el descubrir de “todas las sangres” en la escuela, los huaynos o yaravíes, o como en la rebelión de las chicheras y otros paisajes que descubren ese Perú que también existe. Pero también reconociendo aquellos “tumores” perpetuos que envuelven aún hoy nuestra sociedad como el racismo o las diferencias sociales muy marcadas. Los actores, las formas y los tiempos han cambiado, pero los vientos siempre circulares siguen trayendo esos mismos y viles males. Evidentes como al prender la televisión o al caminar por las calles y oír cómo se tildan el uno al otro de “color chaufa” o “color puerta” viniendo incluso de personas con los mismos rasgos. Es que si algo brilla en abundancia en nuestras latitudes, es la alienación y la falta de espejos, al parecer.

Esto, como muchos de los grandes acontecimientos sociales, tiene respuesta en nuestra historia. Como si desde la conquista se haya enquistado en nuestro ADN una fragmentación irreparable e insuperable, y que lo único que nos une como patria es el circo del fútbol. Pero pasado eso, volvemos a nuestra realidad. Otra vez haciéndonos “sordos, ciegos y mudos”, naturalizando todos los males que nos envuelven y definen a diario. El politólogo y asesor de la Casablanca, Samuel Huntington, nos definiría alguna vez como un “país desgarrado”. Palabras que se traducen en un país sin identidad y horizonte claro. Nada muy alejado a la realidad. Y llevándolo al terreno político, solo basta ver la hipocresía y descaro con los que “dueños de opinión”, vestido con el lenguaje de la “imparcialidad”, direccionan los aconteceres del día a día a su conveniencia o simplemente le dan poca o nula relevancia. Como con el desconcertante informe de La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) donde denuncian las gravísimas violaciones que se han producido durante las primeras semanas de esta gestión. Muchos de aquellos personajes son reciclados de las épocas nefastas del fujimorismo. Es que Perú es un país tan generoso que limpia en tiempo fugaz el daño social y moral que hicieran ciertos personajes que venden hasta el alma por maletas fogosas de dinero. Dinero sucio y enraizado en cada estamento del estado, sin mencionar a ese nido de ratas coléricas que es el Poder Judicial.

Pero volviendo a la fuente con la cual se escribe nuestra legado. El Perú no está con los ojos abiertos teniendo presente su historia. Por el contrario, lo cierra para negarlo. Lejano, próximo, no importa. Entre menos presente esté, el futuro es esperanzador, parece decir. El “exceso de positividad” (Byung-Chul Han, dixit) se ha arraigado bien con el común de peruanos con el sistema en que vivimos, engullidos en la monotonía y la pobre visión como mentalidad que tenemos como nación hasta, penosamente, como humanos.

Han pasado más de un siglo, pero las palabras del extraordinario pensador que tuviéramos, Manuel González Prada, abrazan nuestra realidad de una manera tan asombrosa como terrorífica por su exactitud, que pareciera haberse escrito recientemente: “En resumen, hoy el Perú es organismo enfermo: donde se aplica el dedo brota pus”. O lo escrito en “Nuestros Indios” para entender a profundidad la diferencia racial que hay en nuestro país.

El peruano es un beodo que dormita por lo que no quiere ver ni reconocer, pero que cuando despierte y quiera desplegar sus alas, caerán con él, una vez más, caerán, y dirán: “nosotros somos los culpables”. El devenir no avizora nada esperanzador. Se aproxima otro levantamiento, y los rostros con tinta y maquillaje dirán: “son terroristas”. Otra vez se matará y se limpiarán las manos. Pero para cuando vuelvan los vientos de “plena democracia”, oh sorpresa, dirán: “eran nuestros muertos”. Esta Casita de Cartón cierra su puerta con este verso que profiriera el insigne vate alemán, Bertolt Brecht, en modo de definición de gran parte de nuestra historia: “A tantas historias, tantas preguntas”. Como con el verso con que cierra el poema, “Los nueve monstruos”, nuestro poeta nacional, César Vallejo, el mismo que la historia se ha encargado con bajeza y esmero de encubrir su compromiso social que lo llevara hasta el último de sus días: “Hay, hermanos, muchísimo que hacer”. Y hay tanto…

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Diferencias sociales, identidad, Perú, peruanos, Racismo, Sociedad peruana

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