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Deudas inmunológicas

“Recién estamos calibrando el impacto negativo de lo anterior y las dificultades del regreso a lo presencial, tanto en los centros educativos como en los espacios laborales.”

En agosto de 2021 un grupo de pediatras franceses especializados en enfermedades infecciosas, acuñó el término deuda inmunológica. Se referían a que durante casi 3 años las medidas restrictivas, de defensa, frente a la pandemia del Covid, privaron a nuestros organismos de ese contacto con el espectro de pequeñas cochinadas que los pueden enfermar pero que los van fortaleciendo y les permiten torear con pocas consecuencias, más benignas que catastróficas, las innumerables presencias virales de nuestro mundo.

Todos, sobre todo los más jóvenes, regresaron a, o nunca perdieron, la inocencia inmunológica, por decirlo de alguna manera. Sabemos que andar por la vida con un exceso de inocencia no es una fórmula ganadora casi en ningún aspecto. La sequía de interacciones y encuentros entre cuerpos impidió, en otras palabras, el aprendizaje de los trucos que limitan los perjuicios del comercio con la realidad.

¿Solamente cuerpos inexpertos? Para nada, lo mismo aplica a las mentes, con respecto de cuyos desempeños ha quedado una deuda socioemocional y sociocognitiva, una cola de pendientes que nos está pasando factura.        

Guarderías, nidos, colegios, institutos y universidades, teatros, discotecas, gimnasios y, sí, también cementerios, velatorios y templos, con todas sus actividades, ritos y celebraciones que suponen un frotamiento corporal y mental, estuvieron fuera de límites. La gama de libretos sociales y la variedad de estilos personales con los que tramitamos los seres humanos se redujeron de manera dramática. Quienes menos experiencia tenían, que estaban debutando en la arena del ajetreo interpersonal o haciendo sus primeras funciones en el teatro del mundo, se quedaron solamente con el escenario familiar y sus guiones.

En otras palabras, no tuvieron la oportunidad de practicar el juego de las relaciones condicionales, circunstanciales, electivas, experimentales, lúdicas, las que están a medio camino entre el contrato y el pacto, que se hacen, se deshacen y se recomponen, que se desarrollan a ritmo de pichanga y campeonato de barrio, bajo la mirada de terceros responsables que ni los odian ni los aman, que no comparten genes y hacen las veces de árbitros y de opinión pública.

Se quedaron en casa donde se juegan relaciones incondicionales, con ejes fijos, jerarquías inmutables, que tienen el sello de la supervivencia, que no se rigen por reglamentos, en las que hay estabilidad laboral absoluta y casi nunca causales de despido. En esa matriz que solo los ilusos pueden calificar de nido colmado de amor y solidaridad pero que, no es casual, es la fuente de cuentos de hadas crueles, tragedias griegas, telenovelas truculentas y dramas bíblicos, los jóvenes quedaron prisioneros. Fue algo así como vivir permanentemente en un estadio donde solo se juegan partidos de final mundialista, sin posibilidad de pichanguitas.

Recién estamos calibrando el impacto negativo de lo anterior y las dificultades del regreso a lo presencial, tanto en los centros educativos como en los espacios laborales. Es como volver a conectar con una serie habiéndose perdido un par de temporadas sin tener ni un resumen de lo que ocurrido desde el último capítulo visto, como aplicar a  una visa ante burocracias consulares abrumadas por miles de solicitudes, o lo ocurrido en los hospitales cuando hubo que recuperar todos los diagnósticos e intervenciones quirúrgicas pospuestas por la emergencia sanitaria del COVID.  

Recuperar un buen nivel de resistencia inmunológica, tanto en el nivel orgánico como relacional va a tomar tiempo.

Tags:

covid, Pandemia, secuelas del COVID

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