Lerner, Roberto

Identidades

"¿Qué es lo que une a las personas que pertenecen a, como se dice ahora, un colectivo? Desde las sectas hasta las naciones, pasando por los clubes, los partidos políticos y las empresas, hay algo, difícil de definir, que configura la identidad de sus integrantes."

¿Qué es lo que une a las personas que pertenecen a, como se dice ahora, un colectivo? Desde las sectas hasta las naciones, pasando por los clubes, los partidos políticos y las empresas, hay algo, difícil de definir, que configura la identidad de sus integrantes.  Que uno escoja o le toque por tradición o azar eso a lo que pertenece, hay algo que hermana a quienes no tienen lazos genéticos, los enlaza en un entramado razones y emociones, normas escritas y regulaciones implícitas. Ese algo es poderoso. Está, al mismo tiempo, dentro de las personas y fuera de ellas; es, a la vez, personal e interpersonal; es inmaterial, pero puede residir también en un pedazo de tela. El éxito, la persistencia en el tiempo, la sobrevivencia de las colectividades se atribuye, por lo menos en parte, al vigor de ese cemento misterioso. 

La pertenencia es asunto de contrastes, un juego de espejos. ¿Qué nos une a todos nosotros aunque seamos distintos en muchas cosas, por qué estamos en el mismo barco? Y, a la vez, ¿que nos separa a todos esos otros que pueden ser nuestros semejantes en no pocas maneras, pero que están, sin duda, en otro barco?

Ha habido muchas identidades a lo largo de la historia. La gran mayoría no han dejado huellas. Con sus lenguas, costumbres e ilusiones se evaporaron, aunque seguramente atesoraron en algún momento la convicción de que eran y serían el ombligo del universo. Muchas resuenan hasta nuestros días a través de ruinas más o menos imponentes, testimonios, textos, rituales, pero han perdido vigencia, relevancia o se fundieron con otras. Pocas siguen con nosotros, más o menos vibrantes, y se proyectan en futuros tan gloriosos por el lado del marketing como, si nos atenemos al récord de organizaciones hasta imperios, inciertos por el lado de la realidad.  ¡Pocos lugares tan poblados como los cementerios de identidades supuestamente inmortales!

Hay dos formas de administrar la identidad.

Por un lado, que se define inmutable: endiosa, rinde culto y agudiza la diferencia. En primer lugar entre los de adentro y los de afuera. Nosotros y los otros no tenemos nada en común: comemos, amamos, enterramos, creemos, en fin, vivimos, de manera radicalmente y esencialmente distinta. Somos la versión definitiva de lo humano. Además, hay una sola manera de ser nosotros. Si alguien no la abraza, pues, o se convierte en otros o, muchas veces, en peor que ellos. Es una identidad que se sustenta erigiendo barreras y acumulando tabúes.

Por otro lado, está la que se reconoce como una expresión de la variedad de lo humano, define lo que la diferencia de manera orgullosa e interactúa con otras identidades sin complejos, admitiendo que la propia es fluida y dinámica. Quienes la asumen no exigen ni buscan la pureza. Nosotros somos diferentes de los otros, pero nos unen no pocas cosas. Muchos son nosotros a su manera y eso no los convierte en otros.

Dos formas que han producido, ambas, resultados notables, convivencias productivas y tragedias sin nombre.

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Partidos políticos, psicología

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