Lerner, Roberto

Todo público y todo privado

"Si sus acciones producen los resultados que desean, pues genial, qué bueno para todos y si también para ellos, es solo un efecto secundario de su altruismo e idealismo."

Hay algo notable en lo que está ocurriendo, no solamente en el Perú. Las categorías amigo, enemigo, adversario, aliado han perdido claridad. Son demasiadas las partidas que se juegan simultáneamente, y los protagonistas paran cambiándose de uniforme, enseñas, comportamientos y discursos, todo el tiempo, a cada rato.

Para quienes vivimos sin pretender administrarle la vida a nadie que vaya mucho más lejos de nuestras familias, ni queremos representar a la ciudadanía ni al pueblo, o como quiera que se llamen los colectivos en nombre de los que tantos dicen estar hablando y haciendo, las cosas se ven cada vez más confusas, dolorosamente confusas.

Por supuesto, ser empático con esa confusión, con nuestro sufrimiento y desconcierto es una desventaja para quienes supuestamente trabajan por mayorías abstractas, cuyo bienestar ideal ponen por encima de cualquier sufrimiento particular. Esas lindezas aplican a las relaciones interpersonales, pero interfieren con las movidas y cruzadas de alto nivel. En la arena pública la empatía no tiene lugar. Es para perdedores.

Todos esos personajes que se desenvuelven en la esfera pública solo tienen en el radar sus experiencias y sentimientos. Cuando piensan en el resto, solo procesan intenciones. Somos malos o buenos, en todos los sentidos y ámbitos, si vamos en el sentido de sus decisiones y conveniencias. Nuestras creencias no merecen mayor crédito. ¡Si solamente debemos cambiarlas para dejar de ver el mundo de una manera errada, vale decir, diferente a la de los operadores de lo público!

Ellos —los gestores de lo colectivo— dicen, y seguramente muchos lo creen, que se mueven por ideales y principios, pero a los demás les atribuyen motivaciones extrínsecas, como el deseo de poder o dinero, o intenciones de hacerles daño. Si sus acciones producen los resultados que desean, pues genial, qué bueno para todos y si también para ellos, es solo un efecto secundario de su altruismo e idealismo. Nuestras acciones, sin embargo, son miradas moralmente según convengan o no a los manejadores de diversos poderes.

Yo, quien escribe estas líneas, tengo deseos, algunos que no puedo ni debo compartir, otros son secretos que me unen a muy pocos, y también los hay que creo realizables y hago públicos. Obviamente, a los últimos los maquillo y les doy expresiones propias de mis preferencias, principios, prejuicios y valores. Al tratar de concretar mis proyectos tengo claro que lo anterior se aplica a todo el resto de mis semejantes —una mezcla de intenciones, ideas, conveniencias— justamente porque son eso, semejantes. Es con ese lienzo como fondo que compito, peleo, me alío, negocio, expreso simpatía y antipatía, justifico, argumento, soy hincha de tal y no de cual, voto por mengano y no por sutano. Trato de prevalecer a través de acciones que nunca me darán completamente la razón, que algunas veces saldrán como quería, que otras serán contrarias a mis intereses, pero no todo el tiempo. Todos somos más o menos así.

Pero hoy asistimos a un concierto de allanamientos que van desde Palacio de Gobierno hasta domicilios particulares y sedes de poderes, pasando —porque el espíritu de la época se cuela en todos lados— lockers de colegiales; a una sinfonía de audios entre personajes que no se han enterado de las realidades virtuales de registro total e inmediatez, o se sienten intocables; a un rollo de acusaciones que lo atraviesan todo y alcanzan a todos.

Es casi como vivir, no con y entre personas, sino con sus resonancias magnéticas, en contacto directo con sus pensamientos y entrañas, sin envoltorio, todo privado y todo público al mismo tiempo.

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