Mauricio-Saravia

Sí es el Perú querido Jaime

 

Durante la semana, el periodista Jaime Chincha usó una frase: “¡QUÉ ES ESTO!”, para expresar su asombro e indignación por el descubrimiento de más elementos de escrutinio de la conducta del ex premier Valer. Mi respuesta a ese mensaje fue: “El Perú, querido Jaime, el Perú”.

Con la misma celeridad, Chincha me comentó: “No, querido Mauricio, el Perú es más -muchísimo más- que esta junta de improvisados, peleles y prontuariados. El Perú no se merece esto, querrás decir.” Le agradecí el mensaje, le expliqué que mi tono tenía pesimismo porque era martes de febrero y yo sentía que estaba en viernes de noviembre. La semana luego, fue pasando, pero esas cortas líneas me dejaron pensando.

Esa semana fue una semana como se va haciendo costumbre en la actualidad peruana. Tensa, desgastante, incómoda, pero lo peor de todo, inútil. El gran resumen de todo es que para lo único que sirve todo el ruido que vamos experimentando en el país, es para nada. Y eso definitivamente, no está bien.

 

¿Para qué?

Envidio, sana y realmente, al ciudadano al que no le importa. A aquel que se levanta, se alimenta, trabaja, descansa y ve por los suyos. Para el que más importante es ver en las noticias lo que ocurre en su cuadra que lo que pasa en el país. Ese ciudadano que cree que cada tanto ir a votar es su contribución obligada con algo que no le importa y que no le nada a cambio.

Ese que está enterrado en su problemática personal – familiar y que puede tener de presidente al primero o al último de la elección, que puede tener de congresista al A o B o Z y honestamente, de verdad no le importa. Duerme pensando que el mañana se reduce a lo que humanamente pueda hacer por su entorno cercano y nada más.

Claro, hemos perdido sentido de colectividad. Las demandas que desde la “democracia” o el “institucionalismo” o el “republicanismo” hagamos, importan nada. Porque importan muy poco pues, ya que no hay una transacción social. Un involucrarse por algo que valga la pena. Una participación si hay posibilidad de lograr algo. Queda claro en la gente que esa misión en este país con este sistema y estos partidos es o suicida o extremadamente voluntariosa.

Si no entendemos desde lo cotidiano cómo nuestro involucramiento puede generar algo, desde luego que se priorizará cualquier otra cosa. Porque, además, dejar el “sistema” en control remoto no es algo que no haya funcionado, ¿verdad? Llevamos décadas haciendo lo mismo con el mismo resultado. No hay el progreso prometido, pero tampoco ninguna debacle que nos preocupe. Ni el dólar alto, ni el precio del pollo o del pan han generado una involución generalizada. Por más maromas matemáticos que los y las reporteras hagan en el puesto del mercado.

Por lo tanto, hemos aprendido a separar las cuerdas de una manera tragicómica y normalizada. Hace pocos días conversaba con una colega sobre el tema, que estaba preocupada y hastiada. Yo le comentaba esto mismo. Creo que hay un divorcio enorme entre la política y la gente porque la primera no tiene ningún efecto sobre la segunda. Nada.

Hemos desafectado la política como ejercicio sentimental. Hay que estar loco hoy para pensar que la militancia y los políticos -y sus discursos- van a generar emoción. Positiva o negativa. Nada, cero. Eso es problema de otros.

Lo que nos lleva a un terreno y escenario más complejos. Si no genera movilización alguna, vínculo emocional, qué es lo que hace que la política se convierta en una actividad sobre la cual interactuamos, aunque sea de modo superficial.

Pues nada más que la política como una película. Como un juego de roles en el que hay un guión y que después de un tiempo x, las cosas serán exactamente igual a cómo eran antes del primer puñado de canchita. Guiones que pueden ser policiales, de suspenso, casi siempre de comedia, pero que son eso, guiones. Con actores que representan un papel específico pero que por un mejor pago se irán a otra productora a desempeñar otro y otro.

De eso se trata, tal vez. Escuchamos al presidente hablar de su compromiso con el pueblo -actuando- pero a la vez disfrutando de su nuevo “contrato” celebrando el cumpleaños de la hija como muy pocas niñas del pueblo pueden y comprometiendo contratos del país a sabe Dios quién, aunque el diga que estaba tomando su Kirma.

Escuchamos a la líder de la oposición repetir su último gran papel, que la verdad estuvo bastante sobreactuado, hablando de fraude; mientras trata de evitar que el juicio en su contra avance y el amigo Bertini que acaba de bajar del avión a malograrle las vacaciones de verano. Esas que duran 4 años entre campaña y campaña.

Escuchamos a la presidenta del congreso y sus coristas decir “comunismo”, mientras este gobierno les regala oportunidades de desarrollo personal y empresarial a través de ministros a los que no se cuestiona como Silva por ejemplo.

Leemos las “soluciones para salir de la crisis” de parte de un periodista que ha destruido a la profesión y que tuvo serias acusaciones de pederastia, publicadas en el medio que se desgarró las tripas por un primer ministro agresor.

Así las cosas, se hace difícil el estándar para entender lo que pasa. Mejor verlo como una gran puesta en escena, ahora que se viene el Oscar. Mejor verlo como el gran juego de roles que es hacer gobierno en el país. Mientras tanto, cada día me levanto, me alimento, trabajo, veo por los míos, porque de esos actores no recibiré nada.

Creo así que a Valer más lo castiga el cinismo y la falsa defensa de un caso tan evidente que el mismo caso. No es porque la violencia no nos importe sino porque entendemos que a él no le importa. Y que quizás a los que lo acusan tampoco les importa. Es solo la oportunidad de entrar en escena y dejar de ser extras.

Por eso la elección no es un acto de vida o muerte para los peruanos. Por eso no representa una inversión racional y emocional muy relevante. Sintonizamos y votamos con el que mejor pasa el casting. De allí al estreno de la película nos importa realmente poco lo que ocurra. Pero no es culpa de los votantes-espectadores. La verdad, la producción es la que falla. Siempre es el mismo argumento y el capítulo siempre queda en el mismo lugar.

 

Las conversaciones

“El mundo digital ha multiplicado el número y la disponibilidad de relatos. Tenemos infinidad de series y documentales online, libros, películas y programas en todos los idiomas y de todos los rincones del planeta. A un clic. Pero, al mismo tiempo, el abanico de narrativas que compartimos de forma simultánea se ha estrechado.”

(Por qué interesa la política. Victor Lapuente (2018). El País. En: https://elpais.com/elpais/2018/08/31/opinion/1535717077_537498.html)»

Además, está lo otro, ¿con quién comentamos la política?, ¿a quién le damos nuestra opinión sobre lo que vimos? Entra a tallar un tema que ya es materia de preocupación en las ciencias políticas, sociales, humanas y filosóficas. Cómo nos vamos acostumbrando a tribalizar nuestra discusión cotidiana y la búsqueda de elementos comunes a nuestra arquitectura lógica, termina siendo la necesaria resultante de un proceso que nos ha ido encerrando en burbujas de significados.

La pandemia debe de haber acelerado varios años la digitalización de la comunicación y la comunidad de discursos más afines, en la medida en que el confinamiento nos obligó a buscar contacto virtual y definir los contenidos a los que queríamos estar expuestos. Asumiendo que se trata de un cambio que no trae vuelta aún, hemos perdido de modo dramático la interacción presencial. Aquella que no está a un clic de salir, aquella que nos obliga a compartir discursos y comunalizarlos de manera más amplia.

Hemos perdido el café, la cola, el ir al mercado con la vecina, el compartir con los colegas. El tele… (rellénelo con lo guste, trabajo, educación, entretenimiento) nos aisló con nosotros mismos y nos evitó el contraste siempre tan necesario para fijarnos posición sobre las cosas.

Así las cosas, las redes sociales nos dieron soporte. A quienes consideramos voceros adecuados los mantenemos. A quienes los consideramos contrarios, los bloqueamos, silenciamos o ridiculizamos. Se va construyendo un discurso amargo, corto, sin matices, en el que solo tiene cabida mi exposición de motivos basada en otra igual. La falta de intermediación que nos lleva a la imposibilidad de aceptar a otros.

Las redes virtuales se vuelven así un reflejo. Pero también un perfecto escenario para el despliegue del ego. Los “lunes de aficionados” pasan a ser discursos concluyentes en Instagram o Twitter. En ellos la aceptación del diálogo es una quimera enorme. Pocos aceptan la posibilidad de intercambio de ideas. Es el espacio de la vanidad y de la “franela” pero si me vas a cuestionar, mejor te bloqueo. Sé que están en pensando en RMP, pero observen el comportamiento de un congresista como Ed Málaga, por ejemplo. Con un ego tan grande que considera que sus redes sociales son solo para aplaudirlo. Si alguien le dice algo con respeto, pero en tono de discusión, bloqueado. Es, en el fondo un reproductor de su propio reflejo. Imposible desarrollar diálogo así, solo con complacientes.

Pero no solo Málaga. Miren las redes de cualquier político con un importante número de seguidores. La mayoría no llega a los extremos del congresista elegido por el Partido Morado pero nadie interactúa. Dejan textos bomba que no tienen respuesta alguna si algún ciudadano quiere establecer algún punto de conversación. ¿No quieren discutir o las redes sociales funcionan solo para sentir su capacidad de generación de likes?

Entonces, sin una política que conecte y a la cual aprendimos a ver como una pantalla de cine; y con la imposibilidad de desarrollar una conversación ciudadana efectiva, el pesimismo me gana y sí, querido Jaime, me reafirmo: es el Perú. Que tiene posibilidades, sin duda. Pero que hoy, y desde hace algún no corto tiempo, nos deja sin capacidad de respuesta.

 

 

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Hector Valer, Pedro Castillo

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