América Latina

El triunfo, hace dos días, de Daniel Noboa en Ecuador es, junto con la derrota del proyecto de cambio constitucional en Chile y el triunfo de Santiago Peña en Paraguay en abril de este año, una gran derrota para la izquierda continental y ojalá el signo de un cambio de giro de la región hacia posiciones más centradas o derechistas que le aseguren un mejor porvenir.

Y si le sumamos el muy probable triunfo de la derecha en Argentina, sea con Milei o con Bullrich (no parece probable un volteretazo de Massa, el candidato peronista, para la jornada de este domingo), podríamos ya hablar de un golpe de mano abiertamente divergente de la línea que predomina en México, Nicaragua, Venezuela, Colombia, Brasil y Chile y que parecía una ola incontenible izquierdista en Latinoamérica.

Es preciso que en el Perú, en el próximo proceso electoral, triunfe una opción proinversión privada, promercado, idealmente liberal, que nos haga volver por la senda del crecimiento que se perdió desde el gobierno de Humala, y que ni éste ni Kuczynski, ni Vizcarra, Merino, Sagasti, Castillo o Boluarte han sabido detonar.

Y lo que ocurra en el vecindario regional sin duda influye. No tanto como uno quisiera, pero influye. Si fuera determinante, bastaría tener un millón y medio de venezolanos en nuestro país huyendo de la miseria de un modelo estatista y populista, para que en el Perú nadie, en su sano juicio, se incline por una opción semejante. Pero ya vimos que en el 2021, el ánimo colérico antiestablishment primó sobre cualquier consideración racional y la mayoría terminó votando por el candidato que aseguraba más pobreza invocando un modelo económico estatista y antiempresarial.

Si a Ecuador le va bien en los dos años de mandato que Noboa tiene por delante (con posibilidad de reelegirse), si Milei o Bullrich sacan a Argentina de la crisis, si Paraguay empieza a mostrar índices de mejoría, los peruanos más humildes, globalmente conectados, sabrán ponderar mejor que aquello que se les promete desde esa orilla no es mentira ni demagogia, sino una promesa realizable.

La derecha puede recuperar horizontes si los países que optan por ese modelo muestran éxitos rotundos, como en su momento fue Chile, que funcionó como faro ideológico de otros países. Por eso, es necesario ponderar positivamente que Latinoamérica se aleje de modelos probadamente fracasados, retardatarios y causantes de las mayores crisis conocidas en la región.

 

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En términos comparativos, América Latina es una región en la que casi no ha habido conflictos militares. Hoy mismo no hay ninguno vigente. Eso podría cambiar, sin embargo, radicalmente si el mundo sigue girando hacia la multipolaridad, con los Estados Unidos perdiendo el dominio geopolítico del planeta y, ya desde hace años, de la región sudamericana.

La creciente y expansiva influencia china en Latinoamérica, la estampida de los capitales norteamericanos, la pérdida de influencia del Brasil, y la aparición de populismos extremistas en varios países de la región, podrían generar, a futuro, condiciones predisponentes para que algo que hoy solo generaría un par de comunicados diplomáticos, pueda escalar impensadamente, contra todo lo previsto.

Solo imaginémonos que gane Antauro Humala las elecciones del 2026 e insista con su mirada de reconquista de los territorios perdidos en la Guerra del Pacífico. O pensemos que pueda ganar Evo Morales en Bolivia y vaya más allá de lo admisible en su pretensión de crear una nación aymara que incluiría territorio puneño. O supongamos que la falta de ecuanimidad de los gobernantes venezolano y colombiano, vaya, por encima de las simparías ideológicas que puedan tener, hacia operaciones de recuperación de la popularidad perdida a través de conflictos bélicos internacionales. O imaginemos al descentrado Petro alentando la penetración colombiana en la zona del Putumayo, del Perú. En fin, hipótesis de conflicto hay decenas.

Y todo ello, en medio de un escenario de disputa internacional entre megapotencias, como ya se ve en Ucrania, en Medio Oriente y, no nos sorprendamos, pronto en otras latitudes. Latinoamérica es una región rica, empobrecida por su pésima clase política y por haber seguido un rumbo económico fallido, pero con recursos naturales que la hacen apetecible para los intereses geopolíticos de las potencias mundiales.

Puede sonar a una perspectiva distópica pensar en una guerra en el continente, pero las dinámicas globales apuntan a hacer ello factible y la pregunta de rigor, que se cae de madura, es si el Perú está preparado para ello, no solo en términos de equipamiento militar sino de tejido de alianzas estratégicas mundiales. Por lo pronto, no nos cabe duda alguna que el gobierno mediocre y miope de Dina Boluarte no debe entender ni de qué se trata, pero las élites castrenses y diplomáticas ojalá ya estén pensando en qué hacer ante escenarios probables como los referidos.

 

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[EN UN LUGAR DE LA MANCHA] El diccionario diría con su habitual simpleza que un relato autobiográfico pretende, las más de las veces, construir una narración ordenada y capaz de abarcar un determinado periodo en la vida de alguien. El arco temporal podría ser amplio, ambicioso y así plantear un relato que comenzaría seguramente en la infancia. Otras veces, ese arco podría reducirse y poner el foco en alguna experiencia crucial a partir de la cual la vida y la sensibilidad de quien se auto examina cambian de manera ostensible. Eso nos permitiría decir, provisionalmente, que un texto autobiográfico, cuando registra las disrupciones de la trayectoria vital o presenta los puntos de quiebre de una existencia, hace eco del bildungsroman, pero en una escritura que obedece a convenciones no ficcionales, como el uso de la primera persona para crear un lazo de identidad –que no deja de ser problemático– entre el autor y el narrador y, por supuesto, un conjunto de hechos factuales, sobre los que pesa la documentación y la posibilidad del cotejo.

Con Volverse palestina (2012) la escritora chilena Lina Meruane (Santiago, 1970) emprendió una exploración identitaria y una aventura en busca de sus orígenes que la llevaron a escribir luego Volvernos otros (2014) y una tercera parte titulada Rostros en mi rostro, escrito en 2019 pero inédito hasta hoy, en que estos tres esbozos autobiográficos fragmentarios aparecen unidos en un volumen titulado Palestina en pedazos (2023), título polivalente, que se puede entender tanto en el contexto individual de la escritora cuanto en la condición actual de los territorios palestinos. Meruane busca construir o reconstruir su genealogía y es quizá mejor hacerlo más allá del tono melancólico de los relatos familiares y viajar hacia Palestina y visitar Beit Jala, el hogar originario, donde mora el fuego de los ancestros.

Protagonista de su propio relato, Meruane no escatima autorrepresentarse ejerciendo diversos roles: investigadora, lectora, escritora, convergencia esencial para que la idea del texto como artefacto se impregne en el lector. Escritura que va haciéndose, a sabiendas de su condición literaria. Vistos en conjunto, los tres libros reunidos ahora forman una especie de música cuya tensión va in crescendo: Si en Volverse palestina, se privilegia inicialmente la búsqueda individual, en Volvernos otros el acento se desplaza hacia cuestiones éticas y políticas, además de mencionar a autores como Oz, que ofrecen valiosas pautas de reflexión a la escritora; en tanto en Rostros en mi rostro, esta perspectiva se acentúa y la familia, casi como un coro fantasmal, asoma de a pocos. Una saga o fresco autobiográfico consciente de su naturaleza transcultural.

Una identidad no puede narrarse sino en fragmentos. Categoría problemática y demonizada, es cierto, pero su existencia no puede desbaratarse del todo: hay un tejido íntimo que acaso la razón no logra comprender, un sentido de pertenencia, un conjunto de cavos sueltos que es preciso unir con alguna dirección coherente. La identidad, su descubrimiento y su valoración, tiene en estos tres libros un sabor de epifanía, lleva en sí el peso dramático de la revelación. No deja de ser conmovedor asistir a ese espectáculo –visible gracias a la escritura– en el que la subjetividad recupera algunas de sus piezas constitutivas perdidas. Y hacer de eso literatura es algo que los lectores deberíamos agradecer a Lina Meruane.

Desoír al padre es un acto que está en el origen de estos textos. El padre de Meruane no deseaba volver a Beit Jala por un razonable temor: ser presa de la sospecha, ser visto como foráneo en tierra que fue suya, incluida la casa de su progenitor, el espanto frente a “la posibilidad de llegar a esa casa sin tener la llave” y tocar una puerta que probablemente sería abierta por desconocidos.

De otra parte, esa misma fragmentariedad le permite al texto ser lo suficientemente flexible como para aludir, en momentos distintos, tanto a la preparación y realización del viaje personal como a un suceso histórico de proporciones colectivas: la inmigración árabe a Latinoamérica, su adaptación a la nueva geografía, en especial la chilena, el modo en que la lengua originaria de estos inmigrantes fue disolviéndose y quedó reducida a un código secreto manejado sobre todo por los miembros de la primera generación de recién llegados. Se trata, en suma, de un relato individual, pero también de la nakba, contraparte de la diáspora, un fenómeno que hermana dos extremos, más allá de cualquier otra diferencia.

En una nota que escribí sobre Volverse palestina hace algunos años escribí: “en su búsqueda individual ha logrado recoger también la voz de los otros. Un ejercicio de memoria que se abre e incluye a una comunidad viviendo su hora más absurda, más injusta y más incomprensible, entre el ciego terror que desde una izquierda ultramontana propone Hamas como política y las posiciones de la extrema derecha israelí, que terminan unidas, paradójicamente, en su respectiva falta de racionalidad. Un texto valiente, impecable desde el punto de vista ético y bellamente escrito es el que nos ofrece Meruane; un texto que pone en escena el dolor que acecha a toda reconstrucción identitaria”. Sumadas ahora dos partes más, diría exactamente lo mismo.

Lina Meruane. Palestina en pedazos. Barcelona: Random House, 2023.

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[CASITA DE CARTÓN] Esta Casita de Cartón abre sus puertas con un caso que ha conmocionado a la población argentina. Como saben mis lectores, me encuentro en la tierra del tango y la pasión, pero no por eso ausente de la realidad que acontece en nuestro país. Por eso haré de esto cierto paralelismo, pues no estamos para nada exento del narcotráfico, motivo (según los indicios) de tal macabro asesinato que ha horrorizado a la población ‘gaucha’. Hablo sobre el caso del influencer y empresario, Fernando Pérez Algaba de 41 años, más conocido como ‘Lechuga’, que fue encontrado día atrás descuartizado en un arroyo de Ingeniero Budge, por unos niños que jugaban a la pelota. Todo hace indicar que se encontraba entre las  turbulentas y sucias mareas del narcotráfico, así como de la estafa, los Bitcoin, y que su muerte ha sido un ‘mensaje’, más allá de un ajuste de cuentas. Aún la investigación se encuentra en curso, hay mucha tela por cortar, donde está involucrado un barrabrava de Boca de la primera línea, una persona trans como distintas amenazas por estafas, sobre todo en la venta de autos, que había recibido el perecido.

Pero de lo sustancial de este hecho, podemos extrapolarlo al terreno local, donde la lucha contra el narcotráfico está lejos de ser real, por los menos las pruebas empíricas así lo demuestran. Las autoridades se hacen de la vista gorda, que en vez de lucharlo frontalmente parecieran mantener una tregua. El narcotráfico es desde hace mucho tiempo el caudal de dinero más fuerte que se mueve entre las sombras de nuestro país. O como alguna vez un estudioso del tema dijera sobre los países de la región: ‘es el sostén de nuestras economías’. Como menciona el notable escritor italiano, Roberto Saviano, custodiado 24/7 hace más de una década después de denunciar con su obra ‘Gomorra’ a la temida mafia de la Camorra italiana, al tener un precio su cabeza: ‘Los talibanes, junto a los sudamericanos, son los narcotraficantes más poderosos del mundo’. Y es que llevándolo a nuestro día a día, esa lucha que tanto se ventila pareciera ser más mito que realidad. Que tiene más de romanticismo, como una novela o cuento de Fitzgerald o como unos versos encandiladores de trovadores, ya que con los militares que tenemos y el equipamiento militar que en este último desfile hicieron gala, ¿cómo no pueden contra 50 narcos en el Vraem? De qué sirve tanta suntuosidad si es inútil. Asimismo, ir contra los residuos de sendero  y contra la temida camarada Vilma. Ese juego sediento, el maniqueísmo cansino, tiene poco o nada de soporte ante la razón. No se puede entender como un país sin carteles como el nuestro sea el mayor o de los mayores exportadores de cocaína en el mundo. Esa ‘ayuda’ del país del norte, con la DEA, es totalmente ineficiente y hasta irrisoria. Es que esto es la vida real, no una miniserie televisiva con trama extraída de Hollywood donde los buenos siempre son los mismos, los ‘defensores de la humanidad o la libertad’, cuando ya esa narrativa está muy malgastada. Esta no una película de los Vengadores; y si lo son, son de los fracasados.

Ahora tenemos que lidiar con el tren de Aragua como distintas mafias extranjeras que han hecho de Lima su ‘patio’ para sus negocios siniestros, desde el narcotráfico, la trata de personas, la extorsión, el sicariato… Los antiguas mafias peruanos están siendo desalojadas de sus zonas o sino, en acto de sobrevivencia, se unen a esos grupos delictivos. Si continuamos en este derrotero ya no seremos de los primeros países del mundo exportando cocaína sin cárteles, sino que tendremos cárteles regados por todas partes, si es que realmente no se va contra las cabezas y no con los pececillos para las cámaras, aunque pareciera una utopía. Qué se puede esperar realmente si estos mismos financian candidatos con millonarias sumas de dinero, no solo en distintas localidades sino hasta presidenciales, y del que el Poder Judicial se encarga religiosamente en archivar. Hay tanto por descreer como nación, sociedad, deconstruir, tanto por cambiar… Esta Casita de Cartón cierra sus puertas asqueado de la realidad política, pero más aún, de la hipocresía social. De todas las jerarquías, pero sobre todo de las que llevan las riendas del país. Los que bailan sobre las tumbas.

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Más allá de ese análisis, el libro -dentro de un panorama general de las democracias latinoamericanas- presenta los avances y estancamientos en la que se encuentran la democracia y lo liberal. Al respecto, Vergara propone una mirada republicana, que se sitúa por sobre las premisas presentadas anteriormente, en la que se haga necesario plantear análisis sobre la República desde el punto de vista del gobierno, de los ciudadanos y de la sociedad.

Y es a través de estos planteamientos de análisis que se puede apreciar el malestar permanente en el que se encuentra América Latina.

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Alberto Vergara, América Latina, Congreso de la República, corrupción, Democracia, Martín Vizcarra, Política, Repúblicas defraudadas

La izquierda latinoamericana ha involucionado y se ha enemistado con los criterios de libre mercado, que son los únicos capaces de asegurar el crecimiento económico y, por ende, la reducción de la pobreza y la disminución de las desigualdades.

En esa tesitura, han conducido a sus países a la pobreza, el estancamiento y, en el peor de los casos, a las dictaduras más desembozadas (es el caso de Nicaragua y Venezuela). El socialismo del siglo XXI ha conllevado al atraso de la región y al debilitamiento corrosivo de la democracia.

El Perú debe mirar con especial atención ese espejo regional y reconvenir sus términos. No dejarse llevar de las narices por grupos minoritarios violentistas y hacer pedagogía ideológica para que el pueblo no se deje sorprender por razones extrapolíticas, como sucedió el 2021, y que nos llevó a una calamidad de la que felizmente nos libramos por obra y gracia de la torpeza castillista.

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Ahora la expresidenta Dilma Rousseff comanda el banco de los BRICS, del que se dice que es el polo económico contrario al G-7, y donde muchos países están en la espera de ingresar, entre ellos, la Argentina. Es inexorable señalar que la hegemonía del país del norte ha estado en declive ya desde tiempo atrás, teniendo el 2008 un sustantivo acontecer y síntoma, que hizo que se le cayera notablemente la máscara del patrón mundial. Y no por eso, de un momento a otro, dejará de ser todavía una potencia de gran importancia. Por el contrario, lo seguirá siendo muy probablemente, porque una tercera guerra mundial con las armas químicas que abundan como piedras en algunas playas de la costa verde, sería el fin de nuestra especie, y solo supuestamente las cucarachas sobrevivirían y gobernarían el mundo. Pero ahora el trono, como ya se ve en varios factores sociales y políticos, y desmontándonos de los prejuicios ideológicos, está compartida en una tríada. Junto con China, del que está pronosticado que para el fin de la década será la mayor economía, y Rusia, país con mayor cantidad de armas nucleares.

Y es que en esta casita de cartón, se tiene muy cuenta las palabras que dijera el ex presidente argentino, quien dejara una marca de épocas en el país del sol resplandeciente, Juan Domingo Perón: «La verdadera política es la política internacional». Y ésta, que está muy centralizada con información por medios occidentales, y con sus medias verdades que abundan, como también seguramente en la otra parte del globo terráqueo. Lo cierto es que estos tres países están dentro del juego atómico y dantesco del poder mundial. ¿Cuál será su final? Eso ni Nostradamus lo vaticinó.

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Por otra parte, los gobiernos de izquierda suelen coartar la libertad individual y la libertad de expresión (Nicaragua y Venezuela, sin contar el caso perdido de Cuba, son los mejores ejemplos de ello), lo que limita el progreso cultural y científico de la sociedad. Asimismo, estos gobiernos suelen apoyarse en una visión simplista y maniquea del mundo que divide a la sociedad en «buenos» y «malos», lo que fomenta el enfrentamiento y la polarización.

Los gobiernos de izquierda fracasan porque promueven políticas económicas y sociales que generan más problemas que soluciones, y que limitan la libertad y el progreso de la sociedad en general. Ojalá el reciente ejemplo boliviano sirva para que muchos peruanos despistados o encandilados con discursos refundacionales, lo empiecen a entender.

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