aniego

Apenas sienten el sonido del motor, niños y adultos abren las polvorientas puertas de sus casas con una sonrisa y balde en mano. Hay un ambiente de carnaval, pero es todo lo contrario. Acaba de llegar un camión cisterna que recorre por primera vez la trocha carrozable hacia Shalom Maná, el centro poblado que alberga a 40 familias y que llevan más de una semana sobreviviendo a la escasez de agua potable en las alturas de San Juan de Lurigancho. Una de las vecinas ha tenido que ir en busca del vehículo que ha contratado Sedapal para proveer de agua a los vecinos del distrito más grande del país.

Shalom Maná está asentado sobre un terreno eriazo al que se llega pasando el penal Castro Castro, unos 20 minutos manejando cerro arriba. Las únicas veces que los vecinos han visto subir camiones ha sido para botar desmonte en un terreno que colinda con sus tierras.

Hace nueve años que llegaron a esta ladera inmigrantes provenientes de diferentes regiones del país. El agua, hasta hace una semana, era suministrada por un pilón, un caño público instalado en una comunidad aledaña que recibe agua de Sedapal. Cada jueves, desde la madrugada, los vecinos se turnaban para ir a recolectar el líquido en recipientes. Todo por una tarifa plana de S/25 soles mensuales, cuentan a Sudaca.

Pero desde el pasado 4 de enero, el pilón del que sacaban el agua está seco. Sedapal informó de un aniego de aguas servidas en el cruce de las avenidas Tusilagos y Próceres de la Independencia, a unos siete kilómetros de este pueblo joven. La rotura ocurrió debido a trabajos en su «Sistema Alterno de Emergencia». Hace más de dos años, sufrieron una situación similar, cuando otra tubería se rompió debido a las obras en la estación del Metro de Lima.

El incidente ha provocado que el distrito se quede sin servicio de agua potable. Y la oferta, que llega en camiones cisterna, no es suficiente para satisfacer la demanda. “Al inicio no estábamos tan preocupados porque teníamos algo almacenado, pero ahora he tenido que ir a hacer cola en la avenida Santa Rosa [uno de los puntos donde los camiones cisterna reparten agua a los vecinos del distrito]. Luego, regresamos para abastecer a los vecinos”, cuenta Ninan Gamonal, presidenta de la olla común de Shalom Maná.

Ninan Gamonal vive hace años en una zona que ni aparece en Google Maps (Foto: Giovani Alarcón).
Ninan Gamonal vive hace años en una zona que ni aparece en Google Maps (Foto: Giovani Alarcón).

Los ciudadanos de esta localidad se alimentan de esta olla, que usualmente reparte 150 platos de comida diarios. Con la escasez de agua, sin embargo, han tenido que disminuir las raciones. Gamonal cuenta que, para ahorrar agua, intentan cocinar menos arroz o, en la olla donde hacen tallarines, también ponen a hervir otros alimentos antes de cambiar el agua. Así evitan tener que lavar los utensilios tantas veces.  La crisis es tal que no podrán utilizar un centenar de sobres de caldo que les han donado en estos días. El lote está apunto de caducar.

Los problemas de salud tampoco son ajenos. Al menos dos niños han tenido infecciones que los vecinos relacionan a la falta de agua. Las enfermedades se suman al drama del Covid-19. Esta semana, cuentan, uno de los moradores ha tenido que ser internado por un cuadro de insuficiencia respiratoria.

El último jueves, los dirigentes de este centro poblado tuvieron una reunión con funcionarios de Sedapal, pero las promesas cayeron en saco roto. La empresa estatal, que había asegurado que iba a restaurar el servicio de agua el pasado fin de semana, no cumplió. Ahora dicen que lo harán antes del miércoles.

Los primeros días sin agua fueron de desconcierto para los vecinos de San Juan de Lurigancho, el distrito más poblado del país: tiene más de un millón de habitantes. Las autoridades locales llegaron a recibir denuncias de cisternas -contratadas por Sedapal- que no llegaban a las zonas de reparto y más bien aprovechaban para vender el agua en lugares donde se les pagara más. 

“Muchos vecinos se han estado quejando de que algunas cisternas no han estado llegando a los destinos o que no encontraban al contacto en la zona de reparto. Al parecer, en el camino, hacían lo que no debían”, comenta Nil Herquinio, regidor de la municipalidad. Las quejas, según Herquinio y los propios vecinos, acabaron cuando el Ejército empezó a supervisar el trabajo de los repartidores.

Parada frente a la puerta del local de la olla común, Ninan Gamonal recuerda sus primeros años en Shalom Maná, las primeras casas, la construcción de la trocha carrozable que hoy nos ha guiado hacia el lugar. La docente, que enseña tres veces a la semana a 15 niños, sueña con que las colinas frente a las cuales amanece algún día sean verdes. “Quiero que sean como Mangomarca, que está a la vuelta del cerro de enfrente”, apunta, señalando una pequeña planta que crece a mitad de una ladera.

A 20 minutos del penal Castro Castro, cerro arriba, está Shalom Maná (Foto: Giovani Alarcón).
A 20 minutos del penal Castro Castro, cerro arriba, está Shalom Maná (Foto: Giovani Alarcón).

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En el cruce de las avenidas Próceres y Tusilagos, en la parte baja de San Juan de Lurigancho, funciona hace 30 años la pollería La Kasiña. Desde su segundo piso, Rosa Espinoza (60), la dueña, ha sido testigo de primera mano de los aniegos que han inundado la zona, tanto el del pasado 4 de setiembre, como el del 2019.

“Fue el sábado como a las dos de la tarde. Los vecinos indignados llamamos y llegaron rápido con los hidrojets [maquinaria para succionar las aguas] a la media hora. Incluso vino el alcalde, pero lo corrieron al toque. Es muy figureti. Los vecinos le empezaron a gritar, a insultar. No hace nada, ni aparece, no hay gestión”, dice decepcionada la mujer.

Vista desde el segundo piso de La Kasiña el día del aniego del sábado 4 de setiembre.
Vista desde el segundo piso de La Kasiña el día del aniego del sábado 4 de setiembre.

Al día siguiente del último aniego, cerraron una de las vías de la avenida Tusilagos para que pueda ser ocupada por las cisternas. Al inicio, los vecinos se amontonaban para llenar sus baldes, pero conforme pasaron los días han encontrado otros puntos y han dejado la calle más libre.

La pollería de Rosa la pasó mal. Estuvieron tres días sin poder recolectar suficiente agua. Eso, sumado al tráfico generado por el cierre de la vía, generó que sus ventas cayeran hasta menos de la mitad de lo que suelen ganar. Su negocio está en una pequeña pendiente: gracias a eso, las aguas servidas no llegaron a tocar sus instalaciones.

En San Juan de Lurigancho no solo pululan pollerías, sino también los locales para lavar autos. Hay zonas en las que se pueden encontrar hasta tres car washes en una sola cuadra. Algunos se ubican frente a lugares donde, con el tráfico de los autos, se levantan polvaredas de manera frecuente.

César (58) es dueño de uno de estos negocios. Su local, La Merced CarWash, está frente al parque zonal Huiracocha. El llenado de un tanque -que le permite lavar hasta 100 carros- hoy le cuesta hasta S/70 diarios cuando antes del aniego costaba casi un tercio de aquel monto.

Con la escasez de agua, además, sus ganancias han disminuido considerablemente. Antes del incidente recibía hasta 70 autos diarios, hoy recibe menos de la mitad. Ha tenido que pedirle a tres de sus empleados que no vayan a trabajar hasta que regrese el agua.

«Sedapal no te llena nada, ¿y para qué uno se va a quejar si nunca aparecen? Ahora he tenido que subir la tarifa de S/8 a S/10 porque, con el pago del agua a las cisternas, ya no me alcanza», reniega César. A nuestro lado pasa un bus de transporte público a toda velocidad y levanta suficiente polvo para teñir de marrón su gorra negra. 

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Los camiones cisterna suelen quedarse a mitad de camino en la Agrupación Familiar Super S-II, un poblado de cerca de 300 familias asentado sobre la ladera de un empinado cerro. Los motores no dan más y los que viven en la punta son los últimos en ser atendidos. Por lo tanto, reciben menos agua.

El camino para ingresar a este centro poblado también desemboca en otras 14 agrupaciones, todas las cuales dejaron de tener agua desde el sábado y hoy ruegan porque las cisternas puedan superar la pendiente del trayecto.

Zoraida Rivera (60) llegó a la falda de este cerro hace 20 años, desde su natal Huánuco. No sufre como el resto ya que la parte baja del cerro cuenta con un sistema de agua y desagüe, que lograron instalar el 2009. Pero no es un sistema estable.

“A veces nos llega en la noche o en la mañana, pero sí nos cobran en exceso. Yo pago hasta S/100 soles en ciertas ocasiones, aunque apenas somos cuatro personas. He reclamado a Sedapal, revisaron el medidor y me dijeron que no había problema”, dice la mujer, que en el último mes también ha visto la tarifa de luz por las nubes, cuando ni siquiera tiene un refrigerador o una plancha en casa. 

Zoraida Rivera es fundadora de uno de los pueblos en la falda de un cerro en SJL y vive el día a día vendiendo alfalfa(Foto: Giovani Alarcón).
Zoraida Rivera es fundadora de uno de los pueblos en la falda de un cerro en SJL y vive el día a día vendiendo alfalfa (Foto: Giovani Alarcón).

Desde el aniego, debe recurrir al camión cisterna. Si el vehículo no pasa, debe trasladarse a los puntos de reparto, lo que se traduce en pasajes de S/5 o S/6. “Como es subida, a veces nos dicen que no vienen hasta acá. Si subo sin carga [se refiere al agua], me cobran un sol, pero ahora eso es lo que cobran [los mototaxistas]. Tengo que reciclar mucho el agua”, cuenta. Hoy una cisterna sí ha llegado al lugar, pero se queda estancada cuando empieza a subir la colina, dejando un reguero de agua que se seca rápidamente sobre el arenal.

Fotoportada: Darlen Leonardo. Foto: Andina.

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