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[AGENDA PAÍS] Las próximas elecciones de la mesa directiva del congreso 2023-2024 es un adelanto de lo que pueden ser las elecciones generales del 2026, con muchos intereses individuales, otros mercantilistas y ninguna pasión por lo que realmente nos debería mover, que es el bienestar de nuestros compatriotas.

Actualmente, existen 13 grupos parlamentarios más el de no agrupados, es decir, una representación fraccionada donde prima la sobrevivencia política, “niños“ y “niñas”, “mocha sueldos”, cómplices impunes del golpista Castillo y una minoría de congresistas decentes y consecuentes con sus ideales.

Los bailes y enamoramientos para integrar la próxima mesa directiva ya se están dando. En ese coqueteo, se está plasmando una alianza entre la centro-izquierda y la izquierda radical, la cual sería liderada por Waldemar Cerrón de Perú Libre e integrada también por Luis Aragón de Acción Popular, flamantemente designado como representante en la mesa directiva por parte de su bancada.

Esta lista de izquierda (intransigente, achorada y antidemocrática), de ganar la elección de la mesa directiva, tendría en sus manos la agenda política del congreso, pudiendo priorizar proyectos de corte populista afectando aún más la economía del país e incluso, intentar un camino hacia una asamblea constituyente.

El peligro no acaba en este control de proyectos sino también, que ante una poco probable y no deseada renuncia o vacancia de Dina Boluarte, tendríamos en la presidencia del Perú nada menos que a Waldemar Cerrón, hermano y mano derecha del condenado por corrupción Vladimir Cerrón, líder del partido Perú Libre, con consecuencias que son fáciles de imaginar.

Es por ello imperativo que las fuerzas democráticas del congreso puedan desprenderse de sus intereses particulares y consensuar una lista para la mesa directiva donde encontremos parlamentarios probos y capaces de llevar un período anual del congreso con visión de país y en beneficio de todos los peruanos.

Congresistas como Gladys Echaíz de Renovación Popular, Patricia Juárez de Fuerza Popular, Alejandra Tudela de Avanza País, Eduardo Salhuana de APP y Carlos Anderson de los no agrupados (en caso se modifique el reglamento o se una a una bancada), son opciones que pueden devolver al congreso un poco de la prestancia perdida estos últimos años y permitan priorizar proyectos y reformas políticas imprescindibles, así como asegurar una transición constitucional, de llegarse a ese extremo.

El último mes de mayo hubo una caída de la producción en el Perú de -1.4% llegando a -0.4% para los primeros 5 meses del año, lo cual significa que estamos a puertas de una recesión que incrementará, sin dudas, la pobreza que ya viene en aumento sobre todo en las zonas urbanas.

El Perú necesita recuperar la confianza en sus autoridades, no podemos caer en más incertidumbres con una mesa directiva de izquierda radical y populista en el congreso que espantaría aún más a los inversionistas nacionales y extranjeros, y fomentaría protestas sociales de corte violento, como ya lo hicieron a principios de año.

Es momento de demostrar que las fuerzas democráticas del congreso pueden unirse desprendiéndose de ideologías y enfocándose en el bienestar de los ciudadanos. Este reto es un adelanto de lo que podría suceder en las elecciones generales de 2026 donde habrá más de 25 partidos políticos en el partidor y una necesidad de actuar de inmediato ante la amenaza que populistas radicales de izquierda tomen la mesa directiva del congreso y terminen destruyendo el país.

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Aunque podría parecer fuera de sitio hablar de felicidad en esta época, el tema no ha salido del escenario científico. Se hizo la encuesta mundial sobre felicidad y, en general, no hubo el bajón que vivir una pandemia hubiera hecho esperar. Los escandinavos sonríen, como siempre, en los primeros lugares. Nuestro país, como siempre, más o menos en la mitad de la tabla, ni chicha ni limonada, puesto 63, desde 2019 hasta ahora. 

No está claro qué determina el nivel de bienestar con la vida. ¿El dinero? Probablemente tiene algo que ver, pero solo mientras permita financiar aquello que en una sociedad asegura que a la generación siguiente le pueda ir mejor que a la anterior. A partir de un cierto nivel de ingresos, lo que sea que defina en un país la clase media, más riqueza no tiene nada que ver con más felicidad. 

Hay personas que fluyen fácilmente, que se involucran en lo que están haciendo sin mirar al costado, que bailan, por así decirlo, sin mirarse lo pies y pensar en ellos, que miran lo que ocurre con cierto sentido del humor —sobre todo cuando se trata de sí mismos—, sin excesiva solemnidad y sin tomar las cosas de manera demasiado personal. 

Algo, entonces tiene que ver la manera en que cada uno vibra, probablemente determinada por nuestro hardware, más vivir en una sociedad predecible, que ampara sin sobre proteger, donde sus integrantes reciben lo que les corresponde sin hacer un esfuerzo especial y que obtienen ventajas diversas si muestran empeño y persistencia. 

¿Y aquello que ocurre cuando uno está en un tiempo y un lugar determinado? Seguramente no es lo mismo vivir el final de una guerra que pasar la adolescencia en un refugio antiaéreo, una época de crecimiento económico que una de recesión sostenida. O algo debe influir enfrentar circunstancias inesperadas, como enfermedades, agresiones delictivas, desastres. 

Pues nada de lo investigado hasta ahora permite decir que nuestra felicidad depende de lo que nos pasa —influye en estados de ánimo por lapsos relativamente breves, digamos un par de meses— en un sentido u otro. Sacarse la lotería o lo que sea lo contrario de ella, no divide la vida en dos desde el punto de vista del bienestar. 

¿Y qué pasa con ciertos hitos que son parte del ciclo vital convencional? Finalizar la escuela, cumplir la mayoría de edad, el primer trabajo, casarse, son ejemplos de lo anterior. ¿Dan un empujoncito al índice de satisfacción con la vida?

Una instancia de lo anterior es, sin duda, tener hijos. Papá o mamá recién estrenados son casi la definición de la felicidad. Para los responsables de su llegada, un bebé abre las puertas del paraíso. ¿No es que además de plantar un árbol y escribir un libro, la parentalidad es un pasaporte a la trascendencia?

Sí, nos asegura trasladar nuestro genes a la siguiente generación. Pero, ¿felicidad?

De todas las actividades, estar con los niños es de las menos apreciadas, la satisfacción de pareja se va al piso cuando nace un hijo, hasta… que se va de la casa. Alguien dijo que el único síntoma del síndrome de nido vacío es una sonrisa que no cesa. 

No es para menos. Privación de sueño, endeudamiento, discusiones sobre maneras de criar, o, si alguien quiere salir de duda, vivir con un niño de dos que hace pataletas o un adolescente de 15 que amenaza con acudir al juez de menores. 

¡Claro que es difícil! Y mucho depende de las expectativas y de la comprensión de que lo mejor es suficientemente bueno. Y de la suerte de vivir en una sociedad que ofrece ayudas y apoyos a los padres. 

Hay el yo que vivencia. Ese no escogería jamás muchas de las tareas que vienen con la parentalidad. Pero el yo que recuerda, que relata, ese no cambia a su hijo por nada, no acepta un mundo en el que su hijo no está, ese hijo, no otro, con todos sus problemas. En el fondo, nuestros hijos son una casualidad de la que no queremos arrepentirnos. ¡Que diablos la felicidad!

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Estamos atravesando un período de turbulencia política que no le hace bien a la economía. La incertidumbre genera postergaciones de compras e inversiones que desaceleran la reactivación y el aumento del empleo.

Hoy más que nunca está claro que la política influye en la economía; no voy a caer en el deporte nacional de buscar culpables como si eso arreglara algo. Aquí no se trata de culpar a unos o a otros; el problema es que no confiamos en nadie ni en nada y en ese contexto es imposible que progresemos como sociedad.

Veamos a los países exitosos, entendiendo por exitosos aquellos que brindan altos niveles de bienestar a todos sus habitantes. Son países con alto nivel de confianza interpersonal. Entonces todo fluye. El gran reto que tenemos como sociedad es volver a confiar, si es que alguna vez lo hicimos.

Lo que pasa es que la economía no funciona en un vacío, sino en una realidad concreta. Y esa realidad se caracteriza por una desconfianza casi total. Entonces nos dedicamos a insultar y agredir a todos aquellos que piensan diferente. No somos una sociedad deliberante, en la que el debate alturado y basado en evidencia empírica nos lleve a lo más cercano a la verdad. La mitad quiere convencer a la otra mitad y si no lo logra, entonces la insulta.  No nos damos cuenta que así nos alejamos más unos de otros.

La cooperación puede hacer en economía que 2 más 2 sea 5. El conflicto hace que la misma suma sea 3. Vean como funcionan las sociedades con alta calidad de vida. Funcionan tanto el mercado como el estado, tanto el sector privado como el público. ¿Cómo así? Pues el mercado produce riqueza y beneficia directamente a través de buenos empleos a aquellos que tuvieron la suerte de estudiar, entre otras ventajas que les brindó la lotería de la vida. El estado cobra impuestos y con el dinero invierte en aquellos que no se pueden integrar tan fácilmente al mercado, a través de una educación de calidad, salud de primer nivel, seguridad ciudadana, acceso a agua potable y desagüe, etc. Son sociedades libres de corrupción. No se busca lograr cosas con trampa, sino se espera el turno. Son estados que usan bien el dinero que tienen en beneficio de todos.

Nuestra pregunta creo que tendría que ser, ¿cómo hacemos para que el entorno dentro del cual funciona la economía sea conducente a elevar el bienestar? Cada cinco años creemos que lo logramos en una en elección, para luego desilusionarnos. Los mismos que apoyaron a la persona que ganó se le voltean. Es historia vieja. Para desarrollar debemos crecer y reformar, pero por encima de todo, volver a confiar.

Lo que rodea a la economía es tan importante como la economía misma. Necesitamos mejores instituciones y aumentar el capital social, que simplemente se refiere a la confianza, tanto interpersonal como a aquella que tenemos en nuestras instituciones. Es urgente volver a creer para volver a crecer.

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bienestar, Carlos Parodi, Credibilidad, Economía, Entendiendo de Economía

La pandemia va a pasar y, con ello, la economía entrará a un proceso de reactivación, que de algún modo ya comenzó. Reactivar es volver a crecer. Y crecer significa producir más. En 2020 la economía cayó 11.1% y con ello el empleo. En diciembre de 2020 crecimos 0.5% pero, debido a la segunda ola y el confinamiento consiguiente, volvimos a caer en enero y febrero de 2021.  Lo positivo es que en marzo crecimos 18.7%.

Volver a crecer es bueno, pero insuficiente para que se refleje en el bienestar de todos los ciudadanos. Crecer no asegura una mejor salud, educación, sistema de pensiones, seguridad ciudadana, simplificación del Estado, formalización, etc. Para ello hay que hacer reformas. Son cambios en la manera en la que funciona un sector. Y antes de transformarlo hay que entenderlo. No es simple comprender los complejos sistemas de salud y educación, ni tampoco la excesiva burocratización del Estado.

La crisis nos brinda la oportunidad de hacer reformas, pues ha desnudado todas las dificultades que tienen la mayoría de peruanos en una serie de aspectos. Para ello opino que la disciplina macroeconómica se debe mantener, pues es el equivalente a los cimientos de una casa. Puedes tener buenos cimientos, pero lo que genera bienestar es la construcción de la casa. Esto último se logra con reformas. Reformar es construir, pero hay que hacerlo sobre la base de cimientos sólidos.

Por eso los fundamentos macroeconómicos deben mantenerse: estabilidad monetaria y manejo responsable de las finanzas públicas. Eso no es negociable porque sería equivalente a construir una casa con cimientos débiles. A partir de esa solidez, deben implementarse las reformas que permitan que la mencionada estabilidad macroeconómica se refleje en el bienestar de todos los ciudadanos. La evidencia empírica mundial apunta en ese sentido. El crecimiento es un medio y no un fin en sí mismo. No importa si la postura política es de izquierda o de derecha.

Además, la economía no funciona en un vacío, sino en una realidad concreta, con características institucionales, sociales, culturales, políticas, entre otras. Si no conocemos aunque sea algo ese entorno, tampoco podremos comprender lo que pasa con una economía. Por eso muchas recomendaciones son fáciles de hacer; lo difícil es pensar cómo las insertamos en una determinada realidad. Basarnos en datos y evidencia empírica para mejorar las políticas públicas y hacer reformas es clave.

¿Cómo comprender la evolución actual de la economía sin tomar en cuenta la pandemia o la turbulencia política por la que estamos pasando? ¿No será que lo que hay que mejorar no está en los indicadores macroeconómicos, desde un punto de vista estricto, sino en el entorno? Y en eso, digamos en el aspecto político, ¿no somos todos responsables? ¿Respetamos las reglas más elementales del comportamiento humano? ¿No deberíamos ser un poco más tolerantes y averiguar bien antes de hacer cualquier comentario? ¿No será que hemos perdido la humildad y creemos tener las soluciones a todo?

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En una empresa, los costos de salud disminuyen pues los trabajadores felices buscan hábitos que promueven el bienestar físico, mental y emocional.

 

Contar con trabajadores felices, motivados y comprometidos con la empresa y sus valores significa contar con un equipo más productivo. Acudir al trabajo pasa de ser una obligación a algo que deseamos hacer, una actividad en la que estamos contentos y nos agrada.

Para conseguirlo es importante aplicar la gestión de la felicidad. Muchas veces esta se tangibiliza mediante un Gerente de Felicidad o un Chief Happiness Officer. Se trata de la persona que tiene que dirigir al equipo y promover las condiciones que faciliten la creación de un buen ambiente laboral.

Bumeran y el Instituto de Desarrollo Económico de ESAN, brindan algunos beneficios de la gestión de la felicidad que pueden aplicar las empresas e incrementar la productividad de los colaboradores.

Incrementa el compromiso y productividad

Un trabajador feliz ha encontrado el sentido y la utilidad a su labor. Por ello, la realiza con optimismo y compromiso, siempre con gran disposición para resolver problemas. Además, conoce su potencial y sabe manejarlo para sacar adelante cualquier proyecto. Tiene menos probabilidades de equivocarse, pues piensa menos en los errores y eso le ayuda a no cometerlos.

Reduce los niveles de ausentismo y rotación

Los trabajadores felices no necesitan cambiar de trabajo. Si lo hacen, será por motivos mayores.  Estos se convierten en embajadores de su centro laboral, pues hablarán bien de su institución, ayudando a que otros y mejores talentos busquen trabajar allí también.

Disminuye costos de salud

El bienestar humano también es influenciado por el ámbito laboral. Los trabajadores felices buscan hábitos que promueven el bienestar físico, mental y emocional. Esto ayuda a prevenir desde las enfermedades más comunes como las indigestiones y resfriados, hasta los males de la era moderna como el estrés o la ansiedad, cuyo impacto es severamente perjudicial en la salud física y mental.

Minimiza tiempos improductivos

Los malos hábitos no suelen ser parte de los trabajadores que se sienten felices en la empresa. Vivir comparándose con los demás y envidiando aquello que no se tiene es algo que el bienestar laboral evita. La gestión de la felicidad impulsa a los trabajadores a enfocarse en sus metas y ser capaces de alegrarse con los logros de otros, permitiéndoles adaptarse a distintas personalidades y poder trabajar muy bien en equipo. Esto evita conflictos y chismes entre los equipos.

Reduce costos por robos

Los trabajadores de una empresa que se encarga de gestionar la felicidad respetará y cuidará su centro laboral como si se tratara de su propia casa. Además, estará alerta a comportamientos extraños o sospechosos.

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